Soy perfectamente consciente de que antes de que yo llegue a cualquier reunión, todas las personas asistentes ya saben que soy una persona trans: porque, básicamente, es un dato demasiado jugoso para dejarlo pasar. Víctor Gil comparte su última visita a ginecología.
Fuente (editada): PIKARA MAGAZINE | Víctor Gil Viruta | 23 MAR 2022
Ayer por la tarde tomábamos unas cerves animadamente en la terracita de una amiga. A Montse, a la que conozco hace décadas, le gusta aquello de juntar a seres queridos dispares de su mundo, personas desconocidas entre sí, para que compartan sus experiencias vitales maravillosas y básicamente se caigan bien. Esto casi siempre lo consigue con una naturalidad deliciosa, como buena facilitadora que es, como buen ser de luz.
Pues bien, ayer lo hizo de nuevo. Montó una invitación a cervezas y tortillita para cuatro o cinco y, tras una breve presentación, nos puso a hablar de nuestras cosas. Soy perfectamente consciente de que antes de que yo llegue a cualquier reunión, todas las personas asistentes ya saben que soy una persona trans: porque, básicamente, es un dato demasiado jugoso para dejarlo pasar; porque puede que a la gente que me conoce de hace años les patinen los pronombres; o por cuidarme de hipotéticas meteduras de pata. Pues bien, voy con cierta frecuencia a la terraza multicultural de mi amiga Montse y rara es la vez que alguna de mis anécdotas “trans” no monopoliza la conversación. Es cierto que yo suelo ponerme bastante teatral para contar mis historias, y ayer no iba a ser menos. Probablemente el momento mas hilarante de la tarde (literalmente se revolcaban de la risa) fue cuando me puse a narrarles con detalle mi última y mi penúltima visita a la ginecóloga.
Yo acostumbro a decir que todo me lo tomo a broma, que no me genera ningún estrés acudir a ese especialista, y que no estoy dispueste a pasar miedo o vergüenza por hacerme mi revisión anual. Pero lo cierto es que todo, absolutamente todo en esa situación es un generador constante de tensión.
En mi última visita, los centros de salud aún andaban con precauciones de aforo y movilidad de pacientes, debido a las precauciones de la covid. Una enfermera me paró en seco en la misma puerta del ambulatorio para preguntarme: “Usted! ¿A donde va?”. Yo contesto: “Ginecología”. Y ella me dice: “¿Es para usted?”. “Sí”, contesto.
Y ella vuelve a preguntar: “¿Para usted?”. Y yo: “Sí…”
Y me vuelve a preguntar por TERCERA VEZ y yo vuelvo a contestar con un escueto “sí”, porque aquel día no tenía ganas de dar explicaciones. Con cara de perrete enfadado me mandó a la sala 106 de la primera planta, pensando que otra enfermera me sacaría de MI ERROR.
La sala de espera me brindó la situación tensa número dos. Hay cuatro mujeres, tres de ellas visiblemente embarazadas. Ni siquiera las mascarillas son capaces de esconder sus expresiones de estupor. Detuvieron en seco sus conversaciones y se preguntaron con sus miradas qué pintaba yo ahí. Por fortuna me tocó en primer lugar. Cantaron mi nombre a los cuatro vientos y me deslicé en silencio como un ninja al interior de la consulta.
Parece ser que la ginecóloga septuagenaria que me atendió en anteriores revisiones, al fin se había jubilado. Y digo al fin con alivio, para ella y para mí, tras años de muecas de desaprobación, preguntas impertinentes e innecesarias y un total desconocimiento de la corporalidad de su paciente, en este caso yo. Año tras año tuve que soportar su contrariedad cuando yo le comentaba, cada vez, que no tenía la más mínima intención de retirarme la matriz ni los óvulos, y ni muchísimo menos pensaba realizarme una faloplastia. En una ocasión me dijo: “Eso piensas ahora, pero ya cambiarás de opinión”. Esa intromisión me molestaba enormemente, pero decidía pasar página en cuanto atravesaba la puerta al salir. Señoras que te proyectan su idea de lo trans.
En esta ocasión, me atendieron dos mujeres jóvenes, dos profesionales de hecho más jóvenes que yo. Suspiré de alivio al darme cuenta de que había pasado ya la etapa de esa anciana impertinente, y que ellas, en cambio, habían hecho los deberes. Se interesaron por mi mastectomía y por un mioma que años atrás había estado danzando por mi matriz. Y sobre todo, me trataron con un cuidado EXTREMO. Ciertamente, no podían disimular cierta risilla nerviosa cada vez que me comentaban el paso siguiente que correspondía en mi exploración. Me hablaban con el cariño y la dulzura con la que se trata a un bebé, aunque daban por sentado muchas cosas, debido al batiburrillo de información sobre las masculinidades trans que pululan por la televisión y por la red.
Lo primero: dieron por sentado que soy un hombre trans. A ver, si no soy una mujer… ¿que voy a ser? Yo tampoco quería pasar mucho tiempo ahí dentro haciendo alegatos no binarios, porque me puede con frecuencia la pereza y la cobardía. Así que a otra cosa.
Lo segundo: dieron por sentado que mi orientación del deseo era hacia mujeres, y que no acostumbraba a realizar actividades sexuales que incluyesen penetración. Noté su tensión cuando me colocaron “el especulito” (sí, me hablaban en minúsculas la mayor parte del tiempo, para minimizar no-sé-muy-bien-qué) y me dijeron que no me preocupase que iban a hacer con sumo cuidado la introducción del bastón con cámara, debidamente lubricado, con el que se hacen hoy las ecografías. Yo hice una broma, y les dije que no se preocupasen ellas, que ahí dentro cabían dos elefantes en posición fetal, y se echaron a reír a carcajadas, rompiendo así gran parte de la tensión del momento.
Su tercera “certeza” es que hoy los hombres trans pueden gestar y dar a luz a sus propios bebés. No sé muy bien si lo descubrieron en el ámbito académico o en los tabloides, cuando el mediático caso de mi amigo Rubén Castro, papa trans que dio a luz en primavera de 2021, dio la vuelta al país. Como ya veníamos desde el punto anterior haciendo algunos chistecitos para romper el hielo, en plena exploración con la cámara sobre mi ovario derecho, abierte de piernas y con las manos entrelazadas descansando sobre el pecho, la doctora me “felicita” y me dice que tengo un folículo enorme y muy sano para estar en TRH [terapia de reemplazo hormonal], y que si decidiese a abandonar la medicación por un tiempo podría tener ahí UN BEBÉ BIEN HERMOSOTE. Bien hermosote. El único superlativo de la comunicación. Cabe destacar que tengo 45 años y ni la más mínima intención de tener une bebé bien hermosote. Pero gracias por preguntar.
Ayer estes amigues escogidos por el azar y la sabia mano de mi amiga Montse se tronchaban de la risa cuando yo les contaba los vaciles liberadores que me traía con las médicas. Enseguida me di cuenta de que esas explosiones de carcajadas consistían en liberar su propia tensión, al empatizar conmigo en una situación tan supuestamente delicada. Por fortuna, cada día hay más profesionales de la ginecología y la obstetricia que han colocado su atención en las identidades trans que van a necesitar de su amparo y su oficio. Pero, cuando no es así, a veces la visita a estes profesionales puede resultar un suplicio y un prejuicio detrás de otro. Hay muchas personas trans a las que les causa temor o rechazo asistir a la consulta de ginecología. Yo recomiendo a mis compas trans que busquen recomendaciones de profesionales que les traten con cariño, empatía y que les hagan la experiencia lo mas llevadera posible. Que no queden excusas para conocer nuestros cuerpos, por dentro y por fuera.