Fuente (editada): EL PERIÓDICO | Meritxell M. Pauné | 4 AGO 2023
“Había tenido una vida muy perra, pero era una chica alegre, coqueta, sonriente”. Una amiga muy próxima define así la personalidad de Samira, la chica de 20 años que murió este jueves por la súbita caída de una palmera en el Raval. El accidente destapa la historia muy dura de una barcelonesa invisible, a la que la vida había tratado con crueldad pero que trataba de salir adelante.
Samira era hija de una familia sencilla de Barcelona, del distrito de Sant Martí. Su madre perdió la custodia de la joven, su padre se marchó y la niña acabó viviendo con sus abueles maternos junto a dos hermanes. Problemas de salud mental y dificultades para encajar la llevaron a un centro especializado en salud juvenil, pero no lograba hallar su sitio. “Acabó en la calle y dormía en el parque Joan Miró”, relata la “prima” Noa, su confidente y la principal “referente” que tenía ahora. Su abuelo, Carlos, coincide en la vida frágil que llevaba y lamenta que los esfuerzos por «encarrilarla» no dieran fruto.
Noa y Carlos han accedido a explicar la trayectoria vital de esta joven a EL PERIÓDICO para concienciar sobre la exclusión del colectivo trans y denunciar que la falta de recursos efectivos empuja a decenas de chicas como ella a malas vidas y finales trágicos.
También trans, gitana y de unos cincuenta años, Noa trataba de guiar a Samira para que saliera del pozo. Por edad y complicidad, ejercía una suerte de rol materno. La acompañaba a psiquiatría y hablaban largamente en el local de Metzineres, una asociación de y para mujeres trans en la calle Lluna, a pocos metros de la plaza Emili Vendrell, donde cayó la fatídica palmera. Aquí pueden comer, ducharse, conversar o simplemente pasar el rato en un entorno seguro.
“Estaba a punto de ingresarla en una unidad de psiquiatría, ya la había convencido, porque llevaba un tiempo muy deprimida”, relata. Alguna pelea con el novio y consumo de drogas enturbiaban su ánimo, aunque la principal causa del malestar era la situación general que vivía, lamenta Noa: “Estaba mal por la vida perra que ha tenido, porque la sociedad no nos quiere a las trans”.
Carlos, su abuelo, convivió con ella de los 6 a los 16 años: «La hemos visto crecer». Así como sus hermanes sacaron adelante estudios y relaciones sólidas, Samira tropezaba constantemente con una salud mental vulnerable: «La temporada que estuvo ingresada mejoró, pero cuando no se tomaba la medicación teníamos conflictos y al ser mayor de edad no se la podía obligar a nada». Los últimos tiempos prefirió dormir en la calle. Carlos reconoce que no aprobaba su estilo de vida y que así se lo decía cuando se veían, pese a las «excusas» que ella le daba.
El nombre que le puso su mejor amiga
Samira no era su nombre oficial, aunque estaba en vías de cambiarlo y creía poderlo conseguir pronto. “La bautizó así su mejor amiga, con quién coincidieron en un centro para menores, le gustaba porque tiene un aire árabe”, prosigue Noa. Esta compañera de juventud, por cierto, estaba también en el Raval este jueves, hundida por la pérdida. Eran tres las veinteañeras que regularmente acudían al centro y estaban muy unidas.
El padre y la madre de Samira se separaron hace años. La madre ahora vive fuera de Catalunya y volverá para reconocer el cadáver este lunes. A el abuelo le enerva que se atribuya -o ella se atribuyera- «desamparo familiar». Una trabajadora social le hacía seguimiento, aunque en realidad el principal soporte actualmente era Metzineres. Sin techo ni recursos económicos, se reunía con otras chicas tras para dormir juntas: “En tiendas de campaña en el parque Joan Miró, a veces también en Montjuïc, aunque las últimas tres noches no había ido allí”.
Dos días antes Noa y Samira se habían hecho fotos juntas y habían hablado del futuro, de vivir y de morir: “Le decía que redujera su consumo y que ingresara en psiquiatría y mejoraría… He enterrado a muchas amigas por el Sida y la droga, ¡pero ella era muy joven, podía vivir 10 años más al menos!”. El abuelo temía que les llamaran algún día con malas noticias, «una sobredosis o un navajazo, ¡pero no un accidente como este!». Está indignado por la caída de la palmera, que atribuye a «falta de mantenimiento» pese a las explicaciones municipales. Por ahora, señala, nadie del consistorio les ha llamado.
Fue al Raval a hacerse trenzas
El jueves Samira había acudido a Metzineres a que le hicieran un peinado de trenzas, una sesión laboriosa que interrumpió unos minutos para salir a airearse y hacer algún recado. Justamente fue a la plaza Emili Vendrell y, estando de pie en la acera según relatan a este diario dos comerciantes de Joaquín Costa, la palmera le cayó encima. El golpe fue mortal de inmediato.
“La chica estaba caminando, de pie por aquí Joaquín Costa, cuando se escuchó un crujido fuerte fuerte… y se desplomó en seco la palmera”, relata Gustavo Ejuia, del bar Komo en Kasa, situado justo delante. “Llegué en 3 segundos a su lado y le tomé el pulso, ya no había nada que hacer”, lamenta. Llamó a Emergencias y se activaron todos los protocolos, pero Samira ya estaba muerta.
Este viernes a primera hora seis modestísimas velas la recordaban, junto a la base cortada del árbol que la mató. La acera aún no se había limpiado a fondo y quedaban restos de sangre en el pavimento sobre el que yació. Periodistas preguntaban a los vecinos que se paraban a comentar el caso, las persianas de los comercios iban subiendo perezosas, el tráfico era escaso. En la calle de detrás, el local de Metzineres estaban cerrado con candado, silencioso y más vacío que nunca.