Nada es más “natural”, a los ojos de la sociedad en su conjunto, que diferenciar entre hombres y mujeres. Sin embargo, pocos términos condensan tanta cultura e historia como estos.
Fuente: EL SALTO | Carmen Adán | 13 MAR 2021
Para Alexia que hace su tránsito.
Las palabras son poderosas. Tal es su poder que, por momentos, nombrar se convierte en un acto de violencia. Hay cuerpos que gritan por ser nombrados, que buscan y rebuscan palabras para poder dar cuenta de la discriminación que sienten en la piel. Puede que necesitemos palabras que están por inventar, por pensar de otra forma. Desde esta premisa, asumo el reto de compartir las siguientes reflexiones, consciente de que son tan imperfectas como el lenguaje convocado para expresarlas. Puede que también lo sea el orden lógico escogido para transmitirlas. No obstante, considero que estamos obligadas siempre a pensar la actualidad. Así que permítanme, a modo de beneficio de inventario, compartir lo que también es una sensación, esto es, tener en la escritura una forma de compromiso con muchas personas que huyen de la patologización, también la que ejercen las palabras, para decidir sobre su identidad sexual.
Elijo la palabra “cuerpo” para iniciar la argumentación sobre el borrador de la Ley para la Igualdad Real y Efectiva de las Personas Trans con el objetivo de orientar la mirada cara a, lo que en mi opinión es, el filo de la navaja. Ese filo, que corta sororidades feministas, es sobre el que siempre nos deslizamos cuando enfrentamos un problema básico para el tema en cuestión, a saber, que separa lo conceptual de lo anatómico. Nada es más “natural”, a los ojos de la sociedad en su conjunto, que diferenciar entre hombres y mujeres. Sin embargo, pocos términos condensan tanta cultura e historia como estos.
La inclusión de la categoría “género” en el vocabulario cotidiano, gracias en parte a las leyes de violencia de género, contribuyó a que esta palabra saliera del espacio tranquilo de los libros y las aulas universitarias a la vida de las calles, escuelas, hospitales y juzgados. El género se explicó a la población como los dispositivos de la sociedad y de la cultura para que el llegar a ser mujeres o hombres se comprenda en términos de construcción y relación. Por lo tanto, ya se vuelve menos natural ese mujeres y hombres. Esas etiquetas jerárquicas del poder responden a una trayectoria, a una historia y también a unos intereses económicos para un determinado funcionamiento social. Los feminismos, teóricos y activistas, llevan siglos denunciando que la subordinación de las mujeres ligada a la naturaleza es una quimera. Sabemos desde Simone de Beauvoir que nada en la biología puede explicar la discriminación que sufren las mujeres, llega recordar su célebre frase: “No se nace mujer, se llega a serlo”. La configuración teórica posterior del concepto de género fue de gran utilidad para poder ahondar en esta idea y legislar en consecuencia, desde el nivel de la ONU ata los ayuntamientos más pequeños. En la década de los noventa del pasado siglo, en el inicio de la tercera ola feminista, el filo de la navaja volvio a afilarse. Teresa de Lauretis y Judith Butler dieron forma teórica a la crítica de que exista algo llamado “sexo” donde el “género” se superpone. El propio género en su actuación construye el sexo. Las teorías queer continuarán la senda metodológica de “desnaturalización” de las categorías del binarismo sexual insistiendo en su carácter de construcciones históricas y sociales.
Legislar: un momento decisivo para las personas trans
Legislar es un momento decisivo. Legislar implica reconocer derechos y obligaciones y, por lo tanto, los debates exceden la tranquilidad de la teoría para dar paso a las necesidades de la vida. De hecho, si estamos discutiendo un borrador sobre los derechos de las personas trans es porque previamente eses derechos no se reconocen a las personas que así se definen, obligándolas a que otras personas, en concreto a través de la medicina o la psicología, hablen por ellas. El texto de esta ley persigue, desde mi lectura, dos objetivos fundamentales. Primero, reconocer el derecho de cada persona a expresar libremente su género. Segundo, a actuar en consecuencia, mediante el diseño de políticas públicas, para eliminar las condiciones que generan la discriminación. En este segundo aspecto, también en mi opinión, se queda corta, como la mayoría de las leyes de igualdad, que obvian el sistema económico que genera desigualdad y precariedad. En lo referido al primero de los objetivos: ¿Dónde nace la discrepancia en el debate? Permítaseme decir que no sé si se puede hablar de debate o más bien de un muro de ruido que dificulta entender lo que está en juego. Así, el enfrentamiento se sitúa de nuevo en ese filo de la navaja aludido con anterioridad, formulado de la siguiente forma: ¿Es la identidad sexual algo libremente decidido o existe un sexo biológico, o algo “natural” que lo determina? Cuando desde el feminismo la respuesta es que sí existe “algo”, no dejo de pensar que estamos entrando en bucle. En bucle para qué? Cuál es el objetivo político en la defensa del nacer “mujeres”?
Es obvio que los cuerpos existen con independencia de su conceptualización. No obstante, es en las sociedades humanas donde toman sentido y se constituyen en sujetos de derechos. La segunda piel de los cuerpos son los conceptos, le dan forma. Una forma que escriben e inscriben en un registro bajo un nombre. Por eso, cuando el borrador de la ley trans reconoce el derecho a la libre determinación de la identidad sexual de la persona persigue, por un lado, visibilizar una realidad trans que lleva años buscando palabras para vivirse libre e igual y, por otro, eliminar las discriminaciones que sufren las personas que viven una identidad sexual que no se corresponde con la que se le asignó al nacer. Esto pone en cuestión que exista algo “natural” sobre lo que se construye la identidad sexual.
Sí, por supuesto que lo cuestiona. Mas la pregunta para mí es anterior en el orden lógico: acaso ese “dado natural” no estaba ya puesto en cuestión, de facto, por las personas que lo viven y buscan cambiar la sociedad que no se lo reconoce? De estarlo, no implicaría esto que requerir un tratamiento médico o psicológico previo al reconocimiento es desoír su voz y su experiencia. ¿Acaso no se convierte en una injusticia patologizar su derecho a registrar su identidad sexual? Más allá de un debate teórico sobre quién debe ser el sujeto del feminismo, que las nuevas generaciones pienso que ya enfocan desde otra óptica, lo que está en el fondo de la cuestión para mí es que reconocer el derecho de las personas trans no resta derechos a nadie. Considero que el lenguaje no lo cambia todo, falta mucho para cambiar las relaciones materiales diseñadas bajo el marco de opresión patriarcal que une a todos los cuerpos feminizados y que incluyen mayor explotación y violencia para estos. De ahí que no comprenda la frivolidad con la que, en muchas ocasiones, se formula que un deseo o una elección no justifica un cambio en la identidad sexual. La preocupación como feministas debería ser cómo establecer marcos normativos más justos que evitaran la humillación que supone un informe médico o psicológico para poder realizar un cambio registral.
Me encanta una frase de Holly Lewis: “Cambiar requiere conciencia y solidaridad, mas cambiar también requiere cambiar”. Es cierto, que la primera vez que escuchamos “todes” puede resultar extraño, pero su enunciación responde a la necesidad de buscar un lenguaje que incorpore cuerpos que eluden la norma patriarcal según la cual el dimorfismo sexual es inamovible y, por ende, las palabras que dan cuenta del mismo. Otras formas gramaticales serán de uso corriente cuando las usemos de forma cotidiana. El derecho siempre tiene implícita la violencia del poder que lucha por mantenerse, y cuando un texto legislativo cuestiona lo que se considera más “natural” del mundo, esto es, que existen dos sexos, igual a nivel teórico debamos abrir todos los debates analíticos posibles. Sin embargo, en otra dimensión, la de la vida, hablamos de personas concretas, de cuerpos a los que el derecho los marca como “incorrectos”, “equivocados”, “disfóricos”…
Solo tenemos que leer el índice de suicidios o de pobreza de las personas trans y escuchar la incomprensión que narran, para decir aquello de que ser feliz sigue a ser revolucionario. Hay personas a las que se les niega incluso la posibilidad de nombrarse, no digamos la de ser felices.