Blas Radi es un varón trans y filósofo de 39 años, que dirige una cátedra libre sobre estudios trans en la UBA, además de ser becario doctoral del Conicet. En diálogo con Infobae, explicó cómo es ser un “filósofo público” y cuál es el aporte de los Estudios Trans.
Fuente (editada): infobae | Valeria Román | 10 de Abril de 2021
En Iberoamérica, hay 565.935 investigadores de ciencias. En cada país solo se registran hombres o mujeres que se da por sentado que son cis. Pero hay otras personas que también trabajan y producen conocimiento científico y aún no están visibilizadas. Las personas trans también pueden hacer ciencia, y no solo ser objeto de estudio. “Existen los estudios trans que son un campo de trabajo intelectual”, dice Blas Radi, quien desarrolla ese tipo de estudios. Es un varón trans de 39 años, que enseña en la Facultad de Filosofía y Letras de la Universidad de Buenos Aires y hace su tesis doctoral como becario del Conicet.
El pasado mes de abril se celebró el Día de la Investigación Científica en la Argentina como un homenaje al científico y Premio Nobel de Medicina Bernardo Houssay, quien había nacido el 10 de abril de 1887. También se considera que es un día para reconocer el esfuerzo y el aporte que hacen las personas que trabajan en ciencia. Solo hay dos sexos reconocidos. Sólo dos posibilidades que se excluyen entre sí. Pero la realidad exige la inclusión de la diversidad. En diálogo con Infobae, Blas Radi contó cómo piensa, trabaja, enseña y de qué manera transita barreras en el sistema científico y tecnológico, y marca un camino pionero en la región.
Radi trabaja en teoría del conocimiento y sus aspectos éticos y políticos. Se define como un “filósofo público” por su intención de llegar a la gente, y coordina una cátedra libre sobre Estudios trans en la Universidad de Buenos Aires. Fue docente y expositor en universidades de Estados Unidos, Alemania, India y Francia, entre otras.
-¿Qué significa que es un “filósofo público”?
-Significa que entiendo que la filosofía es un bien público y que puede ser un insumo de impacto social. Durante los años pasados, me involucré con iniciativas en su mayoría junto a Moira Pérez que han apostado a poner a trabajar el instrumental filosófico para colaborar con movimientos sociales que persiguen la justicia social, en función de una agenda de urgencias morales y políticas. Me gusta hacer un aterrizaje de los conceptos, pero a su vez los enriquezco a través de la retroalimentación con la comunidad.
Para mí, el mayor atractivo de la filosofía pública consiste en poner a la filosofía a disposición de todo el mundo. Pero no en los términos de una mera transferencia unidireccional, como puede ser una conferencia para un público amplio o un libro con preguntas clave o referencias filosóficas ineludibles, sino como una conversación ampliada, que se enfoca en problemas de relevancia para la comunidad. Considero que todas las personas que componen una comunidad son válidas para el ejercicio filosófico, y que transforma a la filosofía en ese proceso.
– Usted es un varón trans y a su vez hace investigación en el campo de los estudios trans. ¿Aporta una mirada diferente?
-La pregunta hace referencia a la identidad, por un lado, y al recurso de un campo intelectual, por el otro. Creo que conviene pensarlos por separado. Con respecto a la identidad, yo no suscribo a la tesis del privilegio epistémico, que en su versión más fuerte sostiene que una persona tiene un mejor conocimiento de la realidad por tener una identidad o una experiencia determinada. Yo no creo que la identidad garantice un acceso privilegiado a ciertos fenómenos ni sea suficiente para definir un determinado enfoque a la hora de hacer investigación. Entonces, no diría que de la identidad de persona trans se siga una mirada diferente para hacer investigación. Pero con respecto a la perspectiva de los Estudios Trans, sí creo que aporto una mirada diferente para la construcción del conocimiento.
– ¿Por qué hace 25 años no había investigadores trans de ciencias?
-Me parece que para responder esta pregunta conviene diferenciar entre dos formas de entender ese “no había”. Una alternativa consiste en entender que no existían investigadores o investigadoras que se identificaran con un sexo distinto al asignado al nacer. Otra consiste en entender que no había personas que se identificaran públicamente como investigadoras trans. La distinción es pertinente porque, en realidad, no tenemos registro de la experiencia interna del género de las personas que hacían investigación hace 25 años, pero sí sabemos que en ese entonces la categoría de “investigadore trans” no estaba disponible.
Tal vez existían personas que hoy llamaríamos “trans” y que en ese entonces se dedicaban a la investigación, pero no tenían a mano una categoría que hoy tiene circulación. Personas que de haber dado con esa clave tal vez la hubieran reivindicado para sí. O lo hicieron después. También podemos pensar en personas que se identificaban con un sexo distinto al asignado y hacen investigación. Pero prefirieron tener una trayectoria anónima o de bajo perfil.
Ser públicamente trans tiene consecuencias y se vive muchas veces como una tensión entre la identidad y otros aspectos importantes de la vida. Algo que pasa ahora y que antes no ocurría es que hay investigadores trans visibles en la academia, y eso se debe en gran medida a una serie de transformaciones culturales e institucionales. Todo es fruto de la resistencia intelectual y política del activismo trans. Sin dudas, todavía hay mucho trabajo por hacer y no se va a hacer solo.
– ¿Cuáles fueron las principales barreras que enfrentó por ser un varón trans y dedicarse a la investigación?
-Primero, los requisitos institucionales de acceso, permanencia y desarrollo en la academia. Son requisitos pensados por y para personas que hacen un trayecto fluido por las instituciones. Y esa fluidez no se debe exclusivamente a condiciones de excelencia académica. La carrera se hace más larga para las personas que no tienen un sostén económico que les permita estudiar sin trabajar, y los requisitos de edad se vuelven inalcanzables.
También hay que trabajar en las condiciones institucionales de hospitalidad. La académica británica-australiana Sara Ahmed lo llama “hacer el trabajo de la diversidad”, y consiste en invertir tiempo y esfuerzo en generar las condiciones institucionales que te permitan ser parte. Es un trabajo de tiempo completo, no remunerado, no reconocido y agotador. Quienes tienen que pasar por esa experiencia habitualmente no tienen margen para mucho más y se exponen a un desgaste sistemático en condiciones de explotación, porque en el mejor de los casos (que es bastante extraordinario, en realidad) la institución toma sus iniciativas y mejora. Pero eso no significa que su situación individual vaya a cambiar.
-¿Qué opina sobre las medidas para alentar los cupos femeninos?
-Son iniciativas de acción afirmativa diseñadas en función de personas que no son trans. Se les llama “CIS”. Las medidas de cupo femenino o equivalentes (como el techo para varones) suelen aceptar de manera acrítica que todas las personas son “cis” o que las personas trans encajan perfectamente en un esquema pensado para personas “cis”. El funcionamiento de esas medidas impacta de manera negativa sobre muchas personas trans, fundamentalmente aquellas que fueron asignadas al sexo femenino al nacer. Por ejemplo, hay subsidios que con una idea de “equidad de género” priorizan candidatas mujeres. Eso tiene sentido para las mujeres (sean cis o trans), pero no toma en consideración la situación de los varones trans y las personas no binarias, que también son blanco sistemático de los obstáculos que dan fundamento a este tipo de medidas. Es más, esas personas se ven perjudicadas por ese tipo de medidas.
-¿Qué otra situación percibió?
-Las prácticas predatorias de la academia que van desde el extractivismo al plagio más descarado. A esto se suma que, en condiciones asimétricas, que son las que habitualmente experimentan las personas trans, es difícil alzar la voz contra la deshonestidad intelectual.
-Cofundó la cátedra libre de la UBA de “estudios trans”. ¿Incluyen todas las cuestiones de vida relacionadas con las personas trans?
-El nombre de la cátedra se refiere al campo amplio que enmarca el trabajo del equipo: el campo interdisciplinario de los Estudios Trans. Se trata de un campo relativamente joven, que no está definido por un inventario específico de temas ni tampoco por sus sujetos de investigación. Es un enfoque particular respecto del género y del conocimiento. Para decirlo de una manera simple: es un enfoque que se hace cargo de lo que implica trascender la cadena normativa del binario de género y la diferencia sexual. Está lejos de hacer de las experiencias de ciertas personas meras excepciones despreciables o de tratar de encajarlas de manera forzada en un marco inadecuado. En concreto, se hace cargo del desafío que esas experiencias presentan al conjunto de supuestos respecto del cuerpo, la identidad y los roles sociales de las personas. Los estudios trans son un punto de partida que sirve para examinar las cuestiones de vida relacionadas con las personas trans, pero que no se limita a eso.
– ¿Se confunde con un grupo de autoayuda para las personas trans?
-A veces. Hay gente que piensa que la Cátedra Libre es un espacio de contención o ayuda terapéutica. Creo que eso expresa las resistencias que se ponen en juego en nuestro contexto a la hora de reconocer que hay personas trans que estudian, dan clases e investigan en la universidad. Estas resistencias se expresan en las instituciones de educación superior cuando se tiende a pensar en las personas trans siempre como potenciales estudiantes por venir. O sea, nunca son parte de la comunidad académica. Y nunca son pares. Esto contrasta fuertemente con la permanente demanda que recibimos: nos piden ayuda para desarrollar políticas, para hacer trabajos de consultoría bibliográfica, formación de recursos humanos, asesoramiento técnico. Hacemos lo que podemos porque la Cátedra es un proyecto ad honorem. No recibe ningún tipo de financiamiento. Es decir, hay a la vez una falta de reconocimiento (simbólico y material) y un permanente recurso a nuestro trabajo.
Pero hay una excepción que nos gustaría que se transforme en la regla: este año estamos colaborando con la Secretaría de Géneros y Diversidad de la gremial docente AGD con el dictado de un curso. Se trata de una capacitación para docentes que aborda los conceptos fundamentales de los estudios de géneros y sexualidades desde la perspectiva de los Estudios Trans, y se enfoca en los desafíos de la docencia universitaria. El curso lo dicta un equipo de docentes de la Cátedra y la organización estuvo a cargo de AGD, que hizo algo extraordinario: se aseguró de que fuera gratuito para quienes asisten y pago para quienes lo dictan.
Fotos: Franco Fafasuli