Fuente (editada): FREEDA | 01/07/2020

La cuestión de lo que implica ser mujer es algo que el feminismo lleva décadas debatiendo y que, periódicamente, vuelve a salir a la luz en acaloradas discusiones en las que las posturas enfrentadas parecen irreconciliables. En las últimas semanas, hemos visto cómo el tema ha estado muy presente en los medios y en las redes, donde han resurgido ciertos discursos que, para defender la lucha de las mujeres, excluyen de esta categoría a las mujeres trans. Para ello, suelen presentar argumentos como que las mujeres trans no experimentan la opresión patriarcal de la misma manera, que sus reivindicaciones entorpecen o desdibujan las de las mujeres cis –es decir, aquellas cuya identidad sexual coincide con el sexo que les fue asignado al nacer– o incluso que sus identidades son un mero capricho o una caricatura de lo que significa ser mujer.

Dejémoslo claro desde el principio: las mujeres trans son mujeres y, por tanto, su lucha es también la lucha de las mujeres cis. No solo experimentan las mismas discriminaciones por ser mujeres, sino que, además, sufren otras violencias y discriminaciones específicas por el hecho de ser trans. Por eso, su presencia en los espacios de mujeres es necesaria y sus reivindicaciones deben formar parte de la lucha feminista. Sabemos que el feminismo no es, ni mucho menos, un movimiento homogéneo y, por tanto, dentro de él existen posturas muy diferentes –a veces incluso enfrentadas– sobre todo tipo de temas. Sin embargo, una cosa es tener una opinión y otra sostener un discurso de odio contra un grupo de personas disfrazándolo de opinión. Decir que las mujeres trans no son mujeres es una afirmación tránsfoba y, por tanto, fundamentada en el odio hacia este colectivo de personas.

Probablemente, estos días hayas escuchado más de una vez el término TERF, unas siglas que hacen referencia a Trans-Exclusionary Radical Feminist, es decir, Feminista Radical Trans-Excluyente. Las personas TERF, aún considerándose feministas, no creen que las mujeres trans deban participar de la misma manera en este movimiento por el simple hecho de no ser mujeres cis. Muchas, además, se basan en la falsa suposición de que las mujeres trans no han experimentado la misma opresión que ellas, sencillamente porque han vivido parte de sus vidas como hombres y, por tanto, con los mismos privilegios de los que estos gozan en la sociedad; sin embargo, esta suposición obvia las altas tasas de violencia sexual, bullying o discriminación laboral que sufren las personas trans por el simple hecho de serlo.

Obviamente, este tipo de posturas excluyentes resultan muy dañinas para las personas trans y, aunque se trata de un discurso minoritario dentro del feminismo, algunas de las voces que defienden posiciones TERF son autoridades académicas o personas que tienen cierta cobertura mediática, por lo que con frecuencia su discurso llega más amplificado que el de las activistas trans o el de las feministas que defienden posturas inclusivas. En Españaocurrió el año pasado con la polémica que rodeó al ciclo Política Feminista: Libertades e Identidades –donde académicas de renombre insultaron abiertamente a las personas trans– y, más recientemente, al hacerse público un argumentario del Partido Socialista en el que se criticaba la teoría queer, entendiendo que “niega la existencia del sexo biológico, por lo que desdibuja y difumina la realidad de las mujeres”. Muchos colectivos calificaron este argumentario como abiertamente tránsfobo por oponerse al derecho a la libre determinación de la identidad sexual y Carla Antonelli, diputada de este partido en Madrid y reconocida activista trans, afirmó que este documento le parecía hiriente y ofensivo, y recalcó que no se sentía representada por él:

Hablar de nosotras, las mujeres trans, como si fuéramos ficciones jurídicas, es insultante y vejatorio. No somos ficciones, no somos quimeras, somos mujeres. (…) Es un documento que atenta contra la dignidad de las personas trans, que las cuestiona y las clasifica en base a la biología. Pero en mi DNI no pone ‘mujer clase A’ o ‘mujer clase B’; ni ‘mujer al 80% o al 30%’. Somos mujeres de pleno derecho.

La identidad sexual no es un capricho y no hay una única forma de ser mujer ni una forma “correcta” de serlo. Como la profesora de filosofía Carol Hay afirmaba en un artículo en el New York Timeseste tipo de diferenciaciones legitiman solo un tipo de experiencias –las de las mujeres cis–, desacreditando otras porque no se ajustan a los estándares biologicistas que determinan quién es realmente una mujer. Paradójicamente, hacer esta diferenciación refuerza las posturas discriminatorias contras las que todas deberíamos luchar.

Significaría que hay mujeres “reales” que son las que deberían importarle al feminismo y que hay impostoras que no cumplen los requisitos para la representación política feminista.

La profesora Hay continúa su artículo argumentando lo pantanoso que puede llegar a ser definir cuáles son las experiencias que hacen que alguien que fue designada mujer al nacer sea “realmente” una mujer:

¿Es la menstruación o el parto? No, muchas mujeres no tienen estas experiencias, ya sea por casualidad o por elección. ¿Se trata de haber sido objeto de violencia sexual o acoso? Las mujeres trans se enfrentan a la misma, sino a más, violencia sexual que las mujeres cis. (…) Y seguramente no queramos volver a aquellos tiempos en los que las mujeres eran definidas por sus hormonas o incluso por sus cromosomas, aunque solo sea porque nos estaríamos dejando fuera a un 1,7% de mujeres que son intersex.

Tenemos mucho que aprender de las mujeres trans. Escuchar sus experiencias y reconocer sus identidades como válidas enriquece el debate feminista, aportando otras perspectivas y problemáticas, y es un paso clave para tejer una alianza fundamental en la lucha por un objetivo común: el de una sociedad más justa e igualitaria. Las mujeres podemos tener aproximaciones diferentes hacia el género –hay quienes buscan abolirlo y hay quienes defienden que hay que reinventarlo–, pero estas distinciones no pueden convertirse en la base sobre la que asiente ningún tipo de discriminación. Todas las mujeres, cis o trans, experimentamos opresión y discriminación pero, a menudo, la experiencia de las mujeres trans es aún más compleja, pues a la misoginia se suele unir también la transfobia. Al final, es importante tener en cuenta que todas luchamos por lo mismo y que esta lucha debería ser cada día más inclusiva e interseccional, porque el feminismo es más fuerte cuando incorpora la diversidad de todas las mujeres.