Rosa María García, con 25 años, es doctoranda en Filosofía y Género y traductora. Se define en su cuenta de Twitter (@_erosgarcia) como marxista feminista, transfem no binaria. En InfoDiario, hemos tratado con ella la situación actual del colectivo, en una sociedad que en ocasiones avanza a pasos demasiado pequeños.

Fuente (editada): InfoDiario | Noelia Casado Romero | 27 diciembre, 2020

P. ¿Que consecuencias tiene el afán de ajustar todas las realidades al imaginario hegemónico?

R. Hay que entender lo grave que es que se nos obligue a someternos a tratamientos de modificación corporal que no tienen por qué interesarnos, y a un tutelaje psicológico que nos pone en manos de gente que, en vez de estar para ayudarnos, están para exigirnos prueba de que nos ajustamos a sus prejuicios. Se nos dice que estamos enfermas, pero el dolor en el que viven, vivimos, muchas personas trans no tiene que ver con ser trans, sino con lo que conlleva ser trans en una sociedad tránsfoba.

Es lógico y esperable que haya resistencias: la comunidad trans es pequeña y tomarnos en serio tiene implicaciones complicadas, a veces muy incómodas. Realmente ponemos patas arriba las ideas sobre qué significa ser un hombre y una mujer, e incluso el hecho mismo de que sea necesario ser una cosa o la otra. Es comprensible que suene raro si nos obligan a entendernos como chicos o como chicas por nuestros genitales desde que nacemos, y si alguien no cabe ahí se le “corrige”. (Algo condenado y prohibido en una parte de España, pero que se sigue haciendo). Pero hay que enfrentar esas resistencias, porque detrás de ellas hay vidas, y la transfobia no hace bien a nadie: nos reprime, nos condena a la invisibilidad y nos aleja a los márgenes. Especialmente a las mujeres pobres.

Roles de género

P. En tu día a día, ¿experimentas gestos de sorpresa por ser una mujer con barba?

R. ¡En realidad no siempre llevo barba! Tengo temporadas en las que no la aguanto, y seguramente en cuanto pueda seguiré con el láser para eliminarme el vello facial. En todo caso, llevar barba en entornos cercanos no ha tenido mucho peso, ya que la mayor parte son personas queer, desviadas. En casa no hubo drama porque mi familia siempre ha sido más bien abierta, y cada vez más desde que empecé a hablarles de feminismo hace años.

 

 

En redes sociales sí recibo insultos a diario, a veces acoso directo, por ser una mujer y tener barba. ¡Todo el mundo sabe que así no es como se hace lo de ser una mujer! Pero no es algo especialmente distinto a lo que puede vivir cualquier otra mujer trans. En estos casos, cualquier rasgo que no encaje en las expectativas asociadas a tu sexo te puede suponer mucho odio; al final, la transfobia es el sexismo de siempre, adaptado a una situación menos habitual y con mayor impunidad social. Por decir algo bonito sobre el tema de la barba: me han escrito varias personas, tanto en público como en privado, diciéndome que gracias a la visibilidad que doy han sido capaces de normalizarla y de quitarse complejos de encima.

P. ¿Consideras que las personas que se definen como trans pueden verse sometidas a cierta presión por «avanzar» en su transición, como hacer modificaciones físicas?

R. Sí, y además tiene mucho que ver con los prejuicios que crean alrededor de nosotras las propias personas que no son trans, es decir, las personas cis. Cuando yo tomé la decisión de comenzar un tratamiento hormonal no lo hice porque creyera que me iba a ayudar a estar mejor conmigo misma o a darle sentido a mi cuerpo, sino porque entendía que era la única salida para ser trans. He tardado años en interiorizar que esa no es la única opción, y ha sido mi comunidad quien me lo ha hecho entender. Por eso, lo primero que le dice cualquier persona trans a alguien con dudas es que esa opción, que muchas veces tiene efectos irreversibles, no tiene por qué ser la suya. Dice la Elsa que la transición es un traje a medida, y no puede ser más cierto: cada cual tiene su camino, los cuerpos cis no son la medida de todas las cosas. Por eso es tan importante construir un medio social que no estigmatice las dudas que puede tener una persona sobre su identidad sexual y de género.

P. En tu opinión, ¿permanece la idea de la transexualidad asociada a la prostitución?

R. No lo tengo claro. Sí veo una polarización importante, pero no sé cómo circulan los imaginarios más allá de espacios activistas, que no están especialmente extendidos. Creo que hay mucho desconocimiento, pero me da la sensación de que empieza a haber más conciencia de ese desconocimiento, a pesar de la intoxicación en los grandes medios. En todo caso, creo que la presencia de las personas trans en la prostitución y otras formas de trabajo sexual está muy marcada por brechas. Obviamente por brechas de género, pero también de procedencia y, en parte por ello, de raza. Y es por cómo están relacionadas estas condiciones con la clase social y con la pobreza, fundamentalmente.

Por otro lado, no se sabe mucho del trabajo sexual en general, sobre todo porque hay una voluntad de ignorancia muy grande por parte de los poderes públicos. Quien más ha contribuido a que conozcamos estas realidades es el propio movimiento de las trabajadoras sexuales, y a partir de ellas unos pocos organismos internacionales, como la OIT. Pero, volviendo sobre la relación entre vidas trans (femeninas) y prostitución, quiero recordar que la relación entre el movimiento trans y el movimiento feminista comienza en la práctica en 1993, cuando aparecen en las Jornadas Feministas mujeres trans que no están en la prostitución, como Kim Pérez. Me parece muy sintomático del estigma y sus efectos en cómo funciona y se recuerda desde los propios movimientos sociales.

P. Precisamente porque se ha arrastrado esa imagen, ¿están los hombres trans menos visibilizados?

R. Cuando formas parte de un grupo excluido y minoritario, la visibilidad tiende a ser tramposa. Podría decir que las mujeres trans somos más visibles porque históricamente se piensa lo trans como algo que sólo tiene que ver con nosotras, pero en realidad eso es en primer lugar producto de los prejuicios sobre cómo tienen que ser nuestros cuerpos y vidas, y en segundo lugar estos mismos prejuicios son los que nos sitúan en posiciones más difíciles.

Los hombres trans pueden ser menos visibles en el sentido de que seguramente no salen tanto en conversaciones, pero esto contrasta mucho con el hecho de que las personas más reconocidas del colectivo son precisamente transmasculinas, empezando por Miquel Missé o Paul Preciado. Ellos no salen en los argumentos tránsfobos (transmisóginos, de hecho) con los que se pretende negar nuestros derechos; incluso he escuchado y leído a personas transmasculinas a las que han agredido por ser confundidas con mujeres trans. La visibilidad es totalmente insidiosa cuando eres trans. Claro que hay que hablar también de problemas específicos, como las dificultades para acceder a atención ginecológica con el sexo administrativo cambiado (quizá habría que ir pensando en cambiarle el nombre a la especialidad); pero esta clase de problemas no son exclusivos de los hombres.

Ley trans y Educación Sexual

P. En el plano administrativo, ¿qué cosas crees que quedan por hacer para que todo el colectivo trans sea reconocido?

R. El colectivo está atravesado por diferentes condiciones, así que el reconocimiento de todas las personas implica no sólo cambios legales sino estructurales; pero estos cambios tienen que ser atendidos también administrativamente. La autodeterminación de la identidad sexual es esencial para reconocernos en igualdad, pero no alcanza a las personas migrantes, que son las que cuentan con mayores dificultades: hay que abolir la Ley de Extranjería. También hay que incorporar los paradigmas actuales a la educación, especialmente cuando se trata de una Educación Sexual Integral que (de manera bastante literal) salvaría vidas y de la formación de personas que vayan a tener trato directo con personas trans en un futuro.

No puede ser que haya especialistas médicos que no conciban la existencia de personas trans, igual que no puede ser que la mutilación de criaturas intersex se tome como “solución” por defecto porque no se entiende simplemente que los cuerpos pueden ser distintos. No puede permitirse que se torture a personas forzándolas a vivir en un sexo-género que no es el suyo. Pero también es intolerable que haya personas sin techo o sin llegar a final de mes y mujeres que se vean forzadas a recurrir a su sexualidad para vivir; estas son cuestiones que afectan a la comunidad trans, pero no de manera exclusiva.

Hay problemáticas que pueden tener soluciones administrativas inmediatas, y las hay que exigen enfrentar problemas de fondo: de hacer un decreto socializando viviendas a cumplirlo hay un trecho bien grande. De discutir a establecer una Educación Sexual Integral hay muchos pasos, incluyendo la lucha contra los prejuicios (misóginos, homófobos, tránsfobos…) de una parte del equipo formativo. En la izquierda tenemos pendiente una conversación muy importante sobre cómo algunos de estos debates implicarían a poderes públicos eficaces y cómo evitar la burocratización, pero es más fácil convencer a la otra parte cuando el argumento se centra en efectos administrativos.

P. ¿Cómo debería introducirse la educación sexual y de género en los colegios o institutos?

R. Yo no soy una experta en educación, no es a lo que me dedico, así que no puedo contestar a ese nivel; para eso existen las Orientaciones técnicas que elaboran UNESCO, ONU-Mujer y otras organizaciones. Evidentemente, la educación sexual debe introducirse por niveles y ser adecuada a cada etapa, pero estas son obviedades; para mí, lo importante es que exijamos esta educación, que tiene que ser necesariamente pública, gratuita y laica. Lo esencial es que funcione para que las propias personas menores entiendan y conozcan sus cuerpos, para que les niñes no crezcan como si fueran dos equipos enfrentados y puedan tejer sus relaciones personales de modo comprensivo y constructivo, evitando en lo posible la misoginia de los chicos y promoviendo otra clase de espacios públicos (más igualitarios o, si es equivalente, menos generizados).

Una Educación Sexual Integral con perspectiva de género también evita embarazos no deseados y baja la transmisión de infecciones de transmisión sexual, claro, pero la conversación no sólo es esa. Cuando hablamos de implementar una educación sexual integral ponemos también en discusión el estigma de la regla o del aborto, la invisibilización de la endometriosis o el SOP, además de hablar de consentimiento, de abusos y violaciones y de cómo construimos nuestras relaciones de pareja y nuestra propia identidad. Hay que entender que las personas menores ya se educan en sexo y sexualidad, pero lo hacen por los medios sociales que ya están a su alcance, y que incorporan ideas sexistas sobre cómo tenemos que funcionar y ser. Una Educación Sexual Integral es parte necesaria de una conversación feminista, y tiene que promover el respeto hacia personas LGTBIA.