Autora: Inés Fernández Pérez
Una persona, cuando se lo conté, me dijo: «no te eches la culpa, esto es como esas imágenes que te enseñan para que veas algo y que te cuesta verlo, pero cuando por fin lo ves no te explicas cómo no lo habías visto antes».
>Era carnaval y nos disfrazamos de Los Increíbles. Fuimos a comer a casa de mi madre como todos los años, para poder ver el desfile. Ese año se suspendió por el mal tiempo y fuimos a un centro comercial donde había animación. Allí nos encontramos con dos compañeras disfrazadas de princesas. En ese momento mi hija se volvió tímida, y cuando una mamá le dijo que se pusiera para la foto y miré su cara, la vi. De repente vi una niña disfrazada de niño y el corazón y el estómago me dieron un vuelco y pensé que cómo no lo había visto antes, con todas las pistas que me había dado.
Durante los días siguientes, empezaron a venir a mi cabeza todas las cosas que habían pasado, y me llevaron a verla…
Cuando entró en el colegio me dijeron que tenía ciertos aspectos parecidos al Asperger, porque no miraba fijamente a los ojos, no se relacionaba y siempre jugaba sola con su imaginación. En casa ya sabíamos que era así, pero no le dábamos importancia, le gustaba mucho la música y siempre estaba bailando.
Otro problema era el control de esfínteres, ya que desde el momento en que le quitamos el pañal dejó de hacer de vientre y no conseguía controlar no hacerse pis. Al curso siguiente, en vez de mejorar empeoró, convirtiéndose en una vejiga hiperactiva que no aguantaba una sola gota y la tuvimos que medicar. Ese curso (cuatro años) lo pasó fatal, porque el hecho de no hacer de vientre le dificultaba poder aguantarse el pis, e ir a clase era un suplicio. Entraba y salía triste del colegio. Aun así, aprendió a leer con cuatro años.
En cinco años pudimos quitarle la medicación, cosa que le dio un poco más de confianza, aunque por ello fue objeto de burla en clase, y eso dificultaba que se relacionase. Sí jugaba con alguna niña tranquila y cariñosa como ella, pero al final acababa jugando sola.
Cuando le explicaron la existencia de los planetas comenzó a decir que no quería vivir en este, que se quería ir a vivir a otro. Y cuando le explicaron el cuerpo humano preguntaba si se podía sacar el corazón sin morirse, ahora entiendo que era porque le dolía.
Siempre le había gustado disfrazarse para jugar y escuchar música, sobre todo de cantantes femeninas, y que las imitase no nos parecía raro, ya que tenía mucha imaginación y creatividad. También apareció Tita, una amiga imaginaria de otro planeta.
Siempre la había llevado a actividades relacionadas con la música, pero ese año dijo que quería ir a judo, cosa que me sorprendió y volvió a disipar mis sospechas. Por supuesto que judo no era lo suyo, pero pasó el año. Con seis parece que encajaba mejor con sus compañeres, ya que dividieron la clase. Empezó a sentirse mejor y a expresar más lo que sentía. Ahí fue cuando empecé a pensar que era gay.
Estaba más tranquila, tenía su disfraz de Frozen, su maquillaje y hasta su sujetador. Se disfrazaba con la ropa de mi madre y hermanas ya que ellas sí se ponían tacones y fulares… En casa era más o menos feliz, pero en el cole volvía a ser la niña triste, tímida, insegura y llena de miedos.
Entonces, decidí llevarla a una psicóloga para que me ayudase. Al principio fue muy bien, iba muy contenta y sí que le subió la autoestima, pero poco a poco dejó de gustarle ir, no avanzaba nada y yo veía cada vez más cosas. Se lo contaba a la psicóloga, pero no me hacía ni caso, estaba empeñada en que era muy creativa. Llegué a decirle que sospechaba que era trans, pero me dijo que hasta los nueve años no se podía saber seguro. Mientras tanto, yo veía que hacía pis sentada, escondía sus genitales y jugaba con su hermana a ser niñas. Se lo contaba a la psicóloga, pero seguía sin hacerme caso, por lo que decidí dejar de llevarla.
Aunque tenía ya siete años, aún no se le había caído ni un solo diente, y sin embargo esperaba todas las noches al hada de los dientes. Un día le pregunté por qué la esperaba, y me dijo que para pedirle que la transformase en una niña. Le dije que el hada no la iba a ayudar, pero mamá sí, a lo que ella me contestó que cómo. Le dije: «no lo sé, pero lo haremos».
Me vio tan asustada que me dijo: «no te preocupes mamá, yo sigo imaginando que soy una niña y ya de mayor soy un hombre». Yo le dije que cómo me decía eso y ella contestó: «porque, mamá, yo lo que no quiero ser es una mujer con barba, nuez y voz de hombre». Se me cayó el alma a los pies… y le dije que eso no iba a pasar. Su cara cambió al momento y se relajó.
Cuando me puse en contacto con la asociación estaba muerta de miedo, pero lo vi todo claro y empecé a dar pasos hasta hoy. Vi eses niñes, tan felices con sus tránsitos que me dije, yo quiero verla así.
Antonella es una niña Feliz, a la que quieren y protegen todes sus compañeres, sin importar el género. Ha hecho el tránsito en un colegio católico al que ha inundado con todo su amor. Sigue bailando y escuchando música, pero lo que ya no necesita es disfrazarse.
Una vez la llamé «mi princesa», y me contestó: «no soy una princesa, soy una mujer».
Yo por fin descanso, sé que queda mucho por luchar y por hacer, pero viendo esa sonrisa puedo con todo. Se me ha quitado ese nudo en el estómago y esa preocupación constante. Disfruto de la vida como nunca. Para mí, nada es peor que esa tristeza en sus ojos.
Aún no tiene su trencita tan deseada, pero es feliz. Le han dejado llevar a su mascota de clase a casa, porque quería contárselo y escribir un nuevo cuento con final feliz.
Le he dicho: «pronto tendrás tu trencita de Frozen», y me ha contestado: «mamá, yo no soy Frozen, soy Antonella».