Fuente (editada): Rebelión Feminista | Rosa María García | 2020/03/31

Las personas trans hemos existido siempre y en todas partes. Claro que no siempre nos hemos considerado trans (el término es relativamente reciente), y ni siquiera en el mismo sentido, porque dos sociedades distintas entienden el sexo y el género de formas diferentes, y con él todas sus posibles rupturas. Al fin y al cabo, lo que aquí y ahora entendemos como una vida trans tiene que ver con romper con un esquema de sexos que es binario, absoluto (un sexo excluye otro) y complementario (heterosexual). 

Sin embargo, nuestra historia está totalmente atravesada por el disciplinamiento al que se nos ha sometido por el hecho de ser trans: La violencia, el trabajo feminizado (sobre todo la prostitución), la negación jurídica, entre otros; son formas de disciplinarnos, de someternos a unas normas sociales que sólo nos saben entender como personas de segunda, en el mejor de los casos. De todas estas estrategias de negación social, la que más ha trascendido es la psiquiatrización (instrumentalizar el capacitismo institucional para negarnos nuestros derechos básicos) de nuestras vidas.

Condición trans, sexo y disforia

Cuando la homosexualidad ya se había retirado como patología del manual de diagnóstico DSM, las personas trans comenzábamos a ser el nuevo juguete. Finalmente, el diagnóstico que se aplica hoy en este manual es el de «disforia de género». Pero, por supuesto, parte de supuestos que nos entienden como una patología, como personas enfermas del hecho de ser trans. Esta es una perspectiva no sólo interesada sino, especialmente y ante todo, peligrosa. Y lo es por tres motivos:.

  1. La idea capacitista de que las personas patologizadas no tienen derecho nos afecta en este sentido: nos incluye en un grupo al que no pertenecemos negándonos nuestros derechos y, a su vez, utilizándonos para mantener el sistema que le niega sus derechos a les compañeres neurodivergentes. Así nos niegan como personas de pleno derecho, y con ello se niega nuestra autonomía en todos los sentidos.
  2. Los criterios de los manuales dan una imagen falsa e inadecuada de la realidad. En el mejor de los casos, esto va a reproducir ideas que promueven la exclusión, tanto en sociedad en general como de cara a les profesionales (es el caso de psicólogues o educadores, por ejemplo).
  3. Con ello, producen la idea de que las personas trans somos una entidad aparte de cualquier otra, convirtiéndonos en una Otredad y reproduciendo una idea cis de la identidad sexual y sus «síntomas».

Entender la «disforia de género», no en el sentido en que las personas profesionales del aparato clínico lo han intentado con el objetivo de domesticar nuestra realidad, sino en el sentido en el que la comprendemos las personas trans, nos permite entender más adecuadamente cómo se organizan las experiencias en torno al sexo de acuerdo a la norma social (cis, hetero y androcéntrica), ofrece una perspectiva más realista y no patologizante y, con ello, amplía las posibilidades de ciertas formas de autonomía, poniendo este conocimiento sobre la base necesaria del respeto y del reconocimiento mutuo.

El DSM y la «disforia de género»

Desde el higienismo del siglo XIX hasta la actualidad, la psiquiatría ha institucionalizado una parte fundamental del poder y el castigo sobre la norma social [1]. Aunque se conoce de la existencia de personas trans a lo largo de la historia, la primera vez que se hizo una clasificación en torno a nosotras fue en la psiquiatría del siglo XIX, y mediante el paradigma de la «inversión» [2]. Esta idea, que estará presente hasta el día de hoy, supone que las mujeres trans somos “en realidad” hombres homosexuales, cuya feminidad está “fuera de control”, hasta el punto de que queremos vivir “como si fuéramos” mujeres. Por supuesto, la versión actual es menos rígida, pero las suposiciones básicas siguen ahí:

  1. Existen sola y exclusivamente dos sexos/géneros (hombre-mujer, masculino-femenino),
  2. Estos sexos/géneros están basados totalmente en los genitales,
  3. Son de alguna forma (i) «opuestos» y (ii) «complementarios».

Ya hemos hablado de lo equivocado de estos supuestos en otros artículos, y también se ha hablado mucho de las ideas anti-científicas que han salido de ahí, haciéndose pasar por válidas [3]. Así es como aparece, en la tercera versión del DSM (1980), el diagnóstico de «transexualismo», que exigía “un malestar persistente respecto al propio sexo anatómico” y “una preocupación de por lo menos dos años de duración sobre cómo deshacerse de las características sexuales primarias y secundarias, y de cómo adquirir las características sexuales del otro sexo”. De no querer someterse a una cirugía genital, el diagnóstico cambiaba al de «trastorno de identidad sexual» [4]. En España, esta cirugía no dejará de ser legalmente punible hasta 1983 [5].

Aunque en la siguiente edición del manual se eliminaría de los criterios la “necesidad de deshacerse de las características sexuales”, esta se seguiría asumiendo a través de la idea de un «malestar persistente» y «clínicamente significativo». Es en el DSM-V donde se ven reflejadas las reacciones de las personas que redactaron el manual a algunas las demandas favorables a los derechos trans, como la del Comisario Europeo de Derechos Humanos (Hammarberg) o el Parlamento Europeo [6]Estos organismos exigían la despatologización de la condición trans, de modo que la última edición del manual hasta la fecha (2013) cambia el diagnóstico de «trastorno de identidad de género» a «disforia de género», señalando que el problema no sería tanto la “incongruencia entre el sexo que se siente o expresa y el asignado” sino el «malestar clínicamente significativo».

«Disforia de Género»

El concepto de «disforia de género» es acuñado originalmente en 1974 precisamente para hacer referencia a «lo bien o mal que una persona dada ha tratado o va a tratar con la vida en el sexo de su elección», de modo que es deliberadamente amplio, no siendo pensado sola y exclusivamente para hacer referencia a las personas trans. [7] Sin embargo, al seguir siendo una categoría clínica, psiquiátrica, la «disforia de género» es planteada en sí misma como un trastorno, una forma de patología (cuyo primer criterio, además, sigue siendo el de una «incongruencia entre el sexo que se siente o expresa y el asignado»), y en todo caso se sigue empleando como un eufemismo para referirse al «trastorno» de las personas trans, a la «patología» de vivir una identidad sexual que no cabe en las normas sociales sobre el sexo [8].

Plantear la condición trans como una patología, se haga con o sin eufemismos, tiene varios problemas. En primer lugar, para nosotres, porque nos quita la voz y nos hace vulnerables a las torturas de conversión, nos exige un tutelaje (que se mantiene, aunque haya leyes que traten de evitarnos esto, por los protocolos) y nos estigmatiza más aún. Pero además, y como queremos señalar en los siguientes párrafos, sólo se nos puede pensar así desde una perspectiva cis. En realidad, hacer de nuestra condición un diagnóstico psiquiátrico es algo que viene de una larga tradición de profesionales, burócratas, «guardianes» que pretenden salvaguardar las fronteras inadmisibles del sexo [9].

Una perspectiva queer debe señalar que, por el contrario, las fronteras entre las realidades sociales del sistema sexo/género no pueden estar nunca perfectamente trazadas, ya que no se trata de existencias predefinidas, sino situadas histórica y socialmente. Sin ignorar que el sexo es una dimensión real y (aún) esencial de la vivencia personal, queremos repensar algunos falsos binarismos que exige la mirada cis sobre el sexo [10].

De la perspectiva cis a una perspectiva trans y queer.

Un buen resumen de la concepción cis y psiquiátrica de la «disforia» que sufriríamos las personas trans, sería este:

«La transexualidad es un trastorno de identidad de género (TIG), por el cual una persona de un sexo biológico determinado se siente pertenecer al contrario. También se denomina síndrome de Harry Benjamin (1948). Este deseo de pertenecer al sexo contrario se acompaña de un profundo sentido de rechazo de las características sexuales primarias y secundarias propias. Por ello, la persona transexual refiere desear la corrección de la apariencia sexual de su cuerpo por métodos farmacológicos y quirúrgicos. Tras esto, tramita el cambio legal de sexo en sus documentos.» [11]

ASANJO-ARAQUE ET AL. (2011)

Esta definición recoge los tres supuestos que hemos visto antes, y que en realidad son una forma bastante clara del pensamiento patriarcal en torno a los sexos. Así, aunque hasta el DISM-V plantea (literalmente entre paréntesis) la posibilidad de un tercer sexo basado en «ni hombre ni mujer», la definición sigue asumiendo una interpretación cis. Esto se debe a que somos un cortocircuito en ese imaginario, que es necesariamente patriarcal y anti-feminista. Dado que nos afirmamos como un sexo-género distinto al que se nos asignó al nacer, rompemos con la idea de que existen (sólo) dos sexos distintivos y marcados por los genitales. Todo lo que le queda a la perspectiva cis para entendernos es un dualismo entre mente y cuerpo, la idea de que “bueno, tiene cuerpo de hombre, pero se siente (léase: se cree) mujer”.

Esta idea ha sido usada históricamente por personas trans para hacer entender al imaginario cis que hay quien tiene necesidad de reconocimiento como otro sexo-género y, en algunas ocasiones, de modificaciones corporales. El precio era la domesticación de nuestras vidas y la humillación consiguiente en todos los ámbitos. Pero, además, creaba una categoría que nos apartaba del resto de la vida social y sexual, que nos aislaba y organizaba estándares. Así se formó, primero, la idea de que existían «transexuales» “de verdad” y “de mentira”, que en realidad hacía referencia a personas cuyas experiencias del sexo y necesidades eran, simplemente, distintas. [12] Con ello, la «ansiedad de género» que nos encerraba en una categoría específica se ha afinado para sacar de ella a cualquier persona «de género no normativo» (gender-nonconforming)[13] Esto contradice tanto el principio terminológico como el origen del concepto de «disforia de género» porque, como «malestar clínicamente significativo», este debería estar relacionado con el «género» como tal, y aquí reside el quid de la cuestión en torno a todo este artículo.

Sexo/género, identidades y materialidad

Lo que proponemos es que no existe una diferencia esencial entre condiciones trans y cis, de la misma forma que no existe una diferencia esencial entre hombres y mujeres. Esto no quiere decir que no haya diferencias, tanto psico-sociales como estructurales, que hagan de nosotras personas distintas en todos los aspectos; ni tampoco quiere decir que no existan diferencias «biológicas» que influyan hasta cierto punto y en cierto sentido en la experiencia del cuerpo. Quiere decir que todas las distinciones que se pueden hacer no son diferencias establecidas de antemano, realidades asociales fuera de las cuales tengamos nuestro lugar. [14] Escribimos sobre el sistema de sexo/género porque nuestro cuerpo no existe sin más, sino con arreglo a expectativas impuestas (primero sobre la genitalidad, que es la marca de lo que se suele llamar el «sexo», pero también sobre la raza, la capacidad e incluso la edad), y marcado en nuestra vivencia más particular e íntima por estas. El sexo-género es más complejo que una suma cero de «estereotipos» y «roles» funcionalistas, de la misma forma que la identidad no es un todo coherente y consistente. [15]

Lo cierto es que vivimos en una sociedad: cualquier persona es un producto único complejo de toda una serie de estructuras y relaciones sociales. Esto viene a significar que sin ellas no tendríamos sentido; nuestra vida sería otra cosa cualitativamente distinta. La identidad es un “yo soy” (no un consciente “yo me identifico con” y similares) que se construye como parte y resultado de ese complejo estructural concreto donde se unen historias de diferente clase: biológicas, sociales e incluso conceptuales. El sexo-género que somos y la disforia en la que llegamos a afrontarlo muchas personas no se pueden diferenciar de ninguno de esos elementos que componen toda vida humana, más que de forma abstracta. La palabra que condensa toda esta concepción es la de materialidad, y la doctrina que le da forma es la del materialismo histórico. Es importante destacar esto, porque nos permite enriquecer nuestra perspectiva y entender que la idea de un «sistema sexo-género» abstrae la relación entre distintos niveles de realidad, que se trata aquí de concretar. En este sentido, hay que repensar varias cuestiones:

  1. Las personas trans estamos en mucha mejor situación que cualquier profesional o burócrata cis para decir cómo vivimos o dejamos de vivir nuestra «disforia de género», que se da en muchos casos, pero que en otros no se da en absoluto. Lo cierto es que nuestras vivencias son complejas y plurales pero, una vez que se plantean, rompen por completo todos los mitos que rodean la idea psiquiátrica de cierta «disforia de género» caracterizada por una incongruencia entre «sexo asignado» y «sexo sentido». Aunque hasta la fecha no se ha trabajado en una investigación cualitativa sobre el tema que pueda dar pistas adecuadas, las personas trans podemos certificar que nuestra experiencia puede localizarse en el cuerpo, ser estrictamente social o ser ambas cosas de distintas formas. La «disforia» se da en torno a unas expectativas sobre la diferencia sexual, claro; o dicho de otra forma, sobre el «género». Pero, como hemos dicho antes, el género (o «sexo-género», mejor) no puede ser entendido como lo hace el DSM implícitamente en sus criterios para asignarnos una patología.
  2. La idea del «género» como una entidad pura es poco realista, y simplemente incongruente con las experiencias del sexo de las personas queer en general. Las experiencias queer, de todas las personas que hemos sido expulsadas de la norma social hetero y cis, señalan los límites marcados por las mismas normas sociales que nos excluyen, y dejan bien claro que la sexualidad, la raza o la capacidad atraviesan nuestra experiencia de este. [16] Por si fuera poco, el planteamiento de base detrás de esa idea del «género» es incluso anti-científico, ya que niega las aportaciones conceptuales en la historiografía, la sociología o la antropología, así como los debates feministas implícitos en la biología o en la medicina. [17] Pero también la representación, más actual y visual, de un «continuo» de formas en las que se da y expresa el sexo peca de un marcado individualismo en sus supuestos, ya que asume simplemente que alguien puede encontrarse en diferentes “posiciones” en cuanto a su «identidad», «orientación sexual» y «romántica», «expresión» y, por supuesto, su «sexo asignado» (es decir, sus genitales). Así, cada una de estas cosas, tomadas en abstracto, ya nos definen como personas, olvidando la relación estructural entre cada una de ellas, así como entre ellas y la sociedad en la cual somos capaces de darle sentido de acuerdo a la división (sexual) del trabajo y otros recursos culturales disponibles.

Algunas conclusiones. ¿Cisforia de género? Romper otros binarismos

En el proceso de transición (que podemos a definir de forma general como el proceso en el que nos replanteamos nuestra experiencia del sexo/género y nuestra forma de vivirlo), las personas trans solemos descubrir algo que es incomprensible desde la perspectiva cis: en el pasado hemos experimentado formas de disforia que simplemente éramos incapaces de comprender como tales. No podíamos codificarlas así, sencillamente porque nos faltaba la comprensión y el vocabulario adecuados. Y sólo en ese proceso, que tiene mucho de releer las vivencias pasadas, tenemos la posibilidad de darle un sentido que sea coherente con el resto de nuestra historia personal. La descripción anterior de la transición es amplia, y tiene un propósito muy claro: funciona para conectar las experiencias de toda la comunidad LGTBI o queer por oposición a las normas del género que hemos comentado desde el principio.

Es innegable, en la práctica, que hay gente que no es trans con disforia, en un sentido muy parecido al que describimos muchas personas trans, y de formas igualmente heterogéneas. El primer mito que desmiente esto es el que asocia la «disforia de género» exclusivamente a la condición trans. Y el primer problema es que, precisamente por el peso que ha tenido esa asociación en sentido histórico, muchas de estas personas no tienen el lenguaje con el que entender en sus propios términos ese «estrés o incomodidad» relativo al sexo/género. Con ello, un segundo mito que queremos desmentir es el de que las personas trans y cis somos «opuestas», en el sentido simple de que “somos/vivimos como el sexo/género que se nos asignó al nacer en base a nuestros genitales (o no, en el caso de las personas trans)”. Lo cierto es que, si aceptamos lo que hemos razonado en el punto anterior, no podemos seguir pensando en el sexo/género desde una perspectiva binaria simplista, como si su estructura se pudiera reducir a unas pocas posiciones bien definidas; que es lo que ocurre cuando pensamos nuestra relación con el sexo desde el binarismo cis-trans.

“En realidad, desde el punto de vista de la naturaleza, hombres y mujeres están más cerca unos de las otras que cada une de elles de cualquier otra cosa. (…) La idea de que los hombres y las mujeres son dos categorías mutuamente excluyentes debe surgir de otra cosa que una inexistente oposición “natural”. Lejos de ser una expresión de diferencias naturales, la identidad sexual exclusiva es la supresión de semejanzas naturales. Requiere represión.” [18]

GAYLE RUBIN, “EL TRÁFICO DE MUJERES: NOTAS SOBRE LA ‘ECONOMÍA POLÍTICA’ DEL SEXO” (1975)

Cis-trans es también un binarismo que, aunque nos puede servir para iluminar muchos de los problemas a los que hacemos frente (sobre todo las personas trans), necesariamente naturaliza ideas irreales sobre el sexo. Esto en ningún caso significa que tengamos que deshacernos de este esquema sin más, claro, pero hay al menos que tener presente todos los problemas (muchos de los cuales aún permanecen poco visibles, excepto precisamente para las personas implicadas) que pueden surgir del fondo de este planteamiento.

Por lo demás, tal concepto de la «disforia de género» pensado desde una perspectiva trans y queer tiene que aprovechar esta forma de “deshacer” o desnaturalizar el sexo/género, y entender algunas de sus consecuencias, que sin duda pueden llegar a ser muy incómodas para muches de nosotres. Por ejemplo, que hay personas cis que pueden padecer disforia de género, sabiéndolo o no; o que puede que siempre queden transiciones por hacer.

 

Notas bibliográficas

[1] Tosh,J., Psychology and Gender Dysphoria, Routledge, New York (2016), pp. 1-25; ver especialmente las páginas 9-10. Igualmente, Stryker, S., Trans History, Seal Press, Berkeley (2017), pp. 51-54.

[2] Por ejemplo: Gastó, C., (2006), “Transexualidad. Aspectos históricos y conceptuales”, en Cuadernos de Medicina Psicosomática, n. 78; igualmente, Tosh, op. cit., 51 y ss.

[3] La más famosa de las tesis anti-científicas es la de la «autoginefilia», planteada en 1990 por Blanchard. Para leer un análisis sobre esta idea: Tosh, op. cit., p. 61-62 y 114-116; ver igualmente  Serano, J. (2010), “The Case Against Autogynephilia” en el International Journal of Transgenderism, vol. 12:3, pp. 176-187. Para un análisis de las investigaciones basadas en estos supuestos, ver: Serano, J., Whipping Girl, Ménades, Madrid (2020), pp. 139-192.

[4] American Psychiatric Association, Diagnostical and Statistical Manual of Mental Disorders, Third Version (DSM-III) (1980), pp. 261-264 para el «transexualismo» y pp. 264-266 para el «trastorno de identidad de género».

[5] Ver: Ley Orgánica 8/1983, de 25 de junio, de Reforma Urgente y Parcial del Código Penal, en el BOE. Para una breve historia de los derechos y demandas del movimiento trans en España, ver: Platero, R. L. (2009), “Transexualidad y agenda política: una historia de (dis)continuidades y patologización”, en Política y Sociedad, vol. 46, n. 1 y 2, pp. 107-128; y más generalmente García, R. M. (2019), “Ciudadanía y movimiento LGTBI en España”online en Perspectiva. Blog de investigación en filosofía.

[6] Comisario Europeo de Derechos Humanos (Hammarberg), “Human Rights and Gender Identity” (2009), disponible online; Parlamento Europeo, “Resolución del Parlamento Europeo, de 28 de septiembre de 2011, sobre derechos humanos, orientación sexual e identidad de género en las Naciones Unidas” (2011), disponible online.

[7] Fisk, N. (1974), “Gender Dysphoria Syndrome. The Conceptualization that Liberalizes Indications for Total Gender Reorientation and Implies a Broadly Based MultiDimensional Rehabilitative Regimen”, en Western Journal of Medicine, n. 120, pp. 386-391.

[8] Ver, por ejemplo: Grau, M. (2017), “Del transexualismo a la disforia de género en el DSM. Cambios terminológicos, misma esencia patologizante”, en Revista Internacional de Sociología, v. 75, n. 2; igualmente, Polo, C., y Olivares, D. (2011), “Consideraciones en torno a la propuesta de despatologización de la transexualidad”, en la Revista de la Asociación Española de Neuropsiquiatría, v. 31, n. 2. Consultar también: Tosh, op. cit., pp. 109-112.

[9] Ver: Serano, J., Whipping Girlop. cit., pp. 144-153. Sobre el reconocimiento de la identidad de género auto-determinada desde una perspectiva jurídica en España, leer: Salazar, O. (2015), “La identidad de género como derecho emergente”, en la Revista de Estudios Políticos (nueva época), n. 169, pp. 75-107.

[10] Sobre la «mirada» y el «privilegio cis», ver: Serano, J., Whipping Girlop. cit., cap. 5 (“Puntos ciegos: el sexo inconsciente y el derecho al género”, pp. 101-118) y cap. 13 (“Diseccionando el privilegio cis”, pp. 193-228); sobre perspectivas trans en torno a la vivencia del género, ver: Tosh, op. cit., pp. 112-114 y 116-124.

[11] La descripción es la que se da en Asanjo-Araque et al. (2011), “Abordaje multidisciplinar de la transexualidad: desde atención primaria a la Unidad de Trastornos de Identidad de Género de Madrid (UTIG MADRID)”, en Semergen, vol. 37(2), pp. 87-92.

[12] Ver, por ejemplo: Bettcher, T. M. (Invierno 2014), “Trapped in the Wrong Theory: Rethinking Trans Oppression and Resistance”, en Signs, vol. 39, no. 2, pp. 383-406.

[13] Jones, Z. (1 de diciembre de 2016), “Debunking hypothetical arguments about youth transition”, y (31 de diciembre de 2017), “When ‘desisters’ aren’t: De-desistance in childhood and adolescent gender dysphoria”, ambos textos en Gender Analysis. Sobre el concepto de «ansiedad de género», que denota la incomodidad que supone cualquier vida que no se adapte adecuadamente a las normas sociales en torno al género, leer Serano, J., op. cit., pp. 113 y ss.

[14] Esta idea se puede ver desde el comienzo de la sociología, y más particularmente en Marx, cuando afirma en las Tesis sobre Feuerbach (1845) que «la esencia humana no es algo abstracto inherente a cada individuo [sino], en su realidad, el conjunto de las relaciones sociales»; para una perspectiva más clara sobre este texto, leer: Candioti, M. (2014), “El carácter enigmático de las ‘Tesis sobre Feuerbach’ y su secreto”, en Isegoria. Revista de filosofía moral y política, n. 50, pp. 45-70. Para una perspectiva actualizada sobre el paradigma relacional fundado en Bourdieu, ver: Razones prácticas. Sobre la teoría de la acción, Anagrama, Barcelona (1997); y, en un sentido más filosófico, Lecciones sobre la lección, Anagrama, Barcelona (2002).

[15] Ver, por ejemplo: Haraway, D., “«Género» para un diccionario marxista: la política sexual de una palabra”, en (1995; orig. 1991) Ciencia, cyborgs y mujeres. La reinvención de la naturaleza, Cátedra, Madrid, pp. 213-250; Conway, J., Bourque, S. y Scott, J., “El concepto de género” y Lamas, M., “Usos, dificultades y posibilidades de la categoría ‘género’”, ambos en Lamas, M. (2013), El género. La construcción cultural de la diferencia sexual, UNAM, México, pp. 21-34 y 327-366 respectivamente; o Tubert (ed.; 2013), Del sexo al género. Los equívocos de un concepto, Cátedra, Madrid.

[16] Por ejemplo: Grupo de Trabajo Queer, El eje del mal es heterosexual. Figuraciones, movimientos y prácticas feministas queer, Traficantes de Sueños, Madrid (2005); De Lauretis, T., “La tecnología del género”, en Diferencias. Etapas de un camino a través del feminismo, Horas, Madrid (1999), pp. 33-78; Lorde, A., La hermana, la extranjera, Horas, Madrid (2003);  Snorton, R., Negra por los cuatro costados. Una historia racial de la identidad trans, Bellaterra, Barcelona (2019); o Platero, R. L. (ed.), Intersecciones: cuerpos y sexualidades en la encrucijada, Bellaterra, Barcelona (2012).. Ver también la nota anterior.

[17] En relación a la historiografía del género, se puede ver un balance general en Rose S. O., ¿Qué es historia de género?, Alianza, Madrid (2012); también se pueden consultar la antología de Lamas (2013; ver nota 15) sobre los usos en historiografía y antropología; y Díaz, C. y Dema., S. (ed.), Sociología y género, Tecnos, Madrid (2013). En torno a los debates filosóficos, encontramos la genealogía histórica del «sexo» de Laqueur, T., La construcción del sexo. Cuerpo y género desde los griegos hasta Freud, Cátedra, Madrid (1994); en biología y medicina se pueden consultar la reflexión de Fausto-Sterling, A., Cuerpos sexuados. La política de género y la construcción de la sexualidad, Melusina, Barcelona (2006); y el reciente trabajo de Abiétar, D., ¿Sólo dos? La medicina ante la ficción política del binarismo de género, Cambalache, Oviedo (2019).

[18] Rubin, G., “El tráfico de mujeres: notas sobre la ‘economía política’ del sexo”, en Lamas (2013; ver nota 15), pp. 37-96. Cita en la p. 59.