Octubre, en este mes hace un año empezamos a buscar información sobre algo que no teníamos ni idea. Jamás lo habíamos oído, ni tan siquiera visto, quizás porque no habíamos prestado atención. Desde hacía tiempo nuestra hija Lara nos había estado dando señales de lo que sucedía pero no le dábamos importancia, todavía tenía cuatro años y pensábamos que lo que decía era un juego o que “ya se le pasaría”. ¡Maldita desinformación! ¡Maldito momento de pensar en une misme y no en les demás!

Pero nosotres no estábamos contentes con la situación que teníamos en casa. No podía ser que una criatura de tan solo 4 años estuviera triste. Triste por algo que no sabíamos qué era pero que teníamos claro que algo sucedía y no íbamos a permitir que siguiera así. Lara no nos decía, quizás tan claramente como nuestras cabezas querían que lo dijese, “soy una niña trans”. ¿Cómo iba a decirnos eso si nunca lo había escuchado?, pero sí nos lo decía a su manera.

Tuvimos la suerte que desde bien pequeña lo verbalizaba a su manera y nosotres, mientras, con nuestras historias de adultes sin prestar demasiada atención. “¡Yo soy como mamá y no como papá!”. Intentábamos “convencerla” (¿De qué queríamos convencerla? Madre mía…) de que ella era un niño y no una niña (maldigo otra vez ese momento) y de que todes somos iguales. “Sí, todes iguales, pero ¡yo soy como mamá y no como papá!”.

Tras varias noches acostándose triste, queriendo cambiar su armario, y hartes de verla así, empezamos a buscar información por las redes. Escribimos a todos los sitios que veíamos que nos podían informar y fue en uno de ellos cuando nos dieron el teléfono de Ana Ayuso. ¡Bendito momento! Ana, desde el primer momento te has mostrado cercana, aclarándonos dudas, nombrando a Lara en femenino y nosotres, con nuestra cabeza dura, nos costó nombrarla en femenino… Nos abriste tu casa, incluso teniendo que irte a trabajar, y nos enseñaste que todo no es tan terrible como pensábamos. Que no pusiéramos tiritas antes de tener heridas y que siguiéramos escuchando a nuestra pequeña, que ella iba a poner el ritmo.

¡Y menudo ritmo! Tenía ganas de ser quien siempre ha sido y de mostrarle a todo el mundo que ella ES LARA. Tenía claro el nombre, desde los dos años y poco jugaba con su amiga imaginaria Lara. No era su amiga imaginaria, era ELLA. Nos aconsejaste para que fuéramos diciéndoselo a les familiares que considerásemos y a toda aquella persona de confianza. ¡Qué miedo otra vez! Pero lo hicimos y tuvo muy buena acogida. Teníamos miedo de la abuela Engracia, mujer de pueblo y con mentalidad, pensábamos, algo más conservadora. Y, ¡sorpresa!: “¡Yo solo quiero que mi nieta sea feliz!”. Se confundía menos que nosotres al llamarla por su nombre. La bisabuela, mujer de 85 años, ¡igual! “¡Si es feliz, yo soy feliz!”. Y toda la demás familia y amigues la misma reacción.

Hoy se cumple un año de aquel momento de ansiedad, de miedos, de lloros, de búsqueda de información, de tristeza de nuestra hija, de que el mundo se nos venía encima. Hoy hace un año empezamos a conocer la transexualidad y a aprender. Hoy hace un año que cambió nuestra vida y siempre a mejor. Y gracias a ti, Ana, por habernos dado tanto por nada a cambio. ¡Estaremos eternamente agradecides de haberte conocido!