EI Premio Goldman a la Investigación sobre Feminismo y Desigualdades ha sido un espaldarazo para la prolífica carrera académica, divulgadora y activista de Lucas Platero. Repasar sus libros nos invita a hablar de infancias diversas, de interseccionalidad y de memoria cuir.
Fuente (editada): PIKARA MAGAZINE | June Fernández | 14 ABR 2021
Lucas Platero (Madrid, 1970) se encuentra en un momento de plenitud profesional y personal. En 2020, recién consolidado como investigador Juan de la Cierva del Departamento de Psicología Social de la Universidad Autónoma de Barcelona, recibió el I Premio Goldman a la Investigación sobre Feminismo y Desigualdades. La fundación feminista europea FLAX reconoció con este galardón su prolífica carrera académica, divulgadora y activista.
FLAX le pidió que propusiera a personas a las que premiar este año y eligió a dos artistas trans: Ian de la Rosa, guionista y director de cine almeriense, y Dani Curbelo, artista trans multidisciplinar canaria. “¿Qué cosas guays puedes hacer en la vida? Ayudar a pensar gente a la que dar premios”, celebra, encantado con esa faceta de padrino. Destaca las “texturas feministas, antirracistas y decoloniales” de los proyectos audiovisuales de Curbelo y De la Rosa, y el valor de descentralizar geográficamente los referentes transfeministas.
Te entrevisto en plena ofensiva contra la ley trans. ¿Cómo estás?
Intento mantener una calma pedagógica, pero a veces es muy difícil porque no es una discusión sobre ideas sino que hay una parte importante subyacente de sentimientos, temores y fantasías, como cuando hablan de borrado de mujeres. Nadie está diciendo que el sexismo y la discriminación de género no existan. Se están mezclando los debates de una forma tan torticera que hace daño. He participado en una tertulia de radio sobre la ley, fui muy respetuoso y tengo el Twitter lleno de insultos. Siento ansiedad al final de cada día y tiene que ver con la exposición a esta violencia, que se junta con la violencia cotidiana; por ejemplo, llevo una semana intentando cambiarme el nombre en la universidad en la que he empezado a trabajar y no lo consigo. Yo siempre he sentido el feminismo como mi casa. He hecho mucho activismo, he hecho pancartas, manifiestos, y no quiero sentir que el feminismo me rechaza, porque no me rechaza. Creo que este giro conservador es de personas que no vienen del feminismo de calle, que no han participado en asambleas ni en jornadas feministas estatales, que no tienen referentes como Justa Montero, Cristina Garaizabal o Empar Pineda. Me da mucha pena, pero luego hablo con mis amigas feministas y se me pasa.
¿Qué te parece el borrador de la ley?
Yo no he participado en su elaboración. Hay cosas bien resueltas, como el reconocimiento de la identidad de todas las personas que están en España, independientemente de su nacionalidad. Se habla de la infancia, de la educación… Contiene lo que los colectivos quieren: despatologización, autodeterminación, muchos derechos, reconocimiento de la situación estructural de discriminación por la que hay unas personas que están peor; y ahí nos sirve la herramienta de la interseccionalidad: personas mayores, la gente que está en prisiones, que tiene diagnósticos de enfermedades o discapacidades. Le va a cambiar mucho la vida a quienes viven en comunidades autónomas sin legislación propia.
¿Hay algún aspecto que te parezca mejorable?
Creo que el proceso se podría haber manejado de otra manera. La Dirección General de Igualdad contó con los colectivos, pero les pasó el borrador cuando ya estaba casi circulando por los medios. Recuerdo que la elaboración de la ley de igualdad [de 2007] no tuvo suficiente participación de los colectivos feministas. No se acaba de contar con las personas a las que les pasan las cosas.
El premio Emma Goldman ha sido un espaldarazo importante para ti como académico.
He tenido que escuchar que mi trabajo es literatura, no ciencia. Compañeras de Psicología se refieren con un tono despectivo a “los libritos esos” que hago. Hay un cuestionamiento a ciertos temas y ciertas técnicas, lo cuantitativo parece más importante que lo cualitativo. La carrera académica es difícil cuando no sigues un camino ortodoxo. Quienes hacemos un trabajo en el que se cruzan la sociología, la educación social, la psicología o la antropología, resultamos personas incómodas porque ¿dónde nos ponen? Esto en España no se valora, es más fácil reconocer este tipo de trabajo en el extranjero. Por eso el premio es muy importante para mí y llegó en un momento clave, cuando recibía muchos noes. Pero también siento eso de que nadie es profeta en su tierra.
Te conocí en las Jornadas Estatales Feministas de Granada, en 2009, donde hablaste de masculinidades femeninas y aún escribías Lucas entre paréntesis. ¿Cómo ha sido transitar con más de 40 años, siendo tan visible en el activismo y en la academia?
Tenía muchas más oportunidades cuando hacía carrera universitaria desde la experiencia feminista bollera. El tránsito me ha puesto en una posición crítica, me ha pasado factura y me ha costado mucho tiempo volver a la academia con fuerza. Con la crisis económica, en la universidad se limitaron mucho las contrataciones, y yo tengo un perfil difícil porque estoy entre disciplinas. Estuve trabajando mucho tiempo en un instituto a la vez que en la universidad; muchas personas trans tomamos esas decisiones guiadas por el “por si acaso”. La educación secundaria fue mi asidero para convertirme en funcionario. Recuerdo que Àlec Casanova [activista trans valenciano] ya me lo dijo: “Yo primero me hice funcionario y luego terminé la transición”. Yo no seguí ese orden, lo hice al revés y ahora lo entiendo. En los últimos años sí que he vivido un proceso concatenado de reconocimientos y de oportunidades laborales, porque cuando tienes un éxito es más fácil que lleguen nuevos éxitos.
Fundaste el colectivo LGTB de la Universidad Complutense de Madrid, Erre que te erre (Rqtr). ¿Cómo recuerdas ese activismo en los 90?
Rqtr fue una de las cosas más importantes que me pasaron en la vida. Le debo muchos aprendizajes políticos y sociales, mucha formación feminista y amistades que no habría tenido de otra manera. Veníamos del feminismo lesbiano y de la asamblea de mujeres de la Complutense. En las carreras de ciencias sociales estábamos recibiendo una formación impregnada de ideas sexistas y capacitistas. En Rqtr, en cambio, teníamos compañeras sordas y una parte importante del colectivo se puso a aprender lengua de signos. Argumentábamos por qué lo LGTBIQ tenía que ser feminista. Explicábamos al profesorado de Psicología que las terapias reparativas de la homosexualidad que mencionaban como opción son injustas, inhumanas y acientíficas. Ese activismo universitario sigue siendo muy importante, en él se juntan las ganas de cambiar la sociedad con la inquietud sobre dónde se produce y cómo se enseña el conocimiento. No va de subvenciones ni cuotas de poder sino de lo cotidiano, lo asambleario, el compañerismo y poner el cuerpo en el espacio público.
En 2007 publicaste Herramientas para combatir el bullying homofóbico y en 2014 Trans*exualidades. Acompañamientos, factores de salud y recursos educativos. ¿Cómo ves ahora el panorama en los centros educativos?
Ha habido un cambio sociológico significativo, antes era un tema tabú y ahora les chavales saben que lo pueden traer al aula. No van a aceptar que el profesorado les hable mal o que plantee discursos sexistas. También hay un profesorado muy motivado que quiere que se respeten los derechos de la infancia; incluso desde las escuelas concertadas católicas me han pedido recursos para trabajar sobre transexualidad. Es el fruto de un caldo de cultivo creado por el activismo de las familias con infancias trans, la visibilidad de la gente joven, el cambio sociológico sobre cómo se entiende la sexualidad no normativa, el debate sobre la ley del matrimonio entre personas del mismo sexo o la de identidad de género, además de la presencia del feminismo y de la coeducación. Ahora solo nos falta estar al nivel de Argentina, donde hablan de educación sexual integral, sin miedo. Estamos mucho mejor que hace 20 años, pero también estamos peor en otras cosas: ahí tenemos a la extrema derecha hablando del pin parental.
Las voces contra la ley trans creen que esta empujará a las niñas y a los niños a decidir precipitadamente sobre su identidad, a transitar y a hormonarse. ¿Qué opinas?
A mí me gusta utilizar argumentos feministas: que exista la ley de divorcio no significa que la gente se divorcie por deporte. Hay una mirada muy cruel sobre la infancia. Lo que pasa es que ahora escuchamos más a las criaturas y dicen cosas que son incómodas. Por eso estamos teniendo esta explosión de criaturas que son distintas a lo que sus padres y madres quieren que sean. Esa idea de las feministas transexcluyentes de que estamos obligando a les niñes a hormonarse… A veces los bloqueadores [en la pubertad] y las hormonas [en la adolescencia] son útiles, también puede ser útil un corte de pelo o cambiar el nombre. Lo que la ley plantea es precisamente que no sea obligatorio. Ojalá construyamos un mundo donde la gente no esté obligada a pasar por protocolos y certificaciones para que no la discriminen y la machaquen en el contexto educativo.
Otro de tus primeros libros, Lesbianas: discursos y representaciones (2008), me anima a preguntarte por el continuum entre lo lésbico y lo trans. Quienes hablan de borrado de mujeres también hablan en nombre de las lesbianas. ¿Cómo ves esa tensión?
Yo sí lo entiendo como un continuum pero sé que otra mucha gente lo entiende como dos cosas separadas y también lo comprendo. Para alguna gente, lo trans sí que ha sido una decisión, un camino elegido. Me acuerdo mucho de cuando en Granada Miquel Missé dijo: “Si yo hubiera tenido otros referentes de mujeres masculinas, quizá no habría transitado”. En cambio, para otras personas lo valioso ha sido tener referentes de hombres trans. Tiene que ser posible habitar diferentes lugares y también que la gente cambie de idea, que se pueda detransicionar. Yo lo que vivo con dolor es que la gente piense que si haces una transición ya no puedes habitar ciertos espacio, por ejemplo, seguir en el activismo por los derechos de las mujeres. Muchas personas trans han pagado ese precio, el del destierro. Somos las mismas personas que antes. De todas formas, colectivos como el Bloque Bollero de Madrid están defendiendo visiblemente los derechos trans.
Descubrí con Intersecciones. Cuerpos y sexualidades en la encrucijada, el libro que coordinaste en 2012, la potencialidad del análisis interseccional. Activistas afrofeministas como Esther Mayoko Ortega critican el uso que hacemos las feministas blancas de este término.
Estoy de acuerdo y hago autocrítica. Me gustaría volver atrás y coordinarlo de otra manera. Pero tiene que ver con quién era yo entonces. Por ejemplo, leía mucho en inglés y no me vinculaba a Latinoamérica. Tenemos que reconocer las aportaciones y las ausencias, qué fácil es dejar atrás a las mujeres negras, y en nuestro contexto a las mujeres gitanas, con discapacidad, a las presas o a las mujeres del sur. Creo que es un concepto que sigue teniendo utilidad, que abre puertas para trabajar cuestiones concretas y necesarias. Acabo de facilitar una formación con más de 300 profes de Aragón sobre cómo pensar la interseccionalidad en los planes de igualdad de las escuelas. Pero también tenemos que avanzar y me gusta cómo Jasbir Puar habla de ensamblajes o María Lugones de entretramas y urdimbres.
Has editado junto con Silvia López el ensayo coral Cuerpos marcados, centrado en las políticas públicas. Tú has trabajado como consultor también en ese ámbito. ¿Puedes citar alguna buena práctica desde la perspectiva interseccional?
Destacaría la Concejalía de Feminismos y LGTB del Ayuntamiento de Barcelona. Pienso también en la Associació Prohabitatge, que cuenta con programas específicos para las personas trans sin hogar. María Rodó acaba de publicar el libro Interseccionalidad. Desigualdades, lugares y emociones. Ella propone dibujar mapas interseccionales para ver que la opresión varía según los contextos; por ejemplo, puede que tengas aceptación familiar, pero no escolar. También creo que la interseccionalidad tiene muchas aplicaciones como herramienta diagnóstica en investigación social, así como en el ámbito del litigio estratégico.
Uno de tus libros menos conocidos es Por un chato de vino. Historias de travestismo y masculinidad femenina, en el que imaginas la vida de M.E. a partir de un archivo policial de 1968. ¿Necesitamos hacer memoria, teniendo en cuenta que se tacha lo cuir como una moda posmoderna?
Le tengo mucho cariño a ese libro. Es más experimental, jugué con la realidad y la fantasía para hablar del pasado, de temas difíciles de manejar como las lobotomías o los electroshocks. Trabajar con la memoria tiene un valor radical, le puedes poner apelativo que quieras: cuir, feminista… Nuestra sociedad no ha hecho un trabajo de reparación del daño. Sabemos más de la historia de los Estados Unidos o del Reino Unido que de la nuestra, y lo atribuyo a que tenemos un trauma cultural con el olvido. El destierro, el insulto, el estigma, la cárcel, la tortura psicológica, la modificación de conductas, la violación correctiva… no son temas bonitos. Me faltó un poco de valentía para dar más contexto y longitud al libro, pero me resulta más fácil escribir un ensayo que hacer un ejercicio concreto de memoria con un estilo más creativo. De todas formas, hay quien ha basado su trabajo de fin de máster en el libro y quien ha hecho obra artística a partir de él. Yo me siento en deuda con tantas personas fascinantes que vivieron la represión franquista y que están en el olvido.
Desde que has sido padre, estás investigando sobre las familias LGTBIQ. ¿Cómo estás viviendo la crianza?
Sí, ahora estoy entrevistando a hombres trans gestantes y va a quedar algo muy bonito. La crianza está siendo un viajazo. Pasas tiempo con gente que tú no has elegido, las familias de las otras criaturas de la escuela, gente que en el espacio público te dice “qué fuerte este machote”. Veo que cuando M. va a la escuela con falda, recibe un refuerzo que no recibe cuando monta en bici o se tira en patín. La crianza te confronta, te das cuenta de qué poca imaginación tenemos: ¿lo único que sabemos decir a las criaturas es “qué fuerte” o “qué guapa”?
¿Cómo estáis acompañando a vuestra hija en el desarrollo libre del género?
Le hablamos en femenino pero le ofrecemos oportunidades de ser y de estar más abiertas. Por ejemplo, tiene calzoncillos y bragas. Ojalá tuviéramos una burbuja más grande, yo no quiero tener que soportar lo que la gente tenga que decir sobre el comportamiento o el aspecto de mi peque. Tendríamos que trabajarnos esa capacidad de decir “gracias, pero no me interesa”.
Te has sumergido en la crianza respetuosa, que sigue siendo un ámbito muy cishetero…
En nuestra escuela y en los espacios de movimiento libre a veces hay una mirada binaria sobre las madres y los padres o sobre las niñas y los niños que me molesta, me la espero más de un contexto conservador. Crianza respetuosa también supone ofrecer a la criatura identificarse con el sexo o el género que quiera. Se trata de escuchar a la otra persona. Por otro lado, participo en los chats de crianza feminista y salen debates sobre racismo, sobre alternativas al consumismo… Me gusta esa solidaridad y esa economía alternativa que hay en torno a la crianza, esa cultura de compartir todo (ropa, sacaleches, las fresas de la merienda, conocimientos pediátricos…). Ojalá la experimentasen más personas y no se limitase a la etapa de cero a tres años. Eso me hace creer más en otras maneras de vivir.
Tu primer artículo en Pikara Magazine alertaba de la heteronormativización a la que nos llevaba el matrimonio igualitario. Y, sin embargo, tanto tú como yo nos hemos tenido que casar para garantizar la filiación conjunta de nuestras hijas.
Podemos ser disidentes y hacer crítica, pero las normas sociales están ahí y hacemos uso de ellas. Yo podía haber elegido no casarme, pero entonces tendría que haber adoptado a M., y exponerme a que me tocase un juez LGTBfóbico como Ferrín Calamita. ¿Nos obligas a casarnos? Pues me caso como yo quiera; algunas no quieren que nadie se entere y otras decimos: pues vamos a montar una fiesta. Pienso que es tan importante reivindicar el no tener hijes como el deseo de tenerlos. Esa experiencia no invalida nuestra crítica sino que vivimos en carne propia lo insoportable de la heteronorma y del patriarcado en el ámbito de los cuidados.
Diriges la colección de publicaciones trans* de Bellaterra. ¿Qué tal esta nueva faceta de editor?
Nunca soñé que iba a poder acompañar a una editorial para que ofrezca literatura feminista, trans* y decolonial en castellano. Hay un sesgo de clase en la posibilidad de aprender idiomas, así que ese trabajo de traducción de autoras tan potentes como Sara Ahmed contribuye a la justicia del conocimiento. Me dedico a apoyar libros escritos por gente racializada, LGTBIQ y feminista que hace cosas arriesgadas. Por ejemplo, Jasbir Puar dice que no puede viajar con su libro, Ensamblajes terroristas, porque le paran en los aeropuertos. El pensamiento feminista sigue siendo considerado peligroso, por las palabras que usamos pero también por el simple hecho de atrevernos a pensar.