Comer es un derecho que no todas las personas tienen garantizado. Las mujeres trans, sin posibilidad de trabajos formales, viven en la incertidumbre del día a día para llevar el pan a la mesa. En tiempos de pandemia no es posible una olla popular, y surgen otras formas de organizarse colectivamente.

Fuente (editada): La Nota | Bruno Bazán | 30 marzo, 2020

Mónica tocó mi puerta una hora antes de lo que habíamos acordado. Estaba con una amiga a la que no conocía. El día anterior habíamos acordado por Whatsapp que a las 12:30 nos íbamos a juntar en la puerta de mi edificio para darle algunos alimentos. El aislamiento social obligatorio limitó desde el día uno su ingreso diario que proviene de “trabajar en la calle”. Hay muchas cosas de la canasta básica que ella no está pudiendo comprar.

Vivir al día requiere que la gente circule por las calles, que circule para tomarse un taxi, para hacer compras en la economía informal, y también en el comercio sexual. Monica y millones de personas en nuestro país lo saben.

Mónica, su amiga a la que no conocía y yo nos fuimos a la tienda de alimentación que está a la vuelta de mi casa. En veinte pasos nos topamos con un hombre que las saludó con ese tono que ya no queremos tolerar más:

– Hola hermosas, ¿cómo están?

Hicimos la fila ordenadamente, algo muy raro para la gente de Tucumán. La fila parecía romperse todo el tiempo con las miradas. “La miradita no es muda” dice Susy Shock. En la calle de barrio sur en pleno mediodía, esas miradas gritaban. Quiénes son, qué hacen y qué hago yo con ellas al lado.

Una señora se acercó como si me conociera de toda la vida:

– ¿En tu edificio están recogiendo la basura o cómo se organizaron? -preguntó.

Su mirada hacia Mónica y su amiga no fue condenatoria. Apenas las ignoró.

Mónica contó que cerca de la avenida Roca había un infectado, que había llegado mucha policía y un par de hombres con máscaras que podían ser médicos. La gente escuchó. El morbo y la necesidad de saber más se veía en sus ojos, pero nadie dijo nada. Las mujeres trans con las noticias no están admitidas para la fila del súper.

“Y resulta que nosotras somos travas y pobres, y tras cartón humilladas, y eso nos pone a la fila de las pobres que a veces también nos corren de la fila”, canta otra vez Susy Shock.

Mientras compro con calculadora en mano pensaba en abstracto qué cosas se necesitan para vivir. Agarré los primeros diez artículos más básicos. Miré alrededor y vi a algunas personas observando lentamente las góndolas, buscando precios pero también buscando gustos. Intenté hacer pasar a Mónica. No hubo caso.

– Una persona por compra -repitió el dependiente.

Me fijé en la calculadora, calculé cuánta plata me quedaba y qué me gustaría comprarme. En esos momentos quise con todas mis ganas que estuviera mi abuela, que soportó las largas crisis de los  80 y los 90 trabajando de empleada doméstica y administrando como las deidades. Mi abuela me recuerda a las mermeladas y a las harinas, porque con eso supo hacer de todo. Agarré mermeladas y más harinas, un postre y una gelatina. Quería chocolates, pero ya no me alcanzaba.

Salí de la tienda, bolsa y changuito lleno. Terminé comprando 2 kilos de pan y cuatro facturas en la panadería de al lado. Se pusieron contentas: las personas de afuera ya no existían ni para mí ni para ellas. Vi en sus pasos más fuerza y temple de lo que vi en la TV en estos días de coronavirus.

Gasté más de lo que me habían donado. Me acuerdo de que en segundo año de la facultad vimos la ética deontológica de Kant, donde dicen que donar no es moralmente bueno porque es algo que las personas hacen para sentirse bien consigo mismas. ¿Lo racional para Kant sería que los alimentos del mundo se distribuyan de modo equitativo? No lo sé, hace rato que no repaso al autor. Me siento mal.

Mónica y su amiga se fueron. Yo había quedado con mis otres compañeres en que tenía que sacar una foto a la mercadería para que las personas que donaron sepan que llegó a donde tenía que llegar. Me acordé tarde.

Apenas volví a mi casa tenía mensajes de otras compañeras. No somos tantas personas las que estamos donando, me repito como un loop.

El Estado no está preparado para aquellas que están paradas al fondo en la fila de las personas pobres. La cuarentena es el presente eterno de las necesidades más reales. La colecta crece, las redes están, no hay satisfacción personal en la administración de la miseria, hay un hacer o un no hacer. Y ya veremos qué haremos después.

*Esta nota se escribió en el marco de la Beca Cosecha Roja.

 

En Tucumán, las organizaciones sociales de Diversidad trabajan en una colecta solidaria

Por donaciones contactarse con Adrián Albano cel 0381- 4404164.