Las hormonas utilizadas en los tratamientos de reemplazo hormonal son fundamentales para la salud de quienes tienen que recurrir a ellas. La escasez de algunas de las marcas incluidas en la Seguridad Social desde 2016 es un problema conocido por la Administración, pero no le da respuesta.
Fuente (editada): EL SALTO | Deva Mar Escobedo | 29 JUN 2021
Listas de espera interminables, exámenes psicológicos denigrantes, tratamiento condescendiente y patologizante, cirugías de mala calidad, poca investigación en medicamentos adecuados son algunos de los problemas que se puede encontrar una persona trans que acuda al sistema sanitario para conseguir tratamientos incluidos en sus derechos. Pero no son los únicos.
A ellos se suman las dificultades añadidas por el desabastecimiento de las hormonas utilizadas en los tratamientos de reemplazo hormonal —HRT, por sus siglas en inglés—, que ocurre de forma recurrente desde 2016 y se ha agravado desde marzo de este 2021. “He recorrido cinco farmacias y solo en una tenían; creo que pronto acabaremos todos los medicamentos”, se queja una chica trans en un grupo de apoyo en WhatsApp.
Se trata de productos que sustituyen la hormonación natural y fomentan el desarrollo de caracteres sexuales secundarios, como pueden ser los pechos (estrógenos) o la barba (testosterona) y una persona trans puede recurrir ellos por multitud de motivos, ya sean personales —si necesitan cumplir unos estereotipos para sentirse más identificadas con su sexo— o sociales —si la persona siente la necesidad de ser percibida de ese sexo—. A estos motivas se suma el factor jurídico: para cambiar el sexo registral —el que consta en el DNI— se piden dos años de hormonación.
Pero faltan suministros de estos medicamentos —entre ellos Climen, Testogel, Climodien, Perifem, Reandron— desde hace tiempo sin que la Administración pública le ponga remedio, lo que repercute en un deterioro de la salud de quienes recurren a estos tratamientos, ya que las interrupciones forzosas pueden provocar problemas fisiológicos y emocionales.
Para entender qué suponen las hormonas para las personas trans y las carencias de estas hemos contactado con dos hombres, dos mujeres y una persona no binaria. Estas son las caras y las voces del desabastecimiento.
El problema no ha pasado desapercibido para los colectivos de personas trans y sus familias. Natalia Aventín, presidenta de la asociación de familias transaliadas Euforia, fecha en febrero de 2021 la reunión con la Agencia Española de Medicamentos y Productos Sanitarios (AEMP) de la que no obtuvieron, explica a El Salto, una respuesta satisfactoria. Su cita con la Dirección General de Farmacia, prevista para el 24 de mayo, fue cancelada minutos antes de la hora prevista.
La Agencia Española de Medicamentos y Productos Sanitarios (AEMP) está al corriente del problema, pues es el Centro de Información de Medicamentos (CIMA, dependiente de la AEMP) el organismo que oficializa qué medicamentos están en desabastecimiento o no. El 18 de junio de 2018, la directora de la AEMP envió un escrito a las asociaciones de personas trans en el que admite que hay desabastecimiento de un producto de estrógenos llamado Evopad. En ese escrito, asegura que la AEMPS está trabajando “para asegurar la disponibilidad de medicamentos autorizados y comercializados que contengan como principio activo estradiol”. En el mismo escrito, este organismo deja constancia de conocer las consecuencias de este desabastecimiento: “Somos conscientes de la dificultad que entraña para pacientes el no disponer del medicamento concreto que habitualmente reciben”.
La carta que Euforia envió para pedir explicaciones no ha recibido respuesta a fecha de la publicación de este reportaje, aunque, como explica Aventín, el 2 de julio tienen fecha para una reunión con esa misma Dirección General y también con la Cartera Común de Servicios del Sistema Nacional de Salud y Farmacia, el órgano directivo del Ministerio. Para Aventín, que define el problema como “un atentado contra la salud” “el desabastecimiento de hormonas es por falta de voluntad política, ya que los productos no son caros”.
Por su parte, la ministra de Sanidad, Carolina Darias, se comprometió el 22 de junio a solucionar el desabastecimiento, del que culpa a las farmacéuticas: “Muchas cuestiones están al margen del Ministerio”. Aventín insiste en que el ministerio es responsable de la falta de suministros desde 2016: “¿Para qué sirve, si no? Están incumpliendo su propio plan para desabastecimientos”.
Mientras, las personas trans sufren las consecuencias de esta escasez, aunque sin resignarse a estar calladas.
“Antes de tomar hormonas no me atrevía a estar en el mundo”
Leonardo González (él, 21 años). Estudia un grado superior de Laboratorio clínico y biomédico en Tenerife.
Tomar testosterona fue un antes y un después en la vida de Leonardo. Un chico tímido, al que le daba angustia incluso hablar con la gente, empezó a ganar seguridad en sí mismo en cuanto notó cambios en su cuerpo. Verse en el espejo dejó de ser una causa de malestar y empezó a ponerse ropa que antes no se habría atrevido a vestir.
“Dejé Bachillerato porque no me gustaba tener que ir por ahí dando explicaciones sobre mi nombre, género o lo que tengo entre las piernas”, cuenta. Acciones como usar un baño público le daban mucha ansiedad y decidió aislarse del mundo durante más del largo año que transcurrió entre su primera cita en endocrinología y cuando por fin acudió a la farmacia con su receta de Testogel.
Retazos del antiguo Leonardo se cuelan en la entrevista y le ponen tan nervioso que se adhiere estrictamente a las preguntas sobre su proceso y su tratamiento. Pero el nuevo Leonardo es más fuerte y contacta unos días después para contar las sombras que vivió antes de empezar hormonas. Habla de esos tiempos pasados, de la depresión y de los pensamientos suicidas, pero quiere lanzar un mensaje de ánimo: “Si alguien que lo está pasando mal lee esto, quiero decirle que es transitorio”.
Sin embargo, no todo ha ido rodado desde entonces. En una ocasión no quedaban geles de testosterona en las farmacias. “Lo peor de todo es que, cuando dejas de tomar hormonas, los órganos sexuales que se te habían atrofiado vuelven a funcionar, pero no lo hacen bien”. Recuerda que, durante el tiempo que estuvo sin acceso al HRT, le dolía tanto que solo sentía irritación e impotencia.
Desde entonces y en los tres años que lleva en hormonas se ha encontrado con este panorama otras dos veces, pero sobrellevó el desabastecimiento gracias a que, tras la primera, consiguió que su médico le recetara de más y ahora guarda reservas.
“Cada mes dudo si el siguiente seguiré teniendo hormonas”
Eris Belil (elle/ella, 26 años). Busca trabajo como biotecnólogue en Barcelona. Fotografía cedida.
Eris es una persona no binaria. Esto no quiere decir que sea de un “tercer género” o sea una persona indecisa. La etiqueta de “no binarie” es un paraguas muy amplio que da cobijo a cualquier persona cuyo sexo no sea ni mujer ni hombre, sea por estar en un punto intermedio del espectro, sea por fluctuar de un lado a otro de este.
El tránsito de cada persona es diferente. “Un traje a medida” es como lo define Elsa Ruiz, cómica y activista y, en efecto, cada persona trans decide si hormonarse, si no hacerlo, si estar solo cierto tiempo para conseguir determinados cambios corporales…
Eris rompió el huevo —la expresión que se usa en el colectivo para el momento en que te das cuenta de que eres trans, y que no necesariamente implica salir del armario— en 2018, pero no decidió hormonarse hasta principios de 2020.
Como Leonardo, lo define como un antes y un después. Los cambios corporales le provocaron mucha euforia y un sentimiento de naturalidad que solo puede explicar como de “esto es lo que debería ser”.
Mentalmente le ayudó con la disforia —un concepto amplio que incluye sensación de incomodidad con el propio cuerpo, ansiedad cuando te tratan con el género incorrecto, etc.— y pudo centrar sus esfuerzos en su salud mental, que asegura que mejoró y mejora a pasos agigantados: “Me ha cambiado la vida para bien de forma innegable”.
La forma de acceder a hormonas de Eris ha sido diferente a la común. Le asustaron las malas experiencias que oyó de otras personas que habían buscado HRT por el sistema ortodoxo, como que la médica que llevaba la Unidad de Identidad de Género (UIG) del Hospital Clínic de Barcelona era tránsfoba: “Si eres mujer trans y no llevas vestido, no tienes disforia y no te damos hormonas. Si eres un chico trans y no te incomoda llevar vestido, no puede ser que seas un hombre”, le aseguraron que decía.
Temiendo no pasar este “examen” y que no le consideraran “suficientemente trans”, optó en octubre de 2020 por Trànsit, un servicio de la Generalitat muy bien valorado por la comunidad trans. Eso sí, acceder a endocrinología no equivale a tener fármacos, y le iban cambiando la receta según se iban quedando sin suministros: “Excepto noviembre y principios de diciembre, he estado cada mes sin saber si al siguiente tendría hormonas”. En los ocho meses que lleva en HRT, ha usado cinco productos diferentes: Climodien, Climen, Progyluton, Perifem y Lenzetto.
Lo único que se ha mantenido constante ha sido su forma de actuar: informarse por Twitter de qué fármacos estaban desabastecidos, confirmarlo con la farmacia y mandar un email a Trànsit pidiendo un cambio de receta.
Cada producto es ligeramente diferente y necesita un periodo de adaptación para ver qué tal le sienta a cada persona, así que el cambio constante no le da tiempo de actuar y es imposible conocer la efectividad real de cada compuesto en cada cuerpo.
Eris encuentra la situación horrible, frustrante y absurda, y ante eso decidió mandar un correo al Ministerio de Sanidad para preguntar qué estaban haciendo al respecto, pero solo consiguió una respuesta genérica que no aclaró nada. Y, aunque quiere pensar que el suministro fiable se reanudará en algún punto, eso no le quita la ansiedad y el sentimiento de impotencia: “Se me van a acaban, se me van a acabar, se me van a acabar; voy a volver a estar en la mierda”. De momento consigue poca cantidad de Lenzetto y no tiene reservas ni planes de contingencia.
“La interrupción forzada del HRT fue una tortura”
Auri García (ella, 27 años). Es programadora informática y vive en Barcelona.
Auri va un paso más allá de definir el tratamiento hormonal como un antes y un después y, ni corta ni perezosa, asegura que le ha cambiado la vida. Tardó en tomar la decisión porque no veía la hormonación como un requisito de la identidad trans, pero dio el paso porque, si no, no se le iba a reconocer por su sexo.
Los cambios no tardaron: salió de una depresión y verse más femenina le hacía sentir eufórica. Cuanto más tiempo lleva en HRT, mejor se siente. “No solo porque mi cuerpo está cambiando y eso me hace feliz, sino porque algo ha cambiado en mí y en mi manera de sentirme, y mis conexiones personales son ahora más agradables”, relata.
Al igual que Eris, Auri decidió acudir a Trànsit para hormonarse y en noviembre de 2020 ya consiguió estrógenos. El problema llegó en marzo, cuando golpeó más fuertemente el desabastecimiento. Aunque todos los medicamentos de tratamiento hormonal sufren problemas de suministro de vez en cuando, los estrógenos faltan con especial frecuencia.
“Yo estaba con Progyluton”, cuenta, “que fue de los primeros en agotarse. Mi padre recorrió todas las farmacias de su pueblo para poder encontrar una sola caja y me las arreglé para aguantar hasta mediados de mayo, cuando me quedé sin absolutamente nada”.
Los cambios de receta son algo relativamente fácil, pero han sido la horma del zapato de Trànsit; la unidad, al ser tan pequeña, colapsó en marzo ante los raudales de peticiones de cambio de medicamentos [la nota informativa que emitieron avisando de su colapso está fechada en el 28 de marzo de este año]. Solo pudieron emitir un comunicado en el que avisaban de su incapacidad de atender a todo el mundo y recomendaban otras opciones de medicación.
Auri entonces acudió a su médico de cabecera, quien se negó a cambiarle las hormonas aduciendo que eran medicamentos especializados, y que no podía cambiarlos sin una orden directa de Trànsit.
Es entonces cuando comienza lo que la chica define como “una tortura”. “Después de haber visto cómo estaba con el tratamiento, notar cómo la testosterona volvía a mi cuerpo fue horrible, como si me estuvieran inyectando veneno”.
Engordó, regresó un acné cístico que le había acompañado entre los 11 años y el inicio de su HRT y, lo que es peor, comenzó a tener ataques de ansiedad diarios. Esta agonía se prolongó hasta que consiguió contactar con Trànsit pasadas unas dos o tres semanas. “Casi siento que me salvaron la vida”, afirma.
Siente pánico ante la perspectiva de volver a quedar sin hormonas, y cree que volverá a pasar. “Llevamos meses de desabastecimiento y nadie hace nada. Ni siquiera es la primera vez que algo ocurre”, se queja.
Rabia. Rabia también porque asegura que la gente cis —lo contrario de trans es cis, es decir, aquellas personas cuyo sexo coincide con el que se les asignó al nacer— juega con la salud de las personas trans, y le indigna que tengan ese poder sobre sus vidas.
“El desabastecimiento me hizo recurrir al mercado negro”
Paula (nombre ficticio) (ella, 23 años). Estudia un máster para poder impartir TIC en enseñanza secundaria en Madrid.
Paula no se llama Paula, pero prefiere utilizar un pseudónimo porque la falta de suministros le llevó a comprar estrógeno inyectable —ilegal en España— mediante páginas web. El nombre que aquí usa es lo único falso de este testimonio, que es más común de lo que nos sentiríamos cómodes reconociendo.
Su trayectoria, a caballo entre la sanidad pública y la privada, le ha hecho sentirse mucho mejor en su vida. Para empezar, los estrógenos arreglaron una deficiencia que tenía de hormonas sexuales que le provocaba sudoración excesiva e incapacidad para ganar peso o masa muscular. Más que los cambios corporales en sí, lo que le da euforia es ponerse ropa con la que se siente cómoda “y el cuerpo que se intuye debajo”.
Además, el HRT acabó con los síntomas de ansiedad que tenía anteriormente, y asegura que, por primera vez, tiene calma para pensar. Otro efecto que ha notado es que puede llorar: “Antes me dolían los ojos, pero no conseguía llorar si no era por algo tan grave como la muerte de un familiar”.
Cuando le pedimos que resuma los cambios, habla así: “Vas a estar segura de que eres tú quien está en control de tu cuerpo, mientras que antes se sentía artificial. Te sientes tú en toda tu experiencia, ya sea frente al espejo o en la cola de Correos”.
Accedió a hormonas con un paso extra e innecesario: psiquiatría. Su médica de cabecera ignoraba que podía derivarla a la UIG directamente, así que la envió al servicio psiquiátrico con la excusa de síntomas de ansiedad. Este camino es innecesario desde que en la Comunidad de Madrid se aprobó la ley trans autonómica, aunque la ahora presidenta, Isabel Díaz Ayuso, se ha comprometido con Vox a derogarla.
Paula no perdió el tiempo entre octubre, cuando pidió ir a la UIG, y febrero, cuando tenía la cita. Utilizó su experiencia pasada trabajando en informática médica para leer estudios y experiencias de otras personas, y se horrorizó por las dosis y la forma de administración de estas por parte de la unidad del Hospital Ramón y Cajal y otros.
Por esto, prefirió la vía privada para agilizar la lista de espera y poder elegir a une especialista en endocrinología que estuviera bien valorade por la comunidad trans. Consiguió Climen en diciembre, pero cuando tuvo su segunda cita en marzo de este año, se encontró con que no quedaban existencias. Pasó por Progyluton y Perifem, que se fueron desabasteciendo, y está con Qlaira, un anticonceptivo, desde mayo.
Aunque en ningún momento se llegó a quedar sin reservas, el cambio constante —llegó a cambiar de receta dos veces en un mes— le provocó un miedo que desembocó en los mercados grises y negros. Compró estrógenos inyectables, que, como ya hemos dicho, son ilegales en España, para tener un plan de contingencia.
Sobre las páginas web de compra de hormonas dice lo siguiente: “No es habitual usar estos métodos porque son más peligrosos, pero eso no quita que la gente recurra a ellos por miedo al desabastecimiento, falta de confianza en el sistema médico, retrasos en las citas o porque cree que conseguirá un mejor tratamiento”.
“Cambiar de fármaco se siente como una vuelta a la casilla de salida”
Leo Cugnon (él, 25 años). Estudió audiovisuales y busca trabajo de lo suyo en Mondragón, Gipuzkoa.
“Como encontrar zapatos que te gustan y no te hacen daño” es como Leo define el tratamiento hormonal en el que lleva tres años.
También habla de comodidad, de paz, de aceptarse a sí mismo, hacer lo que quiere y desconectar un pitido en la cabeza.
Su proceso le ha hecho sentirse más él o, en sus palabras, “el Leo que quiero ser está llegando”, dice este chico a quien que le traten en masculino sin conocer a la persona le sienta mejor que los propios cambios corporales.
Leo empezó a buscar HRT en 2017, dos años antes de que Euskadi aprobara la autodeterminación de la identidad sexual, así que tuvo que sufrir exámenes psiquiátricos para poder acceder al tratamiento.
Desde entonces, no tuvo problemas con su receta de inyectables —a diferencia de los estrógenos, esta vía de administración sí es legal en el caso de la testosterona— hasta hace varios meses, cuando le confirmaron en varias farmacias que habían dejado de recibir Reandron, el medicamento que usaba.
Pudo solucionar el problema, pero afirma que siente el cambio como una vuelta al inicio, “como aprender a andar en bici otra vez”.