Centrada en dos travas de Rosario, Maira y Karla, el documental ‘El laberinto de las lunas’, de la realizadora Lucrecia Mastrángelo, cuenta con la participación especial de Susy Shock y entrevistas con Gabriela Mansilla, la mamá de la primera niña trans en obtener su DNI en la Argentina. La vida cotidiana, el amor y el encantamiento en una película que durante una hora despliega pura belleza travesti.
Fuente (editada): Página|12 | Sonia Tessa | 31 de enero de 2020
A la fiesta de sus 50 años, Maira llega con un vestido claro, largo, lleno de tules, del brazo de su hijo Piri, casi un adulto. Karla llega vestida de azul, acompañada de su marido, Miguel, y la hija de la pareja, Agus. Maira y Karla son dos travas rosarinas y sus maternidades son el eje narrativo del documental El laberinto de las lunas, dirigido por Lucrecia Mastrángelo. Una película que durante una hora despliega los colores y los amores de estas vidas travestis junto a los dolores y dificultades que ellas relatan. Poemas y vida las de Susy Shock, sus reflexiones sobre el rechazo y la fascinación que provoca el mundo travesti, así como la experiencia a flor de piel de Gabriela Mansilla, mamá de Luana, la primera niña trans en obtener su DNI, se construyen en forma de collage colorido, luminoso, donde la vida cotidiana se cuela entre la acelga hervida y las bicicletas con la goma desinflada. “En un principio cuando apenas las conocí, hice la investigación, estuve como un año relacionándome, sentí esa ternura, ese encantamiento y me pregunté cómo hago para plasmarlo y que las personas espectadoras sientan lo mismo que estoy sintiendo ahora que las conozco”, cuenta Mastrángelo, directora de otros documentales memorables como Sexo, dignidad y muerte. Sandra Cabrera, el crimen impune, sobre el asesinato de la dirigente de la Asociación de Mujeres Meretrices Argentinas, en 2003, y la construcción de la impunidad. Otra de sus películas es Nosotros detrás del muro , filmada en la antigua cárcel de mujeres de Rosario.
El laberinto de las lunas es su trabajo más luminoso, el encantamiento del que hablaba la directora se manifiesta en cada escena, cada vez que la cámara sigue a estas madres en sus vidas cotidianas.
Karla Ojeda, activista travesti histórica de la ciudad que hace 22 años está en pareja con Miguel, convertido por su propia voluntad en otro protagonista. “Me enamoré por tercera vez”, le dice él cuando hablan de su hija. “Primero amé a mi mamá, después te amé a vos y ahora a ella”, le agrega y ella deja de acomodar los juguetes de la niña adoptada a los once años para darle un beso. Miguel cuenta a la cámara el proceso de hacer pública la relación. Cuando supo que Karla era el amor de su vida, decidió que la aceptación era un problema del resto del mundo. De todos modos, sabe que algunes creen que es “un degenerado” por ser el esposo de una travesti.
Karla cuenta con ligereza lo difícil que eso fue, hace 22 años, pero se centra en el presente, donde va a las marchas con la bandera del arco iris. Desea que Agustina sea feliz, pero sobre todo, libre. Y casi en un susurro relata cómo, cuando quiso contarle a su hija que ella era trans, la niña le terminó explicando cosas a ella. Lo transmite con una frescura sonriente que irradia.
En el barrio de Maira, donde ella atiende un pequeño almacén, todo el mundo la conoce, le pregunta por Piri y por su inminente festejo de cumpleaños. Maira es trava desde los nueve años, y desde siempre –así lo dice- “pobre”. A Piri lo tuvo desde pequeño tras el embarazo de una antigua amiga que se lo fue dando. Ella se emociona cuando dice que nunca le importó la plata de una asignación familiar o los papeles.
”A mí lo único que me importaba era la criatura”, dice esta madre amorosa que todos los días le hace una comida diferente a su hijo, en una cocina donde lo único que sobra es el amor. En un momento, Maira se acuesta en su cama, manda un mensaje de voz, con el camisón que pertenecía a su madre, el que usa cada día.
“Siento que soy una privilegiada, porque puedo pescar esas cosas y encontrarme con personas que me regalan esto, que me ofrecen su intimidad… y dicen, yo vivo así, yo vivo acá”, dice Mastrángelo.
Con la voz de Gabriela Mansilla llegan también los reclamos y las realidades más crudas: la expectativa de vida de apenas 35 años, la cantidad de suicidios menguados con la ley de identidad pero todavía altos. La necesidad de incorporar en el imaginario social la idea de niñas trans, “¿Por qué mirar al otro, a la otra, a le otre como si fueran penes y vaginas?”, pregunta en una charla en la Facultad de Humanidades de la Universidad de Rosario, donde les asistentes se emocionan con la historia de Luana. Para Gabriela, la mirada “ya no tiene que estar puesta en las personas trans, sino en la sociedad que se hace tantas preguntas”.
La poesía y la música con Susy Shock, que además genera una conversación de bar con las dos madres travas, con las que compartió otros momentos. “Estamos en la escuela donde nadie espera que estemos”, dice Susy en un momento, y sí, Karla va a buscar a su hija a la salida de la escuela. “Aportamos tanta belleza que le escasea a este mundo”, postula la música y poeta. Y el Laberinto de las Lunas le hace honor a esa belleza trava.
Justamente, esa belleza fue la que encendió las primeras luces del proyecto. “En el Encuentro Nacional de Mujeres (aún se llamaba así) de 2016, me fui al taller de travestis y trans. Ahí empiezo a ver mujeres travestis muy mayores que hablaban, daban su testimonio y entre ellas pide la palabra Gabriela Mansilla, cuenta que es mamá de una niña trans. Cuando terminó, las travestis más grandes la abrazaban, ahí le pedí el teléfono a Gabriela y a las otras chicas”, cuenta Lucrecia.
Un laberinto donde les niñes juegan y se disfrazan al ritmo de una canción original de Dafne Usorach aparece como un sueño que hila el relato. Mastrángelo es, además, maestra jardinera, tiene un jardín de infantes llamado La Osa Gregoria desde hace más de 30 años, y allí también juega su apuesta de abrir los mundos posibles desde la infancia.
En el documental, Mansilla plantea que la Educación Sexual Integral debe incorporar la diversidad corporal. “Gabriela vino al estreno. Estaba muy emocionada y al otro día no paraba de decirme qué buena la película, que la tengo que llevar a Buenos Aires. Y qué bueno que el cine estuviera repleto de gente cis, porque la película tiene que ir a un público más amplio. Me decía que tengo que hacer algo con el Ministerio de Educación, que la película tiene que verse en las escuelas secundarias”, cuenta Mastrángelo, también a modo de propuesta.
El laberinto de las lunas se estrenó el 22 de noviembre pasado en una sala de Rosario. Mastrángelo debió recurrir al financiamiento colectivo para poder terminar este proyecto, que ahora comienza el camino de los festivales y espera la posibilidad de mostrarlo en todo el país. “Cómo cuesta hacer cine, porque ahora empieza otro camino terrible, que es encontrar pantallas de exhibición, hay que ofrecerla en Buenos Aires en algún circuito. Hemos tenido cuatro años de gestión espantosa, que fue muy contra nosotres, creo que ahora va a cambiar el fomento del cine nacional”, se esperanza Mastrángelo.