Alana Portero y la expulsión del programa Mastercherf de Saray, «mujer, trans, gitana y de clase obrera que ha salido contestona y no ha sido capaz de adaptarse a los estrechísimos moldes de sumisión, colaboracionismo y obediencia que el programa requiere».
Fuente (editada): AGENTE PROVOCADOR | Alana Portero (aka «La Gata de Cheshire») | May 21, 2020
El camino que conduce a la deshumanización siempre tiene su inicio en pequeños detalles. Pueden ser buenas intenciones, bromas u omisiones; cualquier cosa que dé pie a otra algo menos pequeña o inocente hasta que nos encontramos con que la broma, el comentario, la intención o la omisión se han salido de madre y alguien ha terminado herido.
A cuenta de la expulsión de Saray, concursante de Masterchef, y de las posteriores declaraciones de la encargada de la selección de aspirantes, hemos asistido al tránsito completo de la deshumanización concentrado en dos o tres semanas. Quienes conocemos el programa estamos acostumbrades a sus espeluznantes narrativas en las que patria, aristocracia, cuerpos y fuerzas de seguridad y tejido empresarial son agasajades hasta la náusea en nombre de la gastronomía. También las que aplican a las personas concursantes con las cantinelas de la superación personal y el esfuerzo sin límites; el resultado final es una especie de pantomima randiana, servil y chusca que funciona bastante bien como farsa grotesca.
En las últimas ediciones se ha notado el interés por fichar concursantes fuera de la norma blanca, cisheterosexual, española y sin discapacidades para incorporarles a la narrativa habitual del programa en forma de personaje aleccionador que ejemplifique las dificultades a las que todo su colectivo se enfrenta, sirva toda la pornografía emocional que pueda por el camino y termine superando sus problemas a fuerza de coraje batiendo huevos, amasando hojaldres o friendo calamares.
Este ha sido el caso de Saray, mujer, trans, gitana y de clase obrera que ha salido contestona y no ha sido capaz de adaptarse a los estrechísimos moldes de sumisión, colaboracionismo y obediencia que el programa requiere.
Al descaro y la actitud desafiante de Saray durante y después del programa, el equipo de comunicación de Masterchef contrapone la oportunidad perdida que supone que una mujer con todas las intersecciones que atraviesan a la concursante, no haya sido el ejemplo perfecto de cada una de ellas, ni haya dado espacio para una supuesta pedagogía a la que, por su condición de gitana y trans, parece que estaba obligada a ofrecer. Suponiendo, que es mucho suponer, una buena intención en la selección de concursantes y la voluntad de visibilización, sonroja la ignorancia en este particular de personas relativamente jóvenes y, por obligación, pendientes de medios de comunicación y redes.
Esa idea de representación sujeta a lo ejemplar da a entender que solo hay una manera de ser gitana, trans, neurodivergente o discapacitada, esta homogeneización es el primer paso de la deshumanización, un borrado absoluto de la identidad, una forma de ver a las personas como masas sin rostro. Como mujer trans estoy muy acostumbrada a esas tácticas ignorantes o malintencionadas, a que se nos achaque un comportamiento colmena cuyo propósito final es la sumisión. Fuera de lo ejemplar, que no es más que la idea que se tiene de un colectivo sin haberse molestado en conocer la experiencia de una sola persona que lo forme, solo existe el castigo, el señalamiento y la expulsión. Es muy habitual que quienes aplican estas lógicas se excusen en hacerlo por el bien del colectivo en cuestión, intentando provocar una especie de fatua contra las personas díscolas dentro del mismo con esas actitudes y declaraciones paternalistas.
Por otro lado y dejando las buenas intenciones aparte, no existe la casualidad en televisión, desde el primer exabrupto de Saray toda la narrativa del programa se puso al servicio de la explotación de ese carácter supuestamente indomable, seleccionando y montando cuidadosamente planos y recursos, además de activando desde el guión toda posibilidad de provocación, confrontación y oportunidad de salseo. La buena salvaje les salió rana pero la vendieron igual.
¿En qué desemboca todo ello? En un desmedido castigo por parte del público, que empieza criticando a Saray por su mala mano en la cocina o sus maneras desafiantes pero que termina empleando toda la transmisoginia y el racismo a su alcance. Una vez más, las identidades trans se respetan en función de cuántas expectativas cis cumplen. La aceptación condicionada por la sumisión. La máquina deshumanizadora puesta en marcha en prime time para afianzar narrativas de exclusión, de otredad o de alivio cómico.
No sé si en persona Saray sería santa de mi devoción, o yo de la suya, del mismo modo que para otras mujeres trans, muchas de ellas jóvenes, yo misma soy una reaccionaria anclada en el binarismo. Está bien que sea así, es natural, es sano y es humano. Querer extraer de una experiencia trans, toda experiencia trans es no haberse enterado de nada o no querer enterarse, llevamos insistiendo en esto décadas.
En una cosa sí que nos ponemos de acuerdo, y Saray nos ha dado el pie perfecto: vuestro aprendizaje y vuestro entretenimiento no son cosa nuestra.