Como mamá de una niña trans de 11 años, que lleva desde los 7 viviendo de acuerdo a su sexo real, me encuentro muchas veces con este comentario: “Qué suerte tiene tu hija de tener una madre como tú”. Huummmmm. Si esas personas pudieran entrar en el microuniverso que hay en mí, si pudieran ser simplemente yo durante un ratito, se darían cuenta de que la afortunada soy yo. AFORTUNADA con mayúsculas.

Mi hija… Mi preciosa hija… Sin saberlo y sin pretenderlo me ha hecho el mejor regalo de mi vida, me ha cambiado profundamente y con una sutileza que todavía hoy me sigue fascinando. Y pensar que todo empezó con la frase “que no soy un niño mamá…que soy una niñaaaa!!!”.

Gracias a ella he transitado caminos que, al ser desconocidos para mí, me han dado miedo. Pero al empezar a recorrerlos me he dado cuenta de que esos miedos solo estaban en mi cabeza, y que estaban fundados en unos estereotipos y prejuicios que no se ajustaban a la realidad. Por todos esos caminos me he ido quitando capas hasta descubrir que, como todas las personas, soy un ser valioso y merecedor de amor. Esa persona que era yo antes de abrazar la diversidad, y que durante muchos años se sintió pequeña en este mundo, miedosa, insegura, esa persona ya no existe. Gracias a mi pequeña me he liberado de muchos aspectos emocionales que oprimían mi vida sin que yo fuera ni siquiera consciente, y eso me ha hecho más libre. Gracias a ella he descubierto en mí una fortaleza que no sabía que tenía, y es precisamente esa fortaleza la que me ha permitido, y me sigue permitiendo, mostrar al mundo mi parte vulnerable, pero envuelta en un halo de seguridad. Me siento mucho mejor conmigo misma en lo físico, en lo personal, en lo profesional. Me quiero y me valoro, me siento mejor persona, más respetuosa y empática, más feminista, más evolucionada, más consciente, más liberada, con otra actitud ante mis errores, ante la vida, con un deseo de construir un mundo mejor para todas las personas, un mundo inclusivo y respetuoso. Todo este proceso evolutivo que he experimentado, y que tanta felicidad interior me aporta, no hubiera sido posible para mí sin mi hija, porque ella ha sido y es la pequeña linternita que me ha guiado con su luz, con su sonrisa, con todo su ser. Ella es esa flor que cambió mi vida.

Por todo ello hoy te doy las gracias, hija, uniéndome así a la lista de personas adultas que, sin conocerse entre ellas y con diferentes palabras, te han expresado también en preciosas cartas su agradecimiento por esa evolución que han sentido después de compartir un tiempo de sus vidas contigo.

En Euforia me enseñaron a acompañarte de una forma respetuosa, manteniéndome lo suficientemente cerca de ti como para que sientas mi protección y lo suficientemente lejos para que sientas tu derecho a la individualidad, como ser libre que eres, y como persona que está creciendo y descubriendo el mundo. Gracias de corazón también a Euforia.

Mamás, papás, adres, familiares… si estáis al principio del camino o si todavía no lo habéis empezado, os digo que no tengáis miedo porque lo único que va a pasar es que tu hija/hijo/hije va a “romper sus cadenas” y, al permitir que su verdadero yo florezca, cosas preciosas emanarán de su interior y podrás ver cualidades que permanecían “encarceladas” por vivir una vida con un disfraz que no permitía que salieran. Y su luz se hará más grande, y esa luz os alcanzará y envolverá, y esa luz os traspasará y os cambiará, como me cambió a mí. Y siempre será para bien.

Para aquellas personas que siguen negando su identidad les digo, y especialmente a la clase política, que mi hija tiene derecho a ser, a sentir y a ocupar un espacio digno en este mundo. Son derechos humanos indiscutibles e inherentes a todas las personas desde su nacimiento hasta su muerte. Repito: No son discutibles. Y aquellas personas que pretenden seguir obligando al colectivo trans a ir a salud mental les digo que quienes tienen que acudir a estos servicios no son las personas a las que vosotres consideráis “diferentes” sino las que no aceptan la diversidad del ser humano. No es lícito, ni ético, ni moral ese “tutelaje” que pretendéis seguir ejerciendo sobre su vida y su cuerpo. Ninguna persona tiene dueño.

Y por último recalcaros que las personas trans ya no están solas: sus familias estamos al frente, y aquí nos encontraréis cada vez que intentéis vulnerar sus derechos. Familias erguidas, familias orgullosas, familias sin miedo y con mucho, mucho amor.

Mamá orgullosa, transfeminista y defensora de los derechos humanos