La socióloga australiana lleva cuarenta años estudiando las masculinidades y cómo los cambios sociales y económicos han afectado a los roles de género
Fuente (editada): EL DIARIO | Sandra Vicente | 13 AGO 2023
Raewyn Connel (Sydney, Australia, 1944) es una socióloga australiana que ha dedicado su carrera a las masculinidades, la estructura de las clases sociales y su relación con las desigualdades de género. Además, es una mujer trans que salió del armario estando ya su investigación iniciada. Su carrera la ha hecho merecedora de diversos reconocimientos, el más reciente haber sido ser nombrada la primera persona trans Honoris Causa en Catalunya, título que le ha sido concedido de la mano de la Universitat Pompeu Fabra (UPF).
Ha habido muchos progresos en la causa LGTBIQA+, pero usted es la primera persona trans en ser investida Honoris Causa en una universidad catalana. ¿Por qué?
Las posiciones queer o no binarias son más aceptadas entre la juventud porque la situación ha cambiado. Pero mucha gente trans de mi edad no ha podido completar su educación y, si lo han hecho, en muchos casos ha sido a costa de no salir del armario. Por eso hay mucha ratio de educación interrumpida, pobreza y paro entre personas trans.
Si, además, se combina con hostilidades en la familia, las consecuencias pueden ser catastróficas. Hablamos incluso de suicidio. Por fortuna, hoy hay mucho más apoyo a la comunidad LGTBIQA+, porque hablamos más y somos más visibles. Pero eso también tiene consecuencias malas: al estar más expuestos, la hostilidad aumenta. Y eso es preocupante porque les trans son un pequeño grupo de personas, minoría en la minoría, muches de elles pobres y con pocas posibilidades de defenderse. Un blanco fácil. Y siempre lo han sido. Muchos movimientos reaccionarios llevan desde los años 70 atacando a trans o lesbianas para ganar notoriedad.
Empezó a investigar sobre masculinidades hace cuarenta años. ¿Qué ha cambiado?
Las masculinidades son una cuestión muy compleja. Están determinadas por la posición social, las prácticas y los roles de poder y eso hace que cambien a medida que cambia la sociedad. No encontramos las mismas masculinidades hoy que hace cincuenta años, por razones bastante obvias. Han cambiado los medios de comunicación; ahora tenemos Internet, que facilita la circulación de información y material cultural; la configuración política es distinta…Y, sin duda, el feminismo ha sido un elemento elemental.
Empecé a trabajar sobre masculinidades poco después del nacimiento de los movimientos de liberación de la mujer de los 70 y en ese momento ya surgieron hombres que apoyaron a esas mujeres y se beneficiaron de algunos de sus logros, tales como unos roles de género menos definidos.
¿De la misma manera que el feminismo derivó en masculinidades menos tóxicas, también conllevó la radicalización de una parte de ellas?
A finales de los 70 se dio un movimiento, con tracción política en regímenes conservadores y autoritarios de todo el mundo, liderado por hombres que creyeron que la liberación de la mujer amenazaba sus posiciones y privilegios. Fue un momento de contradicciones, porque debido a este movimiento reaccionario, en algunos lugares la lucha por la emancipación femenina supuso que los derechos de las mujeres se recortasen, en lugar de crecer. Es algo que sucede hoy también. La oposición al lenguaje inclusivo y las comunidades machistas de Internet son las que sustentan los regímenes autoritarios de Hungría, Rusia o Polonia.
Menciona Internet, ¿cómo ha cambiado las reglas del juego?
Ha sido una montaña rusa. El movimiento más radical contra el feminismo se ha dado online. La manosfera [espacios de la red en que se congregan hombres con actitudes misóginas] anima a tratar a las mujeres con brutalidad, asegurando que les deben atención e intentando destruir el clima de opinión favorable al feminismo. El problema de estos espacios es que no se quedan en Internet, sino que acaban llegando a la política institucional, con resultados desastrosos como hemos visto en Estados Unidos, donde se ha derogado el derecho nacional al aborto.
Lo que me da esperanza es que haya muchas mujeres, sobre todo jóvenes, que rompen con los caminos marcados por el patriarcado. Y muchos hombres también, que están descubriendo que la igualdad es un camino que puede mejorar sus propias vidas, no solo las de las mujeres.
Al principio de sus investigaciones hablaba de una masculinidad hegemónica. ¿Sigue habiendo una?
No hay más tipos de masculinidad que antes, lo que ha sucedido es que las vemos y somos capaces de reconocerlas. Y de contestarlas. El feminismo ha sacudido el género y lo que entendíamos por tradición. El conservadurismo intenta evitar los cambios sociales, pero las nuevas generaciones nos han ayudado a entender que las tradiciones son negociables. Ante esa nueva realidad, muchas masculinidades han abrazado la violencia como vía para conservar las tradiciones, y eso asusta. Hablamos de masculinidades que se alinean con la extrema derecha, el racismo, el fascismo… Y el resultado puede ser una masacre, como la que se dio en Utoya [Noruega] en 2011, donde un hombre joven mató a 77 personas.
El asesino de Utoya cometió el ataque en nombre del nacionalismo noruego, para “proteger” a su país. Pero en sus textos había también referencias misóginas hacia su madre. ¿Por qué el fascista tiende a odiar a las mujeres?
Ha habido siempre una asociación entre un cierto tipo de masculinidades y la violencia. Desde la Antigua Grecia hay representaciones culturales en las que los ‘hombres de verdad’ son brutales. El asesinato es cosa de hombres, así que ¿a quién le toca, si no a las mujeres, ser asesinadas?. Pero esa es solo una de las maneras de ser hombre. El género siempre ha sido complejo en lo referente a los símbolos, las identidades y los roles. También en la Antigua Grecia. Pero la derecha tiende a negar esta complejidad mientras intenta recuperar una supuesta tradición que, en realidad, nunca ha existido. Porque el universo nunca ha sido homogéneo, en ningún periodo histórico que se me ocurra.
¿Usted cree que un hombre puede ser feminista o es de las que piensa que, por el contrario, lo máximo que puede ser es un aliado?
No veo ninguna contradicción en que un hombre sea feminista, pero es cierto que es un debate desde los años 70. Y depende de cómo entendamos el feminismo. Hubo quien lo entendió como una revolución cultural de las mujeres y, por lo tanto, era imposible que los hombres formaran parte de aquello. Debían tener otro rol. Y se llamaron a sí mismos ‘aliados’. Pero había otras feministas que no veían nada malo en que los hombres se identificaran como feministas, porque ayudaban a difundir el mensaje de la igualdad. Sea como sea, deben tomar responsabilidad de sus acciones políticas. Llamarse feminista es una fuerte declaración de intenciones que se debe cumplir.
La ministra y vicepresidenta segunda del Gobierno, Yolanda Díaz, dijo hace unos meses que los hombres de izquierdas “son un peñazo”, precisamente por llamarse feministas y mantener actitudes machistas. ¿Comparte su opinión?
No me gustan las generalizaciones y creo firmemente que en la izquierda hay mucha más predisposición a la igualdad de la mujer que en la derecha. Precisamente porque a un hombre de izquierdas se le puede -o se debería poder- confrontar y hacerle repensar sus actitudes. Dicho esto: seguro que la ministra tiene sus motivos. En la izquierda hay patriarcado y violencia de genero. No he investigado mucho sobre este aspecto, pero no tengo necesidad de hacerlo para que se me vengan a la cabeza ejemplos muy claros.
¿La clase social determina el tipo de masculinidad?
No se pueden predecir las prácticas de género de una persona en base a su clase, pero tus ingresos, posición social y rango profesional afecta a cómo construyes tu masculinidad. Si tienes buen estatus, es posible que tengas poder sobre otras personas. Y que tengas más tiempo libre. En algunos países y épocas, definiría tu sexualidad. Todo ello conforma una masculinidad colectiva que representa un imaginario de clase y reproduce los ejercicios de poder que te han inculcado.
La economía es muy determinante para entender los roles de género. Hace años, los países se levantaban gracias a la industria y su mano de obra, formada por hombres. Por eso, la cultura ha definido la masculinidad como algo sucio, peligroso, rudo, fuerte… En el último medio siglo ha habido un gran descenso de la industria pesada y los obreros son distintos. Por eso, ahora vemos otros patrones de masculinidad, no tan ligados a atributos físicos sino al estatus social y comportamiento.
¿La precariedad agrava la masculinidad?
Hoy vemos nuevas formas de masculinidad basadas en la precariedad. Pero no necesariamente tienen que ser peores. En un sentido, la precariedad podría llevar a los hombres a buscar una cooperación más cercana con las mujeres. Podría ser una manera de acabar con las desigualdades de género. Pero, por otro lado, una mayor inseguridad financiera podría llevar a un aumento de la violencia. Esto se ve mucho en la manosfera -conformada mayoritariamente por jóvenes trabajadores blancos-, que es un espacio misógino que insta a dominar a las mujeres para recuperar esos privilegios que han perdido, no por hombres, sino por precarios.
¿En qué momento vital se definen los roles de género?
Ni la masculinidad ni la feminidad tienen una única definición, sino que son un espacio por el que puedes transitar. Hay una investigación muy interesante [‘Gender Play’, de Barry Thorne] sobre el comportamiento de la niñez en la escuela primaria. El autor vio que muchas veces niñas, niñes y niños juegan juntes, intercambiándose roles de género independientemente de su sexo. Pero en otras ocasiones, sí que hay divisiones marcadas. Les pequeñes cruzan las barreras del género constantemente, pero las personas adultas perdemos esa capacidad.
¿Cree que se podría acabar con las masculinidades tóxicas en la escuela?
Las escuelas segregadas fueron las responsables, en gran parte, de que haya generaciones con roles de género tan diferenciados entre hombres y mujeres. La educación es importante, no sólo como institución, sino como herramienta política. En muchos momentos de la historia las mujeres han estado alejadas de la escolarización y eso les restaba autonomía, las expulsaba de ciertas actividades económicas y potenciaba los trabajos segregados.
La educación es poderosa, ya sea para mantener o cambiar los patrones sociales. Por eso todos los regímenes intentan controlarla. El ejemplo más reciente y claro lo encontramos en Afganistán, donde se ha negado la educación a las mujeres. Pero también hay casos algo más sutiles, como en Estados Unidos, donde se ha intentado interferir en los libros disponibles en las bibliotecas, en los contenidos del currículo y se ha intentado eliminar ciertas carreras universitarias como los estudios de género.