El feminismo transexcluyente está utilizando como arma arrojadiza medias verdades en un discurso que niega a las personas trans el derecho a prescindir del tutelaje externo al que están obligadas. Figuras de esta corriente se han valido de las mismas técnicas de manipulación utilizadas por partidos de extrema derecha.
Fuente (editada): EL SALTO | Eva Ferreras | 19 JUL 2020
En las últimas semanas, en torno a la Proposición de Ley sobre la protección jurídica de las personas trans y el derecho a la libre determinación de la identidad sexual y expresión de género, el feminismo más conservador ha endurecido públicamente su discurso contra las realidades trans alegando que las leyes de identidad sexual atentan contra los derechos de las mujeres cis —es decir, de aquellas que no son trans—. Bajo el pretexto de la preocupación, están utilizando medias verdades como arma arrojadiza en un discurso que niega el derecho a la autodeterminación sexual, un derecho que permitiría a las personas trans prescindir del tutelaje externo al que en la actualidad están obligadas.
Para propagar este discurso, algunas de las figuras más visibles del sector feminista transexcluyente se han valido de las mismas técnicas de manipulación observadas estos años en partidos de extrema derecha. Para ilustrarlo, adaptamos el Manual de la ultraderecha para desinformar, en el que la periodista Patricia R. Blanco analizaba el pasado mes de abril las narrativas de la extrema derecha descritas por los investigadores Jon Roozenbeek y Sander van der Linden en el Juego de los bulos. Hemos omitido el último punto del manual original, “troleo”, al no haber observado un fenómeno organizado de cuentas creadas específicamente para generar ruido en redes sociales. Si bien esto último parece estar ocurriendo también.
1. Imitación de una fuente de información fiable
En la mayoría de los artículos que se enlazan en estas discusiones podemos encontrar un patrón: titulares escandalosos, poco desarrollo en la noticia y prácticamente ninguna referencia o enlace a fuentes que apoyen lo que se afirma.
Encontramos, por ejemplo, este artículo compartido por la psicóloga jurídica y forense Laura Redondo. El artículo fue publicado en La tribuna del País Vasco, medio editor de Vox: Entre el liberalismo conservador y la derecha identitaria, un libro en el que se habla de este partido como “la auténtica derecha identitaria y socialmente transversal”. El texto informa de que las peticiones de cambio de sexo por parte de niños han aumentado en Reino Unido un 4.400% debido a, entre otras cosas, “la información o educación sexual y de ideología de género impuesta en las escuelas”. La única fuente que incluye el artículo es otra noticia con el mismo contenido —esta última sin ningún enlace— en el medio Aleteia, un medio de comunicación católico mantenido por la Fundación para la Evangelización a través de los medios de comunicación.
También la divulgadora Laura Lecuona expresa su preocupación por las infancias trans y alerta sobre la necesidad de aprender de la experiencia inglesa. Ni la divulgadora ni la psicóloga mencionan que en Reino Unido está actualmente vigente la Gender Recognition Act de 2004, que permite el cambio de sexo registral únicamente tras el diagnóstico de disforia, y la Equality Act 2010, que también permite la reasignación registral si la persona ha pasado o va a pasar por un proceso de cambio fisiológico. Recientemente ha habido manifestaciones del colectivo trans por la intención del Gobierno de endurecer los requisitos para el cambio de sexo registral.
En el mismo hilo, Redondo enlaza a continuación esta noticia para argumentar que “en el 85% de los casos de transexualidad la disforia se va y hay muchísimas detransiciones”. En la noticia, sin embargo, se dice explícitamente que “no hay datos para saber el número de personas que no están satisfechas con su nuevo sexo o que hayan decidido detransicionar”. La escritora Lucía Etxebarría también se pronuncia a este respecto al afirmar sin aportar ninguna prueba que hay una “ingente cantidad” de detransicionadoras que deberían plantear muchos interrogantes a este debate.
Encontramos otras afirmaciones igual de rotundas que directamente no aportan fuentes, como esta que comparte una usuaria en Twitter y que difunde la cuenta anónima @Eres_Una_Caca, otra de las más visibles del sector transexcluyente: “En los países en los que las estadísticas no tienen en cuenta la distinción de las mujeres transexuales y biológicas, se incrementan los delitos de pederastia, violaciones y crímenes violentos cometidos por “mujeres” (que en realidad son varones biológicos)”. No explica cuáles son esos países ni dónde consultar las estadísticas para poder hacer la comprobación sobre este supuesto aumento de delitos.
Estas informaciones, que aparecen por lo general en medios de dudosa credibilidad, tienen también en común la utilización de casos particulares de países como Reino Unido o Canadá para predecir el potencial peligro que tendría el reconocimiento de la autodeterminación sexual. En cambio, no se comparten casos documentados de las diferentes comunidades autónomas en las que desde hace años están vigentes diferentes leyes que recogen este derecho.
2. Exaltación de las emociones
Este tipo de noticias no se están utilizando en las discusiones analizadas para plantear ninguna enmienda concreta a la proposición de ley, sino para agitar el miedo bajo una misma idea: tras la defensa de esta ley hay hombres cis que van a hacerse pasar por mujeres para seguir ejerciendo la violencia y recuperar los espacios que el feminismo sigue luchando por conquistar.
De esta manera, aceptar que una persona decida la adscripción de su sexo “sin control ni garantía” —es decir, sin tener que demostrar disforia o una situación estable de transexualidad, como en la actualidad— dará una mayor facilidad a los hombres para cometer agresiones. En última instancia, según este sector del feminismo, estas leyes consiguen lo que este sector llama el “borrado de las mujeres” y la eliminación en el imaginario social de las violencias específicas sufridas por las mujeres cis.
La existencia de casos de uso fraudulento de una ley no invalidaría la necesidad de reconocer el derecho a la autodeterminación, sino que haría necesario minimizar los riesgos.
En este texto colaborativo difundido por la cuenta de Twitter @transinclusivas se desmienten varios de los bulos que se han utilizado en el debate para provocar este miedo en cuestiones como la paridad, la cuota de reserva de puestos de trabajo, la ley contra la violencia de género, las prisiones, el deporte femenino y el uso de baños y vestuarios de mujeres.
3. Polarización
Por otra parte, la existencia de casos documentados no invalidaría la necesidad de reconocer el derecho a la autodeterminación, de la misma forma que la posibilidad de que una mujer interponga una denuncia falsa —la Fiscalía abrió 14 investigaciones en 2018, un 0,0083% del total— no invalida la Ley contra la Violencia de Género. Por el contrario, haría necesaria una discusión rigurosa para minimizar el riesgo de que se produzcan este tipo de situaciones. Sin embargo, la exaltación del tono y el alarmismo utilizado en las discusiones por el sector transexcluyente hacen prácticamente imposible plantear un debate real sobre cómo solucionar las cuestiones que parecen preocuparles.
Encontramos, además, que desde este sector se está tratando de configurar un marco según el cual el feminismo radical sería una teoría homogénea sin confrontación de ideas en torno a su base teórica. En esta línea se manifiesta la activista e ilustradora María Murnau —más conocida como Feminista Ilustrada— al afirmar lo siguiente: “El feminismo no es un colectivo que tenga que ir preguntando a cada persona qué espera de él y qué le gustaría cambiar. El feminismo es una ideología política con una base teórica concreta. Si estás de acuerdo, te sumas, si no estás de acuerdo, busca otro movimiento”. De la misma forma se pronuncia la periodista Alba Calderón: “Ojalá nunca se olvide este capítulo de la humanidad donde solo las feministas con comprensión radical del sistema heteropatriarcal enfrentamos a la teoría cuir y su intento por borrar a las mujeres”.
De esta manera, observamos que se intenta forzar este marco ficticio para situar fuera del concepto “feminismo radical” o incluso “feminismo” a aquellas personas que, por ejemplo, se han posicionado con la corriente transinclusiva en alguna de las polémicas recientes. Es lo que ha pasado con la dibujante Moderna de Pueblo, la cómica Ana Morgade o la rapera Sara Soccas, a las que se ha acusado de misóginas o de defensoras del “generismo queer”. Con este término peyorativo hacen referencia a las teorías queer, pero entendidas únicamente en su vertiente más académica y abstracta, representada por filósofes posestructuralistas como Judith Butler. En cambio, la realidad queer es más compleja y, como explica la periodista Nuria Alabao, nace en el contexto de la época Reagan en Estados Unidos como movimiento de acción social.
4. Teorías de la conspiración
El siguiente extracto lo encontramos en un artículo de la autora Tita Barahona, “La política “trans-queer, un caballo de Troya en los movimientos de emancipación social”: “Quien marca la tendencia trans-queer a nivel global es una élite acaudalada y con influencia política muy relacionada con las industrias capitalistas de la moda, los fármacos, el ocio y entretenimiento, la pornografía, la prostitución o las madres de alquiler”. La autora tiene otros artículos en el mismo medio independiente —como este otro— en los que se habla de una nueva Inquisición con “denuncias secretas e interrogatorios por parte de la policía” hacia quienes se oponen a “la ortodoxia posmoderna de la identidad sentida”.
Encontramos en redes muchas referencias a este supuesto “caballo de Troya neoliberal”, a la “inqueersición” o al “generismo queer”. Así se pronuncia también Murnau: “El fundamentalismo queer es una extensión del patriarcado bendecida por el neoliberalismo, su fin es paralizar la agenda feminista y desarticular el movimiento. Tras esta ofensiva está el lobby porno, proxeneta y de vientres: anteponen el deseo del individuo a los derechos humanos”. Y continúa el profesor de psicología Jose Errasti: “Si un movimiento social es apoyado por el 100% de las grandes corporaciones, el 100% de los medios y el 100% del gran capital, entonces sirve a los intereses de las grandes corporaciones, los medios y el gran capital”.
Los argumentos transexcluyentes dejan sin resolver cuestiones como por qué la industria farmacéutica se beneficiaría de una ley que trata de hacer que la hormonación y la cirugía no sean necesarias.
Como explica Alberto Garzón en su crítica a La trampa de la diversidad de Daniel Bernabé, estos argumentos que utilizan Murnau o Errasti son funcionalistas: intentan explicar el comportamiento de les agentes del sistema de acuerdo a las necesidades del propio sistema. Garzón señala que este tipo de argumentos descartan explicaciones que describan de manera fundada cómo las necesidades del sistema se vinculan con las acciones individuales, y no explican, por ejemplo, qué tipo de unidad mantienen entre sí las clases dominantes y cómo se ponen de acuerdo en cada momento. Además de resultar ineficaz para explicar la realidad, niega que las personas trans tengan una agenda propia motivada por sus condiciones materiales de vida.
Bajo esta lógica discursiva quedarían, por tanto, varias incógnitas por resolver. Entre ellas, por qué un colectivo con unas condiciones de vida muy precarias está repentinamente vinculado a una disciplina académica compleja y abstracta. También deja sin resolver cuestiones como por qué la industria farmacéutica se beneficiaría de una ley que trata de hacer que la hormonación y la cirugía no sean necesarias para cambiar el sexo registral de una persona, o por qué el lobby proxeneta estaría económicamente interesado en la autodeterminación sexual.
5. Descrédito
Encontramos un intento de separar conceptualmente dos bloques diferenciados: por una parte, “las personas transexuales” (diagnosticadas con disforia), a las que este sector del feminismo muestra su apoyo, y por otra “el transactivismo”. En estas discusiones la etiqueta de “transactivista” invalida a le interlocutore, ya que, según se afirma, serlo va en contra de los propios intereses de las personas transexuales. Entre otras cosas, desde este sector del feminismo se vincula al transactivismo con las ideas más abstractas de la teoría queer y con ideas como la negación del sexo biológico o la existencia de cerebros de hombre y cerebros de mujer. Basta una búsqueda en Twitter del término “transactivista” para observar el resto de connotaciones que trae consigo el término.
Aunque existan personas que defiendan estas ideas concretas, esta forma de nombrar la realidad obvia que existen multitud de personas trans que no quieren operarse y/o hormonarse, y que defienden la autodeterminación sexual desde posturas radicales anticapitalistas y con perspectiva de género, clase y raza, y que tampoco realizan su activismo en base a autores de la teoría queer. Se podría establecer una discusión sobre si el discurso trans preponderante es el anticapitalista o no, pero ese discurso también tendría razón de ser en el feminismo.
Perpetuar estigmas
De esta forma, vemos que tras el discurso de un sector del feminismo hay acusaciones dudosamente documentadas que contribuyen a generar un clima de alarmismo y a perpetuar estigmas para un colectivo que soporta un nivel de violencia muy alto.
El debate que tenga lugar dentro del feminismo sobre la proposición de ley tendrá que ser riguroso y atender a preocupaciones fundadas sin tener como eje central la negación de la identidad de las personas trans, lo que en la práctica las condena a seguir necesitando de procedimientos médicos que les confirmen lo que son.