La autora de “Las malas”, uno de los libros más provocadores de los últimos tiempos, habla de cómo la literatura puede ser una forma intervenir en la realidad de las travestis. El encuentro se realizó en el marco del ciclo “Los libros permanecen abiertos”, que coorganiza Infobae junto al Grupo Editorial Planeta.

Fuente (editada) infobae | Patricio Zunini | 19 de abril de 2020

La novela comienza con un nacimiento: un grupo de travestis encuentra a un niño abandonado entre los árboles y una de ellas, la comadrona de la “familia”, lo rescata a través de ese camino de raíces y espinas. El bebé, con hambre y frío, se prende de esa teta que no va a alimentarlo, pero le va a dar amor.

En ese ambiente, que pendula entre la luminosidad del amor y la marginalidad de la prostitución, entre el realismo mágico y la autobiografía descarnada, se mueve Las malas (Tusquets), de Camila Sosa Villada, uno de los libros más interesantes y provocadores de los últimos tiempos. Novela de iniciación, crónica de época, memorias personales: La malas es todo eso y es más.

“Tengo la sensación de estar defendiendo al libro como quien defiende a su criatura”, dijo al comienzo Sosa Villada. Es que, aunque Las malas salió a fines del año pasado, en los últimos tiempos encontró el lugar para generar discusiones y debates. “La mirada de las otras personas puede estar equivocada; no siempre el público tiene razón. Además, se pone en juego algo un tanto escabroso, que es el hecho de que yo también respondo por un colectivo, y tengo que ser muy respetuosa, muy “hábil declarante” como dice mi padre, para que no ocurran malos entendidos”.

'Las malas', de Camila Sosa Villada (Tusquets)

‘Las malas’, de Camila Sosa Villada (Tusquets)

En el prólogo, Juan Forn cita una frase tuya: “Mi primer acto de travestismo fue empezar a escribir”. ¿Por qué escribir fue travestismo?

—Porque empecé escribiéndome como mujer. Escribí una novela en donde la protagonista era yo y se llamaba Soledad. Hablar de mí en femenino: fue la primera exploración que hice con el lenguaje. Aunque ya desde los tres o cuatro años me ponía pinturas de mi madre, ese fue el acto de la palabra.

¿En algún momento “traicionaste” una realidad pensando en cómo la ibas a escribir?

—No puedo diferenciar la realidad de la ficción. Estoy metida en ese toletole desde muy pequeña. Puede ser a través de la escritura, de la actuación, del canto: siempre estoy metida en una ficción que me ocupo de hacerme a mí misma. No es que lo esté viviendo de manera fortuita. Yo me procuro vivir una ficción constantemente.

Hablás de ficción y, sin embargo, no querés atar a Las malas a un género literario: le decís “libro”. La novela —yo la leí como una novela— tiene un ambiente de realismo mágico que se mezcla con una crónica y una autobiografía. ¿Tu vida es así? ¿Está plagada de realismo mágico?

—Sí, yo creo que sí. Lo ha sido siempre. Tengo parientes que, se dice, hacían pactos con el diablo. Mi abuela era una persona muy religiosa; creía en los milagros, tenía vírgenes, había salvado a un tío mío haciéndole una promesa a San Nicolás. Y, luego, en el campo, donde crecí, la relación con la Naturaleza es otra. Las cosas de las que se hablan tienen que ver con la muerte, con la magia. Incluso hasta en la trama de los castigos. Hay dichos como “No barras de noche porque mete la cola el diablo”. Yo me crié escuchando eso.

Alguna vez dijiste que no te gusta agradar. Es una idea que circula en el libro, pero como escritora, en un punto, tienes que seducir. Y las travestis del libro siempre están seduciendo. ¿Cómo juega, entonces, esto de no agradar pero sí seducir?

—Lo que sucede es que tú puedes seducir sin agradarle a una persona, que es algo que les pasa a las travestis: seducen hombres que no están agradados con ellas, que tienen problemas para reconocer que las desean. Es una relación muy directa con el deseo y con el miedo. Marlene Wayar dice que es el único colectivo que ha hecho de la seducción un arma política. En vez de armarse, en vez de violentarse, en vez de poner el cuerpo en las maneras tradiciones que tiene la política, las travestis sedujeron.

 

 

En relación al deseo, en la novela —cito de memoria— se dice que las travestis son para desear, pero no para querer.

—Luego de escribir el libro, el feminismo tomó muchísimo cuerpo y algunas ideas que tenía acerca del amor las puedo haber abandonado. Sí creo que, en los términos en los que las personas viven el amor —salir a tomar algo, caminar de la mano, tener un noviazgo, ir a cenar, conocerse entre amistades—, esas cosas no se las permitían con nosotras. Más allá de que en mi cama y en mi departamento me hicieran sentir la mujer más querida y más deseada del mundo. Culturalmente no nos podían asimilar en su vida. Imagínate: un hombre que salía con una travesti era tan mirado como una travesti.

Los límites de la moral conservadora se han ido corriendo. La mirada sobre el hombre que va de la mano de una travesti habría sido lo mismo en la década del 80 con dos hombres de la mano. Hoy la homosexualidad está aceptada virtualmente por toda la gente. ¿Qué tiene que hacer el colectivo de las travestis para romper con ese límite que hoy todavía las tiene del lado de afuera?

—Yo no me atrevería a hablarle al colectivo y decirle qué es lo que tienen que hacer, porque en sus maravillosas individualidades están haciendo destellos que aparecen en las pantallas, en los libros, en las conversaciones. Desde la más coloquial en una verdulería hasta la más intelectual, como la puede tener Marlene, Susy Shock o Violeta Alegre. Vamos despacio porque no tenemos dinero, porque no tenemos recursos, no tenemos herramientas. Recién las estamos formando. Hacemos lo que podemos y lo que podemos va mejorando la vida de muchas, pero vamos de a una. Pero, eso que decís de la aceptación del 100%, no es verdad. Quisieron meter presa a una chica porque se estaba dando un beso con la novia en Constitución. Hay casos de chicos que van de la mano y los golpean rugbiers imbéciles. Y están los imbéciles que salen a golpear maricas a la calle.

Hablabas de amor y hay un pasaje del libro en que la narradora cuenta su deseo de tener una casa, una familia, un perro: un amor burgués. ¿Cómo se vive la cuestión de permitirse desear lo que desea la mayoría?

—Yo creo que las chicas en la novela se las arreglan muy bien. La tía Encarna le rompe el corazón a su novio, ¡lo obliga a suicidarse! Angie tiene un novio que la acompaña hasta el día de su muerte. Yo tuve mis amores también en la novela. Creo que nos las arreglábamos muy bien, a pesar de creer que había algo del otro lado que nos podía hacer más felices. A mí, en particular, después de muchísimos años se me da por pensar que he sido muy afortunada al haber visto el mundo desde afuera. Como yo observada era casi una práctica filosófica. Nunca me cansé de ver cómo un chico se mostraba tan adorable y por debajo era un transfóbico imbécil. Siempre tuve la oportunidad de mirar casi por la mirilla de la puerta cómo se comportaban las personas.

Hay otro deseo que circula por la novela y es el de la maternidad. De hecho, la novela comienza con un “parto” cuando encuentran a un bebé abandonado en el parque. Pero también hay una frase que dice “la infancia y el travestismo no son compatibles”.

—Yo pienso siempre en esos comentarios que dicen: “¿Cómo le voy a explicar a mi prole que hay una travesti parada en la esquina? ¿Cómo le explico a mis criaturas que la vecina del 11B es travesti?” Por la experiencia que tengo con mis amigas, ¡les pibes se fascinan con las travestis! Porque ven color, porque ven vida, porque ven una persona vital y alegre. Les peques se desesperan con las travestis. No sé por qué tienen tantas explicaciones para darnos. Luego, estoy encaprichada y quiero hablar de esto hasta el cansancio, que hay mil maneras de ser madre. Yo creo que es el origen de todo lo dramático, hablando casi desde la dramaturgia, todo lo que tiene nudo dramático tiene que ver con la madre y su descendencia.

Camila Sosa Villada (Foto: Catalina Bartolomé)

Camila Sosa Villada (Foto: Catalina Bartolomé)

Una de las travestis de la novela es la séptima de la familia. Por tradición, el séptimo hijo varón es ahijado del presidente. Pero también hay una maldición en la que el séptimo hijo varón, en las noches de luna llena, se convierte en lobizón. Y ella, entonces, para evitar la maldición se encierra las noches de luna llena. Me llama la atención que la hayas tratado como séptimo hijo varón.

—Pero la criaron como varón. Esa maldición es como de hada madrina, de Maléfica, en la que le dicen que todas las lunas llenas se convertirá en lobo. Le queda eso de esa infancia. Es innegable que nos criaron y nos educaron como varones. Y fuimos como varones en algún momento. Más allá de que por dentro creciera una flor, que estuviéramos llenas de purpurina por dentro. Fuimos educadas para ser varones.

La figura de los hombres es problemática en la novela. Hay un personaje, que es el novio de la tía Encarna, que es “el hombre sin cabeza”. Creo que es el único hombre bueno y puro, además del bebé, por supuesto. ¿Se puede ser un hombre puro sin corazón?

—Era puro, pero también venía de la guerra, venía de matar personas. O sea que tenía un conocimiento fatal. Pero yo me niego a hablar del corazón como un órgano que siente. Pienso que todo está en la cabeza. Y creo que la única manera de que esa persona fuera así, ha sido porque no tenía la cabeza puesta donde otros hombres sí la tienen. Para mí debía ser así: sin cabeza. Él y los novios de las otras chicas tenían que ser de otra manera.

Siempre que se habla de las travestis se las pone en una situación de riesgo, las crónicas tienen un realismo “barroso”. Pero la novela le da un tinte muy luminoso a esta familia. ¿Cuánto se entiende de la comunidad de travestis a partir de este realismo extraño y mágico antes que con aquel otro realismo de la crónica?

—Yo adoro lo siniestro. Adoro lo sórdido. Dame prostitutas, yonquis, incestos, cosas sucias. Todo lo que sea sucio y maloliente me encanta como material dramático. Pero también estaba respondiendo por un colectivo. Desde hace un par de años, pienso que el discursito lastimero que la gente tiene sobre nosotras, que las personas se duelan constantemente de nosotras como si solamente fuéramos dignas de lástima, no nos está jugando a favor. Tenemos que poder ser alegres, trabajar desde la alegría, heredar alegría a las que nacen. Con mártires de una guerra constante no va a cambiar más la cosa. Pero me dije que se podía hablar de otra cosa. No solo en la novela; también en la vida.

¿Por qué tenías la necesidad de escribirte?

—Atiendo al mundo con civilidad, soy una buena ciudadana, puedo interesarme por la ecología, por los animales, por los derechos, por la adquisición de derechos, por la Justicia, etc., pero yo estoy interesada solamente en mí misma. No podría hablar de otra cosa más de lo que me ocurre a mí misma. Tal vez otras personas se sientan identificadas con lo que escribo. Yo puedo ponerles nombres a las travestis de Las Malas, puedo hablar de mis progenitores, puedo hablar de mis amores, pero, en definitiva, siempre estoy hablando de mí misma. Y, por suerte, soy una persona muy rica por dentro, soy muy fértil, soy como una selva. Tengo para hablar de mí hasta que me harte. No sé si es una necesidad. Es algo que me pasa, algo que me acontece. Y lo acepto.