Marina Sáenz. Primera catedrática trans de España. Profesora de Derecho Mercantil asegura que aún no se ha logrado el éxito de las políticas sobre la mujer, pero ve avances en su lucha y visibilización

Fuente (editada): El Norte de Castilla | Samuel Regueira | 06.03.2020

Hace ocho días, Marina Echebarría Sáenz logró acreditarse como catedrática en Derecho Mercantil tras treinta años de experiencia profesional en la Universidad de Valladolid. Su hazaña es mayor si se atiende a su colectivo: es la primera mujer trans en lograr esta categoría docente en España. En un momento de cisma del feminismo, donde algunas mujeres cuestionan la presencia de esta realidad en sus filas, Sáenz reflexiona sobre este debate, además de sobre la universidad, la extrema derecha o los puentes que pueden tender las mujeres para hallar espacios de lucha común de cara al 8M, que este año se presenta dividido en Valladolid por primera vez.

– ¿Es un logro para el colectivo trans este nombramiento?

– Estoy atendiendo a varios medios por ello y me han llamado varias madres de niñas trans llorando para darme las gracias. Supongo que sí. Lo que tengo claro es que he contraído una deuda con la generación que viene; nos ponen una serie de barreras pero las vamos saltando. Con perseverancia: la igualdad se pelea, pero se va a conseguir.

– Ha habido un “boom” con el activismo feminista estos años.

– Los cambios se van larvando, y es cierto que el primer 8M multitudinario pilló al estamento político con el pie cambiado. Les reventamos la agenda, si bien detrás había muchos años de movimiento y de justicia combativa. También las redes sociales hicieron que el llamado llegara a muchas. Creo que nuestro principal logro fue pasar de las reivindicaciones concretas a evidenciar la necesidad de cambio en el esquema de pensamiento.

– ¿Cabe ya hablar de éxito?

– Quizá no. Pero sí de lucha y de avances. De que en la agenda se mencione el aborto, la brecha de género, la reproducción asistida, los cuidados o que pongamos en cuestión un modelo económico que se sustenta en más de un 50% de la población trabajando gratis en casa.

Debates que acaban en cisma

– Este 8M el feminismo se presenta por primera vez dividido.

– Yo pienso ir a ambas convocatorias. Los debates en el feminismo han existido siempre: el de la abolición del trabajo sexual tiene más de cuarenta años y ya en los setenta se confrontaban posturas radicales e institucionales. La lástima es que a veces resulten innecesariamente agrios.

– Uno apela frontalmente a la presencia de las mujeres trans

– He conocido a gente muy respetable e inteligente con posturas trans excluyentes. Creo que experimentan una respuesta visceral, que nace de las entrañas, y la visten con un ropaje dialéctico. Es transfobia intelectual.

– Dicen que las mujeres trans nacen con privilegios de varón.

– Pero renunciamos conscientemente a todos ellos. Yo me he puesto al final de la fila y he podido percibir cómo se iban perdiendo: te atienden menos cuando hablas, te tienes que explicar tres veces más, se te juzga de otra forma, añades un baremo estético. Se filtra hasta en lo cotidiano: en el orden que te sirven la comida o la cantidad que te ponen en el plato. Son pequeñas cosas que esconden grandes cuestiones.

– ¿Qué pasa con el hombre trans?

– Siempre está en cuestión si son hombres o no. Aunque comparados con nosotras su inclusión es más fácil, tienen menos paro y menos dificultad para encontrar pareja; pero eso no quiere decir, insisto, en que no estén en riesgo. Las personas trans excluyentes ignoran su que sean hombres, y eso es ofensivo para ellos.

– ¿Es posible una unidad, un entendimiento entre feministas?

– Sí. Habrá distintas concepciones y formas de entendernos, pero tenemos en común que podemos unirnos por la inclusión social y la lucha de nuestros derechos. Al final nuestro enemigo es el mismo para todas las mujeres: el cisheteropatriarcado.

Ante el odio de los extremos

– Frente a toda acción surge, en sentido opuesto, una reacción.

– Había una maldición china que decía: “Ojalá te toque vivir tiempos de Historia”. Por desgracia, es un poco lo que está pasando en este momento. Hay extremos políticos que están consiguiendo que la gente se vuelva a sentir legitimada para ser agresiva. Es una tendencia que vemos desde hace un par de años, y temo que ni este nivel ni estos ánimos vayan a dejar de subir.

– Ante este odio, ¿qué hacer?

– Mucha educación y conciencia. Y, sobre todo, no aceptar el discurso del miedo: hay una minoría que se quiere hacer sentir mayoría provocando la inhibición de la gente que no quiere líos, aunque sea dar una charla o un taller de sexualidad. Por eso es importante que entendamos que la igualdad es cuestión de todo el mundo. Como decía Martin Luther King, lo que debería preocuparnos es el silencio de las buenas personas.

La Universidad, más moderna

– ¿Ha habido aceptación en la esfera laboral?

– En ese sentido también he sido muy privilegiada, me muevo en un entorno muy civilizado, pero dentro de mi colectivo hay gente muy marginal y mujeres que viven de un modo brutal. En cualquier caso, la Universidad ya no es una institución tan clasista, su imagen de reino de taifas va perteneciendo al pasado: se ha modernizado, las mujeres vamos saltando el techo de cristal y la institución va ganando en transparencia.

– ¿Qué margen de mejora tiene?

– Entender que tiene más funciones aparte de dar empleabilidad al alumnado: es un foco cultural, un núcleo de pensamiento.

– En el ámbito del derecho, ¿son las leyes también machistas?

– Lo son cuando se legisla con una perspectiva androcéntrica. Conseguir pensar de otra manera exige un esfuerzo, aunque no deja de ser llamativo que haya hombres que reaccionen con inquietud o a la defensiva ante la aprobación de leyes como la de la libertad sexual. Es muy revelador.