Fuente (editada): DIARIO San Rafael | 24 febrero, 2020
El director de la Real Academia Española (RAE), Santiago Muñoz Machado, dijo la semana pasada que esa institución “tomará nota” de la utilización del lenguaje inclusivo en los países de habla hispana y puso a la Argentina como ejemplo de ese fenómeno. “No es la Academia la que tiene que impulsar que se hable así, sino el pueblo el que tiene que hablar así, y entonces tomaremos nota” para, finalmente, aceptar giros lingüísticos tales como nosotres o todes, consideró el directivo.
“Hay algunas naciones hispanoamericanas en que esos giros se ven con más intensidad que en España, como Argentina”, afirmó Muñoz Machado, agregando que las formas del lenguaje inclusivo serán tenidas en cuenta cuando “estén en el uso y empiecen a utilizarse por una mayoría”.
En Argentina, la controversia transita habitualmente por los caminos de la discusión política partidaria. Desde el “todos y todas” que enunció hace tiempo la expresidenta y actual vice, Cristina Fernández, hasta el “todes” más reciente, quienes se alinean en un bando y otro del bipolar escenario político aceptan o no casi de forma directamente proporcional, y salvo escasas excepciones, el lenguaje inclusivo.
Vale considerar que la lengua es un hecho dinámico, que se renueva todo el tiempo. De hecho, no es difícil verificar que nuestra habla de hoy no se parece en nada a la del siglo XIX o, incluso, a la del siglo XX.
Les especialistas admiten y afirman que los idiomas van haciéndose y modificándose cotidianamente, y que contra el uso que las personas hacen del código que utilizan para comunicarse, hay poco para hacer. Si –coincidiendo con Muñoz Machado y la RAE– una parte mayoritaria de la población argentina (solo por poner un ejemplo) adoptara las formas del lenguaje inclusivo, no habría manera de que las formalidades académicas ganaran el pulso. Esa definición depara lo que ya todas las partes actoras vinculadas al tema toman como clave: en las cuestiones que dependen principalmente de los usos y las costumbres (el idioma es quizás la más evidente), son solo sus practicantes quienes imponen las normas.