Acérquense un ratito a escuchar esta triste historia, la de mi vida en territorio neutro.

Fuente (editada): VICE | Gabriela Wiener | 3.12.20

Yo les entiendo porque alguna vez en mi casa fui para mi hije como ese troll del lenguaje inclusivo que me deja comentarios todo el rato antes de abandonar mis artículos: “dejé de leer en niñe”. Fui su RAE maternal, su Pereza Reverte y eso que hasta la policía española ahora es más simpática que ese escritor. Si ustedes creen que el lenguaje no sexista de algunos artículos o los discursos de algunas diputadas feminazis son vuestra peor pesadilla y que esos maricones están destrozando el lenguaje, acérquense un ratito a escuchar esta triste historia, la de mi vida en territorio neutro.

Un día no solo me dijo que era trans no binarie, no solo se cambió sin inmutarse el nombre que le puse con todo mi amor y que había sacado de un libro de Faulkner, sino que pretendía que pasara todas mis rutinarias y cómodas conversaciones al neutro, y que le identificara de la noche a la mañana con un pronombre que no existe. Y me lo tragué ajustando el asterisco, como se dice en mi país. En el camino me acusó mil veces con el ceño fruncido de hacerle misgender todo el rato a elle y a sus amigues; esto es, confundir sus géneros. No se es inclusive de la noche a la mañana, pero lo intentamos.

De pronto me vi pronunciando con torpeza frases que me dejan perpleja ni bien las pronuncio como “tú misme, bebite”, “te quedaste tan panche”, “sé comprensive y cariñose, por favore”.

Para hablar con elle en el día a día salen de mi boca sobre la marcha sufijos, derivaciones y morfemas demenciales, invenciones que pueden acabar con un: “no seas papa frite”. Hay días en que hablo completamente con la “e” a todes les miembres de le familie por defecto, para no misgenderear a nadie. Hay días en que directamente no hablo. Pienso cada palabra que voy a decir dos veces, lo que, es posible, me ha hecho menos impulsiva en general. Y, claro, menos hegemónica. Ergo, más simpátique.

Bueno, en realidad nunca he sido la policía del lenguaje de mi hije. Yo en realidad soy la madre feminista que quería feminizarlo todo, toda, porque me lo pedía la cuerpa, neutralizada a tiempo por los agentes tiktokers contra el binarismo. Menos mal que esa madre que soy alguna vez leyó algo sobre filosofía del lenguaje y cree firmemente en que los límites de nuestro lenguaje son los límites de nuestro mundo. Así que aquí andamos, expandiéndonos con elle, que nos ha pedido algo tan sencillo como el respeto a su identidad y a su derecho a ser nombrade así para existir. Curioso cómo hay gente que considera más inviolable el español realacadémico que algunos derechos humanos, ¿no? Como el derecho de vivir en paz. Recordemos que cuando el Observatorio de Palabras de los señoros de la RAE —o su becarie hacker no binarie borrache— incluyó hace unos meses el pronombre “elle” y todes celebrábamos con besites por Zoom, la parte más carca de ellos presionó para que se volviera a quitar porque “gener-aba confusiones”.

Dicen que la implementación del pronombre neutro “elle” durará siglos, pero nosotres no tenemos tiempo que perder, señores dinosaurios, y ustedes menos; es más, están de salida. Además, quién querría terminar fosilizade en la página de un diccionario cuando se puede vivir desbocade en las bocas de la gente. El otro día le que parí me dijo que de ahora en adelante permitirá, para facilitarles la vida, que les amigues que lo prefieran puedan usar indistintamente la “a” y la “e” para nombrarle. “Pero tú no, mamá, tú sigue con la e”. Ya lo dijo bien dicho le genie de mi hije, diose tode poderose: “No me odias a mí, odias lo mucho que te confundo”. Amén.