Desde que esto empezó acumulo agresiones, una detrás de otra. En el supermercado una cajera tuvo que gritar a un tipejo que acercaba su paquete a mi culo, otro aprovechó que estaba agachada atando a mi perrita para acercarse con la misma intención.
Fuente (editada): EL SALTO | Josebe Iturrioz | 14 ABR 2020
Recuerdo el primer taller de Drag King al que asistí. Lo dirigían Diane Torr y Paul Preciado, debía ser 2004 y estábamos en Arteleku (Donostia). Las participantes, entonces desconocidas entre nosotras, ahora muchas de ellas grandes amigas, escuchábamos atentas a aquelles dos personalidades y empezábamos a entender en qué consistía ser un hombre por un día. Torr iba dándonos las claves de la masculinidad. Decía que antes de encarnar la masculinidad debíamos quitarnos la feminidad: fuera anillos, fuera pendientes, fuera sonrisas. Era también necesario rehacer nuestros peinados. Recuerdo como si fuera ayer sus palabras: “A un hombre el mundo se le abre. Cuando va por la calle la gente se aparta, le dejan paso. Un hombre no mira nervioso buscando a la gente, los objetos, las personas deben aparecer en su campo de visión” Alucinábamos de la sutileza, de ir poco a poco encarnando la masculinidad. La masculinidad es plástica, puedes ponértela, y así fue. Conseguimos ser, por primera vez en nuestra vida, una panda de tíos.
Preciado me hizo la barba. Recuerdo el nerviosismo mientras me preguntaba por mi personaje y cómo quería que me hiciera la barba. No sabía qué contestar, me sonrió dulcemente y sentenció “Está claro que tú de tía eres súper buch y de tío, súper marica, nunca serás normativo”. Nunca me definieron tan bien, y solo le hizo falta unos minutos. Y así fue: nunca pude ser normal. Ahora soy trans. Una especie de trans masculino flojo, muy marica, que se denomina en femenino y que cuanto más transita a la masculinidad más marica es.
En esta crisis las palabras de Torr y Preciado retumban en mi cabeza, una y otra vez, la misma idea: “A un hombre el mundo se le abre, cuando va por la calle la gente se aparta, le dejan espacio” y “Nunca serás normal”. Paseo todos los día a mi perra entre la histeria vírica y las lógicas de guerra impuestas por el Estado. El terror que siento todos los días aumenta mi ansiedad. No dejo de pensar en aquellos Drag King inocentes parodiando la masculinidad. Desde que esto empezó acumulo agresiones, una detrás de otra. En el supermercado una cajera tuvo que gritar a un tipejo que acercaba su paquete a mi culo, otro aprovechó que estaba agachada atando a mi perrita para acercarse con la misma intención. Y qué decir de la policía, esos aspirantes a Rambo que les basta una especie de estado de excepción o la declaración de la III Guerra Mundial para sacar al Jean-Claude Van Damme que llevan dentro. Si a ello le sumas la vigilancia de los balcones, la Inquisición ha resucitado, con el vecindario insultando y contando las veces que sacas al perro. La situación me resulta insoportable.
Me cuesta comprender a la humanidad, nunca seré normal. No entiendo cómo nos la han colado así y cómo todes nos hemos puesto a hacernos las guerra les unes a les otres. La sociedad me dice que soy raro, un engendro. A los bichos raros, quienes nos salimos de la norma, nos ha tocado vivir la amenaza de las violaciones correctivas como a las bolleras muy masculinas y/o trans. Os damos asco, somos repugnantes, pero eso no os impide violarnos y maltratarnos como si eso fuera lo normal. Es más, os genera placer violarnos por el hecho de estar “corrigiendo” una actitud y unos deseos que escapan de la heteronormatividad.
No entiendo a los tíos que no se apartan, que siguen pensando que el mundo es suyo y que el resto debemos pegarnos a las paredes. Obligarnos a ir zigzagueando. Vi a una chica con su perro, saliendo despavorida cada vez que se encontraba a cuatro metros de alguien. No entiendo a la policía que le da de hostias a la gente con guantes de látex y mascarillas. Estos días la violencia policial parece que está de moda, que les gusta más la violencia que cuidarse. Las patrullas amables escasean. Me atreví a preguntar a una pareja de policías machunos, mientras me abroncaban por pasear a mi perra, si sólo iban a vigilar y castigarnos, si no pensaban cuidarnos; no se lo pensaron dos veces: “Esa no es nuestra función, para eso están los servicios sociales”.
Guerra a la Tierra
No entiendo a quién leches le estáis haciendo la guerra ¿A la Tierra? ¿A la naturaleza? Si es así quiero comunicaros que yo pienso desertar del bando de la humanidad. No pienso hacerle más la guerra a esta Tierra herida. Antes de que Francis Bancon, fan de la inquisición, definiera el conocimiento como una relación de “casto maridaje” entre la Ciencia y la Naturaleza, antes de que impusiera su metodología de sometimiento y penetración, es decir, antes de establecer que el conocimiento se obtiene violando constantemente a la Naturaleza, les hermétiques pensaban que la relación con la naturaleza era amorosa. Coital sí, pero no violadora. Pensaban que éramos parte de un todo que había que cuidar y sostener. La inteligencia precolonial también pensaba que la naturaleza era sagrada, hoy poco queda de eso. Bolsonaro, Trump y sus secuaces neoliberales han exterminado a les ecologistas descendientes de la era precolonial, como a Berta Cáceres. Ahora me la imagino diciendo “¡Os lo dije, cabrones!”. Donna Haraway dice que la Naturaleza es un coyote irónico. Parece que a la humanidad le es más fácil creer en un Dios Todopoderoso que pensar que la Naturaleza está viva. Es más fácil creer en un señor al que llaman Papa, que no es un padre, sino un puente entre Dios y la humanidad, a pensar que la Naturaleza se retuerce. A ese señor le dais un Estado, y a quienes oyen voces o abrazan a los árboles, al psiquiátrico o tiro en la nuca.
La cuenta atrás ya ha empezado, y no creo que la Naturaleza tenga que organizarse mucho para destruirnos. Nosotres solites nos bastamos. La Naturaleza juega con ironía, nos manda un bicho minúsculo, pequeño, al que hemos ido a buscar. Una familia que no tiene qué llevarse a la boca, se hace una sopa de murciélago y nuestro mundo globalizado extiende el virus covid-19. Ante la crisis, sacamos los tanques a la calle y le declaramos la guerra a lo invisible. Esa guerra nos la estamos declarando a nosotres mismes: ya está en marcha el suicidio colectivo. Y sigo sin entender la imbecilidad humana. Las mujeres sabias premodernas, a esas que Torquemada llamaba brujas, hubieran gestionado esta crisis mucho mejor que estos Estados de lógicas modernas, patriarcales y neoliberales del siglo XXI. No hay guerra que hacer, sino vida que sostener. Hay que pararse a pensar, llorar por nuestra barbarie, mirar por la ventana y felicitarse porque ahora las calles son de los pájaros, jabalíes, patos y pavos reales. Desgarrarnos las vestiduras al darnos cuenta que ha sido una pandemia a nivel global la que ha conseguido parar las emisiones de CO2. Es necesario parar, recapacitar y aprender, dejar la violencia y la violación como forma de relacionarnos con el mundo, y poner la vida y los cuidados en el centro.
Me suelen decir mucho lo de “yo también tengo una amiga lesbiana” pues bien, yo también tengo amigos hombres, pero no unos como vosotros. Más de uno, de dos y de tres. Y gracias a ellos he entendido que sí, se puede desertar. El respetar el espacio corporal, el no violar, no es una cuestión de genitales, son decisiones que uno toma en la vida, decisiones morales que te reconfortan y te acercan a la felicidad. El último imbécil que se acercó por detrás en un estanco, al cual mi perra echó a ladrido limpio del establecimiento mientras el estanquero le sonreía con la mayor de las dulzuras, consiguió articular un “Joder, es que llevo días sin poder hablar con nadie”. Si os sentís solos decidlo, abrazad almohadas, pedid ayuda, llorad como el resto. No os acerquéis por la espalda a la gente pensando que somos vuestros objetos de uso, cuerpos esclavos predestinados a saciar vuestro sucio deseo, vuestra violencia.
Gracias a mis amigos sé que se puede desertar, se puede salir de esas lógicas asquerosas. Gracias a esos cuerpos que no violan, que incluso han sido violados y que están rotos, y que a pesar de todo han decidido no hacer daño. Gracias a todas aquellas personas que no quieren hacer la guerra. Esto no es la III Guerra Mundial, es una pandemia, un colapso de cuidados. Si hubiera sido una guerra de verdad no iríais al campo de batalla con navajas de llavero, os hubiérais armado hasta los dientes. En cambio mandáis al cuerpo sanitario sin herramientas a dejarse la vida. Ahora que se evidencia vuestra ineptitud nos declaráis la guerra. Así, nos tenéis aterrorizades sin atrevernos a alzar la voz. Pues bien, gobernantes del mundo, sois una panda de ineptes, unos inútiles. No sabéis cuidar ni valorar la vida, violáis y destrozáis a la Naturaleza. Pienso desertar, estoy con el coyote, con Berta Cáceres y con los murciélagos. Espero que decidamos no hacer la guerra y escojamos por fin hacerle el amor a la Naturaleza.