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Alan Paterson reflexiona sobre la complejidad de salir del armario como persona trans no binaria en el lugar de trabajo y la travesía que le supuso alcanzar a entender la diferencia entre el permiso y la aceptación

Fuente (editada): Vogue | Alan Paterson | 12 de diciembre de 2019

Hace unos pocos meses me sentí obligade a salir del armario en el trabajo, ante mis jefes, como persona trans no binaria. No había planeado hacer nada tan oficial, y hasta ese momento había seguido siendo un detalle privado, compartido únicamente con mis progenitores, algunas amistades cercanas y mi círculo en las redes sociales. No obstante, surgió un tema en el trabajo y necesité significarme al respecto. Y este caso particular de plantar mi huella requirió de contexto.

Me hallé en una trayectoria que me llevaba a salir del armario en el trabajo desde que Edward Enninful sacó la campaña #WeWontBeErased (#NoNosBorrarán) para la edición británica de Vogue, un respaldo desafiante y alentador a las vidas y derechos trans que cambió por completo la manera en la que me sentía al entrar caminando en la Vogue House. En los últimos años, siento que Vogue House ha sido particularmente adelantada en su manera de pensar. Pero allá por el 2015 me pilló de sorpresa cuando un colega (a quien no nombraré) exclamó que la portada de Caitlyn Jenner para Vanity Fair le hizo sentirse “físicamente enfermo”. Ese comentario de pasada (que aclaro que no es representativo de la empresa) tuvo lugar en un momento en el que la conversación en torno a los derechos trans apenas había comenzado a introducirse en el público general.

Irónicamente, se dijo durante un brindis de champán celebrando el éxito de ese número y me envió un mensaje respecto a cómo podrían verse las vidas trans según algunes, no obstante, minoritaries, en este caso. Pero cuando ‘We Won’t Be Erased’ se estrenó en noviembre del 2018, aquello cambió mis sentimientos respecto a mi lugar de trabajo. Pese a que fue un sentimiento bastante amplio, me resultó increíblemente personal, una calidez preventiva que sentí antes de haberle contado a nadie que yo misme soy trans. Me incitó a la acción y fue un antídoto bienvenido frente a los comentarios anti-trans que estaba acostumbrade a ver en todos los demás espacios. Así que posteriormente, cuando une personaje mediátique británique (que ha antagonizado históricamente a la comunidad trans) apareció en otro título de Condé Nast, le dije a mis jefes que yo era trans y que no trabajaría en él.

Aquello salió… ¿bien? Y empleo esa puntuación rara para ilustrar que fue bien, pero que todo aquello me confundió. Mis compañeres de trabajo más inmediates jamás demostraron la más remota actitud tránsfoba, no tenía nada específico en mi lista de comprobación que sugiriese que habría de luchar con alguien, pero pese a ello, estaba de lo más preparade a sentirme desmoralizade y decepcionade.

Laverne Cox ©Amy Sussman

Laverne Cox ©Amy Sussman

Sin embargo, fue más bien todo lo contrario, mi superior incluso ofreció su apoyo preguntándome por mis pronombres y preguntando si sería apropiado enviar un correo a toda la oficina para evitar que me malgenerizaran. Me sorprendí a mí misme volviéndome muy dócil en este punto, encogiéndome y deseando no haber dicho nada, no queriendo resultar una molestia y sintiéndome muy avergonzade por el apoyo que estaba obteniendo.

De lo que me di cuenta más tarde respecto a este intercambio fue de la variedad de emociones que atravesaron mi cabeza a lo largo del mismo. Vergüenza, gratitud, una tristeza extraña, gratitud de nuevo. La emoción más profunda de todas ellas fue la de una gratitud e inutilidad casi masoquistas. La oferta de ayuda me emocionó de manera desproporcionada hasta un punto tan exagerado que sentí no merecérmela, sentí que por primera vez lo estaba percibiendo como una anomalía. Fue un acto básico de cortesía, pero lo estaba recibiendo como si me hubiesen salvado la vida.

De manera similar, tan solo unos días después, quedé con mi padre para tomar un café y estuvimos hablando sobre lo que había googleado respecto a los géneros no binarios. Hablamos sobre culturas nativas norteamericanas que tienen multitud de géneros diferentes, de las hijra del sur de Asia y de la idea del género binario como estructura colonial, una idea bastante nueva y manifiestamente no científica. De nuevo, mi reacción fue incoherente y abrumadora. Me emocionó que mi padre se informara sobre algo que me afectaba y sentí tanta alegría como una extraña incomodidad.

Al caminar de vuelta a mi oficina, me di cuenta de que lo que tanto mi responsable como mi padre me ofrecieron fue aceptación, pero yo lo recibí como permiso. ¿Cuál es la diferencia entre las dos? Para mí, cuando pido aceptación es de algo que ya es; “esto es lo que soy, acéptalo”. Es algo que viene de un lugar de confianza y fortaleza consolidadas, y en este contexto, tanto mi responsable como mi padre escucharon lo que estaba diciendo y respondieron con un “OK”. El permiso es algo que necesita ser dado para poder cambiar, por lo que en este contexto yo percibí “OK” como un “te permitiremos hacerlo”.

A decir verdad, en la mayoría de los casos, cuando las personas LGBTQ+ salen del armario estamos pidiendo permiso para ser nosotras mismas, y eso puede resultar muy humillante. Cuando salgo del armario como trans o queer, podría parecer que estoy pidiendo que acepten quien soy, pero en realidad estoy pidiéndote que reconozcas quien soy y no intentes fastidiarme por serlo. Se trata de pedir a la gente que no te intente cambiar, no te haga daño o rechace, y pese a que salir del armario se va haciendo más fácil, así es como se siente siempre. Ese es el resultado que temes. Al estar en el mundo exterior pedimos ese permiso constantemente a la gente a nuestro alrededor. En definitiva, estamos siendo quienes somos y nos arriesgamos a recibir violencia si alguien se niega a darnos permiso para vivir.

Me encantaría no tener que salir del armario nunca más, pero en realidad no depende de mí. Odio lo que salir del armario me hace sentir y me molesta tener que hacerlo. Es una paradoja extraña entre no querer pedir permiso pero necesitarlo para sobrevivir.

Juno Dawson ©Karwai Tang

Juno Dawson ©Karwai Tang

Las vidas trans son ahora mucho más visibles, de hecho fue ver a personas como Shon Faye, Travis Alabanza, Juno Dawson (particularmente, su libro The Gender Games) y Alok Vaid-Menon lo que me proporcionó la terminología para darme cuenta de lo que pasaba con mi género. Pero también es un momento terrorífico para ser trans debido a la fascinación inusual que ha desarrollado para con nosotres la sociedad cishetero. La transfobia rampante se manifiesta en todas partes, aparentemente como respuesta a una mayor visibilidad de las personas trans, y el fondo de la mayoría de este discurso es de enfado o repulsión. Es un momento muy confuso para la gente como nosotres, a caballo entre sentirnos liberades y, a la vez, estar aún más en la mira que nunca antes. Tenemos a personas trans ganando premios (MJ Rodriguez) y pronto las tenemos dirigiendo películas con presupuestos multimillonarios (Lana Wachowski) coincidiendo en el tiempo con las TERFs (Feministas Radicales Trans-excluyentes) invadiendo las cabalgatas del Orgullo para menospreciar y atacar a las mujeres trans. Tenemos a Laverne Cox en las portadas de las revistas, mientras que 18 mujeres trans racializadas han sido asesinadas este año en los Estados Unidos.

Para alguien que se haya asimilando su propia identidad trans, esto de veras complica las cosas. En mi caso, me emociona y anima más a vivir abiertamente como persona no binaria, pero al mismo tiempo soy más consciente que nunca de que la gente está dispuesta a hacernos daño a las personas trans. Estoy tirando abajo y volviendo a sellar las puertas del armario continuamente. No-binarie, queriendo así decir que no me identifico ni como mujer ni como hombre, es donde me encuentro más cómode actualmente, pero estoy abierte a la idea de que esto pueda ser un lugar de reposo que más adelante sirva de tránsito a otra identidad de género.

Podría odiar a la gente que crea esta atmósfera volátil pero, cada vez más, estoy empezando a odiar el armario más que ninguna otra cosa. A las personas LGTBQ+ se les ha impuesto la carga de saber que algún día tendrán que asumir riesgos para poder ser ellas mismas. Todes hemos tenido que vivir “en secreto”, lidiando con las decepciones de averiguar en quién podremos confiar para ser nosotres mismes. Y no es una manera muy saludable de vivir. El proceso de salir del armario se cobra un precio muy elevado para nuestras mentes y puede moldear de manera negativa nuestra autoestima y forma de afrontar la vida. Pero es una parte esencial de vivir en sociedad.

Se da por hecho que todes seremos hetero, que todes seremos cisexuales. También va más allá de las expectativas de les progenitores. Les progenitores pueden ser de mente abierta y cálides con sus hijes mientras lo van entendiendo por sí mismes, pero eso no cambia lo que vemos a lo lejos mientras vamos comprendiéndonos. Las ideas intolerantes de los medios de comunicación masiva pueden penetrar tan profundo que las aplicamos previamente a la gente a nuestro alrededor y empezamos a esperar que nos odien como todes les demás.

MJ Rodriguez ©Steve Granitz

MJ Rodriguez ©Steve Granitz

Quiero que nos convirtamos en una sociedad que rechaza completamente estas expectativas. Pienso que es esencial para las personas ‘queer‘ el que sigamos adelante y reconozcamos que el secretismo y la soledad se están imponiendo a nuestra juventud al aferrarnos a estas ideas y permitir que continúen. Los géneros binarios y la heterosexualidad obligatoria están tan enraizadas en nuestras vidas que resulta complicado liberarnos de ellas, pero tiene que haber un punto en el que reconozcamos el daño que nos están haciendo a aquelles de nosotres que tendremos que contradecirlas inevitablemente.

Es un gran problema, y uno sin una solución clara. Esta es nuestra sociedad, y parece que será difícil desprogramarnos. Pero para conseguir que todas las personas LGBTQ+, y específicamente las personas trans, alcancen los mismos niveles de confort y seguridad, necesitamos alcanzar un punto en el que salir del armario sea una corrección momentánea en lugar de una ceremonia. Podemos conseguir esto deshaciéndonos de la idea de que ser hetero y cis es “normal” y desafiando la transfobia allá donde la veamos. Al eliminar la idea de otredad y sofocar cualquier ataque hacia las personas trans comenzaremos a sentirnos más a gusto antes y, con el tiempo de manera cada vez más natural, las vidas trans serán algo más común y corriente. Por lo que luchamos es por un mundo en el que la gente no “salga del armario”, sino en el que simplemente sea.

Tras haber salido del armario como varias cosas a lo largo de los años, esta práctica cada vez me agota más y me preocupa que se desarrolle una cierta fatiga entre mis familiares y amistades debido a estos anuncios intermitentes. Tendré que hacerlo todo de nuevo cuando cambie mi nombre, ¿y qué pasa si más adelante me doy cuenta de que mi género no está del todo claro aún? De alguna manera, salimos del armario y nos volvemos a meter parcialmente para minimizar los efectos colaterales. Me preocupa mucho que la gente vea este renombrarme como algo que disfruto.

Una meta personal que me he marcado es la de no salir del armario, sino volarlo por los aires. A medida que los muros sociales se van derrumbando y comienzo a comprenderme a mí misme, puede parecer difícil seguir el ritmo de las nuevas revelaciones, las pruebas, las comprobaciones, las idas y venidas. Pero en este punto me acuerdo de Anna Madrigal y Michael Tolliver, de Historias de San Francisco (de Armistead Maupin). El consejo de la mujer trans anciana para un hombre gay envejeciendo que lucha por estar al tanto de los nuevos géneros y sexualidades fue este: “No tienes que estar al tanto, querido. Sólo tienes que seguir abierto”.