Agénero, no binario, fluido, bigénero… Son un 5% de la población y reclaman el reflejo de su presencia en leyes y documentos oficiales. La teoría queer ha venido a reventar la concepción de género tradicional ligada a los genitales. Así viven su identidad quienes están fuera de la dualidad hombre o mujer.
Fuente (editada): EL PAÍS | Pepe Barahona y Fernando Ruso | 5 DIC 2020
Vero se reconcilió con su feminidad al renunciar a ser solo mujer. La joven se mueve con una mutabilidad sorprendente entre ser hombre y mujer, virando involuntariamente con el lenguaje, los gestos, las poses y jugando con su pelo y la ropa. Tiene 28 años y es género fluido, una de las posibilidades que se enmarcan dentro del amplio abanico de las identidades trans no binarias, todo aquello que está fuera de la dualidad hombre o mujer. “El no binarismo, el tercer género, ¿es artificial?”, se pregunta sarcástico. Y responde: “Sí, tan artificial como ser hombre o mujer”.
El conflicto forma parte de la vida de Vero desde su adolescencia. La idea de sentirse mujer nunca acabó de encajarle y empezó a —como ella lo llama— masculinizarse, aferrándose a roles asociados a hombres; primero con la ropa, luego con el tabaco, el peinado, los andares e incluso la postura al sentarse. Así, creía que su apariencia cuadraría con su orientación sexual; una forma de justificar, al menos ante el exterior, su atracción por las mujeres. Pero aun así algo seguía sin encajar.
Un conato de disforia, de rechazo a su propio pecho, a punto estuvo de llevarlo por un camino de bloqueadores hormonales y testosterona que aflorasen al hombre y sepultasen a la mujer. Años después se alegra de no haber tomado ese camino. “Porque todo hoy hubiese sido distinto”, razona la joven, licenciado en Historia del Arte y diseñadora de arquitecturas efímeras.
Vero mantiene una relación estable con un chico. Explica que su orientación, pansexual —atracción por todas las personas, binarias o no binarias—, nada tiene que ver con su identidad sexual. Le asignaron como mujer al nacer, pero se siente ambivalentemente mujer y hombre. Varía entre uno y otro en función de la compañía, del tema de conversación o sin explicación alguna. Simplemente fluye, de ahí su género: fluido.
Como muchas otras personas no binarias, Vero prefiere el invierno al verano. A más capas de ropa, más posibilidades tiene de readaptar su vestimenta al género, siempre en tránsito. Entallado y colorido, mujer; suelto y oscuro, hombre. “Huyo del neutro”, recalca, “me gusta que la ropa fluya conmigo”.
“Si de la ecuación quitas el pene y la vagina, y los atributos físicos, solo quedan los roles», razona Vero. “¿Qué haces?, ¿quién eres? Yo soy género fluido y voy variando”, resuelve el joven o, dependiendo del momento, la joven.
El término género fluido —genderfluid en inglés— empezó a acuñarse a principios de 2000 por activistas queer, una teoría que entiende los géneros como una construcción social, una ficción cultural, que marginaliza y excluye a lo no normativizado. La comunidad LGTBI se apropió de esta voz, adaptada al español como cuir y usada antes peyorativamente para referirse a elles. De extraño o peculiar, hoy la palabra cuirgénero ha pasado a englobar dos conceptos: trans, que su sexo no es el mismo que le asignaron al nacer, y no binarie, que “tiene difícil encaje en las categorías hombre o mujer y que tienen asociadas ser masculinos o femeninos”, explica el profesor Lucas Platero Méndez, activista LGTBIQA+ e investigador posdoctoral del departamento de Psicología Social de la Universidad Autónoma de Barcelona.
Alguien no binarie, aclara Platero, “es quien dice que no es binarie”. No hay más. “Son personas cuyas vivencias exceden las normas cotidianas y que tienen una mirada propia sobre su cuerpo, las relaciones que establecen y su estar en el mundo, de manera que buscan maneras habitables de poder ser y obtener reconocimiento de su entorno”, amplía el investigador.
Existen diversos estudios que fijan distintas prevalencias en la población general. En uno hecho en Bélgica, la ambivalencia de sexo, o el no binario, se daba en un 1,8% de quienes fueron asignados varones al nacer y en un 4,1% de las personas señaladas como mujeres. En otra investigación holandesa, el 4,6% de las personas inscritas como hombres en el nacimiento y el 3,2% de las inscritas como mujeres se identificaban como ambivalentes con su identidad. Ese mismo estudio significaba que el 1,1% de las personas determinadas como ellos y el 0,8% como ellas afirmaban tener una identidad sexual binaria distinta al sexo asignado.
“La diversidad de formas de entender el género no hace sino reactualizar la importancia que tiene el género y el sexo en nuestra sociedad”, asegura el profesor Platero. “Entender que hay condicionamientos sociales que dan forma al género no es lo mismo que decir que dicha construcción social no tiene un peso en la vida, aunque seas una persona disidente de tales normas. Saber que es una construcción social no te exime de la discriminación o del castigo por salirte de ellas”.
“Los géneros sobran”, afirma rotundo Sam, agénero, queer y pansexual de 24 años. “Los usamos a modo de cajas en las que quedarnos encerrades y en las que hay que seguir unas normas de obligado cumplimiento”, sigue, “y lo que habría que eliminar es la importancia que se le da al género, no el género en sí”, añade. Sam es profesor de inglés y tiene un discurso muy didáctico. “Cuando hablas de helados, la gente piensa en chocolate o vainilla, pero hay más sabores; y eso mismo respondo cuando me preguntan que qué es ser agénero”, explica. “Porque yo no soy ni chocolate ni vainilla”, zanja.
Se define como una persona no binaria agénero transmasculino. No binario porque no se enmarca en la dualidad de chico o chica, agénero porque no se identifica con ningún género y transmasculino porque su estilo de vestir —“socialmente hablando”, explica— se suele identificar más con los hombres que con las mujeres. “Si naces con pene eres un hombre y te gustan las mujeres y las cosas masculinas; si tú naces con vulva eres una mujer, te gustan los hombres y las cosas femeninas y ahí tienes tu starter pack. Cuando empiezas a hacer la deconstrucción te das cuenta de que ese paquete inicial no tiene por qué ser así, hay muchísimas opciones y vertientes. Entonces yo separaría la genitalidad de la identidad, de la sexualidad y de las preferencias románticas”. A Sam lo asignaron como mujer al nacer y, en la adolescencia, probó a acentuar sus rasgos entendidos como femeninos para intentar acomodar su apariencia a lo que le dictaban sus nuevas compañías. “Y fue horrible”. “Te puedes poner un disfraz”, en referencia a su ropa femenina, “un día, pero si te ves obligado a llevarlo acaba generando rechazo; y así me sentía cuando trataba de vestirme de mujer”.
Pasó por el quirófano para hacerse una mastectomía que le supuso “un antes y un después”. Pidió un préstamo a un banco y se operó. Cambió. “Solo entonces volví a tener esa sensación de bienestar con mi cuerpo como antes de que se me desarrollase ese pecho”, apunta.
Con su cambio físico también empezaron las preguntas —esta vez no suyas, pero sí de otras personas—, a las que respondía sin reservas. Ha tenido peleas, ha recibido insultos, pero se considera afortunado si se compara con las historias de otras personas como él. Convencido activista queer, reparte su teléfono en bares a quienes, “de forma sincera y no como una anécdota de una noche de fiesta”, demandan más información sobre el género no binario.
En torno a los 15 años y en mitad de una tormenta de preguntas sin respuesta se topó con el término agénero. “Encajó, vi que pegaba con lo que me pasaba”, recuerda Sam. Pero por falta de energías para enfrentarse lo dejó en pausa. Volvió a él un par de años después. “La etiqueta se ajustaba y, cuando descubrí que había otras personas como yo, ¡que existíamos!, sentí una enorme libertad”, recuerda.
En España, el genderqueer se topa de bruces con la Administración, en la que se impone la definición únicamente dentro de la dualidad hombre o mujer. Existen precedentes como los de Australia, la India, Alemania o Argentina, donde reconocen la existencia de un tercer género o permiten el uso de un sexo no determinado, la identidad sexual autopercibida, en los documentos oficiales.
El Gobierno maneja un anteproyecto de ley consensuado con la Plataforma Trans Estatal —que aglutina a la mayor parte del colectivo— que incluye el reconocimiento de las personas no binarias para que dentro del derecho a la autodeterminación de la identidad sexual puedan elegir sin hacer referencia al sexo en los documentos oficiales, que deberán ofrecer la posibilidad “no binario”. Una minoría del feminismo, privilegiada y muy bien posicionada, pide que se paralice por considerar que la autodeterminación de la identidad sexual amenazaría las leyes que evitan la discriminación de las mujeres. Mientras, la realidad de las personas no binarias seguirá sin existir en el ámbito legal. Pese al limitado alcance de algunas normas autonómicas, la actual ley obliga a quienes quieran cambiar su sexo legalmente a dos años de tratamiento hormonal y a tener el diagnóstico de disforia de género, condición que patologiza al colectivo. Y pese a cumplirlo, solo podrán elegir entre hombre o mujer.
Mel Constain nació en Colombia hace 27 años y vive en Andalucía. La legislación de esta comunidad sí reconoce la posibilidad de cambiar el nombre registrado al nacer por el sentido, pero solo en los ámbitos en los que tiene competencias, como el educativo o el sanitario. Con la ley en la mano, Mel solo puede cambiarse el nombre, un farragoso trámite burocrático que depende de que un juez acepte el nuevo nombre para que se identifique con uno de los dos sexos: o chico o chica. “Es una lucha continua para que te reconozcan”, critica Mel, que rechaza el proceso de hormonación. “¿Para qué? Si tampoco me identifico con ser un hombre”, zanja. “Exige mucha energía, y quiero emplearla para disfrutar mi identidad; a fin de cuentas, cualquier escenario legal actual no se ajustará a lo que necesito”.
Mel ejerce como psicólogue y es no binarie. En su discurso es habitual el uso de la “e” para evitar masculinos y femeninos. “Mis espacios seguros suelen ser aquellos en los que se habla con la «e», porque ahí se me identifica como no binarie, se me reconoce y no se me etiqueta como mujer u hombre”, defiende. Elle —el pronombre con el que se encuentra agusto— cambió su nombre a algo neutro. “Somos superbinaristas, todo está clasificado entre lo masculino y lo femenino, y el lenguaje está para adaptarse a la sociedad, está para que las personas construyan, creen cosas nuevas”, apunta Mel, que ha investigado durante sus estudios sobre el género no binario y que divulga lo aprendido como activista y sexólogue.
Augura que con el género no binario ocurrirá como con el lenguaje apropiado para hablar de la diversas capacidades. “Antes, a las personas con diversidad funcional se las llamaba subnormales, ¡algo impensable hoy! ¿Por qué a nosotres se nos cuestiona el tratarnos en la identidad que nos sentimos?”.
Insiste Mel en que aunque la adolescencia sea la fase en la que elle exploró, “el sentirse no binarie siempre ha estado ahí”. “No es una construcción posterior, no es una ideología, aunque tiremos de las teorías queer”, sigue; “hemos pasado por una conflictividad interna, pero es algo común a todo el mundo; es un sentirse, como las personas trans binarias o las cis”. “No se decide tener una identidad con estigmas por gusto”, zanja.
El miedo al rechazo es una tónica constante entre las personas no binarias, aunque no todas responden igual ante él. Platero describe varias reacciones en su estudio ¡Faltan palabras! Las personas trans no binarias en el Estado Español: desde el aislamiento, el regreso al armario o el hacer un uso instrumental de la identidad posible menos incómoda (o más útil) para cumplir con los objetivos.
La de Nel es otra opción posible: hacer activismo de su no encaje. “Me gusta atraer miradas y que les exploten las cabezas”, reclama. “Me pongo falda, me maquillo, voy con falda y vello en las piernas; soy un hombre, aparento ser un hombre por mi transición con las hormonas, pero incorporo en mi vestuario prendas de mujer”, explica este joven malagueño de 20 años. Le gusta pensar que las utopías son solo el futuro, algo que ahora parece inalcanzable, pero llegará. No le preocupa que el lenguaje neutro todavía no esté en la calle, de hecho, le parece “muy crazy” que quienes le rodean, al verle, sepan cómo catalogarlo sin duda. Él prefiere el trato masculino, aunque sea género no binario. Fue asignado como mujer al nacer y no le incomoda el pecho, que —como defiende— forma “parte de esa mezcla” que lo hace ser como es. “Y me encanta”, subraya.
Supo de su condición no binaria a los 13 años, cuando se topó con una escultura de Hermafrodito, mitad hombre y mitad mujer. Desde entonces está fascinado por ese ser mitológico, “tan lejano a la ficción y a lo que aspiraba a ser”. Se enorgullece al contar que, de todo el proceso, son sus abueles, octogenaries, quienes más le han apoyado. “Me hago la ropa, ahora mismo una falda, con mi abuela y a mi abuelo le hace ilusión tener un nieto”, explica este estudiante de bachillerato de Artes.
Pese a su juventud, ya ha visto algunos avances. La psicóloga que lo trató por primera vez le obligó a definirse: A o B, hombre o mujer. Ahora, a esos niveles, ya se conoce el tercer género, en parte gracias al activismo de jóvenes como él. “Todos somos, como dice la teoría queer, seres individuales y llegará a un punto en el que las etiquetas no servirán de nada”, vaticina. “El género no binario será algo normal, una opción más; quizá yo no lo vea, pero si alguien llega a verlo: ‘¡Felicidades a todo el mundo, lo hemos conseguido!”.