Hace doce años pensábamos que ser mujer no era nada, tan solo un devenir impuesto, una posición subordinada. Ahora parece que ser mujer lo es todo. La bronca está dentro. Antes el poder era la capacidad de hacer cosas, ahora el poder es el poder.

Fuente (editada): EL SALTO | Josebe Iturrioz | 6 MAY 2020

Me dispongo una vez más a escribir desde las entrañas sobre cosas que me atraviesan directamente y que han sido estructurantes en mi vida. No pretendo vender una objetividad indiscutible, ni una verdad inmutable. Más bien hablo desde el conocimiento situado, desde el saber acuerpado de años de militancia y asambleas feministas. Llegué al movimiento feminista en 1998, tenía 19 años y me incorporé en el único colectivo que a mi parecer representaba al feminismo autónomo. Era la más joven del grupo y se notaba. Llegué junto con Koro Basáñez, una mujer pequeñita de tono suave que se atrevió a hablar antes que yo en aquella pequeña asamblea. Nos habló de su maltrato, había sufrido mucha violencia de quien se suponía que debía quererla. Se había curado y ahora venía a luchar por el resto. Me dejó boquiabierta, fui capaz de improvisar, cambiar lo que tenía pensado decir, conseguí hablar de mi maltrato y comenzar ahí el principio de mi militancia.

Koro, la Súper, murió en 2008 un 24 de noviembre, un día antes del 25. Pudimos prepararle un funeral civil. Gracias a su familia, el funeral fue feminista. La importancia de despedir a alguien que amas desde la coherencia ética y política, sin tener que comerte el discurso católico de alguien que sientes lejano a tu ser querido, es muy gratificante. Perder a alguien y que su despedida sea un trámite, una convención, una despedida en confinamiento, es como retorcer un puñal que ya está clavado en tu estómago. Lejos de curar la herida, la agrava más. Supongo que es así como deben sentirse ahora miles de personas ante la muerte de las personas queridas.

El año que Korito murió, 2008, fue clave desde una visión más general para el feminismo. Ese año se celebró FeminismoPornoPunk en Arteleku. Virginie Despentes publicó su Teoría King Kong y, más tarde Paul Preciado, su Testo Yonki. Ese año las Medeak confraternizamos con PostOp, Quimera Rosa, las Orgía, Diana PornoTerrorista y otro montón de gente y colectivos que más tarde engendraron el TransFeminismo. En 2008 también se celebraron las Euskal Herriko IV. Jardunaldi Feministak (IV Jornadas Feministas de Euskal Herria) en Portugalete. Mucha gente habla de la cuarta ola del feminismo como si se hubiera gestado en redes, a golpe de tuit, con videos adoctrinantes de tres minutos y muchos likes en general. Se olvidan de las bases, no cuentan que antes hubo blogs, activismo y que muchas gritábamos que “la mujer” era una categoría esclava, citando a Wittig, y entendiendo que si éramos mujeres se debía a que ocupamos una posición de subordinación en la sociedad. No era algo nuevo, Simone de Beauvoir lo había dejado claro en su Segundo Sexo.

En 2009, en Donostia, organizamos un encuentro llamado Repensando la Violencia Sexista, donde se gestó el Manifiesto para la Insurrección TransFeminista. El manifiesto impactó en las Jornadas Feministas Estatales de 2009 en Granada. Muchas las llamaron las jornadas de las identidades. No queríamos establecer criterios biológicos para la acción feminista, sino acabar con una sociedad ordenada y dividida entre penes y vulvas. En Granada también Ana Murcia explicitó la incomodidad de las mujeres migradas al militar en contextos de mujeres blancas; eso también era parte de los debates sobre identidades, la clase, la raza y el género. Los trans y travestis masculinos tomaron la voz por primera vez. Recuerdo también al gran Miguel Benlloc, marica feminista y performer brillante, sin perderse una ponencia, discreto y tapado con la capucha de su sudadera.

Será por esta pandemia y la nefasta gestión de la muerte que me acuerdo tanto de Koro. Creo también que me viene a la mente por el devenir de lo que ya podemos denominar como feminismo hegemónico. Un feminismo cada vez más blanco, más cishetero, menos autocrítico. Es tiempo de ministras con camisetas que rezan ser feministas, pero que están compradas en Zara. Poco se habla del drama que se gesta en las casas, no dice que las mujeres que van a la farmacia y se atreven a enunciar “mascarilla-19” poco o nada tienen que hacer, será la policía la que venga a escucharlas, valorará y, si eso, ya se verá.

Ahora hay sectores del feminismo muy preocupados por ilegalizar la prostitución, por identificar a esa mujeres malas con las que sus maridos, hermanos, novios, padres o amigos se acuestan por dinero. No cierran burdeles, ni visibilizan los grandes capitales que están en manos de señores. No denuncian a sus compañeros de partido, no nos cuentan cómo se cierran tratos en burdeles. Atacan a las organizaciones de trabajadoras sexuales, a esas las insultan y las vejan. Me pregunto cuántas de aquéllas se revisan críticamente, me pregunto cuántas ponen en duda sus matrimonios, sus relaciones heteropatriarcales. Es cansino escuchar a mujeres que dicen ser privilegiadas, que alaban a sus maridos porque hacen las tareas y seguro no van, ni han ido de putas jamás. Cuántas de estas feministas recientes sientan a sus hijos y les explican cómo no violar. Cuántas se dan cuenta de que sus parejas violan a sus hijes. Cuántas están dispuestas a acabar con el matrimonio y con la heteronormatividad antes de ir a por las putas.

Me hace gracia que en tiempos de pandemia la gente se pregunte por qué hay más hombres haciendo la compra, yendo a por el pan. Lo tengo claro, como bien dice Silvia Federici, el amor para las mujeres es subordinación, es ser esclava. Si todas las mujeres que salen el 8 de marzo a la calle se rebelaran, si fuéramos capaces de revisarnos críticamente, entender que estamos condenadas a amar a nuestros enemigos, dejar de justificarlos, ahora ellos no ocuparían las calles. Eso no exime a esos cuerpos diagnosticados como hombres al nacer, ellos también pueden elegir no ser amos y dejar de tener esclavas.

Me acuerdo de Korito, la Súper, y de su capacidad de entender, una mujer más mayor que yo, a simple vista normativa, nada más lejos de la verdad. Menuda sabiduría tenía la Súper. Mientras yo me iniciaba en la pornografía, en el travestismo y hablaba de prostitución, ella nunca me juzgó. Siempre me dejó claro que el feminismo era la casa de todas, de todes. Me pregunto qué pensaría ahora ante los últimos sucesos, me pregunto qué le parecería este feminismo hegemónico que se despelleja en redes. No sé si ahora Korito hubiera podido empezar a hablar de su maltrato para incorporarse a un colectivo; sé que yo, ya no puedo. No ha habido nadie que me haya enseñado más y que haya conseguido que cambie de opinión tantas veces. Si gritábamos en una mani Si es aburrido, mata a tu marido, miraba a Koro y entendía perfectamente que no. No se mata alguien porque sea aburrido. Si queríamos hacer una intervención o performance en la calle de mujeres ostiadas y sangre por todas partes, Korito me decía: “¿No te parece que hemos tenido bastante sangre ya?”. Poco le hacía falta para hacerme entender, no necesitaba nada para acercarse a lo que yo hacía. No juzgaba, nunca me echó del feminismo. Ahora en cambio me han echado tantas veces de mi casa que empiezo a creer que poco tiene que ver eso con mi hogar de antaño.

En los años 80 las feministas se negaron a ser penetradas, se les había negado el orgasmo, dejaban claro que su coño no era un espacio tan solo diseñado para la penetración. En los 90 decir que eras feminista era como decir que eras gitana o puta, suponía asumir el estigma, quedarte en el margen. Ahora que se empieza a ocupar el centro parecemos todas muy blanquitas, las personas trans tienen que ir acompañadas a las manis por miedo a ser agredidas. Mientras tanto, las cisheteras van con sus novios. Ahora el feminismo es una casa muy grande y las luchas de poder son cada vez más insoportables. Antes nuestra casa no era tan grande y estaba más abierta.

Cuando Korito murió, pensábamos que ser mujer no era nada, tan solo un devenir impuesto, una posición subordinada. Ahora parece que ser mujer lo es todo. La bronca está dentro. Antes el poder era la capacidad de hacer cosas, ahora el poder es el poder.