40 años después del estreno del documental de culto, un equipo capitaneado por Valeria Vegas y los Javis retrata las vidas de sus protagonistas trans en Vestidas de azul, de Atresplayer. Nacha Sánchez es la única de ellas que sigue viva para verlo (y aparecer en la serie).
Fuente (editada): VANITY FAIR | DARÍO GAEL BLANCO | 17 DIC 2023
Cuando hace unas semanas conocí a Nacha María Sánchez, de 61 años, no pude evitar pedirle que me dedicase un ejemplar de Vestidas de azul, el ensayo de Valeria Vegas editado en 2019 por Dos Bigotes. Sin él no existiría tal y como es Vestidas de azul, la nueva serie producida por los Javis y por la propia Valeria (ejerciendo también de guionista) que se estrena hoy 17 de diciembre. Una suerte de secuela de su ya histórica Veneno, que en esta ocasión recurre a la ficción para explorar, retratar y homenajear las vidas de las protagonistas de Vestida de azul (1983). Me llamó la atención su exquisita educación y su habilidad para ocupar el menor espacio posible pese a acaparar todas las miradas. Al despedirme me hizo entrega, no sin cierta ceremonia, de su tarjeta: una bandera trans con su nombre bien grande en una tipografía tan coqueta como ella. Los datos de contacto eran claramente lo de menos.
El mismo atrevimiento fan que tuve yo lo habría tenido cualquiera que también se conociese al dedillo el casi desaparecido (e hipnótico) documental original, ahora disponible en Atresplayer Premium. En el erial de representación trans que seguía siendo España hasta hace muy pocos años, esta rareza era una de las poquísimas cintas en las que fijarnos quienes estábamos sedientes de ver y conocer a las que nos precedieron, ya fuese dentro o fuera de las pantallas. Sus seis protagonistas, cinco de ellas mujeres trans (Josette detransicionó en los años 90) se dedican, en su mayoría, al mundo del espectáculo, al trabajo sexual o a ambos. A Nacha, un huracán rubio platino al que adora la cámara, le debe alguna de sus escenas más icónicas, como la de la conversación con el falso cura con el emotivo alegato (este sí, real) de nuestra protagonista o aquella descacharrante llamada con un cliente, también falso. Suyas son, a su vez, algunas de las ocurrencias más replicables, como aquel “bueno, cariño, esto no es El Corte Inglés, aquí no hay rebajas en enero” ante alguien que trataba de regatear el precio de sus servicios.
Y es que a Nacha ‘la Poderosa’ no la torea nadie. Ni con 20 o 21 años, cuando Antonio Giménez-Rico rodó el documental, ni ahora. “La tontería del poderío viene de cuando salíamos a trabajar por las noches. Yo siempre he tenido mucha suerte, y cuando acabábamos de trabajar nos juntábamos, nos íbamos a cenar a algún lado y cuando yo abría la cartera tenía una manía: contaba el dinero y me frotaba las manos diciendo ‘¡Ay, qué poderío!’… y de ahí me sacaron el apodo las chicas que venían de Canarias. La gente lo tomaba por otro lado… que ojalá, pero no. Yo no he tenido ni mansiones ni quince coches. Sí he tenido muy buenas casas en unos sitios fabulosos, unos pedazo de abrigos de pieles, unas joyas y unos vestidos de muerte. Pero todo eso con los años va pasando. Hay que seguir viviendo, ahora más humildemente. Cuando no había dinero, las joyas se vendieron, claro, así que el poderío se quedó en el Monte de Piedad«, explica con el sentido del humor tierno y fiero de quien lo ha vivido casi todo, de ida y de vuelta, mientras me atiende por videollamada desde Vigo. Allí reside desde hace 17 años: “Yo no sé si es que son más abiertos de mente por lo mucho que han emigrado, pero aquí todo el mundo me trata bien y me respeta… la única queja que tengo es la pésima comunicación de la ciudad».
Su periplo vital y geográfico se inició en el madrileño barrio obrero de Embajadores («¿Qué te creías, que yo era del barrio de Salamanca?», se chotea en un momento dado). Se marchó de casa a los 13 años y se vio abocada a ejercer la prostitución poco después. Me enseña un libro titulado A través de los ojos de mi madre, de Tania Navarro. “Yo tenía trece años cuando la conocí y era una criatura que no sabía por dónde tirar. Me acogió y me dijo ‘tú ven aquí’. Ella y Laura Frenchkiss fueron mis maestras”. Otra más de tantas genealogías trans iniciadas al duro abrigo del asfalto. Inició su transición en Barcelona, pero cuando se rodó Vestida de azul residía en Madrid y trabajaba con el resto de las protagonistas (excepto Josette) en las inmediaciones del Paseo de la Castellana, concretamente en las calles María de Molina y Almagro. Ha vivido en Austria, Suiza, Alemania, Italia, Francia, Portugal y “en España entera”. Cuenta que allá donde iba no socializaba únicamente con sus colegas españolas y solía salirle un novio lugareño, algo que, unido a la costumbre de ver la televisión y a su desparpajo ha facilitado que se defienda con soltura en cinco idiomas. Vivía en Italia cuando conoció a Cristina Ortiz ‘La Veneno’, con quien nunca trabajó pero sí mantuvo una gran amistad, mucho antes de nombrarse así. Cuando se enteró de que había iniciado su transición fue porque su hermana Tatiana Sánchez, que también es una mujer trans, la avisó de que la había visto por la tele. “Y allá que cogimos el coche y nos fuimos a verla”, cuenta con una sonrisa.
La que tuvo retuvo, y no solo me la encuentro maquillada, sino también inmersa en plena búsqueda de la mejor iluminación, taza de café en ristre. “Ay, hijo, es que me acabo de mudar y todavía la luz no me la conozco”, se excusa. Su vida diurna no se diferencia mucho de la de cualquiera de las mujeres de su quinta que la rodean: “Yo me levanto, limpio mi casa, hago la compra y mis cosas como cualquier señora. Esta mañana he ido a hacer unos recados y me he metido en la iglesia de Santiago de Vigo, que le tengo mucha fe, y me he sentado, he dado una vueltecita viendo a mis santos, les he hablado y les he dado las gracias. Allí me siento muy bien, muy tranquila y menos sola. No es que sea la más católica del mundo, porque después de la vida que yo he llevado, pues sería un poco incoherente, pero mis creencias las tengo y no necesito a ningún cura”.
Su espiritualidad llamó la atención de Giménez-Rico, que al enterarse de que un cura no quiso darle de comulgar escenificó una toma con un falso sacerdote que le soltó tales barbaridades que “hubo un momento en que dije ‘mira, corta que al final me voy a levantar y le voy a pegar un guantazo. Giménez-Rico no nos daba un guion: nos envenenaba». Y a pesar de la ausencia de guion, era él quien controlaba la narrativa. En un coloquio-homenaje al que la invitaron en el marco del Festival de San Sebastián 2023, lo resumía así: “Nos llenó la cabeza de pajaritos y ninguno voló”. Después de Vestida de azul trabajó con actriz “haciendo dos o tres cositas más», en Alma de mujer y Pepe Carvalho, pero hasta que Vegas manifestó y defendió su interés por ella y hasta su paso por Vestidas de azul, condensado en 17 sesiones en las que “todo el mundo me trató de maravilla”, se pasó «cuarenta años esperando a que alguien me llame por teléfono para decirme ‘Oye, ¿estás viva?». Con todo, hace 40 años experimentó brevemente las mieles de la fama: en ese mismo festival conoció a John Travolta, que se alojó a un par de habitaciones, y a Eleonora Vallone. También “estuve con José Luís López Vázquez, José Sacristán, Maruja Torres… me fui con ellos de bares, como una banda de amigos, una gente muy bohemia y muy simpática. Con Mónica Randall cenamos todas las chicas y Giménez-Rico y al día siguiente nos entrevistó Pepe Navarro para su programa», recuerda, como quitándole importancia.
Volviendo a su presente cotidiano, de noche su mundo es uno mucho más estigmatizado, pero no por ello inusual ni indigno: “Cuando dan las siete de la tarde una se convierte en otra. Cojo mi espejo, mi maquillaje, mis pinturas y me voy… pues a trotar por el mundo. Yo sigo trabajando, a mi aire. Imagínate en qué [sonríe pícara]. No me veo vieja, ni fea ni ordinaria, lo que pasa es que ya no hay clientes ni dinero, pero miedo no tengo y algo de dinero gano. Pero una se hace mayor y los cuerpos cambian, ahora llevo peor las perversidades del frío. También estoy muchas veces sola y ya no queda la alegría que había cuando estábamos todas juntas en este trabajo. Porque es un trabajo, ¿eh? Y un gran servicio social». Al sacar el tema del estigma y la posible regulación, me responde sin ambages: “Yo soy defensora de la prostitución libre, sin acoso y sin que nadie te obligue». Y con derechos laborales, que ella también paga impuestos «como la que más”. Pero aunque las instituciones le den algún que otro disgusto, ahora sí que puede acceder a alguna pequeña ayuda, a pesar de los paternalismos y otros obstáculos. Un gesto que no repara toda una vida de discriminación y que ella procura devolver con creces colaborando con la Cruz Roja o con asociaciones trans y LGTBI viguesas como la Asociación Nós Mesmas o PVLSE.
Sea o no por la buena estrella que menciona al comienzo de nuestra charla, lo cierto es que de las cinco mujeres trans (entonces “transexuales” o “travestís”, según la terminología de la época) que protagonizaron el documental, ella es la única que está aquí para contarlo. La palabra “superviviente” sale a colación más de una vez a lo largo de nuestra conversación. Al ponerlo de relieve, responde: “Pues qué quieres que te diga, me da un poco de miedo aquello de ser la única superviviente. Tampoco quiero que a nadie le dé por pensar que hay que ser como yo, aunque me siento muy segura y creo que doy una imagen y tengo una manera de ser y de vivir muy respetable. Veremos cómo es la experiencia y la reacción de la gente, porque es muy fuerte que seamos dos. Penélope [Guerrero, la actriz que la interpreta] se ha comido a la Nacha de entonces y la ha resucitado”. Eso sí, reconoce que siente algunos celos, que no envidia, por lo que estará viviendo “porque claro, nosotras hicimos un documental, pero ellos han dado vida a nuestras palabras. Han hecho historia. Y yo eso no lo he podido vivir la primera vez porque no era mi momento, ahora es el de ellas. Eso sí, lo poquito que he hecho esta vez lo he hecho con todo mi corazón”.
Pero además es consciente de que su supervivencia también significa que es posible ser trans y vivir para contarlo: “Para mí es un orgullo haber llegado a los 61 años con salud y haciendo las cosas con bastante coherencia. Gracias a Dios en la vida lo he tenido todo, todo. Una familia maravillosa, dinero, joyas, lo que me ha dado la gana. Nunca me ha faltado de nada. He tenido gente que me quería muchísimo y gente que me odiaba también», esto último lo adereza con una carcajada.
Reconoce que le cuesta apañarse con el inclusivo y la terminología actual, pero usa el “todes” siempre que cae y asegura que muchas diferencias se quedan en el lenguaje porque todas las personas trans y no binarias “sentimos lo mismo”. Se alegra cuando le comento que yo también soy trans porque reconoce sentirse más a gusto al hablar “de igual a igual”, y me cuenta animada que incluso de joven conoció a algún hombre trans como yo «pero antes lo llevaban más escondido”. También es una firme defensora de no exigir ningún tipo de modificación quirúrgica para validarnos ni hacer de menos a quien no las acometa: “Que Dios me perdone, que esto que voy a decir es muy vulgar, pero yo no sé si eres transg ni si estás operado o no porque el coño no lo lleva nadie en la frente, aquí somos todes iguales«.
Al hablar de sus difuntas compañeras de reparto, cuenta que “a la pobre Renée la martirizaba porque ella no servía para la prostitución, con Tamara me llevaba divinamente y cuando se volvió a Málaga para morir allí le regalé unos pendientes y antes de morir le dijo a su hermana que me los devolviese… no te digo más. A Eva, bueno, pues la ayudé mucho a marcharse a su pueblo y luego me arrepentí, porque aquello fue su perdición por culpa de las drogas. Y mi historia con la Loren fue una muy larga, muy larga y si empiezo no termino”. A Loren le está dedicado el primer episodio de la serie. En el estreno por todo lo alto del documental en San Sebastián, fue precisamente ella quien, al asomarse por el balcón del Hotel María Cristina, donde se alojaban, le dijo asustada: “Maricón, yo no bajo que nos está esperando la policía ahí abajo y nos llevan presas”. Rompe a reír al recordarlo, explicándome que resulta que en aquella ocasión estaban allí para escoltarlas hasta la alfombra roja. Y se emociona al rememorar el aplauso de más de diez minutos que les dedicó el público tras la proyección. Un recuerdo que contrasta con el mal trato recibido entonces por buena parte de la prensa.
En la emotiva escena final del primer episodio, que le da una vuelta de tuerca terapéutica a la escena en el Palacio de Cristal del documental, aparecen las siguientes palabras: “En memoria de Isabel Torres, Laura Frenchkiss y de todas aquellas cuya historia se quedó sin contar”. Afortunadamente, no es el caso de la de Nacha, que ve «un sueño hecho realidad” con el estreno de Vestidas de azul, una serie que además cuenta con muchas personas trans delante y detrás de las cámaras, como el director Ian de la Rosa. Nada que ver con la cinta original y su sesgadísima mirada. «Ya me verás en la serie, ya. Estoy divina», dice con una mezcla de orgullo y coquetería.
Nacha tiene alquilados dos trasteros repletos de recuerdos, enseres y prendas fabulosas. Y mucho, muchísimo por vivir y por contar. Aprendamos de nuestros errores y enamorémonos de ella y de su historia mientras lo pueda disfrutar. Larga vida a Nacha María Sánchez y a todas las que, como ella, sembraron el barro de azulejos para que no nos hundamos al caminar.