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La única salida que le queda al Ejecutivo es revocar el nombramiento de Isabel García como directora del Instituto de las Mujeres

Fuente (editada): DIARIO RED | Editorial | 30 DIC 2023

El nombramiento como directora del Instituto de las Mujeres de Isabel García, destacada activista antitrans que niega la propia existencia de las mujeres trans, no es más que la prueba de por qué la reacción antitrans en el interior del PSOE es mucho más que una anécdota, mucho más que Carmen Calvo, mucho más que el argumentario transfóbico que se difundió por las sedes socialistas y mucho más que las intelectuales orgánicas vinculadas al PSOE, como Amelia Valcárcel, Laura Freixas, Ángeles Álvarez, Ana de Miguel, Alicia Miyares o Rosa Magda, que han alimentado con artículos en prensa, posts en redes sociales o argumentos en tertulias, conferencias y charlas el odio hacia las personas trans con argumentos propios de la ultraderecha.

La reacción antitrans en el interior del Gobierno no es más que la visibilización de que para frenar a la ultraderecha no era suficiente con ganarle al PP y Vox, sino que era y es necesaria la proteína ideológica para combatir los marcos ideológicos que promueve el autoritarismo. El gran triunfo de la ultraderecha no es un buen resultado electoral, sino que sus postulados se han ramificado y penetrado en sectores insospechados, hasta convertir en sentido común, en normal o en tolerable lo que es un comportamiento antidemocrático, supremacista o fascista. Que cada cual elija la palabra que menos le incomode.

Nadie duda que, si Isabel García hubiese usado la Diputación de Valencia para impulsar unos encuentros de pensamiento de contenido negacionista de la violencia de género o xenófobos, no habría sido nombrada directora del Instituto de las Mujeres. Sin embargo, García ha usado el dinero público y la Diputación de Valencia para organizar encuentros, muy ostentosamente llamados “feminarios”, para nutrir el pensamiento antitrans en el interior del feminismo socialista.

No es solamente que Isabel García haya puesto tuits alertando sobre el “lobby queer”, la “dictadura queer”, que haya negado la existencia de las mujeres trans o que incluso, durante una conferencia, le negara a Mané Fernández, responsable de Políticas Trans de la Felgtb, su condición de hombre por ser una persona trans.

Es decir, no estamos hablando de una persona que haya puesto unos cuantos tuits desafortunados fruto de un impulso o de un mal día, sino que Isabel García ha sido una de las ideólogas y activistas más destacadas contra la Ley Trans. No es que haya tenido dudas sobre la Ley Trans, que son deseables en un Estado de Derecho, es que ha trabajado para deshumanizar a las personas trans, negarles su identidad, posicionarse contra su propia existencia y, con ello, ha alimentado el auge de la violencia física y verbal que sufre este colectivo después de haber estado varios años en la diana de los discursos de odio de la ultraderecha y también de los sectores antitrans del feminismo vinculado al PSOE.

Esta vuelta al pasado era previsible después del veto a Irene Montero porque el feminismo popular, que se hizo sentido común el 8M de 2018 en las calles, le generaba bronca a los amigos cuarentones de Pedro Sánchez. Por eso en la campaña electoral había que vetar a Irene Montero y toda la potencialidad de una agenda feminista que no quiere la mitad del capitalismo, la mitad de los consejos de administración y la mitad de la desigualdad, sino que, simple y llanamente, no acepta ningún tipo de desigualdad porque quiere un mundo sin dominación ni opresión.

Ni contra las mujeres prostituidas, ni contra las trans, ni contra las migrantes, ni contra las que friegan escaleras, ni contra las que cuidan, ni contra las jóvenes, ni contra las precarias, ni contra las lesbianas, ni contra las mujeres con discapacidad. Contra nadie y en ningún lugar.  La reacción popular que generó el beso no consentido de Luis Rubiales a Jenni Hermoso, diciendo que sólo sí es sí a pesar de los Rubiales con toga que pusieron en la calle a violadores para tratar de derribar la revolución feminista del consentimiento, no fue más que la demostración de que el feminismo popular del 8M de 2018 se ha hecho sentido común hasta haber logrado que España ya sea otra.

Esta misma reacción que tuvo España contra el beso no consentido de Luis Rubiales es la que está detrás de la indignación social contra el nombramiento de Isabel García como directora del Instituto de las Mujeres. La sociedad española, afortunadamente, ya es otra. El feminismo que molesta a los amigos de Pedro Sánchez lo ha cambiado todo y ha hecho de España un país mejor.

La única salida que le queda al Gobierno de España es revocar el nombramiento de Isabel García como directora del Instituto de las Mujeres, tal y como han pedido la Federación Plataforma Trans y Euforia, asociación de familias de personas trans. El feminismo ya no es una cartera de adorno, sino que es el principal motor de las transformaciones democráticas y la retaguardia que más eficientemente le hace frente a la ultraderecha.

Lo que buscaban PSOE y Sumar con el veto a Irene Montero era tener un Ministerio de Igualdad de mentira, de juguete, que se dedique solamente a ‘cosas de mujeres’, un feminismo que esté sin estar, que no dispute el poder, que se calle, que pida paridad en los consejos de administración y se olvide de las mujeres que limpian los despachos de los consejeros delegados del IBEX-35. Lejos de eso, la reacción social al nombramiento de Isabel García ha vuelto a demostrar que la sociedad española va mil pasos por delante y que ha entendido que el feminismo es tomar partido por los derechos humanos y defender otro mundo en el que no quepa ningún tipo de discriminación, de desigualdad y de dominación. Por eso Pedro Sánchez no tiene más alternativa que cesar a Isabel García y situarse del lado del feminismo popular, de los derechos humanos y en contra de la transfobia y el odio.