Marinita y sus maromas han sido pioneras creando una compañía formada por identidades disidentes en simbiosis con un barrio donde, hace medio siglo, se sucedieron las huelgas precursoras de la caída de la dictadura franquista.
Fuente (editada): EL SALTO | Javier H. Rodríguez | 18 NOV 2023
El ambiente en el hall del auditorio no parece anteceder a una obra de teatro canónica. Hay risas que no disimulan su ruido, besos familiares y conversaciones cotidianas. Es como si la mayoría de personas esperasen encontrarse allí. No hay abrigos de piel ni corbatas ni tacones. Al menos entre el público. La mayor parte, conviene aclararlo, es femenino y peina canas. Y son precisamente ellas las que parecen sostener el espectáculo que están a punto de ver. La imagen se repite una y otra vez cada treinta días. El primer grupo de teatro travesti de Galicia y uno de los primeros del Estado se engalana para subir al escenario una vez al mes y romper estigmas a través de comedias de enredos, cabarets y shows de variedades. Son Marinita y sus maromas y el lugar que las acoge, el barrio obrero de Teis, en Vigo (Pontevedra), que se abarrota sin excepción. Llueva o truene.
Lo que acontece encimas de sus tablas y fuera de ellas no es para menos. Leo Sangabriel, Roberto Casal, Carolin Sanders, Nico Elsker y Edu Domínguez, cuyos personajes ilustran la imagen de este reportaje, se preparan entre bambalinas. Purpurina en las barbas, barbas pintadas, masculinidades parodiadas y vestidos de gala. También hay pelucas coloridas, maquillajes sofisticados y zapatos brillantes. “Marinita [Edu] anda mejor en tacones de lo que he andado yo nunca. Es impresionante”, confiesa a las puertas del patio de butacas una señora que hace varios lustros que vive jubilada. Y en solo una frase, desde su subjetividad, una espectadora anónima resume a la perfección cómo, en algo más de una hora de función, un colectivo artístico consigue transgredir prejuicios e introducir identidades disidentes sin que ese sea el fin en sí mismo.
Hasta que aparecieron como tal, con el nombre que les representa, hacían shows que se acercaban más al playback y al drag hasta que, por el año de 2016, se solidificó el grupo que hasta hoy no ha parado. “Comenzamos a teatralizar más, que era algo que siempre habíamos buscado pero que no había cuajado y empezamos a incorporar escenas drag, aunque preferimos hablar de transformismo”, matiza Dominguez, Marinita en los escenarios y quien más antigüedad tiene en el grupo. De entrada es un matiz semántico, pero en él subyace también uno de clase: “Las drag queens que había aquí como referentes eran las del carnaval canario, una realidad muy ajena a nosotres. El resto era y es transformismo. Antes imitaban a las folclóricas y ahora se ha expandido más, como nosotroe”, desarrolla. “En nuestro contexto histórico, desde los años sesenta, la travesti era alguien que vivía socialmente como hombre y se travestía y la realidad era que lo único que podía hacer era prostituirse en la marginalidad”, añade.
Con el paso a la siguiente década, aquellas personas empezaron a poder ocupar espacios artísticos y comenzaron a ser identificadas como transformistas en detrimento de un término que había sido denostado socialmente. Y en parte por esa historia y por una no alineación tan clara con la estética drag, reivindican el término travesti: “En el fondo, hacemos ilusionismo de género. Según qué país y qué contexto se han desarrollado unos trazos culturales y nosotras nos encajamos en este”, argumenta Nico Elsker, que no escatima esfuerzos en desarrollar su visión sobre el género, el circo social, lo políticamente correcto y, sobre todo, a respecto de la dignificación del arte que, conjuntamente, colocan sobre el escenario. Sin duda, uno de esas tablas peculiares la encontraron en un barrio paradigma del movimiento obrero en Galicia: “Desde que empezamos allí, hasta hoy, la acogida en Teis siempre ha sido tremenda”, concuerdan.
Un barrio vinculado a la lucha política y social
Casualidad o no, Marinita y sus maromas triunfan sobremanera en un barrio costero que desde comienzos del siglo XX fue tomado por la presión de la industria naval, algo que marcaría hasta hoy su identidad en el contexto gallego. Miles de trabajadores vinculados a astilleros como Vulcano o Ascon fueron tejiendo sólidas redes sindicales que asumieron una de las grandes resistencias al golpe de Estado de 1936, con su consiguiente represión, pero cuya organización mantuvo viva una conciencia de clase colectiva que persevera hasta hoy. Allí se crearon los Grupos de Resistencia Antifascista Primero de Octubre (GRAPO), también atesoraban poder popular sindicatos de clase que emanaban de la organización de los trabajadores del metal y vivió su juventud política Moncho Reboiras, sindicalista y líder galeguista asesinado por la Brigada Político-Social y cuyo crimen quedará impune tras el archivo de la que ha sido la primera querella contra crímenes del franquismo tras la llegada de la nueva ley de memoria.
En esas mismas calles que hoy son historia viva del movimiento obrero —fueron centro neurálgico de las huelgas del 72, señaladas por algunos historiadores como los primeros desafíos que comenzaron a desestabilizar el tardofranquismo— son hoy presente de las conquistas del movimiento LGTBIQA+ en Galicia, en este caso, a través de la cultura. “Ensayábamos tres veces a la semana en el auditorio del barrio y fuimos forjando un vínculo sólido”, prosigue Elsker. Y ocurrió algo que no habían previsto: en seguida empezaron a construir un público fiel, que aunque cada vez es más transversal, es mayoritariamente femenino y mayor. “Estamos acostumbradas a escuchar de profesores de teatro esas ideas de que esto que hacemos solo es apto para determinados públicos más cosmopolitas y jóvenes”, apunta Carolin Sanders. “Y es una mentira absoluta”, la interrumpe Dominguez. “Son las que no fallan nunca, nos traen regalos, nos paran por la calle, nos juntamos en los bares, nos ayudan con todo lo que pueden”, reivindica Elsker. Y rompen los prejuicios edadistas de cada persona con la que comparten butaca.
“Fíjate, notamos mucha más polémica en los círculos LGTBIQA+ con estas puestas en escena que en cualquiera de nuestras funciones en Teis. No se escandalizan por nada, menos que cualquier persona joven”, reconoce riendo Edu Domínguez. “Desde el principio hacíamos llenos. Es un barrio activo, que quiere moverse y nosotres les acercamos esto que hacemos”, amplía Roberto Casal. En esta simbiosis hay un factor tan fundamental como sorprendente: las personas que están vinculadas a la parroquia. La madre de Leo Sangabriel, muy vinculada a ellas y a la labor social de esta iglesia mueve los hilos entre la vecindad: “En realidad se ha convertido en la jefa de producción”, bromean.
Y la recepción, contra lo esperado por todas, fue desde el principio inimaginable. Les ayudan a financiar proyectos como la primera Gala Drag King de Galicia, intervienen desde el público rompiendo las normas sin que a nadie parezca importarle o hasta les paran por las calles y les hablan como si todavía fuesen los personajes que interpretaron en la última función: “Nos ven vestidos de calle y aún así nos hablan como si fuéramos el personaje igual para echarnos la bronca por alguna maldad que hizo la última vez que nos vieron”, bromea Dominguez. Además, como en sus historias de teatro apelan a la cotidianeidad de la vida, se sienten todavía más si cabe integradas.
Marinita y sus maromas ya han decidido integrarlo en sus funciones al ver, muchas veces, que el público solo dejaba de intervenir desde las butacas en los números musicales: “Ahora bajamos entre ellas, las agarramos, hacemos juegos y lo reciben muy bien, siempre desde el respeto”, explica Sangabriel. Ellas responden también entrando al juego metiéndose con alguno de sus vestidos o sus interpretaciones: “Creo que nos consideran ya parte de su familia”.