El filósofo queer Paul B. Preciado comisaría la exposición de Cabello/Carceller ‘Una voz para Erauso. Epílogo para un tiempo trans’. Preciado se apoya en el personaje histórico conocido como la Monja Alférez para reivindicar una compresión compleja, plástica y contradictoria de las disidencias sexuales y de género.
Fuente (editada): PIKARA MAGAZINE | June Fernández | 16 MAR 2022
Paul B. Preciado, filósofo queer de referencia a escala internacional, recuerda con humor que nació en Burgos, “en lo profundo del fascismo”. Nieto de barakaldesa, en su familia se mencionaba a menudo la leyenda de la Monja Alférez, esa que se fugó del convento con ropas de hombre y participó en la colonización de Abya Yala. “Cuando te han asignado el género femenino en el nacimiento y tienes otra identificación, como es mi caso, de alguna manera sabes que ese viaje insólito que hizo Erauso tiene que ver con tu propia vida”, explica.
El autor de Manifiesto contrasexual, Testo yonqui o Apartamento en Urano había olvidado completamente a Catalina/Antonio, hasta que recibió la propuesta de les artistas Cabello/Carceller de comisariar una exposición en Azkuna Zentroa (Bilbao) que aporta una perspectiva contemporánea de ese personaje histórico: ‘Una voz para Erauso. Epílogo para un tiempo trans’. Helena Cabello y Ana Carceller forman un colectivo que hace arte queer desde 1992, antes de que se tradujera a Judith Butler al español. Habían abordado ya en sus obras otros personas históricos españoles, como Eleno de Céspedes y Agustina González, la Zapatera. Preciado valora ese ejercicio de encontrar narrativas de transgresión de género en la historia local, porque cree que la dependencia hacia genealogías norteamericanas de disidencia sexual es uno de los motivos por los que lo queer se tacha de neoliberal y posmoderno.
Contar con Preciado como comisario garantiza la atención mediática, pero él pone sus condiciones a la prensa: nada de fotos, mucho menos para redes sociales, y pide que las entrevistas se centren en la exposición. Sin embargo, el entusiasmo con el que habla de las contradicciones de Erauso y del enfoque contemporáneo de la exposición propicia abordar debates actuales como las infancias trans o el auge del feminismo transexcluyente.
Hay cierta discusión sobre si considerar a Erauso un referente feminista, lésbico o trans. ¿Tiene sentido esa pugna?
Erauso era todo eso y nada de eso al mismo tiempo. No hay un relato cerrado, sino que su historia se va a interpretando de distintas maneras. Ahora pensamos las identidades sexuales y de género de forma segmentada. Evidentemente, se puede entender su huida del convento como un proceso de emancipación de género. En cuanto al lesbianismo, es curioso, porque en las biografías se la presenta como una especie de Don Juan, pero no se casó ni se le conocieron mujeres concretas. Hablar de identidad trans es más complicado todavía, porque en su época ni siquiera existía la noción de género. Sin embargo, se aplicaba emplastes para aplastarse los senos, una práctica que recuerda al binder. No nos interesa asignar a Erauso una identidad definitiva, sino transformar la relación que tenemos con la historia y con el presente. Por eso, el vídeo de Cabello/Carceller no proclama que era trans, sino que su figura es interpelada por personas trans contemporáneas no convencionales. Quien quiera reivindicar a Erauso va a tener un problema, porque es una figura oscura que aprovechó las redes de poder de su entorno de clase alta para meterse en un proceso lleno de violencia, de racismo y de misoginia.
De hecho, buscó constantemente la protección de la Corona y de la Iglesia…
Bueno, eso nos puede servir de prisma, ¿no? En el siglo XVII no había mujeres almirantes y, por tanto, ese nombramiento es una forma de verificación de género. En la sociedad contemporánea, los ámbitos de validación se han desplazado hacia lo médico-jurídico. Yo mismo, por muy disidente que me quiera presentar, he pasado por un proceso de validación para tener un pasaporte actualizado con el que poder viajar. Erauso es interesante porque sus prácticas son tanto antagónicas como de asimilación a las prácticas más normativas de la masculinidad.
Otros referentes históricos trans e intersex, como el coronel Amelio Robles y Florencio Plá Messeguer, también destacaron en el ejército o en la lucha armada. ¿Cómo explicas esa tendencia?
Probablemente hubo muchas más prácticas disidentes de género, pero las que han pasado a la historia, las que reconocemos y han sido certificadas administrativamente, son las que tienen que ver con ámbitos militares o han tenido contacto con el poder judicial. En el fondo, ha habido poca investigación histórica sobre disidentes sexuales y de género. De la misma manera que la expansión del feminismo ha hecho emerger una avalancha de mujeres científicas o artistas, habría que cambiar la metodología de la investigación histórica para que emerjan otros sujetos.
¿Qué te interesa de Erauso desde la perspectiva contemporánea?
Una de las cosas que me parecen más interesantes es entender cómo la sexualidad ha pasado de ser pensada en un paradigma teológico-político a uno científico-médico-farmacológico. Erauso tenía unas prácticas de género que no son fijas, aunque sea por estrategia de supervivencia; cuando vuelve a Europa, antes de poder tener la bula papal, vuelve a identificarse como mujer, para luego significarse como hombre. Hoy, los colectivos activistas están proponiendo salir del régimen binario, masculino/femenino, e inventar un paradigma de representación administrativo-legal en el que prácticamente no tendríamos por qué solicitar reasignaciones de género.
¿Habéis incluido discurso desde Abya Yala?
Hemos pedido un texto para el catálogo a Susana Vargas, una escritora y activista mexicana que ha investigado las prácticas de disidencia de género precolombinas. También publicó un libro sobre las mujeres que participaron con nombres de hombres en la lucha libre masculina. En unos meses organizaremos un coloquio que contará también con esa perspectiva.
El año pasado, Mag de Santos y Duen Sacchi incluyeron a Erauso en una exposición anticolonial en La Virreina de Barcelona. Recuerdan que el poder aceptó la masculinidad de Erauso como premio a su papel sanguinario en la conquista.
Yo nunca había leído una autobiografía en la que el autor o la autora se vanaglorie tanto de sus actos violentos. Es algo que me llamó mucho la atención, porque hay un punto incluso de exageración en la cantidad de gente que liquida a su paso. Obviamente, parece que la violencia es una de las prácticas que lo legítima como hombre. Si Erauso no fuera una figura militar, implicada en la conquista, y de clase alta, no tendría prácticamente ninguna posibilidad de acceder a un cambio de nombre legal ni a la bula papal.
Ciertos discursos feministas siguen relacionando la transexualidad masculina con el privilegio patriarcal. ¿Es un prejuicio?
Me parece un error, porque un hombre trans nunca podrá ser aceptado como un hombre en la sociedad heteropatriarcal. Siempre se dice que transitar supone acceder a una posición de privilegio, pero no es real. Tienes un pasaporte masculino, pero si te pasa algo por lo que tienes que desvestirte ante la policía, inmediatamente estás en una posición de vulnerabilidad. De la misma manera que mirar al pasado masculino de las mujeres trans es una forma de transfobia, también lo es pensar que los hombres trans se integran totalmente en una sociedad patriarcal y en una masculinidad violenta. Me pregunto hasta qué punto el despliegue de violencia de Erauso no responde también a esa vulnerabilidad extrema en ese contexto de una mujer en la Marina en el siglo XVII.
Si un hombre trans nunca será aceptado como hombre, ¿cómo hay que enfocar la intervención sobre las infancias trans?
En la actualidad, las técnicas de construcción del género son químicas; cualquier chica en la pubertad sale del médico con su píldora en la mano. Sin embargo, un chico de la misma edad que no se identifica con su género asignado en el nacimiento necesita pasar por la consulta del psicólogo y esperar 18 meses a que le receten hormonas. Me parece que no habría que privar a las niñas y niños trans de prácticas de reasignación de género, simplemente con la excusa de que son normalizadoras, porque la alternativa es normalizarlos en su género de nacimiento. Tengo mucha relación con familias heterosexuales que me dicen que se han hecho queer y han leído mis libros para entender a sus criaturas. Una madre me cuenta que, ahora que su hijo de 13 años toma bloqueadores hormonales, ha empezado a decir que es no binarie: ¡se ha teñido el pelo de rosa, se pinta las uñas y lleva falda! Pero se quiere quitar las tetas igualmente. O sea, tiene una visión mucho más sofisticada de cómo construye su género; se da cuenta de que intervenir en su cuerpo hormonalmente no le impide tener prácticas connotadas como femeninas o gais.
En mi entorno escucho el lamento de que ya no hay niños maricas ni niñas bolleras, porque ahora todo el mundo es trans.
Eso es falso. Y, además, si fuera así, ¿qué problema habría? Por otro lado, las niñas trans pueden ser lesbianas y los niños trans gais. Yo soy trans pero, en el fondo, también sigo siendo lesbiana. A mí no me daría ninguna pena que la homosexualidad como tal dejara de existir, para ser suplantada por otras prácticas de disidencia de género. Yo miro la heterosexualidad y la homosexualidad como estéticas del género, bastante kitch, por cierto. Las lesbianas lo son menos, porque se han salido más de ese circuito de normalización. Lo interesante es multiplicar las estéticas disidentes, para verlas como algo plástico, que puede ser transformado.
¿Entiendo que te parecen un problema las políticas de la identidad? ¿Están afectando a la construcción de sujetos políticos transformadores?
No sé si lo llamaría un problema, pero las políticas de la identidad son herederas de una taxonomía del siglo XX, con categorías muy rígidas y naturalizadas que generan muchísimos conflictos y exclusiones. Lo hemos visto en la manifestación del 8 de marzo: no me importaría que hubieran 50 manifestaciones feministas en Madrid, pero esa división tiene que ver con la consolidación preocupante de un feminismo dedicado a preservar la identidad femenina. Me interesan mucho más las prácticas de disidencia que la identidad; y estas son más intensas precisamente en aquellos temas que generan puntos de fractura en el feminismo, como el trabajo sexual, la pornografía o la transexualidad. La identidad no deja de ser una ficción política que no es tan estratégica como parece; cuanta más violencia (pensemos en las personas racializadas) y normatividad, más difícil es poder hacer esos ejercicios de desidentificación que pueden generar procesos de emancipación. En el contexto en el que estamos, me interesan más lo que llamo alianzas sintéticas, que no se generan por identidad sino por proyectos de transformación social.
¿Qué lectura haces entonces de la corriente que habla de borrado de las mujeres? Una teoría es que ha servido a mujeres cercanas al poder para boicotear el proyecto de transformación social del movimiento feminista.
Me parece una buena lectura. Lo cierto es que hay un feminismo conservador y neoliberal que, desgraciadamente, está incluso muy representado y asentado dentro de la izquierda. Para ese feminismo, las disidencias sexuales y de género son prácticas de disrupción social e intentan excluirlas del feminismo normativo. Me parece triste. Organizamos el congreso Feminismopornopunk en Donostia en un momento [2008] de efervescencia de las prácticas disidentes, y entonces yo no veía mucho feminismo alrededor. Ahora que el feminismo se ha puesto de moda, que todo el mundo puede ser o tiene que ser feminista, el cursor se ha desplazado hacia la derecha. Un feminismo al que todo el mundo accede tiene que ser un feminismo mucho más conservador. No me siento en absoluto identificado ni interperlado por ese feminismo.
Las voces feministas antiqueer tildan esta corriente de neoliberal y posmoderna.
Creo que lo queer se identifica como neoliberal porque se identifica con algo que viene del contexto norteamericano, pero se obvia que precisamente apareció como una crítica a las prácticas de normalización de clase, raciales y de género que estaban teniendo lugar dentro del propio movimiento homosexual en Estados Unidos, cuando en España aún se estaba saliendo del franquismo. Si hay algo neoliberal, son las prácticas gais más normalizadas dentro del estilo de vida capitalista neoliberal, pero las prácticas queer siempre fueron disidentes. Lo que llama la atención es que ese frente antiqueer no deja de ser universitario, de clase alta, que no ha participado en la práctica de transformación social activista. Veo un corte tanto generacional como de clase en ese feminismo de la Ilustración representado por gente como Amelia Valcárcel.
¿Puede servirnos esta exposición para responder?
La figura histórica de Erauso no nos sirve para legitimar nada, porque no hay mucho que recuperar en esa historia de colonización y nacionalcatolicismo; podría servir a un hipotético movimiento trans de extrema derecha. Eso es lo interesante: como no es una figura heroica, nos permite hacer una lectura más compleja de la historia.