El documental sobre las personas trans en Hollywood no las presenta solo como objetos de representación sino como sujetos que ven y que hacen ficción audiovisual. Condensamos las lecciones extraídas de este material pedagógico que nos llega en un contexto de visibilidad sin precedentes y, al mismo tiempo, de fuerte reacción tránsfoba.
Fuente (editada): Píkara magazine | June Fernández | 22/07/2020
Conocimos a Irina Layevska y a Nélida Reyes en un encuentro de activistas e intelectuales en Caracas. Irina —bajita y delgada, melena rubia rizada, uñas pintadas de naranja— iba en silla de ruedas y Nélida la ayudaba a comer. Hicimos muy buenas migas. Nos contaron que eran mexicanas y que se habían casado dos veces. Cenamos juntas y nos invitaron al documental sobre sus vidas que presentaban al día siguiente. “¿De qué trata?”. “Vayan mañana y verán”, contestaron enigmáticamente.
Entramos en la sala de cine con la película ya empezada y en la pantalla un chico bajito y delgado, con media melena rizada y negra, como su barba, boina a lo Che Guevara, expresión dura y triste, hablaba a la cámara desde su silla de ruedas. Tardamos unos minutos en entender. Flash forward: Irina narra su metamorfosis, simbolizada por la mariposa que lleva tatuada en el hombro. Tenía 37 años cuando los médicos le dijeron que la esclerosis múltiple avanzaba y que probablemente le provocase ceguera. Estuvo a punto de suicidarse. Toco fondo y levantó el vuelo gracias a un proceso de introspección que le llevó a reconocerse como mujer.
Las entrevisté para Pikara Magazine y en la entradilla ya destripaba su historia. Cuando se la propuse al editor de Libros del K.O. como primer capítulo del libro que publicaría bajo el título 10 ingobernables, me señaló que el periodismo narrativo tiene otro tempo y otra estructura que el periodismo diario. Nada de desvelar todo en la primera línea; conviene jugar con el suspense. Me sugirió que presentase a Irina sin hacer mención alguna a su identidad trans, y que ésta apareciera como un inesperado giro argumental en mitad de la historia. Me pareció buena idea porque de esa manera replicaría el cortocircuito mental que experimenté yo.
No era consciente de que la revelación de la transexualidad es un cliché recurrente hasta que lo leí en un artículo de Leo Alburquerque, en el que analizaba críticamente una campaña inspiracional de una empresa de trabajo temporal protagonizada por una mujer trans que lanzaba “el mensaje capitalista de que puedes ser quien tú quieras y lograr tus metas”. Leamos a Alburqueque: “Decidieron no visibilizar orgánicamente a nuestra protagonista y reservar esa información para el colofón de los postres, a modo de destape. Y al hacerlo decidieron jugar con el cliché de eso oculto, eso que tiene que ser desvelado, eso que se tiene que decir sí o sí, y que al hacerlo las consecuencias serán espectaculares. No tenemos que perder de vista que este cliché es el que alimenta la angustia de muchas personas con sexualidades o géneros no normativos, por miedo al rechazo”.
Disclosure: Ser trans en Hollywood es un documental producido por Laverne Cox (conocida por interpretar a Sophie Burset en Orange is the New Black) y dirigido por Sam Feder, quien anteriormente dirigió una recomendable cinta sobre la activista trans estadounidense Kate Bornstein. La propuesta nos llega a través de Netflix en un momento de lamentable conflicto intrafeminista en el que ha aflorado un argumentario discriminatorio que entronca directamente con la violencia que viven las personas trans dentro y fuera de las pantallas. Por ello, la apuesta de entrevistar para el documental solo a personas trans vinculadas al sector audiovisual y al activismo lanza el mensaje de que éstas no son objetos de debate sino que son sujetos que comunican, que crean, que luchan. Muchas de ellas, por cierto, son racializadas, lo que aporta al documental una valiosa perspectiva antirracista.
Disclosure significa revelación en inglés y da nombre a la cinta precisamente porque las actrices y actores, guionistas y demás trabajadores en Hollywood dedican buena parte del documental a exponer por qué ese recurso supone una forma de violencia simbólica para las personas trans. Se apoyan en películas y en series en las que un hombre cishetero reacciona con repugnancia y con ira ante la revelación de que la mujer por la que había sentido atracción es trans. Se siente tan agraviado y estafado que responde humillándola, amenazándola, agrediéndola. Les guionistas suelen emplear este recurso de manera que invitan al espectador (al que presuponen varón cis) a empatizar con la persona que descubre ese secreto. Lo que cuentan son sus sentimientos y no los de la persona que está siendo expuesta y humillada. “Ava es un hombre”, anuncia el cirujano plástico de la serie Nip/Tuck después de presionarla para tener sexo y notar sus genitales. “Solo hablar de ello como persona trans es muy violento. Tengo ganas de llorar al hablar de esta narrativa. Me pregunto si alguien al crear estas historias pensó en el público trans”, expresa Cox.
Ace Ventura era la película preferida del guionista Zeke Smith cuando era niño. Años después, cuando ya había iniciado el tránsito social, estaba deprimido y volvió a verla pensando que le haría feliz. No recordaba la escena en la que el personaje interpretado por Jim Carrey descubre que la mujer que desea es trans. A la revelación le sigue una escena larga en la que se induce el vómito, se lava los dientes, se raspa la lengua, se enjuaga… No contento con eso, anuncia a un montón de gente “¡Einhorn es un hombre!” y lo demuestra arrancándole la ropa. Smith topó con que su película preferida de la infancia hacía comedia en torno a la idea de que “la existencia de una persona trans pone físicamente enferma a la gente”.
El documental parte de un dato clave extraído de un estudio de la asociación GLAAD: el 80 por ciento de las personas en Estados Unidos no conoce a ninguna persona trans, por lo que construye su imaginario a partir de la ficción audiovisual. Por eso es tan importante que los personajes no refuercen estereotipos y estigmas. No solo para prevenir la transfobia en la opinión pública, sino porque en ese 80 por ciento también entran personas trans ávidas de referentes, de espejos en los que mirarse. Ver cómo sus cuerpos son mostrados como aberrantes, como monstruosos, como un chiste, afectan a su autopercepción corporal y su autoestima.
En un ejercicio de memoria histórica, la cinta repasa las representaciones de las personas disidentes de género en el audiovisual empezando por el cine mudo. Los arquetipos no solo se repiten sino que se contagian y multiplican. El hombre travestido es un gag recurrente desde los orígenes del cine a las series contemporáneas, y la homofobia y transfobia que emana de los guiones se cruza a menudo con el racismo. En el cine mudo de DW Griffith Black, el blackface y el travestismo conviven como “fascinaciones gemelas”, señala la historiadora Susan Stryker. Y en las comedias contemporáneas, travestir a un hombre negro representa una forma de castración simbólica. Otro arquetipo fue el del asesino en serie perturbado, como ocurría en Psicosis y en El silencio de los corderos, y que puede explicar la leyenda que sostienen las feministas transexcluyentes de que hay hombres violentos que se hacen pasar por mujeres.
En Disclosure, las actrices participantes cuentan que esa representación limitada y estereotipada afecta a su desarrollo profesional. Según los datos de GLAAD, la profesión más habitual de las mujeres trans en la ficción es la de prostituta y las actrices dan fe de que es el papel que más han interpretado, junto con el de víctima. En las series policíacas, ambas van de la mano: una prostituta trans aparece asesinada. En el caso de las series médicas, una trama manida es la de la mujer trans que va a urgencias y le anuncian que está muriendo por cáncer testicular o de próstata. “Salí en muchas series médicas. Moría mucho. Me mataban siempre”, cuenta Alexandra Billings. Apareció en dos tramas médicas en las que tenía que tomar la dolorosa decisión de interrumpir el tratamiento hormonal para salvar su vida: “Las personas trans no mueren a causa de las alternativas que precisamente les salvaron del constreñimiento de género al que fueron asignadas”, critica.
Las hormonas también aparecen como fuente de problemas en la mítica serie de lesbianas The L Word. El actor Brian Michael Smith cuenta que estaba transitando cuando vio esa serie. Le resultó problemático el personaje de Max porque estaba construido desde una perspectiva lésbica. Varias de las amigas le reprochan que renuncie a ser mujer. Pero, además, cuando empieza a tomar testosterona, se vuelve agresivo con su novia, Jenny.
Boys don’t cry fue probablemente la primera película que abordó con sensibilidad la transexualidad masculina y le valió el Oscar a su protagonista, Hillary Swank. Varios de les actores y guionistas que hablan en Disclosure cuentan que se sintieron muy identificades, pero también que el impacto emocional fue muy fuerte y que plantó en elles la semilla del terror sexual. “La escena de violación es muy brutal, pero hay un momento antes que es literalmente mi mayor pesadilla. Esto es algo que podría pasarme”, expresa Smith. A Laverne Cox la película le hizo sentir que ella también podría ser asesinada por transfobia. “Nos dicen que está basado en una historia real. ¿Pero por qué es este el tipo de historia que se nos cuenta una y otra vez?”, cuestiona.
Son también varios los hombres cis que han subido a recoger la estatuilla dorada por interpretar a una mujer trans, como Jared Leto en Dallas Buyers Club o Eddie Redmaye en La chica danesa. El documental explica por qué esta tendencia es no solo un agravio hacia las actrices trans, abocadas a la precariedad, sino que es problemático porque refuerza la idea de que las mujeres trans no son mujeres “de verdad”. Alguien que nunca ha conocido a una mujer trans (como ocurre con muchas feministas transexcluyentes), no tiene en mente a mujeres reales sino a hombres travestidos.
Sin embargo, algo está cambiando. El documental arranca con la imagen de Daniela Vega recogiendo el Óscar por protagonizar la película Una mujer fantástica. Por fin una actriz trans premiada por interpretar a una mujer trans. En los últimos años, producciones como Sense8 o Pose no solo están protagonizadas por actrices trans sino que también cuentan con la participación de personas trans como guionistas, productoras o directoras.
Otro motivo para el optimismo que destacan en Disclosure: el creador de Pose es el mismo que el de Nip/Tuck, Ryan Murphy. También celebran la evolución de la periodista televisiva Oprah Winfrey, que ha pasado de preguntar a sus entrevistadas a bocajarro sobre su pene a hacer entrevistas respetuosas y comprometidas.
Sin embargo, el mensaje final no es complaciente sino que recuerda que esa visibilidad sin precedentes no está resolviendo problemas como el transfeminicidio, los delitos de odio, la precariedad o la exclusión social. “La representación positiva solo puede cambiar las condiciones de vida de las personas trans si es parte de un movimiento más amplio de cambio social. Cambiar la representación no es el objetivo, solo es un medio para llegar al fin”, concluye Stryker.
El documental me deja cierto sabor amargo porque, aunque el análisis que aporta de las representaciones de género en la ficción es netamente feminista interseccional, las únicas palabras dedicadas al feminismo son para rebatir a las feministas transexcluyentes, lo que da cuenta de la brecha que vivimos. Pero es precisamente un material valioso para revisar nuestros prejuicios, comprender muchas cosas y pensar cómo podemos ser aliadas en el proceso de reparar tanto dolor y estigma.
La pelota está también en nuestro tejado.