Jessica Marjane y Lía García, fundadoras de la Red de Juventudes Trans de México, comparten con nosotras su tácticas de resistencia ante tanta transfobia. Hablan de cuidados, de despedidas y de establecer alianzas como únicas estrategias para la supervivencia

Fuente (editada): Píkara magazine | Andrea Momoitio | 13/03/2019

Jessica Marjane llegó puntual al El Café Denmedio, que no está exactamente en la mitad de la Ciudad de México, pero está muy céntrico. Apenas me dio tiempo a poner en marcha la grabadora y mi cuaderno ya estaba lleno de posibles titulares. Mi papel se limitó a escuchar. Tiene claras todas las preguntas y cristalinas las respuestas. En unos minutos ya estaba trazada su historia de rebeldía. En su caja de recuerdos, que comparte con gran generosidad, pesan especialmente los vinculados a su abuela materna: “No necesitó ningún marco conceptual para entenderme. Le bastó con la empatía”, cuenta. No dice explícitamente cuánto la echa de menos, pero su voz solo se rompe un poquito al hablar de ella. Fue su abuela quien abrió la puerta a la acepción por la que acabó pasando el resto de su familia. Nació en el norte de la ciudad, pero su vida se ha construido sobre puentes: el que la mantiene entre la ciudad y la comunidad indígena de la que proviene su familia; en el que ha construido su feminidad basada en sus propias necesidades, al margen del binarismo; los que construye a diario para mantenerse a flote entre tanta transfobia. Estudió Derecho imaginándose abogada, creció soñándose vieja, con música melancólica de fondo, escuchando cómo le llamaban ‘joto’ (marica), sorteando las burlas y los estereotipos de género. Rodeada de mujeres, tratada como tal, Jessica encontró, por fin, la paz y… la transfobia. “Mi identidad como mujer trans es un deseo completamente profundo, que abarca todos mis vínculos, mi forma de afectividad, mi memoria, la forma en la que sueño ser narrada en el futuro”.

La niña que fue y la anciana que será se encontraron en el camino con algunos líos y con Lía García, cofundadora con Jessica de la Red de Juventudes Trans México. Ella llega un poco más tarde a la cita, con el retraso propio de Ciudad de México. Escucha con interés la historia de su compañera, a pesar de conocerla muy bien. Escucha tan atenta por convicción. Lía  sintió que necesitaba politizar y expandir los afectos, que emanaban de su vida personal, al tejido social, con la intención de continuar tejiendo una nueva forma de entender la rabia y el estado de emergencia que se vive en México. Es pedagoga y ejerce continuamente su profesión. Si hubiese algún código ético al estilo juramento hipocrático, pocas lo cumplirían tan a rajatabla como ella.

Ya estamos todas.

Es obligatorio empezar hablando de las que faltan.

México es el segundo país a nivel mundial en el que se registran más crímenes de odio hacia la población LGTBIQ+. El Centro de Apoyo a las Identidades Trans de México documentó los asesinatos de 59 mujeres trans en 2017, acumulando así 422 casos desde 2007. Las cifras caen en el papel provocando un ruido ensordecedor: “Sales de tu casa y puede que no regreses. Así funciona este país. Las personas trans tenemos que lidiar con esa incertidumbre. Planeamos qué vamos a hacer al llegar a casa o el fin de semana, pero siempre está presente la posibilidad de no regresar, de amanecer en la cama de un hospital, en cualquier lugar golpeada, desaparecida. Yo por eso apelo tanto a las políticas de las despedidas. Nunca sabes si al rato vas a volver a saludar a esa persona, narra Lía. Las violencias que sufren las mujeres trans en México tienen muchos elementos en común con las que viven las mujeres cis: acoso sexual, acoso verbal, violencia física y múltiples formas más sutiles de violencia…, pero atraen también ciertas especificidades: “La dimensión cambia con una mujer trans porque la saña es diferente. Es un castigo distinto por querer ser quien no eres para ellos. Primero te piropean, te silban, pero luego te llaman “puto” o “joto”, te nombran como tú no quieres ser nombrada”, explica Jessica. La misoginia, la homofobia y la transfobia siempre conviven sin dificultad.

Hablan tranquilas, con firmeza, como si no fuesen sus vidas las que están en riesgo, pero reconocen también sin pudor el miedo, la incertidumbre y la inseguridad con las que conviven: “La gente cis goza del privilegio de la certeza. Aún así, claro, las mujeres cis sufren violencia, pero su identidad es certera en todo el mundo. Ustedes son el estándar. Nunca se lleva a juicio ni se psiquiatriza su identidad. Se ha psiquiatralizado la toma de decisiones de las mujeres cis, pero no su identidad. Si ustedes van al centro médico, claro que viven violencias, pero esas violencias tienen la certeza de que ustedes son mujeres”, cuenta Jessica. En torno a las identidades trans siempre planea la duda, las miradas que tratan de adivinar quién eres, las preguntas indiscretas, los comentarios: “¡No pareces trans!” o “Casi me engañas”. El grupo mexicano Banda Machos canta: “Me dijo me llamo Raquel y pensé: ¿Será ella o será él? Le agarré y lo comprobé. Me paré y me eché a correr”. Toda la cultura tránsfoba condensada en 24 palabras que ellas sienten cada día al caminar. Sigue Jessica: “Me di cuenta de que ya estaba en una transición porque la violencia empezaba aumentar en la calle: me hostigaban, me silbaban, los hombres se sacaban el pene, se masturbaban delante de mí”.

Jessica Marjane en en un momento de la entrevista.- Fotógrafa: Zuriñe Burgoa

Jessica Marjane en en un momento de la entrevista.– Fotógrafa: Zuriñe Burgoa

La Red de Juventudes Trans México nace para hacer frente a tanta violencia explorando nuevas formas de pedagogía, de reconocimiento mutuo, para construir espacios de paz al margen de las distintas formas de violencia que sufren las personas trans en México. La variable de la edad es imprescindible también para entender cómo se articulan las distintas violencias: “La toma de decisiones de las personas jóvenes está sometida a la no certeza. Si una persona joven toma una decisión, la sociedad duda. Se sigue la premisa de que a más edad, más experiencia. Eso es algo muy patriarcal y normativo. Igual de normativo que esa idea de que las personas trans hemos nacido en un cuerpo equivocado”, cuenta Lía antes de denunciar que tenemos “una forma de ver el tiempo muy lineal. El tiempo está organizado de una forma románica. No se valoran otro tipo de temporalidades que sí funcionaban acá antes del colonialismo. Es muy importante decir esto porque desde la Red cuestionamos también qué sucedió en el proceso de colonización con las personas trans. La colonización trajo el judeocristianismo, que vino a poner el pecado en el cuerpo. Queremos hablar de la herida colonial que todavía llevamos cargando en nuestros cuerpos. De ahí deviene todo: cómo se estructura el mundo y sus violencias, a partir de la herida colonial. La historia se ha limitado mucho, pero es importante regresar a las raíces, aunque resulte cansado. Proponemos un proceso de búsqueda, de reconexión e incluso de reconciliación. Eso nos hace mucha falta a las personas trans”.

En 2014, tras detectar las necesidades específicas de la población trans más joven de su país, Jessica y Lía buscaron la manera de establecer alianzas que permitieran generar un espacio de complicidad, empatía y apoyo mutuo. La formación en Derecho de Jessica garantiza que todas sus propuestas busquen el cumplimiento de los Derechos Humanos y supone en sí misma una transgresión: El campo del derecho, tradicionalmente tan masculinizado, se enfrenta ahora a la mirada de una mujer trans y a su afán por traducir a un lenguaje más cotidiano todos esos conceptos que nos resultan a veces tan ajenos. A ellas, especialmente. Lía trae nuevas propuestas pedagógicas y de afecto para seguir caminando: “Necesitamos que el afecto se cruce con la pedagogía para construir una nueva forma de hacer educación, que cuestione qué papel tenemos la personas trans dentro del sistema, desde todos los puntos de vista”. La Red ofrece talleres de formación política, herramientas para abordar el cambio legal de nombre o para hacer frente a las detenciones arbitrarias, pero también buscan favorecer procesos personales: “Tenemos que ver cómo las personas trans podemos regresar a nosotras mismas, cómo somos capaces de generar otras redes en las que no exista tanta violencia, maneras distintas de encajar más allá de los estereotipos de género, dejar de cuestionar que unas formas de activismo sean más valiosas que otras. Intentamos romper todas esas imposiciones, todo lo que tiende a homologarnos, como tanto le gusta tanto a la sociedad patriarcal”, asegura Lía, que mira siempre a los ojos y taladra con su claridad. “Queremos saber —sigue Jessica— cómo transitan las juventudes, qué necesitan, qué les duele, qué pasa más allá de la palabra, de los discursos”.

La violencia une y duele. Por eso, desde la  Red de Juventudes Trans México insisten también en la importancia de sanar las heridas. “Hay heridas que podemos curar de manera colectiva, que podemos denunciar colectivamente, heridas que sabemos quién nos causó, pero también nosotras somos responsables de nuestra propia sanación. Eso tiene que tener un soporte, un espacio de escucha, que para muchas es un privilegio. No hablamos necesariamente de una terapia que nos patologice sino de un espacio para la escucha. Si no los tuviéramos no podríamos soportarlo, asegura Jessica. “Estamos en continua resistencia —añade Lía— y es importante cuidarse. Cuántas compañeras no pudieron contar su versión de la historia porque la transfobia se las llevó”.

Lía García durante la entrevista en Ciudad de México.- Foto: Zuriñe Burgoa

Lía García durante la entrevista en Ciudad de México.– Foto: Zuriñe Burgoa

Ellas han aprendido a escuchar. Creen en el potencial del silencio para desarrollar la empatía, en la articulación de las distintas luchas para hacer frente a los frentes enemigos en común.

La violencia que sufren ellas, sin embargo, nunca ha formado parte de las prioridades de las agendas feministas. “Casi de manera previa a todos los encuentros feministas se ha dado el debate sobre si podíamos estar o no las mujeres trans”, cuenta Lía, que asegura que la incomodidad que despierta su presencia “en el espacio como mujeres trans se extiende también a nuestros círculos feministas”.

—¿Cómo es vuestra relación con el movimiento feminista, Jessica?

— Siempre decimos que nuestros principales referentes son nuestras aliadas feministas. Nosotras somos feministas, pero esa fue otra transición. No fue fácil que nos pudiéramos asumir así porque, así como nos enfrentamos al Frente Nacional por la Familia, que violenta nuestras identidades y cuerpos, también nos enfrentamos al conservadurismo de las compañeras que se definen TERF [feministas radicales trans excluyentes]. Posicionarnos feministas nunca va a dejar de ser un reto. Hemos tenido que transitar también al feminismo y nos ha costado mucho, pero nos ha dado mucha satisfacción. En el camino nos hemos encontrado con mujeres que sí son aliadas y creen en una propuesta diferente de construir ética feminista, basada en la interseccionalidad, que atraviese el feminismo: ¿Qué me aportas tú? ¿Qué te aporto yo? Deberíamos hablar más de lo que nos une que de lo que nos separa. Pero lo que pasa es que las mujeres trans somos, en todo caso, arrojadas al transfeminismo porque como somos trans nunca se piensa que podemos estar con otras formas de feminismo. Parece que no podemos anunciarnos en otros feminismos como los decoloniales, como todos los que surgen desde Aby Ayala. A nosotras también nos mueve el transfeminismo, pero hemos sido críticas porque éste no tiene que ser necesariamente blanco. Muchas cosas de las que buscan los transfeminismos, que son exportados, los feminismos de acá ya lo tienen. Apuestas que ya venían dándose de saberes de ancestras que cuestionaban cómo se entiende el dolor, que hablaban de las heridas, de cómo el cuerpo se resiente, duele. A lo mejor no se llamaba de la misma manera, pero existía. Quizá no se hablaba de feminismo, pero existía la resistencia. Esa distinción entre feminismo liberal o radical, esa única división, desdibuja otras cosmovisiones. Esa categorización está siendo violenta con otras narrativas.

Los desafíos aún son muchos.

—¿Qué retos tenéis por delante?

—Lía desde la pedagogía propone el trabajo con los hombres, pero mejor que lo cuente ella.

—Sí, tenemos que cuestionar de qué manera nos socializamos las mujeres trans con los hombres. Nuestras compañeras trabajadoras sexuales nos han enseñado mucho de eso. Es un asunto completamente fuerte que denota mucha violencia. ¿Qué pasa cuando queremos relacionarnos con un hombre cis de manera afectiva? Por ejemplo, hay muchas compañeras trabajadoras sexuales trans que son asesinadas por hombres cis. Desea, pero al final acaba matando. Son pocas las historias, y hay que decirlo, de hombres que asesinan a mujeres trans por el hecho de serlo. Lo que sí sabemos es de compañeras que primero han pasado por un involucramiento afectivo o una relación sexual previa y luego han sido asesinadas. Eso está hablando de muchas cosas. De ahí parte esa urgencia que yo encontré y que reivindico desde la Red: es urgente trabajar con la masculinidad. Parece que siempre desde la broma, desde la burla, de la exotizacion, se cuenta que nosotras, las mujer trans, sólo buscamos el deseo, el tener sexo desbordado, pero hay muchas formas de relacionarnos y los hombres tienen que entender que las mujeres trans nos podemos relacionar de muchas maneras. Puedo ser trabajadora sexual, pero yo también puedo ser amiga, compañera, también puedo compartir mi experiencia. Hablamos mucho del machismo, de las actitudes que tienen los hombres, pero tenemos que trabajar con ellos. Sé que es un tema que en el feminismo cuesta mucho. Es algo que sacude a muchas compañeras. Yo entiendo el resentimiento que tenemos con los hombres, que no queremos tenerlos cerca, pero creo que es necesario que nosotras pongamos el cuerpo ahí con ellos para que ellos puedan deconstruirse. Un amigo mío maravilloso, Fernando Fuentes, anarquista de corazón, siempre me dice que el proceso de deconstrucción de la masculinidad es prácticamente imposible, que nunca va a terminar. El proceso es valioso y yo creo en una apuesta político feminista y pedagógica de procesos porque no existen los finales. En los espacios de activismo idealizamos el fin, el momento en el que se va a terminar toda la violencia, ¡pero siempre vamos a estar en proceso! Podemos transformar las cosas, pero ¿repararlas? Una siempre va con la idea de reparación, de alivio, de curar algo y en realidad…, tenemos que aprender a vernos como procesos más que como resultados.

El resultado de esta entrevista, espero, alivie a alguien.