Aparentemente, las personas trans que dedicamos nuestro tiempo, a veces nuestra vida, a luchar por nuestros derechos, queremos destruir a las mujeres cis.
Fuente (editada): EL SALTO | Rosa María García | 25 JUL 2020
Hace poco me llegó por redes un mensaje privado en el que alguien en un grupo tránsfobo —transodiante, si lo prefieren— citaba un tuit mío. El tuit decía: “¿Cómo se llama el intento de exterminar una comunidad entera por su condición particular?”. La respuesta de esta persona: “transactivismo”. Aparentemente, el “transactivismo” quiere destruir a las mujeres (cis). El “transactivismo”, es decir, las personas trans que dedicamos nuestro tiempo, a veces nuestra vida, a luchar por nuestros derechos. Una respuesta curiosa, como poco.
Pero esta idea no aparece de la nada: es una consecuencia natural de la idea mítica del “borrado de las mujeres”. Esa es una teoría de la conspiración en sentido estricto: hay quienes creen que existe una conspiración “queer” para exterminar a las mujeres (cis, claro). Por eso resulta tan peregrina: es totalmente irreal de entrada. ¿Cómo podríamos las personas trans “borrar” a las mujeres? ¿En qué sentido? Y, sobre todo, ¿para qué querríamos hacer eso, si buena parte de la comunidad trans somos mujeres y, desde luego, feministas? Creo que hay que explorar bien las interioridades de este mito y desnudarlo de su retórica feminista. Que, por dejarlo claro desde un principio, es lo único que tiene de propiamente feminista.
Hay varios elementos implícitos a esta teoría de la conspiración y que le dan forma. En primer lugar, desde luego, se presupone que el “transactivismo” se reduce a las mujeres trans, y a las mujeres trans se nos reduce a un estereotipo rancio y transmisógino. No me alargaré mucho, porque de esto habló bien y claro Julia Serano en Whipping Girl, con lo que voy a hacerme eco de sus ideas. La mitografía —típicamente misógina— nos reduce a dos imágenes bien definidas: la “transexual patética” y la “transexual impostora”. La primera es aquella que finge ser mujer, pero su manera de impostar feminidad es torpe, no natural, y delata lo que en el fondo no es más que su naturaleza verdadera: es un hombre. La segunda es aquella que se hace pasar por una mujer con éxito, adoptando una imagen sensual de la feminidad, solo para engañar a hombres para que se acuesten con ella.
Las imágenes se repiten en el ideario transmisógino, esta vez con retórica feminista: existen “los trans” que en realidad son “señores con bigote” y cuya “sola voluntad basta para ser reconocida como mujer”, y por otro lado existen “los trans” que “parecen mujeres” y que quieren “obligar a las mujeres (marca registrada) a que les coman la polla”. En cualquier caso se asume que quieren “invadir espacios de mujeres”, como los baños. Cuando esto se señala siempre hay voces que apelan a “los transexuales normales/ buenos”, los que “no comulgan con la (malvada) teoría queer”. Pero “los transexuales buenos”, como la teoría queer tal y como la describen, son solo otro mito fabricado. En realidad, la única trans buena es la silenciada. En realidad, en este imaginario las personas trans, simplemente, no existimos como tales.
Esta teoría de la conspiración tiene también otros elementos, socialmente más pasables y más “pop”, de fondo. Aquí cabe, por ejemplo, la idea de una “socialización masculina” que se da de forma totalmente unidireccional, universal y homogénea: todas las personas a las que se les asigna el sexo masculino —es decir, con pene, ya que el sexo se asigna en base a la genitalidad pensada desde el diadismo— se las educa para “dominar” y se les otorga el “poder patriarcal”. Con esta imagen, los hombres se convierten en una idea abstracta alejada de todo mundo real, cuyo único efecto de existencia es el de dañar a las mujeres. Por supuesto, aquí no existen la homofobia o la plumofobia ─relacionada en el fondo con la misoginia─, no hay rituales de coacción y agresividad que alienen a los hombres de su propio cuerpo y voluntad, no existen formas de subjetividad masculina. Ni siquiera existen la clase social o la raza. Los hombres son una parodia de sí mismos.
Sucede algo parecido con las mujeres y, sobre todo, con la clase de respuesta que se da cuando se critica la evidente transfobia detrás de esta clase de ideas: “misoginia”. Toda crítica (y defensa) al ataque de las vidas y derechos trans es recibida con esa acusación. ¿Por qué? Porque si la imagen que se tiene de las personas trans se basa en estereotipos rancios sobre “hombres que se disfrazan de mujeres para hacer daño a las mujeres de verdad”, entonces toda vida trans es un ataque a todas las mujeres (cis), y por tanto es una forma de misoginia. (La única trans buena es la silenciada, ¿recuerdan?). Esta idea no sólo ignora la existencia de las vidas y derechos trans, sino que reduce cualquier crítica de conductas abusivas a la crítica a las mujeres por el hecho de ser mujeres (que es lo que presupone el concepto de misoginia). En definitiva, la idea es que no se puede denunciar la conducta abusiva de mujeres, ya sean tránsfobas, nazis o cargos políticos de ideología neoliberal. Entonces resulta evidente que la acusación de misoginia aquí es, irónicamente, misógina de acuerdo a sus supuestos.
Es paradójico que se pueda plantear la parodia de hombres y mujeres como parte de una conciencia feminista, pero este es sólo un ejemplo; hay líneas rojas más llamativas. La teoría de la conspiración del borrado de las mujeres cis tiene un importante tinte nazi por su parecido con la idea supremacista del “genocidio blanco”. Esta teoría supremacista parte de la idea de que hay un plan para “extinguir” a la gente blanca mediante mecanismos indirectos como la inmigración, la integración racial o las tasas de fecundidad de las mujeres migrantes racializadas. No solo es evidente que esta idea no soporta medio segundo de pensamiento, sino que está bien claro que es una teoría racista pensada para congregar a racistas alrededor de ella. Un lema nazi reza: Diversity is a code word for white genocide (La diversidad es una palabra clave para el genocidio blanco). La lógica detrás de la conspiración del borrado de las mujeres cis es peligrosamente parecida. Solo por poner un ejemplo, quiero recordar que una importante académica tránsfoba se negó a acudir a la manifestación del pasado 8M justamente por la “diversidad”.
Esta teoría de la conspiración —y sus supuestos menos visibles— tiene efectos muy reales en la vida de las personas trans. La idea cis de que “transicionar” significa someterse a una clase muy concreta de modificaciones corporales —o sea, tratamiento hormonal y, sobre todo, cirugía genital— no sólo ignora deliberadamente las realidades trans en su diversidad, sino que supone poner en riesgo el bienestar de la persona y promueve una idea muy rígida de que somos hombres y mujeres, relegándonos a un binarismo en el que muchas, sencillamente, no cabemos.
Yo recibí acoso en redes cuando me presenté como Rosa llevando barba; hoy llevo más de un año en tratamiento hormonal y unas cuantas sesiones de láser para deshacerme del vello facial. Sigo siendo Rosa, y sigo habiendo recibido acoso, de distintas formas y de parte de muchas personas ─alguna de ellas con decenas de miles de seguidores—. Y lo recibí por esta idea cis de la transición, independientemente de cómo haya sido mi tránsito. Esa idea excusa hoy, igual que entonces, ese comportamiento abusivo de grupo.
Si hay algo que sea evidente, como además ha certificado la Ciencia desde todas las áreas en las que se trata con personas trans, es que el apoyo social es clave para nuestro desarrollo como seres humanos, incluyendo acceso a recursos sociales fundamentales. La Psicología, la Sociología, el Trabajo Social y la Medicina tienen un consenso bien claro: acompañar, apoyar, ayudar. No se puede hacer nada de esto sin nuestras voces, sin dar espacio a nuestras vidas y dejar las simplificaciones y los estereotipos transmisóginos a un lado. Quizá, entonces, habría que dejar de cederle espacio a teorías de la conspiración y a discursos de odio. Quizá haya que llamar la atención sobre las ideas que dañan nuestra salud, y negarse a darles pábulo. De no hacerlo, se está creando un ambiente propicio para el señalamiento y el acoso públicos, para la negación de nuestras condiciones de vida más fundamentales. No es un debate, son vidas. Y son nuestras.