En ‘La mala costumbre’, una niña trans crece en el extrarradio madrileño sepultada por una apariencia y un universo que no son los suyos. Convertida en un fenómeno editorial antes de su publicación, la novela debut de Alana S. Portero obliga a quien lee a contener (o desatar) la emoción un capítulo tras otro
Fuente (editada): VOGUE | Eva Blanco Medina | 25 ABR 2023
Esta entrevista es parte del número de mayo de 2023 de ‘Vogue’ España.
Lo primero que deja claro Alana S. Portero (Madrid, 1978) sobre La mala costumbre, el título que marca su debut literario con Seix Barral, a la venta el 3 de mayo, es que ni es un texto con carácter autobiográfico ni debe ser catalogado como una ‘novela trans’. El volumen, que antes de ver la luz en España ya se ha asegurado derechos de publicación en otros nueve países –EE.UU., Reino Unido y Francia incluidos– es descrito por su autora como una narración universal sobre la dificultad que entraña llegar a ser una misma. “Hay mimbres de mi vida, pero no es mi historia. Reivindico mi derecho a la ficción. Como mujer, como mujer trans, como persona LGTB. Esa necesidad de que toda nuestra literatura sea catalogada como confesional, como si todo fuera un gran drama personal, me parece injusta”, sostiene Portero ante un té con leche en una céntrica cafetería madrileña a la que se ha desplazado desde Móstoles.
Parece que el extrarradio le sienta bien. Creció en los ochenta en el mismo barrio obrero que la protagonista de su novela. Un paisaje de ladrillo visto, dinámicas laborales extenuantes, jeringuillas en los parques y vecinas guisando a fuego lento en el que acontece el día a día de una niña atrapada en un universo, el de lo masculino, que sabe que no es el que le corresponde. De entrada, un elemento que resulta desolador es la falta de recursos lingüísticos de la época para ayudar a desenmarañar una cuestión tan compleja como una infancia habitando el género incorrecto desde la más absoluta de las soledades. “El único mensaje que había entonces era el peyorativo. Así, es imposible dibujar los contornos de tu propia vida con expresiones de belleza o de entendimiento. Las mujeres trans eran o bien objetos sexualizadísimos o directamente chistes. Y claro, a les niñes no se les escapa nada. Todo el imaginario trans de mi generación parte de lo furtivo. De ocultarse, de la crueldad absoluta, de escuchar lo que no deberías estar escuchando. Te rompes por dentro porque no sabes lo que te pasa. Nadie te lo explica y nadie utiliza un lenguaje que puedas entender y sea benevolente, que es la palabra que más se echa en falta en esta experiencia”, ahonda la medievalista de formación, articulista y coautora de varios ensayos, poemarios y libros de relatos.
Toda esta imposibilidad de establecer vínculos genuinos con el exterior provoca que la protagonista se entierre cada vez más en sí misma, aludiendo en distintos pasajes a la sensación de asistir a la vida sin poder llegar nunca a tocarla. “Es algo durísimo, pero muy literario también. Desde la lejanía te pierdes la intimidad, el tacto, el calor de las cosas, pero ganas una perspectiva muy interesante. Luego, cuando consigues por fin habitarlas, tienes cuidado para hacer un guiño a la gente que sigue estando fuera”, reflexiona la autora, que asegura que no le interesaba nada lo confesional en el entorno familiar y sí explorar esos silencios que poco a poco se van moldeando con el devenir de la propia existencia. “Lo primero que preguntan las madres de mi generación es: ‘¿Cómo estás?¿Has comido?’. No es que no tengan la capacidad para hablar de cuestiones como la identidad, es que no tienen la práctica ni el tiempo. Es un amor desatadísimo, pero se ama mucho desde la urgencia en estos contextos. Siempre es la comida, el techo, la ropa. En cuanto las necesidades primarias están cubiertas, hay que descansar porque cuesta mucho conseguirlas. Además, llevan muy mal el sufrimiento ajeno. De sus hijes, de sus nietes. Se frustran mucho, se culpabilizan. No se puede conversar desde esa pasión. Hay que ‘desapasionarse’ un poco para explicarse con cierta tranquilidad. Si no, a veces es mejor callarse y que la vida vaya contando las cosas”.
Que la acción se desarrolle en San Blas, un vecindario en el noreste madrileño que en los ochenta y los noventa fue devastado por la heroína, condiciona buena parte de la atmósfera costumbrista y los diálogos directos que presenta el texto. “Las interacciones que se dan en el barrio obrero son una radiografía perfecta de la humanidad. Somos así: capaces de lo mejor y de lo peor. Las vecinas tejen redes, se ayudan con lo poquito que tienen. Y, de repente, pasan auténticas barbaridades sobre las que no se puede intervenir. Desde la precariedad material, la impotencia es algo con lo que vas a tener que bregar toda tu maldita vida. La nostalgia obrera no te va a salvar de eso”, comenta.
Lo genial es que la autora tiene la destreza de salpicar la injusticia con sentido del humor, además de nutrir la narración de imágenes mitológicas que se alternan con un amplio rango de referencias a la cultura pop. “Cuando careces de otras herramientas, tienes que mantener conversaciones con los recursos que tienes a mano. Si no tienes nadie a quien contárselo, cuéntaselo a Madonna. Y seguro que en alguna canción te responde”, afirma la autora dejando escapar una carcajada. “Por otro lado, siempre me acuerdo de los libros que me han hecho reír. Los dramas vistos desde fuera tienen algo de opereta. No hay un sitio más divertido que un tanatorio a altas horas de la madrugada, cuando la extenuación agudiza el instinto de decir tonterías. También adoro cómo hablan las señoras de mi barrio. Dicen cosas inteligentísimas en frases muy cortas, muy contundentes. Al igual que, si todo el mundo pudiera compartir la experiencia de pasar tiempo con las travestis de la calle, te prometo que el mundo sería un lugar mucho mejor. Son las mujeres más sabias; las más graciosas de verdad. La novela juega con hacer justicia a gente como ellas, que nunca la han tenido”.
En la otra cara de la balanza, el violento correctivo que recibe la protagonista de La mala costumbre en aquellas ocasiones en las que trata de conquistar su libertad. Sobre en qué situación considera que se encuentra el colectivo, especialmente tras la reciente aprobación de la llamada ‘ley trans’, Portero se muestra optimista, pero con reticencias. “La ola tránsfoba y machista está creciendo en EE.UU., lo que marca las pautas de Occidente. Están surgiendo de nuevo debates en torno a cuestiones como la prohibición del aborto o la vuelta a la concepción clásica de la familia, que hace un lustro no se daban. Estamos mucho mejor, pero si nos descuidamos lo perdemos”, sostiene la también activista, que es partidaria de posibilitar espacios de debate con algunas posiciones críticas del feminismo radical, siempre que estos se articulen desde el respeto. “¿Cómo me va a molestar que alguien tenga inseguridad jurídica? Pues claro, las leyes no son perfectas. Vamos a hablarlo, a preguntarle a los juristas, pero no me llames José Manuel. Estoy muy agradecida por los pasos adelante que se han dado con esta ley, pero no es un credo. A veces, donde no llega la comprensión llega la amabilidad”.
¿Es exagerado afirmar que este libro ha llegado para cambiarte la vida? “No. Hace cuatro años tenía dificultades para llegar a fin de mes. Me veía volviendo al mercado laboral de la manera que pudiera para terminar de cotizar y esperar a la jubilación. No es una exageración: no tenía futuro. Ahora tengo un inicio. Los contratos que se han firmado de traducciones me permiten plantearme no hacer otra cosa que escribir durante un par de años. Se abre un mapa de tranquilidad muy raro para mí. Esta novela ya me ha cambiado la vida”, concluye.