Tiffany Abreu, Chelsea Wolfe y Laurel Hubbard están a un paso de los Juegos con una condición: reducir su testosterona. Algunas voces científicas reclaman más límites para mantener la categoría femenina, pero les juristas recelan de cualquier restricción

Fuente (editada): EL MUNDO | Javier Sánchez | 19 diciembre 2020

Tiffany Abreu debe ser convocada por la selección brasileña de voleibol después de jugar en medio mundo en equipos masculinos -incluidos el Caravaca y el Dos Hermanas en España- y de debutar como mujer en la Superliga de su país.

Laurel Habbard, de Nueva Zelanda, que participó en competiciones internacionales en categoría masculina, debe mantener su posición como mejor mujer de Oceanía en el ranking mundial de halterofilia.

Chelsea Wolfe, tercera estadounidense en el ranking de BMX tras competir de adolescente con les mejores del país, debe mejorar un puesto para conseguir una de las dos plazas disponibles.

Las tres están cerca, muy cerca, de convertirse en las primeras mujeres trans en unos Juegos Olímpicos. Si una de ellas -o dos, o las tres- finalmente se clasifica, en Tokio 2021 se abrirá un debate que va más allá de lo deportivo. Desde hace cinco años, el Comité Olímpico Internacional (COI) señala una única condición a las mujeres trans: que se mediquen para que su testosterona sea inferior al supuesto tope femenino, los 10 nanogramos por mililitro de sangre. Pero ya ha anunciado una revisión porque a nadie le convence. Según algunes juristas, la obligación de medicarse es una discriminación más que denunciable.

“La testosterona no puede ser la única condición”

María José Martínez Patiño, doctora en Ciencias del Deporte por la Universidad de Vigo y, entre otras cosas, parte del Panel Experto de la Comisión Médica y Científica del propio COI, pronostica: “Creo que el Comité Olímpico Internacional cambiará de parecer después de Tokio y tardará en encontrar una normativa justa”.

Y nadie en España puede hablar de justicia como ella. En los años 80, para eliminar la humillante prueba visual, el atletismo -deporte cabecero en este asunto- introdujo la prueba de los cromosomas y Patiño fue una de sus víctimas. Quien tuviera el cariotipo XY era vetada y ella, destacada vallista con cariotipo 46 XY e insensibilidad a los andrógenos, no pudo competir durante años. Gracias a su formación demostró la falta de rigor de la prueba de los cromosomas y logró la desaparición de la normativa. ¿Qué ocurrió entonces? Apareció Caster Semenya.

En el Mundial de atletismo de Berlín de 2009, Semenya, de sólo 18 años, voló en los 800 metros y en los despachos se llevaron las manos a la cabeza. Mujer con hiperandrogenismo, es decir, con unos niveles anormalmente altos de testosterona, por lo que desde la legislación del deporte se centraron en pararla. La testosterona tenía que ser limitada y así se convirtió en la nueva vara de medir. Primero la Federación Internacional de Atletismo (World Athletics) y luego el COI escribieron normas ad hoc contra Semenya, pero nadie pensó en las mujeres trans y en su cercana llegada a la alta competición. “En realidad la transexualidad no es un asunto que todavía se haya abordado a conciencia, aún queda mucho camino por transitar”, responde Patiño.

“Se les debe dejar competir sin condiciones”

“Estamos ante el reto de la legislación deportiva del futuro. Si se mantienen las dos categorías, masculina y femenina, es muy posible que colisionen los derechos civiles y las reglas deportivas, que buscan la igualdad. Y en mi opinión, llegados a ese punto, prevalecerán los derechos civiles. Es decir, si una mujer trans es reconocida como mujer a todos los efectos, se le debe dejar competir en categoría femenina sin condiciones como es ahora mismo el máximo de testosterona. Si se discrimina a una deportista trans de cualquier manera y lleva su caso a la justicia ordinaria, es muy probable que ésta le acabe dando la razón. De momento, no hay jurisprudencia más allá del caso Semenya, pero es previsible que la haya”, expone José Domingo Monforte, abogado especialista en Derecho Deportivo y fundador del despacho del mismo nombre. Bajo su punto de vista el reto es importante por las implicaciones que contiene y por los organismos que deben ponerse de acuerdo.

Porque el COI fija unos parámetros, pero son las federaciones de cada deporte, de cada país, las que firman las reglas. Y algunas aceptan lo que recomienda el organismo olímpico, pero otras van por su cuenta. Por ejemplo, el pasado octubre, la Federación Internacional de Rugby (World Rugby) prohibió que compitieran las mujeres trans y días después la Federación de Inglaterra (England Rugby) aseguró que se saltaría ese veto. Por ejemplo, la Federación Internacional de Fútbol (FIFA) deja la “verificación de la identidad sexual” en manos de cada club a no ser que exista “una duda bien fundada” que le obligue a estudiar el caso en cuestión, aunque está abierta a revisar sus normas en el futuro.

En España no hay una legislación que límite o proteja la participación de las mujeres trans en el deporte de élite, aunque los casos son pocos. Las futbolistas Alba Palacios o Izaro Antxia o las jugadoras de voleibol Omaira Perdomo y Antía Fernández participan o han participado en competiciones nacionales, pero ninguna de ellas ha dado el salto internacional y están lejos de optar a ser olímpicas. Este año el caso de una niña trans vetada -y posteriormente admitida- en las pruebas de la Federación Catalana de Natación levantó cierto revuelo sin llegar a generar la necesidad de una regulación. “De momento sólo se han planteado respuestas temporales a la cuestión, pero más pronto que tarde habrá que establecer un camino”, finiquita el abogado Domingo Monforte. Y mientras se encuentra o no ese camino habrá tres mujeres trans buscando hacer historia este mismo año.

Tiffany Abreu rematará todo balón que le sobrevuele esperando la llamada de su selección como hace desde que en 2017 debutara en la Superliga femenina, un hito que le llevó incluso a dar el salto a la política.

Laurel Habbard levantará 130 kilos de una tacada y 150 en dos para asegurar su plaza olímpica, un sueño que ya albergaba de joven, cuando fue plusmarquista junior de Nueva Zelanda.

Y Chelsea Wolfe completará trucos y más trucos sobre su BMX para seguir escalando en el ranking mundial en el que ya es décima, adelantar a una de las dos compatriotas que le preceden y ganarse un sitio en la Villa. Los Juegos Olímpicos de Tokio 2021 las esperan y con ellas se abrirá un largo debate.