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Paloma Uría, co-fundadora de AFA, considera positivo que el movimiento haya vuelto a hablar de desigualdad y precariedad.

Fuente (editada): Nortes | Xana Ebrecht | 3 julio 2020

Paloma Uría (Oviedo/Uviéu, 1943) es doctora en Filosofía y Letras por la Universidad de Oviedo y una de las feministas más destacadas de sus corrientes más críticas. Hasta su jubilación fue profesora de Lengua y Literatura en varios centros de enseñanza secundaria. Activa militante en la oposición antifranquista, fue integrante del Frente de Liberación Popular y, posteriormente, del Movimiento Comunista de Asturies, así como diputada autonómica de IU. Como feminista fue fundadora en la Transición de la Asociación Feminista de Asturias y, más tarde, del colectivo Otras Voces Feministas. Es autora de varios libros y colaboradora de Acción en Red. Atiende a la entrevista por teléfono, preocupada por la falta de cobertura en su pueblo que hace que se nos corte en alguna ocasión la conversación, pero esto no impide que nos haga un exhaustivo resumen de las polémicas vividas en el seno del movimiento feminista en España desde sus inicios hasta hoy día. El sábado 4 de julio participa en la Escuela Feminista para Todas promovida por la Asamblea Moza d´Asturies hablando de “Un feminismo más allá de la identidad”.

Nos encontramos en un momento de diversas polémicas dentro del movimiento feminista, en especial la surgida en las últimas semanas con la Ley Trans. Quería que me contaras un poco cómo ha evolucionado el movimiento feminista en España centrándonos en las cuestiones que han generado más polémica.

La mayor parte de las polémicas que se están agudizando ahora estaban ya presentes, a veces explícitas y a veces latentes, en los primeros años del feminismo. El feminismo abarca un conjunto muy heterogéneo de teorías y tiene muchas ideologías. Es decir, no es un sistema de pensamiento, sino que es un movimiento que genera a su vez teorías e ideologías variadas. A nosotras, en el caso del Estado Español, el feminismo nos llegó por lo menos con diez años de retraso, y recogimos y reflejamos algunos de los conflictos que se estaban dando en el feminismo internacional. Es importante señalar que salíamos de una dictadura en la que, de base, había una gran limitación de derechos; pero también se había perpetuado una mística de la feminidad que en otros países occidentales había quedado ya superada: el papel de la mujer en el hogar, una moral católica estricta, etc. Entonces en los primeros años de su andadura, el movimiento me parece que fue muy unitario, porque eran muchas las reivindicaciones en las que todas estábamos de acuerdo y que sabíamos que había que conseguir. Estas reivindicaciones eran fundamentalmente de carácter ético-democrático: derechos democráticos que exigíamos específicamente para las mujeres. Pero desde las Jornadas Feministas de Granada de 1979, comienzan los primeros debates que indicaban que había ideologías feministas diferentes y a veces enfrentadas.

Jornadas feministas de Granada, 1979

Jornadas feministas de Granada, 1979

Yo creo que el feminismo en España estaba formado por mujeres de tendencias progresistas e incluso de la izquierda radical y teníamos una idea de la identidad femenina como construcción social. Seguimos, naturalmente, a Simone de Beauvoir cuando dice que “la mujer no nace, se hace”. Mujer, entonces, es un papel social determinado que se nos ha impuesto. Esta cuestión, en la que al principio todas parecíamos estar de acuerdo en las Jornadas de Granada de 1979, parece que comienza a ponerse en entredicho con los intentos de definir en qué consiste ser mujer. A esto se le denominó la polémica de los valores: ¿cuáles son los valores específicamente femeninos? En esta discusión tuvo mucha fuerza un sector del feminismo que entonces se clasificaba como feminismo de la diferencia. Esto dio como resultado que a partir de esta polémica se fueran construyendo una imagen, unos valores, unas características femeninas determinados. Y poco a poco cogen fuerza como valores permanentes, como pertenecientes a la esencia del ser mujer. Es decir, se va cayendo en un cierto esencialismo; se va creando una identidad fija. Ser mujer no solo consiste en tener una determinada anatomía, sino también unos valores y comportamiento determinados que en definitiva se distanciaban de la personalidad masculina. Además, los valores más positivos solían ser los femeninos y los negativos los masculinos, todo lo cual sentaba un antagonismo no explícito que establecía lo que eran los hombres y lo que eran las mujeres. Esto ya crea, por una parte, una identidad fuerte, y por otra parte, una impermeabilidad entre los sexos. Esto sentó la primera polémica: a un sector importante del feminismo no nos parecía bien esta división tan blindada entre hombres y mujeres. Simultáneamente, heredamos del feminismo anglosajón el concepto de género. Al principio solamente se hablaba de sexo masculino y sexo femenino, pero poco a poco fue entrando el concepto de género, que contribuyó a consolidar esta diferencia, porque ser mujer entonces era ser del género femenino y ser hombre era ser del género masculino, eran dos géneros que tenían distintos roles sociales radicalmente separados y dos identidades antagónicas.

Simone de Beauvoir

Simone de Beauvoir

Esto hoy día se manifiesta de muchas maneras. Una de ellas es en la polémica en torno a las identidades trans. No es que las mujeres que confrontan ahora con el movimiento Trans quieran negar derechos a las personas trans, sino que lo que niegan es que las mujeres trans sean verdaderas mujeres y que, por tanto, puedan integrar el mundo feminista y la identidad femenina y feminista. Volvemos, entonces, otra vez al esencialismo; y un esencialismo ahora ¿biologicista?, cosa que se había rechazado al principio. Ya no es un esencialismo basado en unos valores adquiridos, sino un esencialismo basado en una anatomía: para ser mujer, hay que tener un «cuerpo de mujer».

Primera manifestación del Orgullo celebrada en España. Barcelona, año 1977

Primera manifestación del Orgullo celebrada en España. Barcelona, año 1977

La polémica en realidad, en principio no se planteó contra las personas trans, sino que se planteó, como decía, en torno al tema de los valores o si hay dos géneros. En las Jornadas Feministas de Madrid de 1993 hubo una mesa redonda en la que se sentó una mujer trans y tuvo muy buen acogimiento. En Madrid se formó la asociación Transexualia, que fue el embrión del movimiento Trans. A partir de ahí durante bastante tiempo el movimiento Trans tuvo buenas relaciones con un sector amplio del movimiento feminista. Pero luego, poco a poco, las posiciones se fueron radicalizando y estamos como estamos ahora: con un rechazo por parte de un sector que tiene distintos grados de rechazo y distintas maneras de abordarlo. Unas atacan y otras dialogan.

La Escuela Rosario Acuña fue conocida, sobre todo por las personas más jóvenes, el año pasado por el comportamiento que tuvieron allí las ponentes y las distintas polémicas que se generaron a partir de eso. Pero esta Escuela ya lleva 17 ediciones. ¿Cómo crees que ha sido la evolución de estas jornadas? ¿Crees que se han ido abriendo nuevas propuestas o que se van cerrando cada vez más en sí mismas?

Yo la verdad es que no las seguí de cerca nunca. Mi opinión es que es una Escuela dirigida e inspirada por Amelia Valcárcel y el grupo de intelectuales feministas afines a sus posiciones. No considero que sea una Escuela demasiado abierta y, dado que es una actividad municipal, podría estar más abierta. Es importante que otras voces también sean escuchadas. Pero también es lógico que las que la organizan lo hagan siguiendo sus criterios y su polémica con otro sector del feminismo. Otra cosa es las formas que se mantuvieron el año pasado, pero como yo no estuve… tampoco puedo decir mucho más.

Otra de las polémicas que se recrudece ahora es la relacionada con la sexualidad, en especial el trabajo sexual ¿qué opinión te merece esto?

La polémica en torno a la sexualidad es una polémica que surge en los primeros momentos del feminismo, a finales de los años 80 en las Jornadas Feministas de Santiago. Fue uno de los temas que interesó mucho al naciente feminismo de finales de los 70 e inicios de los 80, porque veníamos del franquismo, de una moral rígida, de una represión sexual muy grande y uno de los objetivos del feminismo fue descubrir y potenciar la sexualidad femenina, la libertad sexual. Esto fue muy importante, descubrimos una nueva sexualidad abierta, libre y sin prejuicios. Pero luego llegó la influencia del feminismo norteamericano, lo que se llamó feminismo cultural o radical, que tuvo mucha polémica porque lo llevaban mujeres de mucho prestigio. Lo que hacían era exponer la sexualidad como la base de la identidad femenina y de la opresión de la mujer. La sexualidad femenina y la sexualidad masculina eran totalmente opuestas: la sexualidad masculina era agresiva, depredadora, violenta y la sexualidad femenina era pasiva y dulce. Esas ideas manifestaron sobre todo en la crítica a la pornografía y a las manifestaciones más explícitas relacionadas con la sexualidad, es decir, todo lo relacionado con la expresión del cuerpo femenino que pudiera excitar la sexualidad masculina.

Protesta feminista contra la pornografía. Nueva York, 1979. Foto: Bettye Lane

Protesta feminista contra la pornografía. Nueva York, 1979. Foto: Bettye Lane

Un sector del feminismo defendía que todo tipo de sexualidad que fuese consentida, incluso la pornografía que fuese violenta, podía ser algo lícito y disfrutable; también las relaciones sadomasoquistas siempre que fueran deseadas por ambas partes. En definitiva, todas las relaciones libremente consentidas. En cambio el otro sector feminista defendía otro tipo de sexualidad. Miraban con sospecha, teóricamente por lo menos, la heterosexualidad y todo lo que fuese la sexualidad masculina. Eso fue una polémica muy fuerte que rompió el movimiento, se dividió entre las “prosexo” y el otro sector del que surgió el “movimiento abolicionista”, y eso se centró posteriormente en la crítica del trabajo sexual.

En las Jornadas Feministas de Madrid de 1993 participó una trabajadora sexual, cuyas aportaciones fueron muy bien recibidas, que expuso la situación tan precaria de este colectivo así como la explotación y falta de derechos que sufría. Un sector del movimiento feminista actuó manteniendo buenas relaciones y creó a raíz de esto un grupo de apoyo en Madrid que se llamó Hetaira y que se acaba de disolver, duró 20 años. Se trató, de esta forma, de mantener relaciones con las trabajadoras sexuales como apoyo en la exigencia de sus derechos. El otro sector del feminismo consideraba que era la muestra más clara de la opresión de las mujeres, puesto que era una necesidad masculina utilizar el cuerpo de la mujer para su placer. Grosso modo, esta polémica es algo que se mantiene hasta ahora.

Protesta del colectivo Hetaira contra la persecución policial a las prostitutas madrileñas

Protesta del colectivo Hetaira contra la persecución policial a las trabajadoras sexuales madrileñas

Las polémicas no están mal. De hecho en aquellos años el movimiento feminista se rompió ideológicamente, pero hasta finales de los años 90, a pesar de las discrepancias, seguíamos organizando acciones unitarias porque había muchas sinergias: estaba la cuestión del aborto, la reforma del código penal en materia de agresiones sexuales, cuestiones relacionadas con la educación, el trabajo… Toda una serie de reivindicaciones que se trabajaban en las plataformas feministas que hacían que nos mantuviésemos unidas y se celebraran de manera unitaria. En las jornadas las polémicas eran muy álgidas, pero las acciones se coordinaban; ahora a pesar del éxito de los últimos años del 8M, no existe un movimiento formalizado a nivel nacional como en aquellos años.

¿Qué ha cambiado desde esos años previos al 2017, que fue el primer año de movilizaciones masivas del 8M, en los que no existía una organización unitaria a nivel nacional, hasta la actualidad? Estos años vemos una creciente movilización y concienciación en la opinión pública, hay mucha gente detrás pero, ¿qué aportan en la práctica estas movilizaciones y cómo se pueden articular estos debates para caminar hacia un horizonte común?

Yo creo que es muy positivo porque el movimiento feminista estaba dormido. Se habían conseguido unos cuantos avances importantes y luego pasó a estar protagonizado o aprovechado por el sector más vinculado a ámbitos institucionales: en distintos departamentos de ministerios y consejerías de las Comunidades Autónomas, en el Instituto de la Mujer… y esto dio lugar a que desapareciese la movilización en las calles. Además desapareció el concepto de necesidad de transformación social, toda la actividad feminista estaba muy dirigida hacia la violencia concreta, hacia los maltratadores, las agresiones… Se confundió el plano estructural con el plano individual. Antes la lucha era más en el plano estructural, aunque reconociendo las complicidades y privilegios de los hombres, el objetivo era cambiar la estructura social a nivel global. En cambio esto fue evolucionando hacia la denuncia, acusación y represión, si era necesario, de individuos concretos que cometían delitos concretos. Se llevó la lucha mucho al terreno de los tribunales, de las denuncias, de las prohibiciones, de institucionalizar una ética determinada que el grupo hegemónico consideraba que era la ética feminista. Fueron unos años muy desmovilizadores del feminismo que yo compartía.

En cambio las movilizaciones que surgieron tras el 15M fueron muy positivas ya que sacaron a la luz que existía un descontento muy grande en la sociedad en su conjunto, en la gente joven y, en especial, en las mujeres. Se volvió a llevar a la conciencia social la idea de que había que avanzar en el terreno de la igualdad. Al mismo tiempo se puso en evidencia que había muchos sectores de mujeres que se encontraban en una situación muy precaria, y se sacó a la luz un aspecto que había descuidado el movimiento feminista de esos últimos años, que era la existencia de diferencias enormes entre las mujeres: por ser pobres, por ser lesbianas, por ser trans, por ser putas, por ser inmigrantes, etc… Es decir, la desigualdad social manifestada en las mujeres. Ahora se puede revivir, a partir de las polémicas que están surgiendo, nuevas ideas y nuevos análisis de la situación, se ponen sobre la mesa muchas cosas que se pusieron entonces haciendo una crítica constructiva hacia muchas de las actuaciones que estamos viendo en el feminismo institucional. En este aspecto son fundamentales, muy positivas las movilizaciones de los últimos años del 8M. Cómo se organiza eso, y cómo se llegan a unas metas comunes, es trabajo de las jóvenes encontrar la fórmula adecuada.