Fuente (editada): ctxt CONTEXTO Y ACCIÓN | Editorial | 11/06/2020

La publicación, el 10 de junio, del argumentario sobre feminismo y teorías de género en el PSOE, con el respaldo de la vicepresidenta Carmen Calvo, ha supuesto una escalada en la constante ofensiva de un sector del feminismo contra el reconocimiento de la existencia de las mujeres transexuales y las “llamadas teorías de género”, bajo el argumento de que reconocer la libre autodeterminación del sexo sentido y vivido supone un borrado de las mujeres y un ataque al movimiento feminista. El documento es sorprendente, por cuanto se opone al programa político aprobado por el PSOE en su último Congreso, a su programa electoral, al compromiso de Gobierno y a la enmienda a la ley de 2007 que el propio partido presentó en la legislatura pasada. Aún más sorprendente, desde el momento en que supone una coincidencia con la posición de grupos abiertamente transfóbicos como Vox y Hazte Oír.

La cuestión del reconocimiento legal de la identidad de género, hay que decirlo, ya está cerrada no sólo por la Ley de cambio de sexo registral de 2007, sino también por el reconocimiento del Derecho de las personas menores de edad trans a manifestar su identidad sancionado por el Tribunal Constitucional y por el mandato del Tribunal Supremo de que deje de considerarse la manifestación de identidad como una enfermedad. Ambas resoluciones han puesto fecha de caducidad a la ley de 2007 y motivan las propuestas de legislar nuevamente el tema con un reconocimiento de que todas las personas somos soberanas para definirnos en nuestra identidad, más allá de diagnósticos que han sido abandonados por la OMS por su ausencia de base científica o de una identificación puramente reduccionista de nuestro sexo con nuestra genitalidad. El sexo, y por ello la sexualidad, el género y la identidad, de los seres humanos surge de la conjunción de muchos factores: genética, morfología sexual, morfología cerebral, perfil endocrino, educación y entorno. Hace ya 33 años que esto fue reconocido por el Tribunal Supremo español, abriendo un debate jurídico y social que aún no termina de cerrarse.

Pero el problema que manifiesta el documento y las constantes invectivas trans-excluyentes no es jurídico. Es un debate social y mayormente un debate de entrañas. Siguiendo una dinámica argumental muy cercana a las campañas de los grupos integristas de ultraderecha, se ha pretendido indicar que reconocer a las mujeres transexuales borra a las demás mujeres, de forma similar a como se auguraba la desaparición del matrimonio por reconocerlo para las personas del mismo sexo. En realidad, el hecho de que las personas trans hayan tenido que sufrir discriminación, incomprensión, largos años de diagnóstico y un laberinto legal para llegar a poder vivir como mujeres o como hombres (a las personas no binarias el sistema español no les ha permitido vivir como son) más bien demuestra que el concepto mujer goza de buena salud y es deseado y reforzado por quienes hacen tantos sacrificios para añadirse al género femenino y al movimiento feminista, aunque sea al final de la cola.

Afirmar que la autodeterminación de género es un ataque al feminismo y que puede suponer su disolución resulta contrario a los hechos. Hace ya nueve años que en Argentina se promulgó una ley como la que ahora se pretende impedir, y si algo queda claro es la vitalidad y buena salud del movimiento feminista argentino, en el que todas las mujeres, incluidas las trans, han movilizado al país en la lucha por el aborto, contra la violencia de género y por el reconocimiento de las violencias estructurales contra la mujer. La realidad probada es que un movimiento feminista inclusivo en el que caben todas las mujeres, racializadas, trans, de cualquier confesión o nivel social, es más fuerte y efectivo para cuestionar los conceptos y patrones de conducta de una sociedad patriarcal y para conseguir la inclusión social y la igualdad de todas las mujeres.

La apelación a la necesidad de mantener diagnósticos o pruebas de identidad, que nadie parece querer concretar, para permitir el cambio de sexo legal, perpetúa la idea de que algunas capas sociales tienen el privilegio de otorgar carnets de pureza y el derecho a someter a pruebas de resistencia a personas en dificultad para que puedan alcanzar el estatus del que otras disfrutan sin necesidad de prueba alguna. Un estatus, por cierto, en el que existe el feminismo porque no se reparten privilegios. Conviene señalar, también, que facilitar el cambio de sexo registral por simple declaración no supone que vaya a ser una operación frívola; es tan sólo el comienzo de un interminable proceso de cambio en todos los documentos, contratos, títulos y el inicio de una agotadora lucha por el reconocimiento social en el que se es cuestionade a diario.

Y sí, queda la cuestión del no binarismo, del pánico a las personas que no quieren ser definidas ni como hombres ni como mujeres. Opción que al parecer ofende la sensibilidad de quienes se sienten cómodas en su identidad y cuestionadas por la aparición de modelos de vida distintos que no entienden. Nuevamente cabe preguntarse en qué ofende a la manifestación identitaria del feminismo que haya quien haga una manifestación de identidad distinta. Más allá de los argumentos del miedo, este reconocimiento no supone el cambio de ninguna norma dictada para la protección de los derechos de la mujer ni altera los mecanismos de inclusión en las mismas. Sin duda, introducir una tercera opción en un sistema profundamente binarista y patriarcal obligará a definir los criterios de interpretación e inclusión de esta nueva condición en las normas actuales, pero difícilmente tendrá el efecto que el discurso del miedo está difundiendo. Aquí, lo mismo que en cualquier otra norma, quien pretenda usar la ley con abuso y perjuicio de terceras personas se encontrará con la prohibición del abuso del Derecho que opera desde 1889 y con las cautelas que puedan establecerse.

El PSOE –y los demás partidos– quedan en la encrucijada de demostrar su compromiso real con los derechos humanos y la defensa de la diversidad o ser rehenes del discurso pacato, profetas del miedo y la connivencia con quienes discriminan desde la atalaya de sus privilegios.