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La actriz, guionista y directora lleva un año de intenso trabajo, pero se sabe una excepción: el audiovisual, denuncia, ignora todavía a les intérpretes trans
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Además de participar en la escritura de varios proyectos, espera el estreno de la serie El desorden que dejas y la película The life ahead, con Sofia Loren
Fuente (editada): infoLibre | Clara Morales | 28/06/2020
Abril Zamora (Cerdanyola del Vallès, 1981) ha estado inusualmente ocupada durante un confinamiento que otras personas han vivido como una enorme pausa. La actriz, guionista y directora también espera, sí: a que se estrene la serie El desorden que dejas, en la que participa, o la película italiana The life ahead, donde actúa junto a Sofia Loren. Y todavía tiene que regresar Señoras del (h)AMPA, la serie que creó junto a Carlos del Hoyo, aunque ella haya abandonado esta segunda temporada para centrarse en otros proyectos y participe solo dirigiendo el primer capítulo. Pero no ha experimentado la angustia de muches de sus compañeres de profesión, que se han quedado mano sobre mano en este parón: tiene, además de todo lo anterior, otros proyectos como guionista en los que no ha dejado de trabajar y de los que, dice, no puede contar mucho.
Es consciente de ser una excepción. Las personas trans se enfrentan a unas altísimas tasas de paro y, aún son muy pocas las actrices trans que, como ella, tienen una carrera profesional estable, entre otras cosas porque la representación de personajes trans en el audiovisual es escasísima. Y aunque esté, cuenta, en el momento más feliz de su vida, no es que absolutamente todo vaya sobre ruedas: pese a que hace ya tres años que inició su transición social, aún no ha logrado que le concedan el cambio registral, y en estos meses ve cómo la nueva ley trans, que facilitaría estas modificaciones administrativas —se dejaría de exigir, por ejemplo, el diagnóstico de «disforia de género» y un tratamiento médico de dos años—, se ha topado con la oposición incluso de parte del partido socialista, que se comprometió a firmarla en esta legislatura. En su voz, del otro lado del teléfono, se alternan la esperanza y la frustración.
Pregunta. Señoras del (h)AMPA tenía la voluntad expresa de alejarse de los estereotipos machistas: ¿qué ideas tenían claro que querían evitar?
Respuesta. Queríamos meter en una serie a mujeres empoderadas de más de 40, que es algo que sigue sorprendiendo: yo vengo de Vis a vis, que es una serie de mujeres [interpreta al personaje de Luna], y en las ruedas de prensa nos seguían preguntando por este hecho. Eso es desalentador, el que haya una serie protagonizadas por mujeres y que nos sorprenda. No queríamos ser abanderadas de nada ni referentes de nada, queríamos hacer una serie protagonizada por mujeres y, por supuesto, como somos feministas, pues iba a tener tintes feministas. Lo que no queríamos era ser oportunistas, que es algo que da mucha rabia y es un arma de doble filo, porque se crean expectativas. Intentamos crear una historia evitando estereotipos y dando derecho a réplica a mujeres que habitualmente no la tienen. Y yo soy una persona que pertenece al colectivo LGTBIQA+ e intento contribuir creando personajes LGTBIQA+ que no estén centrados en el hecho de serlo, que es algo que me parece antiguo y poco inclusivo.
P. ¿Es difícil que las productoras y las cadenas apuesten por conceptos como ese?
R. Desde la productora Mandarina y desde Telecinco no nos cortaron las alas, al contrario. Eso es algo que ha empezado a ocurrir con la llegada de las plataformas: antes era algo mucho más matemático, pensando en un tipo de público, pero se ha producido un cambio y lo hemos notado en nuestras carnes. Cuando creamos la serie teníamos claro que queríamos hacer comedia, pero no cualquier tipo de comedia, pensamos que la comedia negra no estaba demasiado explotada en la tele en abierto, y eso nos abría un mundo de posibilidades que nos permitió evitar zonas comunes que hemos visto en otras ficciones españolas.
P. ¿Cree que esa relativa facilidad es lo habitual?
R. Sé que soy la excepción a la regla. Estoy haciendo un proyecto ahora como creadora, del que no puedo hablar mucho, y en el que están fomentando mucho mi creatividad. Antes las series se creaban como un encaje de bolillos, intentando complacer a distintos tipos de público, como un Frankenstein que pudiera llegar a todo el mundo. Pero ahora la ficción está cambiando, la gente está ávida de escuchar las voces de las nuevas creaciones.
P. En una entrevista criticaba la escasez de personajes trans, y señalaba que, si no le llegaban papeles como actriz, se los escribiría para sí misma. ¿Ha llegado a hacerlo?
R. Cuando escribo, aunque no haya un personaje para mí, siempre interpreto todos los personajes. Mi novio y yo compartimos despacho, y cuando me ve escribir alucina, porque lloro, me río, hago caras… Lo primero que hice fue ser actriz y, aunque me haya ido desarrollando como guionista y directora, quiero ser fiel al impulso de la pequeña Abril de ocho años que tenía muy claro que quería ser actriz. A veces me lo planteo, porque esta profesión me genera ansiedad: a veces disfruto locamente y a veces lo paso fatal. Es muy difícil que me llamen para un casting, porque tengo un perfil muy concreto y en España no te llaman a menos que sea un personaje trans. Empieza a pasar: en El desorden que dejas, una serie de Carlos Montero [uno de los creadores de Élite] sobre su propia novela, interpreto por primera vez a un personaje que en las acotaciones no se menciona que sea trans ni nada. Estoy muy agradecida por esta oportunidad, porque me da la posibilidad de explorar cosas que otras personas me están negando. Siempre escribo personajes que yo pueda interpretar, pero soy muy realista: si yo voy con un proyecto a una productora, con un personaje que quiera hacer yo, me dicen que no, y ya me ha pasado.
P. ¿Cómo afecta eso a la situación laboral de las actrices y los actores trans?
R. Ese papel que no te dan lo hace una actriz cis o un actor cis con peluca. No es que una actriz cis no pueda interpretar a un personaje trans, es que mientras que no haya una igualdad de condiciones de trabajo, es injusto que lo haga. Solo te pueden llamar cuando el personaje lleva la etiqueta trans, algo que ocurre con dos personajes al año en España, y cuando los hay ni siquiera te llaman para el casting. Es muy frustrante: dentro del colectivo trans hay un 85% de paro, esa es la realidad. Y, además, yo siempre digo que como creadora intento hacer una ficción que sea un retrato real de la vida, y tener una actriz cis interpretando a un personaje trans quita credibilidad al proyecto además de invisibilizar al colectivo. Si una actriz trans interpreta a un personaje trans, representará mejor la realidad y contribuirá a la inclusión, porque muestra al mundo que existimos. El audiovisual tiene ese factor educacional, y normalizar en la ficción facilita las cosas en la vida.
P. ¿Qué referentes ha encontrado usted que le sirvieran para encontrarse a sí misma en este sentido?
R. Ninguno. Ninguno, lo digo de verdad. A mí, una de las cosas más gratificantes que me pasan es —porque aunque yo no sea una persona conocida como tal sí tengo cierta visibilidad— estar en contacto con la gente a través de redes sociales y recibir mensajes. Me dicen cosas muy positivas y vienen, más que de gente trans, de progenitores de niñes trans a quienes les sirve mucho verme como una persona feliz, que trabaja, que no tiene un problema con ser trans. Para mí, de pequeña, no había referentes trans en la tele. Cuando los había estaban relacionados con algo sórdido, oscuro, incluso usaban su nombre para insultarte. La otra opción era que fuera una cosa que se llevaba en secreto. Yo nunca voy a quitar mis fotos antiguas de Instagram ni a renegar de quién era yo hace tres años, porque esto es lo que soy y me encanta llevarlo por bandera. Yo ahora veo series como Euphoria, como Transparent, que tiene muchos personajes trans, como Pose… Creo que cada vez hay más —sobre todo en la ficción de fuera, en España vamos con muuuuuucho retraso—, más personajes que una niña trans de 12 años pueda ver y diga: «¡Anda, yo soy como ese personaje!». Eso le va a hacer más fácil entender lo que le pasa, entender que no está sola en el mundo, que no es un problema, y que como no es un problema no tiene que buscarle una solución: solo tiene que abrazar su identidad y quererse.
P. El audiovisual tiene mucho poder para representar, pero también para dañar. ¿Cómo le han afectado esas otras ficciones que ridiculizan o atacan a las personas trans?
R. Hay unas bases del respeto que en algunas ficciones españolas no están y generan un gran conflicto con la identidad del personaje. Y luego pasa una cosa. Con los gais, como cada vez hay un abanico más amplio de personajes, ves más registros difrentes, y cuando hay un comportamiento homófobo, que pasa, están esos otros personajes que no lo son. Pero con la transexualidad no pasa: ayer una chica trans colgó una story en Instagram sobre una película española reciente. En la película hay una mujer trans que los demás personajes no saben que lo es, y se dan cuenta porque se pone a mear de pie. Eso es absurdo. Estás perpetuando estereotipos, es algo horroroso.
P. En los últimos meses hay un gran debate sobre la nueva ley trans que está en el pacto de Gobierno, particularmente sobre el cambio de requisitos para que las personas trans puedan cambiar su nombre y su sexo en el registro y puedan tener un DNI acorde con su identidad. ¿Cómo ha vivido los plazos administrativos que existen ahora?
R. Hoy, de hecho, he estado intentando hacer gestiones por teléfono para esto. Llevo tres años intentándolo. Hasta que no llevas dos años de tratamiento hormonal, no puedes acceder a ello, lo cual es desesperante. ¿Quién es el Estado para decidir lo que yo soy y lo que dejo de ser? Hablamos de derechos, pero es tan grave lo que está pasando que ya ni siquiera es hablar de derechos, es hablar de sentido común. ¿Quién es la gente para meterse en la vida del resto, por qué la gente se siente tan sumamente incómoda con la felicidad ajena? Nos queda una gran tarea de lucha. Y esto implica también que la gente que no forma parte del colectivo LGTBIQA+ nos apoye. Hay que arrimar el hombro, hay que hacer piña, la gente tiene que empezar a denunciar los actos de transfobia, por pequeños que sean, igual que lo hacemos con el machismo o con el racismo.
P. Quizás quien no tenga esa experiencia no se hace a la idea de que en el DNI figure un nombre que no es el tuyo y un sexo que no es el tuyo. ¿Cómo se vive esto?
R. Yo lo vivo con mucha angustia. En mi foto del DNI yo sigo siendo como hace cuatro años. El año pasado hice una película en Italia, iba y volvía, iba y volvía, y cada vez que tenía que enseñar el DNI para acceder al avión… para mí era un drama. Cuando voy al banco y tengo que enseñar el DNI es un drama; cuando me hacen un contrato, me lo tienen que hacer al nombre legal y decir algo como que el mío es el nombre artístico. ¡Cuando voy a Correos! Una vez fui a recoger un paquete y, como tenía el DNI viejo, no me lo quisieron dar. Me tuvieron que buscar en la Wikipedia para ver que era la misma persona. Es algo ridículo. Al principio, cuando me dijeron que tenía que esperar dos años de hormonas para solicitar el cambio de nombre en el DNI me enfadé muchísimo y tardé mucho en hacerlo. Pensé: un documento no va a hacer que yo sea más o menos mujer. Pero, con el tiempo, este tipo de burocracia me ha hecho darme cuenta de que realmente lo necesito, porque dificulta cada paso que tengo que dar. Tengo muchas ganas de quitármelo de encima, porque cada vez que llega el momento del DNI siento una inseguridad tremenda, ¿y qué necesidad tengo yo de darle explicaciones a la señora de La Caixa que me está atendiendo? Es algo que te recuerda cada dos días que no estás aceptada de manera normal en la sociedad.
P. Otro aspecto es la patologización. ¿Cómo ha vivido el tener que someterse a un diagnóstico psiquiátrico para acceder a ese cambio en el registro?
R. Tienes que llevar un certificado psiquiátrico, cuando yo jamás he necesitado ir al psiquiatra y menos ahora, que es la época de mi vida en que más feliz estoy, ¿qué certificado voy a necesitar yo? Es una cosa súper loca, súper extraña, y supone pasar por un aro en el que no crees solo para que se te valide por lo que tú ya eres. ¿Tengo que jugar con tus normas estúpidas? Es increíble que estemos aún en este paso, y además da la sensación de que últimamente estamos yendo un poco hacia atrás y que tenemos que pelear con algo que parecía estar claro.
P. Por una parte, está llevando la vida que quiere llevar, con éxito profesional y, como dice, sintiéndose más feliz que nunca. Por otra parte, está esa sensación de retroceso. ¿Cómo se vive la tensión entre esas dos realidades?
R. A veces tengo la sensación de que vivo en un espejismo. Todo el mundo se empeña en recordarte la rareza que eres, y por mucho que tú lo vivas con normalidad y lo consigas en muchas partes de tu vida, de repente hay un señor taxista que te habla en masculino. Depende del día. Hay días en que reacciono muy mal a eso y me deprimo. Yo estoy viviendo como una mujer, defendiendo lo que es para mí ser una mujer. ¿Tienen que tener las mujeres unos rasgos concretos, tienen que tener la cara redonda, la nariz pequeña, una voz aguda? ¿Son así las mujeres que conocemos? Eso es muy reduccionista. Hay mujeres que tienen pene, hay mujeres que tienen la mandíbula cuadrada, y no tienen por qué pasar por una operación agresiva. Es algo que tienes que hacer porque tú te sientas mejor, no para ser aceptada en la sociedad. Eso lo he vivido yo: hay cambios que he hecho para sentirme mejor conmigo misma, pero otros que me di cuenta de que solo los quería para encajar. Eso es un problema. Por eso no opté por hacerme lo que se llama una feminización facial o por limarme la nuez, porque no me pareció que realmente lo quisiera. Es difícil. Sé que la normalidad es un concepto que mucha gente odia, pero a mí me hace sentirme segura en algunos momentos, y es muy complejo negociar contigo misma este tipo de cosas.