Para las familias diversas y les especialistas en la temática, no hay recetas ni manuales para acompañar a las infancias y adolescencias trans; sin embargo, la escucha, la aceptación y el dejarse guiar por ellas es fundamental

Fuente (editada): LA NACIÓN | María Ayuso | 24 de octubre de 2020

Llegó el día en el que a León lo obligaron a usar tutú. Faltaban 20 minutos para la presentación de fin de año y su mamá, Eugenia Prieto, estaba al borde del colapso. Lo había anotado a clases de ballet como a su hermana más grande. En ese entonces, León, que nació en 2012, tenía un nombre en sintonía con la F (sexo femenino) de su DNI.

Le gustaba bailar, pero quería ir a las clases con pantalón y remera. “Odiaba ponerse malla, pollerita y esas típicas zapatillitas rosas”, recuerda Eugenia. Durante el año negociaron que todo fuera negro, pero esa tarde no había lugar para individualidades: sus compañeritas iban a ir de rosa y lila, con purpurina, y no había otra opción. El reloj corría y el pequeño revoleó el tutú. Eugenia hizo lo que hasta el día de hoy se arrepiente con el alma: lo zamarreó. León lloró, le agarró la cara a su mamá, la miró a los ojos y le dijo: “Mamá, mírame. ¿Por qué me haces esto? ¿No me ves?”. Tenía 3 años.

Las familias suelen recorrer una montaña rusa de emociones cuando toman conciencia de que su hije es trans: miedo, desconcierto, culpa, enfado, desilusión, son solo algunas. Están quienes se apoyan en la violencia en todas sus formas, quienes no escuchan lo que las criaturas buscan expresar –con palabras, dibujos, gestos, juegos–, quienes pretenden “corregir” porque lo consideran un error de crianza, quienes recurren a frases como “es una etapa”, y quienes pasan por todas estas esas fases. También quienes, como Eugenia, entienden rápidamente que las categorías tradicionales de lo femenino y lo masculino son insuficientes; que hay muchas formas de ser, de sentir, de estar en el mundo; que el coste emocional de no poder expresar quién une es, es altísimo; que la familia es clave.

Los referentes en infancias y adolescencias trans aclaran que para acompañar no hay manuales. Cada familia y construcción identitaria es un proceso único e intransferible. Lo que sí señalan como fundamental es la escucha y, lo que Adrián Helien, psiquiatra y coordinador del Grupo de Atención a Personas Transgénero (Gapet) del Hospital Durand, llama “la palabra mágica”: aceptación. “Cuando la infancia trans realiza su tránsito social, toda la familia sale del armario: hay que acompañarles en ese proceso, validar sus vivencias y su autopercepción, porque todo el mundo tiene que ser aceptade en su identidad. La aceptación salva vidas”, resume.

Para Eugenia (42) –cofundadora de la agrupación Siendo Humanes– la tarde del tutú empezaron a encajar las piezas que venía juntando desde hacía un año: “Fue el cachetazo de realidad que me faltaba: darme cuenta que no estaba viendo a León. Estaba poniendo en él todas mis expectativas y lo que la sociedad esperaba de su persona. A partir de ahí empecé a cambiar”.

Sugerencias sin recetas

Desde su experiencia, ¿qué les dirían a las familias de infancias y adolescencias trans que están empezando a recorrer su camino? Enfatizando que no hay recetas, estas son algunas recomendaciones de especialistas y progenitores:

  • · Romper estereotipos: sacudirse estereotipos y mandatos de género que se nos impone desde que nacemos, no es fácil. Pero ese es el primer y gran paso. Helien explica que antes, para definir la identidad sexual de una persona, se miraba sus genitales. “Actualmente, le preguntamos a la persona quién es, cómo se autopercibe, y eso es la identidad sexual, que puede ser hombre, mujer o fuera del binario. Es decir, el sexo puede o no coincidir con la biología, con el sexo asignado en el nacimiento, y esto es producto de la rica diversidad que tenemos los seres humanos”, señala. Así lo establece también la Ley de identidad de género argentina.
  • · Ni un capricho, ni una etapa: Les chiques expresan su identidad sexual de manera persistente, coherente e insistente a través del tiempo. Lo hacen con sus propias palabras, de acuerdo al vocabulario que tienen, por ejemplo: “No quiero ser varón, quiero ser nena”. Fabiana Reina, tocoginecóloga y médica especialista referente en Tucumán del Programa de Salud Sexual y Reproductiva sobre Atención Integral a Personas con Diversidad de Género, explica que un común denominador que suele darse al principio en las familias es la duda: “Se plantean si será una etapa de transición, si ya se les va a pasar. Pero cuando una va desovillando el ovillo, se dan cuenta de que había un montón de cosas que se venían mostrando desde hacía tiempo, pero elles no podían identificar. Ahí es cuando dicen: ¿cómo no me di cuenta antes?”.

 

 

  • · No hay manuales: Valeria Pavan, psicóloga, presidenta de la Comunidad Homosexual Argentina (CHA) y referente en la temática, sostiene que trabajan con las familias sin proponer ni sugerirles nada, atentes a lo que las infancias expresan en función de su necesidad o deseo. “No imponemos lo que para nosotres sería esperable o ideal para ese camino. Muchas veces lo que para otras personas es ideal no termina estando en concordancia con el camino que cada quien necesita hacer en su tarea de construir su femineidad o masculinidad”, detalla.
  • · Desterrar mitos: “Es demasiado pequeñe para saber cuál es su identidad sexual”, es uno de los grandes prejuicios que los referentes buscan derribar. Helien cuenta que según una encuesta que realizaron en el Duran, la gran mayoría de las personas que acompañan se descubrió trans en la primera infancia: el 88% antes de los 10 años y el 67% antes de los 5. La identidad es un proceso que se va construyendo a lo largo de toda la vida y no se sabe cómo se conforma. Hay niñes que apenas tienen posibilidad de hablar empiezan a manifestar su disconformidad genérica de muchas maneras”, señala.
  • · Escuchar y dar tiempo: “Lo que siempre les digo a les progenitores es que tenemos que escuchar a les chiques, que elles nos van a guiar. Realmente ese es el cambio. Si escuchas, te van a decir quiénes son, se van a expresar. Eso es muy fuerte cuando lo ves, por ejemplo, en alguien a quien asignaron como niño al nacer y que en contra de todo y todes va a decir que es nena. Si la castigas te va a seguir diciendo que es nena, y si la castigas mucho probablemente lo oculte, pero la identidad está ahí, no cambia, ni desaparece”, dice Helien. Habilitar espacios de expresión, es clave. Esa escucha debe estar acompañada de la posibilidad de contemplar los tiempos de cada criatura, para que sus experiencias no sean forzadas: “Hay que esperar a que sea le niñe quien nos cuente, por ejemplo, cuál es su nombre si lo tiene o cómo prefiere ser llamade o qué pronombre usar. En ocasiones es un camino de mucha espera”, dice Pavan. En otras ocasiones es rapidísimo, como abrir una puerta en una presa y que se desborde.
  • · Reprimir y negar siempre es violento: “Al aceptar a ese niño, niña o niñe, estamos ayudándoles a que crezcan de forma saludable. Hay trabajos científicos que muestran cómo la no aceptación aumenta el riesgo de suicidio por ocho veces en la comunidad LGBTIQ+ y por seis el de padecer depresión. Todo el mundo necesita ser validade en nuestra identidad: somos muy frágiles los seres humanos y el acompañamiento es fundamental, sobre todo en la niñez y en la pubertad”, apunta Helien.
  • · Cuando se necesita, buscar el acompañamiento de profesionales formades en la temática: Helien y Reina coinciden en que la necesidad de capacitación profesional sigue siendo un desafío enorme, porque “no hay formación que integre la diversidad en equidad de derechos y que despatologice. La formación médica sigue siendo binaria, por lo cual seguimos sembrando la semilla de la discriminación. Hay mucho trabajo por hacer”.
  • · Sostenerse entre pares: Los grupos de acompañamiento entre familias diversas pueden ser un sostén importante para ir sorteando miedos, inseguridades, dudas, compartiendo experiencias, intercambiando información y aprendizajes. Luciana Bustamante, que integra una familia lesbomaternal y es referente de la agrupación Xadres, reflexiona: “Es muy conmovedor ver progenitores que llaman a la agrupación, que entienden, que quieren ayudar, que buscan sostener el deseo y la construcción de su hije. Para las generaciones anteriores fue un camino de mucha soledad. Construimos la solidaridad entre pares, pero en nuestro marco de origen no teníamos ese acompañamiento”.
  • · Informarse: Para Reina, que además es cofundadora de la fundación Trans-formando Familias, es clave que cuando les chiques nos preguntan algo y no sabemos qué responderles, investiguemos y averigüemos juntes: “Les progenitores no suelen saber de esto ni tienen todas las respuestas. Por eso la educación sexual integral es fundamental. La información en Internet es abundante y peligrosa. Si mi hije me pregunta algo y no sé la respuesta, no le puedo decir ‘andá a buscar’. Vayamos juntes y averigüemos. Pero le tengo que acompañar y me tengo que informar, porque me preguntó a mí”, señala Reina.
  • · Olvidarse del qué dirán: Reina advierte que muchas familias se preguntan qué van a decir otros familiares, al vecindario: “Nada tiene que importar más que el amor a tus hijes, lo que diga el resto es secundario”.
  • · Exigir el cumplimiento de los derechos: Bustamante advierte que las familias no hegemónicas (aquellas que no responden a los estereotipos y mandatos tradicionales), comparten la lucha por la visibilización y el cumplimiento de sus derechos, y que ese paso también es fundamental.