La ley actual exige a las personas trans un diagnóstico de disforia de género, pero los médicos no estamos para limitar la identidad de nadie sino para cuidar.
Fuente (editada): EL SALTO | Adrián Carrasco Munera (Médico Familiar y Comunitario) | 28 JUN 2022
¡Qué lío! ¿no? Que si sexo, que si género, que si es lo mismo, que si no… Las posiciones transexcluyentes han llevado a la discusión mainstream algunos conceptos que son objeto de estudio y debate en el seno del feminismo y de los movimientos LGTBIQ+. Se trata de conceptos en constante y acelerada revisión que nos han llevado hasta un momento, el actual, donde la diferencia entre sexo y género no es tan sencilla y, desde luego, no tan útil como en otros tiempos.
Vamos a ponernos al día. El cuerpo está conformado por los genes, las hormonas y los órganos —la famosa “biología”—. El cuerpo no es en sí masculino o femenino, así que no se puede saber, mirando un cuerpo, si alguien es hombre o mujer —que sería su género: quiénes somos y cómo nos perciben—.
El sexo puede entenderse de dos formas: o para clasificar o para relacionarse. Si usamos la palabra “sexo” para clasificar, el sexo es una categoría clínica —o sea, que se nos ha ocurrido darle importancia al personal médico—. Como categoría clínica clasifica en macho o hembra —¡qué aburrido!—, pese a que hay múltiples configuraciones corporales fuera de estas dos —intersexualidad—. Si es una categoría clínica, es que la hemos creado como recurso del lenguaje para clasificar; por lo tanto no es una categoría biológica —que la haya creado la naturaleza—. Y si usamos “sexo” para relacionarnos, la diferencia con el género está clara: tú y yo nunca hemos tenido una noche de género desenfrenado.
La naturaleza, en su infinita sabiduría, ha sabido crear hombres con vagina, mujeres con penes y personas no binarias con independencia de su corporalidad. Desde esta perspectiva, el sexo no es una categoría biológica y por tanto el sexo biológico no existe.
Como una amiga mía dice: ¿Qué es eso del sexo biológico? ¿Las personas trans que somos? ¿Androides?
Pues eso, que la culpa de lo del sexo y que se crea que es binario la hemos tenido les médicos. Es que con toda nuestra cara hacemos un “diagnóstico clínico del sexo” —empezando con una ecografía, como si fuera una piedra en la vesícula— y con ese diagnóstico a ti te asignan un género como categoría administrativa —lo que pone en tu DNI—. Por lo tanto, el género asignado al nacer sería un intento de adivinar el género auténtico simplemente mirando un cuerpo.
Espero que hayas ido apuntando, que es un poco lío. Si tu género coincide con el que te asignaron al nacer (“acierto diagnóstico”), eres una persona cis. Mientras que si no coincide (“error diagnóstico”), serías una persona trans. Vaya, que si no tenemos muy claro, cuando vienes con tos, si es catarro, gripe o covid, como para creer que en la medicina acertamos siempre…
Pues después de todo esto, que se resume en que tanto sexo como género son construcciones del lenguaje, hay gente que se sigue creyendo lo de que un cromosoma va a tener la esencia de que si soy hombre o mujer. Me hace mucha gracia que la gente me asuma como XY cuando ni yo conozco mis cromosomas.
Muchas se aferran al cromosoma como si les fuera la vida en ello y quienes nunca habían estado bajo el paraguas de la transfobia ahora de pronto se han vuelto de un biologicista que parecen hasta franquistas. Sí, sí, franquistas. Que Lidia Falcón salga en discursos de VOX no debería sorprender a nadie.
Antes de la dictadura, figuras como Gregorio Marañón (que tampoco vamos a hacerle la ola) hablaba de que el sexo no estaba estrictamente determinado por los genes u hormonas e incluía la dimensión psicosocial en la conformación del sexo (algo bastante revolucionario en la época).
Luego, PUM, guerra, exilio y se quedan por aquí figuras como Botella Llusià y Vallejo-Nágera (Samy, maja, saluda al yayo) que revirtieron “la verdad del sexo” a la genética y psiquiatrizaban a las personas no-normativas para determinar su “identidad sexual” con el fin de afianzar el régimen biopolítico franquista que redundaba en la familia nuclear católica y en la reglamentación de la sexualidad con un fin meramente reproductivo. Así que vaya, vaya, que ahora algunas invoquen lo biológico del sexo y la necesidad de evaluaciones psiquiátricas a personas trans es una herencia franquista… (Sé que esto es chulísimo, así que si quieres saber más de esto, te me lees el libro ¿Sólo dos? de mi amigui Dani).
Yo no me voy a meter a debatir en lo de abolir el género —o los roles de género—, entendido como estereotipos asociados al binarismo sexo-género —el rosa o el azul, los tacones o los balones—. Ahora, también os digo, que ya nos contaba la Judith Butler que los roles de género son performativos; así que, me pregunto yo, ¿no hay mayor abolición del género que las identidades queer o no binarias? Performatividades, vivencias, corporalidades e identidades que trascienden los roles o estereotipos de género afincados socialmente en lo masculino y lo femenino y transitan de lo uno a otro y abandonan este mismo binarismo para construir otras identidades. Vaya, al final lo he soltado.
Y cuando llevas un rato leyéndome te preguntarás, ¿pero qué hace alguien que se dedica a la medicina contándome todo esto?
Pues que no estoy de acuerdo con el papel que tenemos en el ámbito sanitario con las personas trans. Para quien a estas alturas no lo sepa, para que las personas trans puedan hacer un cambio registral sobre su género —vaya, que su DNI diga la verdad de su género—, necesitan un diagnóstico de disforia de género y dos años de tratamiento médico (hormonas y/o cirugía. O sea, que legalmente nos dan un papel a les médicos de notariado judicial para certificar que una persona es quien dice ser. Que no, que no, que no somos policías del género. Que somos quienes acompañamos a nuestres pacientes, no quienes les tutelamos.
Mucha crítica se lleva la autodeterminación de género por parte de sectores transexcluyentes. Las personas trans son acusadas de perpetuar roles de género y puede que sea cierto, pero no porque quieran sino porque desde el sistema biomédico se les obliga. Se ven arrojadas a exagerar los estereotipos sexistas del binarismo sexo-género para poder acceder a acompañamiento médico con hormonas o cirugía sin que se les ponga en duda —o a pesar de que se les ponga en duda—. Este tratamiento actualmente sigue siendo obligatorio para poder hacer el cambio registral del género en virtud de la Ley 3/2007. Es decir, que para una categoría meramente administrativa te obliga la ley a pasar por salud mental para que te diagnostiquen de “disforia de género” y te obliga a dos años de tratamiento médico. Lo repito porque me parece muy fuerte, la verdad.
Muchas personas trans, cuando acuden al ámbito médico, se ven constantemente cuestionadas, juzgadas, encorsetadas en lo binario. Lejos de encontrar profesionales con interés por acompañar su proceso, encuentran actitudes policiales que les violentan.
Dado que esta ley exige a las personas trans un diagnóstico de disforia de género, la institución médica ha creado estructuras de sujeción de la disidencia de género llamadas Unidades de Identidad de Género (UIG). En ellas se evalúa si la persona que consulta se merece el diagnóstico de disforia de género que marca la entrada al derecho a la hormonación, las cirugías o el acompañamiento psicológico. Como ya he dicho, esta evaluación está marcada por la adecuación a los estereotipos sexistas de género. Las personas trans se ven forzadas al binarismo sexo-género y además a reproducir los estereotipos esperados en ellas. En estos dispositivos sanitarios se cuestiona la vivencia y la identidad, se cuestiona la no adecuación al prototipo/estereotipo esperado, se retrasa sin justificación el paso a la asistencia médica de la transición, se penalizan las identidades no binarias, etc.
Las personas trans que son enviadas a estas UIG saben de antemano qué responder y qué performar para recibir el pase hacia su transición. Saben que tienen que decir que se sienten en un cuerpo equivocado, saben que tienen que decir que quieren hormonarse, saben que tienen que saber qué quieren quitarse de su cuerpo y qué quieren añadir… Quizás las personas trans no necesiten hormonas para poder identificarse con su género, o quizás sólo desean hormonas pero no una cirugía o quizás solo con una pequeña cirugía está bien sin exponerse al tratamiento hormonal. Desde las UIG no se preocupan en saber si tienes disforia —disconfort con tu cuerpo— sino que se preocupan por causártela y que te adaptes al binarismo.
¿Pero es que nadie va a pensar en la infancia? decía la piadosa mujer del Reverendo Lovejoy en los Simpsons, y aquí viene a representar esa moral con la que se juzga esta cuestión. Se acusa a los colectivos trans y a les médiques que atendemos a la infancia trans de que nuestro plan es hormonarles y mutilarles. Insisto en que cualquier persona trans que quiera reflejar su verdadero género en el DNI está obligada por ley a dos años de tratamiento médico que se asientan en el diagnóstico psiquiátrico.
¿Pero no te das cuenta, hija mía, que si hubiera un reconocimiento legal de la autodeterminación de género muchas personas trans y jóvenes trans no se verían forzadas a hormonarse y operarse? El diagnóstico de disforia psiquiatriza a las personas trans y obliga a la medicalización. Una ley que permita la autodeterminación de género daría cabida a la vivencia trans no medicalizada y no anclada a estereotipos de género tan criticados. Cada persona elegiría qué transición realizar y qué presencia debe tener en ésta la mano biomédica, pudiendo vivir al margen de la hormona y del quirófano, si así se quiere.
La autodeterminación de género reconoce la agencia y la autonomía de las personas trans sin que tengan que estar tutorizadas por la institución médica. ¿Por qué tengo que estar yo, en mi consulta, poniendo en duda a mis pacientes y hacerles pasar por un tratamiento médico de dos años? Que no soy un poli ni un notario, que al igual que a quien me dice que ha estado vomitando toda la noche no le doy un barreño y hasta que no vomite no le doy la baja; no tengo por qué estar poniendo en duda el género e identidad de mis pacientes. No me performes un vómito ni me performes un género, porque queride paciente, yo te creo.
Te creo y no quiero que entre nosotres haya dudas, sino cuidados. No quiero que cuando vengas a mí consulta te sientas agredide ni llamarte por un nombre que no es el tuyo. No quiero que mi trabajo sea perpetuar dogmas de biopolítica franquista que ahora representa el radicalismo trans-excluyente. Quiero que si necesitas que te acompañe con hormonas o cirugía te las pueda facilitar y si no las quieres, puedas habitar tu cuerpo sin que te pongamos en duda.
Porque la medicina también puede brillar con purpurina.