La filósofa Clara Serra considera que las feministas no pueden terminar compartiendo el discurso punitivista de la ultraderecha.

Fuente (editada): Nortes | Alba Iglesias Díaz | 4 julio 2020

Clara Serra (Madrid, 1982) es profesora de filosofía, escritora y feminista. Es autora de Leonas y Zorras: estrategias políticas feministas y Manual ultravioleta. Feminismo para mirar el mundo. Co-fundadora de Podemos en 2014, fue su primera responsable de Igualdad, Feminismo y Sexualidades. Posteriormente sería diputada autonómica en la Asamblea de Madrid. Primero con la formación morada y más tarde con Más Madrid. Tras dimitir de su cargo por discrepancias con Íñigo Errejón, se encuentra retirada de la primera línea política, y mantiene una actividad más centrada en la producción teórica y la divulgación feminista. Colabora en diferentes medios de comunicación y participa en la Escuela Feministas para Todas organizada este fin de semana por la Asamblea Moza d´Asturies.

El objetivo de esta Escuela de Pensamiento Feminista 2.0 es construir, como señalamos en el subtítulo, un “Feminismo para Todas”, en el que haya un consenso sobre los derechos para todas las personas, que atienda a todas las realidades y que se alíe con otras luchas sociales… ¿Qué argumentos dar frente a ese repetido mantra que afirma que las políticas trans y la teoría queer pretenden deliberadamente “desdibujar a las mujeres”, por lo que son un peligro para el feminismo y sus conquistas?

Lo primero que habría que aclarar es qué significa desdibujar a las mujeres. Si se me pregunta acerca de si creo que el reconocimiento de las personas trans por parte de las instituciones va a suponer que las leyes no puedan seguir distinguiendo, diferenciando -y “dibujando” por tanto- a las mujeres a la hora de hacer políticas públicas, creo que no es necesariamente así, aunque sí me parece indudable que el problema se vuelve más complejo y que se nos plantean retos a la hora de hacer más interseccionales las políticas. Tendremos que seguir haciendo algunas políticas para las mujeres como tendremos que poder hacer algunas para las personas trans y, también, algunas para las mujeres trans, y las leyes tienen que introducir más diferencias y variables a la hora de intervenir en la realidad para poder corregir las desigualdades. Los sujetos de las políticas públicas no son son siempre los mismos y las fronteras que los delimitan a veces se mueven; dependiendo del ámbito del que se trate y de los fines que se persigan las políticas se centrarán en un colectivo social, en otro o en varios a la vez, así que tener este debate en abstracto tiene algo de engañoso. Para algunas cuestiones las políticas dedicadas a las mujeres tienen que abrirse -para incluir, entre otras, a las mujeres trans- pero también puede darse el caso de que las políticas se subdividan y que para algunas cuestiones las mujeres trans necesiten y demanden políticas específicas en las que no estén incluidas el resto de mujeres. El reto que tenemos por delante -más allá, por supuesto, de legalizar de forma sólida la autodeterminación de la identidad sexual y acabar con la patologización- es pensar las políticas públicas concretas en sus distintos ámbitos -el deporte, la medicina, la política, etc- de forma verdaderamente interseccional. No creo que esto suponga, como alertan algunas, un apocalipsis para las políticas públicas feministas en general aunque sí que me parece que puede replantear muchas cosas. Si pensamos, por ejemplo, en el terreno del deporte, me parece que la cuestión que ya toca sacar a la luz no es tanto si la presencia de mujeres trans puede suponer una desventaja competitiva para otras mujeres sino si la actual segregación por sexo que impera en todo el deporte tiene realmente sentido. ¿Tiene sentido separar a los chicos de las chicas en casi todos los equipos de baloncesto o futbol de cualquier barrio o colegio? ¿Tiene sentido que en los deportes donde se compite por peso corporal sigamos separando a los hombres de las mujeres? ¿Qué ventajas competitivas están asumidas y normalizadas en el deporte y cuáles se consideran un sacrilegio? ¿Hasta qué punto el deporte sirve para perpetuar la división sexual? ¿Cuánto hay de político en las actuales reglas del deporte? La incorporación de las personas trans e intersex al deporte en todos sus niveles trae consigo una serie de preguntas incómodas que son profundamente feministas.

'Leonas y Zorras' fue el primer libro de Clara Serra

‘Leonas y Zorras’ fue el primer libro de Clara Serra

Ahora bien, me parece que si el peligro que algunos feminismos localizan es solo ese supuesto “desdibujamiento” de las mujeres no se está mirando el problema de forma completa. De hecho me parece que el feminismo debe ser cuidadoso y crítico con cualquier institución o cualquier discurso que “dibuje” a las mujeres. Es cierto que mientras haya patriarcado, necesitamos leyes que distingan y aíslen a las mujeres. Ahora bien, no olvidemos de que al mismo tiempo que nos atienden -por ejemplo, como víctimas de violencia machista- nos dibujan, en efecto, y, por tanto, nos producen. Una de las apuestas más fuertes del feminismo posestructuralista, de Butler por ejemplo, es la convicción de que en toda representación hay una reproducción de la identidad. Por eso conviene que las identidades con las que hacemos política -tanto la de “las mujeres” como la de las “personas trans” o cualquier otra- nos las tomemos relativamente en serio, pero no demasiado, porque son en parte una construcción performativa. Quizás necesitamos esas construcciones identitarias para hacer política con ellas pero el feminismo no debe esencializarlas. El objetivo del feminismo no es reproducir y perpetuar la identidad de “las mujeres” sino trabajar para que el día de mañana ser mujer no implique un destino social o económico. Por el camino, como dice Spivak, tendremos que “esencializar estratégicamente” a los sujetos con los que hacemos política pero con mucho cuidado, porque tomar las identidades como datos naturales y olvidarnos de que son construcciones cuyas fronteras siempre tienen algo de ficticio (y siempre son excluyentes) es la manera de perpetuarlas y consolidarlas. Así que debemos hacer política con categorías que, a la vez, tratamos como relativamente provisionales y precarias. ¿En qué se traduciría esto de entenderlas como precarias?

Alianza contra el borrado de mujeres en una acción delante del Congreso contra la Ley Trans. Foto: Twitter

Alianza contra el borrado de mujeres en una acción delante del Congreso contra la Ley Trans. Foto: Twitter

Esto me lleva a la segunda acepción en la que en este debate se está hablando de “desdibujar a las mujeres”, que ya no se refiere tanto a como aislar a las mujeres en las políticas públicas sino a si las mujeres cis dejan de ser el sujeto del feminismo. En este segundo sentido de la pregunta que me haces el interrogante es ¿Viene la teoría queer a desdibujar al sujeto clásico del feminismo, es decir, a las mujeres cis como sujeto del feminismo? Y diría que sí, por supuesto, viene a poner en serios problemas y aprietos esos límites y esos contornos, ese es justamente el debate que abre Butler en 1990 con El género en disputa. Si la pregunta es si eso es un peligro para el feminismo diría que depende para qué feminismo, para el que yo defiendo no. Para un feminismo que considere indispensable que el feminismo sea un asunto reservado a las mujeres cis diría que sí, que las perspectivas queer le van a platear serias contradicciones antes o después. Para el feminismo que a mí me interesa ese desdibujamiento es positivo. Porque las mujeres trans son, por supuesto, como mujeres parte del sujeto del feminismo, pero también lo son los hombres trans. Me parece que una vez que entiendes de forma plural y compleja la relación de las personas con el sexo y el género, no hay manera alguna de justificar la exclusión de los hombres trans de los espacios feministas a no ser que pretendas restaurar un esencialismo redoblado que es incompatible con las perspectivas queer. Quienes siguen queriendo limitar el feminismo a las mujeres ¿qué piensan de los hombres trans?, ¿y de las personas que no se identifican ni como hombres ni como mujeres?, ¿quedan acaso las personas no binarias fuera del feminismo? Esa exclusión solo podría hacerse pidiendo a quien quiera formar parte del feminismo que concuerde claramente con un sexo y, por lo tanto, reproduciendo la exigencia de que los sexos y los géneros sean claros y unívocos. El transfeminismo no tiene nada que ver en una nueva restitución identitaria y fuerte de la categoría de “las mujeres”, viene a derrumbar fronteras, no a volver a levantarlas después de haber metido a un poco más de gente dentro. Entender, como decíamos antes, que las identidades son construcciones políticas y no datos naturales, es decir, no tomarse demasiado en serio las identidades significa entender que esas diferencias no construyen muros infranqueables que nos separen esencialmente y nos impidan reunirnos a hacer política juntes. El feminismo con el que yo me identifico no deja fuera a los hombres, entre otros a los hombres trans o a los hombres maricas con pluma, cuya feminidad indebida para el orden patriarcal, por cierto, es también objeto de violencia. Si algo es revolucionario en las luchas queer es su anti identitarismo y su mestizaje, la reunión de sujetos diversos en torno a una lucha política que los convoca no por lo que son sino por lo que desean construir juntos.

La filósofa y escritora Clara Serra

La filósofa y escritora Clara Serra

En relación con la Escuela Feminista Rosario de Acuña, ¿por qué mujeres con trayectorias tan reconocidas e importantes dentro del feminismo en nuestro país dedican sus esfuerzos a construir este marco conspiranoico, llegando a incluir, como vimos el año pasado, chascarrillos ofensivos similares a los de la extrema derecha?

Yo creo que lo más responsable y constructivo que podemos hacer todas las feministas es dejar a un lado los chascarrillos y las caricaturas y reconocer que Twitter no es un espacio de debate sino un ring de boxeo, que sea lo que sea lo que se hace ahí no es discutir, así que si queremos discutir además de darnos puñetazos, será en otra parte o no será. Y no lo digo porque crea que tenemos que llevarnos bien o reconciliarnos, como si fuera algo sentimental, sino justamente porque creo que los desacuerdos son profundos y es importante clarificarlos. Las redes, los insultos, los muñecos de paja y los culebrones sobre las guerras de poder entre buenas y malas, no sirven para clarificar nada, más bien sirven para lo contrario. Hay que despersonalizar este conflicto y repolitizarlo. Para mí, más allá de otros factores en juego, sí que hay una discusión ideológica abierta en el feminismo y no creo que haya que negarla, las feministas no hemos habitado un idílico remanso de consensos y acuerdos hasta el día de hoy. Las diferencias profundas y las perspectivas contrapuestas sobre algunos temas forman parte de nuestra historia. Decir que hay una confrontación de ideas no le quita gravedad a lo que hay en juego, todo lo contrario, justamente porque hay determinadas posturas políticas que acaban convergiendo con la derecha es importante localizar e identificar esas sinergias y esas alianzas ideológicas. En los años 80 el abolicionismo estadounidense, sosteniendo posturas que el abolicionismo español está abanderando hoy, acabó aliándose con la administración conservadora de Reagan. ¿Cómo es eso posible? ¿Qué posturas feministas llevaron -y llevarían hoy- a ese acercamiento? Pues es una pregunta totalmente pertinente para pensar lo que nos estamos jugando en un contexto de auge de la derecha y de avance de la reacción conservadora.

En medio de una crisis económica y de cuidados brutal como la que estamos viviendo, ¿qué lectura haces de que esta discusión, con formas tan agresivas y polarizadas, esté tomando tanto protagonismo dentro el feminismo?  

Creo que el feminismo no está impermeabilizado ante las lógicas a las que está expuesta la sociedad en su conjunto. La crisis económica, con el aumento de la incertidumbre y la precariedad que eso conlleva, junto a la irrupción de la ultraderecha y su implantación en nuestro país, son un cóctel nefasto que tiene consecuencias y genera cambios importantes en nuestra sociedad. A mí me parece que el peligro que supone la ultraderecha en este contexto de crisis generalizada no es solamente una ultraderechización de las derechas sino una derechización del conjunto de la sociedad y del sentido común mayoritario. En este sentido el clima de polarización y el aumento de la violencia, por ejemplo, en espacios como las redes sociales, me parecen síntomas preocupantes de una sociedad que, más allá de que insulte en nombre de ideas de izquierdas o de principios feministas, está normalizando el insulto y la violencia. Eso es funcional a la extrema derecha, que crece más en climas así. Por eso me parece que uno de los retos que tiene delante el feminismo hoy es preguntarnos: bueno, y en medio de este clima, ¿nosotras qué hacemos?, ¿nos sumamos o nos negamos a entrar en esas lógicas?, ¿cómo hacemos otra cosa? Por eso me parece importante que los feminismos representen hoy una alternativa a la violencia y tengan otra manera de pensar desde el debate público hasta el castigo y el sistema penal. Hay en la tradición feminista una poderosa crítica al punitivismo y a las violencias, también las institucionales, y debe ser una de las maneras de confrontar a una ultraderecha que no solamente intoxica el espacio público con formas violentas o noticias falsas en las redes sociales, sino que defiende por ejemplo la cadena perpetua y el endurecimiento del código penal. Los feminismos deben responder a eso, no entrar en esas lógicas. Las derivas punitivas de ciertos feminismos, así como la violencia de los debates feministas, son un signo de que el feminismo no está curado de antemano de reproducir lógicas violentas y eso justamente debería hacernos darnos cuenta de lo importante que es que revirtamos esas inercias con todo nuestro empeño.

Podemos señalar la conexión de este repliegue identitario de algunas feministas con el giro reaccionario de la izquierda tradicional. ¿Qué análisis haces de la alianza entre la ideología de “la trampa de la diversidad” y este feminismo esencialista e identitario?

Las posturas del tipo Daniel Bernabé, que hacen críticas interesantes a las políticas de la identidad, pecan de un obrerismo nostálgico que, paradójicamente, vuelve a caer en el identitarismo que pretende criticar. Ante esa defensa idílica de los sujetos clásicos de la lucha de clases en los que, supuestamente estábamos todes reunides, hace falta recordar que si el feminismo, el movimiento LGTBIQA+ o el antirracismo existen como movimientos sociales autónomos es porque justamente en los sujetos políticos que Bernabé recuerda nostálgicamente no estábamos todes. El feminismo, por ejemplo, afirmó su propia lucha y su propia agenda criticando a un marxismo que siempre le había dicho a las mujeres que sus demandas se resolverían más adelante, como un efecto colateral de la verdadera y principal lucha contra el capital. Los feminismos contemporáneos han sido muy críticos con ese esencialismo y esa metafísica del verdadero sujeto de la historia que incorporó la tradición marxista hegemónica, defendiendo, frente a la usurpación androcéntrica universal, la diferencia, la alteridad, la pluralidad.

Marcha de los estibadores australianos en solidaridad con la lucha de los sindicatos sudafricanos contra el apartheid. Año 1980. Foto: Reuters

Marcha de los estibadores australianos en solidaridad con la lucha de los sindicatos sudafricanos contra el apartheid. Año 1980. Foto: Reuters

Esos marxismos nostálgicos que acusan al feminismo y a las luchas queer de fragmentar a la izquierda y caer en el neoliberalismo tienen, en efecto, un hermano gemelo en esos feminismos que, de nuevo, denostan la pluralidad y defienden un verdadero sujeto de la lucha feminista en el que ya cabemos todas las que teníamos que caber. El hecho es que no cabíamos y por eso existen otras luchas y otras demandas por fuera de esos feminismos clásicos que eran y son excluyentes. Como el marxismo ortodoxo el feminismo tránsfobo y abolicionista reproduce una metafísica de “lo material” -frente a lo supuestamente simbólico o meramente cultural- centrándose en el cuerpo, reproduciendo un biologicismo esencialista y desatendiendo las violencias materiales que viven las mujeres trans, les travestis o los maricas con pluma, y las desigualdades de clase que sufren las mujeres migrantes, las trabajadoras sexuales o las mujeres trans, y que el feminismo queer justamente siempre ha combatido.

En la Escuela de Pensamiento Feminista “Feminismo para Todas” participas en la mesa titulada “Debates feministas sobre la sexualidad”. ¿Por qué la cuestión de la sexualidad es uno de los temas más conflictivos y que genera uno de los debates más encarnizados dentro del feminismo?  

Porque la sexualidad está íntimamente ligada al poder y, por lo tanto, al patriarcado. Y porque también por eso es un terreno de reconquista para las mujeres en el que nos jugamos nuestra libertad. El terreno de la sexualidad ha sido siempre un terreno delicadísimo en el que han explotado numerosos desacuerdos entre distintas corrientes feministas acerca de cómo entender la prostitución, la pornografía, el deseo, el lesbianismo o los roles de género. Para mí lo que hay de fondo tras esos debates es una contraposición entre diferentes concepciones de la libertad. Hay un feminismo abolicionista que, a mi juicio, tiene una concepción muy determinista y restrictiva de la libertad, y que reproduce la forma de la falsa conciencia y de la alienación siempre que se pregunta por la libertad de las mujeres. Es un feminismo que tiene una visión ingenua e idílica de la libertad, una libertad pura y total cuyo advenimiento requiere una abolición completa de las relaciones de poder. Hay otro feminismo que busca los márgenes de libertad en un mundo del que el poder no va a desaparecer por ahora -en realidad tal vez nunca- pero en el que la existencia de relaciones de poder no anula la agencia de las mujeres. Este feminismo concibe, por ejemplo, que las mujeres pueden jugar con los roles de género y la dominación, o ponerse unos tacones y representar la feminidad sin quedar atrapadas por el patriarcado. Concibe también que puede haber condiciones en las que las mujeres que ejercen la prostitución no sean libres para consentir, pero también condiciones en las que las trabajadoras sexuales tengan un margen de agencia que justamente se trataría de ampliar. Este es el feminismo que tiene una concepción de la libertad más compatible con la defensa de la autodeterminación de la identidad sexual. Es decir, el debate de la prostitución y el de la identidad sexual no son asuntos inconexos; están relacionados a través de una vieja disputa ideológica entorno al sexo y la sexualidad que enfrenta distintas maneras de concebir la libertad. Si las feministas próximas al partido socialista combaten con tanta vehemencia la Ley de identidad trans es porque saben que después de eso pueden venir otras cosas. En realidad tienen razón: concebir desde el feminismo que el sexo puede ser una autodeterminación, cuando también es una imposición que tiene que ver con roles e imperativos patriarcales, abre la puerta con más facilidad a defender que el trabajo sexual -que en parte tiene que ver con la sexualización patriarcal de las mujeres- puede, no obstante, ser elegido por las propias mujeres. El abolicionismo considera que tanto la autodeterminación de la identidad sexual como la elección del trabajo sexual comparten una concepción neoliberal de la libertad y están defendiendo un feminismo cuya idea de la libertad sea incompatible con ambas cosas.

En tu último artículo en el El País señalas que se avecina una gran disputa ideológica que va a marcar los debates de los próximos años, que tiene que ver con las grietas en el discurso feminista de Podemos y sus diferencias con el del PSOE. ¿Qué análisis haces de esta cuestión?

Sí, este gran cisma dentro del feminismo está cruzado y atravesado de otros conflictos, entre ellos una disputa entre dos partidos. Pero no es solo una guerra de poder lo que explica lo que está pasando. En los años ochenta en EEUU no hizo falta que hubiera una disputa por un ministerio para que el feminismo americano se escindiera de modo profundo e irreconciliable hasta el día de hoy. Y creo que la disputa de entonces está muy presente en los enfrentamientos de hoy. Esa disputa ideológica no tiene los mismos contornos que el conflicto entre los dos partidos del gobierno porque, de hecho, Podemos creo que está muy próximo al feminismo del PSOE en su visión de la sexualidad, la violencia sexual, la prostitución o la pornografía. Creo que, mientras el PSOE tiene muy claro el mapa completo de todo lo que está en juego y trata de construir un feminismo abolicionista compacto y coherente, Podemos no lo tiene tan claro. Está en una indefinición, apostando al mismo tiempo por la autodeterminación de la identidad sexual, pero habiendo ya incorporado discursos esencialistas y posturas abolicionistas que juegan a favor de la hegemonía de un feminismo que, a la larga, siempre capitalizará el PSOE. La incorporación de ese abolicionismo en Podemos, tan funcional al PSOE en estos momentos, viene de lejos, tiene que ver con la presencia en Podemos de feministas que estuvieron siempre en la órbita del PSOE, pero también con la tradición abolicionista del Partido Comunista y de Izquierda Unida incorporada dentro de Unidas Podemos.

Manual Ultravioleta. Feminismo para mirar el mundo

A la izquierda del PSOE, y fuera de Izquierda Unida, existió siempre un feminismo más combativo vinculado a los movimientos sociales, a la autonomía, el anticapitalismo, el anarquismo y las luchas queer, al que han pertenecido históricas militantes feministas desde el antifranquismo hasta hoy y que sí creo que está representado en Barcelona en Comú -que a día de hoy tiene un feminismo heterodoxo dentro de Unidas Podemos-. Ese feminismo tiene hoy mucho que decir frente a este rearme ideológico del abolicionismo ante el que aún no sabemos qué papel ocupará Podemos. En cualquier caso creo, en efecto, que los próximos años habrá una gran batalla cultural en el feminismo que trascenderá el actual debate sobre la identidad sexual e incluirá muchas más cuestiones que serán también conflictivas.

Contra el feminismo esencialista e identitario se han escuchado numerosas argumentaciones que aluden a que necesitamos “menos teorías y más empatía”. También en tu último artículo dices, sin embargo, que te preocupa ver “a tanta gente sumándose a ese antiteoricismo tan antipolítico y tan de moda en nuestros días” y que “supone relegar la importancia de la teoría y de las ideas cuando hacen más falta que nunca”. ¿Podrías desarrollar más esta idea?

No estoy nada de acuerdo con esos marcos que contraponen la empatía a la teoría, como si se tratara de elegir entre una cosa o la otra, como si la teoría fuera un ejercicio frío y no empático, o como si hacer política comprometida con la gente que sufre pudiera hacerse al margen de los compromisos ideológicos. Me parece una nueva manera de apuntalar dicotomías patriarcales profundamente arraigadas en nuestra cultura, y creo que las feministas debemos impugnar esa vieja contraposición entre la razón y la emoción y negarnos a tener que elegir entre la teoría y las ideas, que siempre fueron patrimonio exclusivo de los hombres, y la empatía, la emoción y la solidaridad que siempre se esperaron de las mujeres. Salir de esas dicotomías sexistas es reivindicar ambas cosas para hacer política feminista, no enfrentarlas.

 


Presentación de ‘Leonas y zorras’ en la Sociedad Cultural Gijonesa

 

Creo, además, que el feminismo no debe reproducir los peores errores de la ortodoxia marxista. Forma parte de lo peor de la tradición comunista ese antiteoricismo por el cual la teoría era un lujo burgués antirrevolucionario, como forma parte de lo mejor del marxismo considerar que la teoría y la praxis política son inseparables. Si el marxismo demuestra algo es que la conquista de los derechos, por los que ha peleado el movimiento obrero y la clase trabajadora los últimos dos siglos, es inseparable de un corpus ideológico. Nunca en la historia los derechos se conquistaron sin ideas para defenderlos y hoy, especialmente cuando el feminismo próximo al partido socialista está invirtiendo tantas energías en la construcción de un feminismo ideológicamente coherente (y cuando ese feminismo tiene una indiscutible hegemonía en el ámbito académico español), me parece preocupante esa infravaloración de lo ideológico y esa oposición falsa entre los derechos humanos y las teorías. ¿Qué son los derechos humanos sino una teoría? Ahora que hay una gran escisión en el feminismo que tiene que ver con divergencias ideológicas profundas, y justo porque nos jugamos derechos de las personas, hace más falta que nunca ordenar y explicar las ideas en las que se asientan otros feminismos. Y reconozcámoslo, a veces las cuestiones no son poco complejas. Creo que tiene que haber una alternativa a ese feminismo abolicionista que se explique en congresos, en las universidades, en jornadas como las que habéis organizado, en libros, en artículos, en fin, creo que viene una batalla cultural para la que necesitamos, por supuesto, ideas.

 

El polémico tuit de la directora de igualdad del Gobierno asturiano

 

El antiteoricismo está, en efecto, muy de moda hoy en día. Sentimentaliza y despolitiza un conflicto político e ideológico dentro del cual las personas queer no son solamente víctimas y objeto del sufrimiento, son también sujetos activos que, a pesar de las dificultades, han producido textos, han creado teoría y han intervenido en el feminismo para decir cosas muy valiosas y transformadoras. Aparte de, por supuesto, defender los derechos de las personas trans, esto va también de incorporar al feminismo las aportaciones de les teóriques trans. Porque, justamente, en la tradición queer conviven las luchas combativas antirracistas, de clase y transfeministas con una poderosa aportación teórica. Toda una lección de que la teoría no es patrimonio de les de arriba. No es momento de infravalorar ese bagaje, hoy lo necesitamos más que nunca.