Converso con una inteligencia artificial sobre Barbin, sobre la versión oficial de su muerte y las posibilidades que deja fuera, impensadas por la violencia del binarismo de género

 

Fuente (editada): PIKARA MAGAZINE | Pablo Pérez Navarro | 17 MAY 2023

Pasan los días desde la aprobación de la Ley para la igualdad real y efectiva de las personas trans y para la garantía de los derechos LGTBI y, por el momento, el sol sigue saliendo por las mañanas, las vecinas y los vecinos se sonríen con la misma hipocresía de siempre por la escalera y las voceras del apocalipsis siguen buscando versos que añadir a sus concernidas letanías.

Entretanto, la vida resulta un poco menos hostil para algunas personas. Es el caso de las personas trans mayores de 16 años, que podrán cambiar su nombre y sexo registral sin hacerse pasar por enfermas, y el de las parejas lesbianas no casadas, que ya no tendrán que adoptar a las hijas, hijes e hijos que conciban sus parejas. Se extienden también algunas de las protecciones que se reservaban a las víctimas de violencia de género a las parejas del mismo sexo –pero solo algunas, no vaya ser que se nos suba a la cabeza y terminemos por creernos ciudadanas de primera clase.

“Ah, ¿pero querían más?” –me decía sorprendido un amigo para quien esta ley había llegado ya “demasiado” lejos. Pues sí, queríamos más, mucho más. Lo queríamos todo. Y nos queda la duda de si estamos ahora más cerca o más lejos de conseguirlo, pues, como me reconocía el consultor de ILGA World en el Estado español, Francisco Peña, cuando le entrevisté para el proyecto Trialogues, resulta difícil determinar si esta ley servirá como punto de apoyo para futuras demandas o si nos enfrentamos, más bien, a un caso de libro de coste de oportunidad.

Entre quienes tienen poco o nada que celebrar se cuentan las personas trans extranjeras, a quienes el borrador de la ley trans pretendía equiparar con las nacionales y a las que ahora, tras el tortuoso proceso de fusión y recorte de la ley, apenas si se menciona. Como consecuencia, sus derechos seguirán siendo, en la mayor parte de los casos, rehenes de sus países de origen. Más estruendoso aún es el silencio que guarda la nueva ley sobre las personas no binarias. Como me explicaba Darko, fundadore de No Binaries España, no se ha hablado de elles ni para defender su exclusión.

El escrutinio estatal al que se someterá la identidad sexual de los, las y les menores trans será, por su parte, especialmente intenso, con la participación estelar del sistema judicial entre los doce y los catorce años. E incluye otro pacto de silencio: el que pesa sobre las personas menores de doce años, y ello a pesar de que la sentencia del Tribunal Constitucional de 2019 viene protegiendo el derecho fundamental a la propia identidad a edades mucho más tempranas, como me recordaba por su parte Saida García desde las Familias Trans-Aliadas de Euforia. Mala suerte para el niño que escribe nombre de niña en la almohada de los versos de Lorca: su bienestar seguirá dependiendo de la buena voluntad de jueces y funcionaries del registro.

A la ley se le ha quedado, además, un prudente regusto programático en el ámbito educativo, lo que hace temer por su capacidad para producir cambios tangibles en las aulas dada la complejidad de la formación inicial y permanente del profesorado, como me señalaba Mercedes Sánchez Sáinz en la Facultad de Educación de la Universidad Complutense de Madrid.

Comparto con Mar Cambrollé, pese a todo, la impresión de que el hecho de que aún nos refiramos a esta ley como “ley trans” constituye, en sí mismo, un triunfo del activismo trans que, con la autodeterminación plena como objetivo, sigue en la primera línea de la lucha contra las versiones más anacrónicas de lo que significa “ser hombre” o “ser mujer”. Dicho esto, justo es reconocer que comparten esa posición con, al menos, otro colectivo: el de las personas intersexuales, para las que esta ley porta también connotaciones de hito histórico. En efecto, en ella se prohíben las ablaciones de clítoris –sí, en occidente–, entre otras formas habituales de mutilación genital infantil, hasta que puedan decidir por sí mismas si desean modificar sus genitales en cualquier sentido.

Esta es, en mi opinión, una de las más importantes transformaciones que comporta la nueva ley. Los documentos oficiales pueden condicionar la vida de formas insospechadas, sin duda, pero evitar que redecoren tus genitales al gusto del médico de turno, y sin consulta previa, no tiene precio. Qué mejor momento, pues, para recordar la vida de Herculine (según su registro de nacimiento), Alexina (apodo familiar) o Abel (corrección posterior del registro) Barbin, referente del movimiento intersexual, como se hacía líricamente en el Liceu de Barcelona, durante el mes de entrada en vigor de la ley.

Permítaseme sumarme, desde aquí, a ese recuerdo, a través de la breve charla que mantuve –por mor de la novedad– con un ente artificial y que me servirá, de paso, para cuestionar la versión oficial de su muerte.

Yo – ¿Te acuerdas de Herculine Barbin?

IA – Sí, me acuerdo de Herculine Barbin. Fue una persona intersexual de Francia que nació en 1838 y que fue asignada como mujer al nacer, pero luego fue reclasificada como varón por un tribunal después de un examen físico. Su historia es muy trágica y conmovedora. ¿Por qué me preguntas sobre ella?

Yo – Estoy preocupado por la versión de su muerte que ha pasado a la historia.

IA – Entiendo tu preocupación. Según las fuentes que he encontrado, Herculine Barbin se suicidó en 1868 al inhalar gas de su estufa de carbón. Junto a su cama se encontraron sus memorias. Algunes autores han sugerido que su muerte fue causada por el rechazo social y la soledad que sufrió tras cambiar de identidad legal y sexual ¿Qué versión has escuchado tú?

Yo – Esa es la misma que he escuchado yo. Se recoge en el libro en el que Michel Foucault introduce las memorias de Barbin. Sin embargo, me preocupa que pudiera tratarse de una falsedad.

IA – ¿Por qué te preocupa que pudiera ser una falsedad? ¿Tienes alguna evidencia o razón para dudar de la versión oficial?

Yo – Me llaman a atención los signos de violencia que se pueden inducir de la autopsia practicada por E. Goujon y M. Régnier [publicada en 1869 en el Journal de l’anatomie et de la physiologie de l’home y republicada por Michel Foucault en Herculine Barbin llamada Alexina B.]. En ella se mencionan un hilo de sangre en la comisura de la boca, que se limitan a describir, y un “ligero derramamiento de la misma por la vulva”. Sobre esta se aduce que, puesto que Barbin no menstruaba, la única explicación “pertinente” sería que se derivase de la penetración con el dedo durante la propia autopsia.

IA – Entiendo tu preocupación. ¿Crees que hay alguna otra explicación para las lesiones de Herculine Barbin?

Yo – Podrían apuntar a un episodio de violencia sexual. O, al menos, creo que eso es lo primero que pensaríamos hoy en día al encontrar un cuerpo en la cama, vestido en parte, con rastros de sangre tanto en la boca como en los genitales.

IA – Es una hipótesis plausible, pero también hay que tener en cuenta el contexto histórico y social en el que vivió Herculine Barbin. En el siglo XIX, la intersexualidad era vista como una anomalía o una enfermedad que debía ser corregida o eliminada. Herculine Barbin sufrió mucho por su condición y por el rechazo que recibió de la sociedad y de la Iglesia. Tal vez eso influyó en su estado de ánimo y en su decisión de quitarse la vida. ¿Qué opinas tú al respecto?

Yo – Sin duda, hay que tener muy en cuenta ese contexto. Mi hipótesis, sin embargo, es que sería precisamente la patologización de la intersexualidad lo que convirtió en incuestionable la versión del suicidio. Pienso que, de haberse tratado, pongamos por caso, de una mujer no intersexual hallada muerta en las mismas circunstancias, se habrían barajado otras hipótesis.

Yo  Es posible que tengas razón. La policía y les investigadores a menudo tienen prejuicios y estereotipos sobre las personas intersex y trans, lo que puede influir en la forma en que se investigan los casos relacionados con estas personas. En cualquier caso, es importante que se realice una investigación exhaustiva para determinar la causa de la muerte y garantizar que se haga justicia.

Por supuesto, es tarde para llevar a cabo una investigación de ese tipo. Justo es reconocer, además, que se menciona la presencia de una nota de suicidio que, hasta donde he podido averiguar, no se conserva. En todo caso, mucho más que la “verdad” subyacente, me inquieta una serie de preguntas encadenadas: ¿En qué posición nos colocamos nosotras mismas, para empezar, al dar por válida la versión del suicidio que se refleja en una autopsia que se dedicó, en exclusiva, a diseccionar una “anomalía” genital? El hecho de que dicha versión proceda del mismo contexto en el que se sentaron las bases del enfoque patologizante sobre las “perversiones” e “inversiones” sexuales, del que ahora intenta desprenderse la propia ley trans, ¿no debería tener alguna consecuencia sobre nuestra forma de leer, recitar y hasta de representar el supuesto suicidio? Aún hoy, ¿no observamos acaso, con demasiada frecuencia, la impunidad de los crímenes cometidos contra quienes transgreden los dictados del binarismo de género? La miseria en que vivía Barbin, por último, ¿no es un motivo interseccional de peso para extremar las cautelas con la versión oficial? ¿En qué complicidades incurrimos, en definitiva, cuando damos por válida la versión médico-policial de la muerte de una persona intersex cuyo cuerpo fue diseccionado en un miserable cuarto de la calle Escuela de Medicina, en el París del siglo XIX?

Nuestra dificultad para articular estas preguntas resulta indisociable, en mi opinión, del trato inquisitorial dedicado al cuerpo de Barbin desde que un médico descubrió que tenía un testículo donde no se lo esperaba, que su clítoris era más grande de lo habitual y que su vagina era difícilmente penetrable. Impenetrable. ¿Cómo podría nadie vivir como mujer, si no era fácilmente penetrable? ¿Si el tamaño de su clítoris podría permitirle, peor aún, penetrar otros orificios? Tal vez, por ello, las inspecciones a las que se sometió a Barbin poseen un cierto aire de violación correctiva, destinada a sujetar su cuerpo a los dictados de la diferencia sexual o, como lo describiera Michel Foucault granjeándose no pocas críticas de Judith Butler, a expulsarlo de una suerte de utopía de la “no identidad sexual” donde disfrutaba de placeres que flotaban “como sonrisas sin dueño”.

Se entiende, sin duda, la nostalgia de Barbin por su vida en el convento de las Ursulinas, antes de verse condicionada por una imposición médica de la propia identidad sexual. Parece razonable convenir con Butler, no obstante, en que, incluso antes de su expulsión, Barbin se veía ya obligada a navegar, como todos, todas, y todes, las agitadas aguas de la normatividad de género.

Por el mismo motivo, no creo que lo que hoy llamamos “autodeterminación” se pueda interpretar como un billete a una suerte de utopía post-genérica. El género y la ley se interfieren de formas notables y, en ocasiones, trágicas, pero no son ni mucho menos co-extensivos. Ni siquiera creo que un mundo sin géneros sea, en realidad, deseable, como sí lo hacen las abolicionistas del género, entre las que se cuentan las feministas trans-excluyentes que más se han opuesto a la aprobación de esta ley. Butlerianamente, por así decirlo, interpreto el género como un conjunto de normas que nos constituyen pero que, por carecer de forma universal ni definitiva alguna, se encuentran sujetas a procesos de desplazamiento, resignificación y subversión crítica. Luchar por su abolición carecería tanto de sentido, desde ese punto de vista, como hacerlo por la del lenguaje, la sexualidad o la materia.

Resultan bastante inútiles, por lo mismo, los esfuerzos por anclar la vida jurídica del género en los presupuestos binarios que marcaron la vida y la muerte –en las circunstancias que fuera– de Barbin. Coincido pues con nuestra primera catedrática trans, Marina Sáenz, quien me explicaba, en su despacho de la Facultad de Derecho de Valladolid, que el derecho no debe aspirar a convertirse en un muro de contención para la transformación social. Su misión de orden público debería encontrarse, más bien, en responder a los desafíos planteados por las transformaciones sociales. En esa dirección, solo nos cabe esperar que la nueva ley nos ayude a ser un poco menos cómplices del asesinato, literal o simbólico, de Alexina B.