¿Quiénes deciden sobre nuestra existencia? ¿Quiénes se permiten el lujo de teorizar sobre ella sin tener la más mínima idea de lo que somos, decimos, exigimos?
Fuente (editada): eldiario.es | Rosa María García | 20 de junio de 2020
Me fascinan las conspiraciones sobre la teoría queer pero, sobre todo, me fascina el ejercicio de birlibirloque de esconder las vidas de las personas trans detrás de esas conspiraciones. Aparentemente, «teoría queer» es el nombre que le dan a los derechos fundamentales que permiten garantizar la autonomía que se nos niega en este país hasta el día de hoy. Habría que preguntarse qué hay detrás de los bulos sobre el pensamiento cuir, y por qué lo asocian tanto con las personas trans si históricamente se nos ha excluido de él.
De todas formas, he de reconocer que lo que más me llama la atención es que nos traten de explicar todo el rato nuestras propias vidas. El colectivo trans es el único al que se le exige un informe de psicología o psiquiatría y dos años de tratamiento hormonal para adquirir un mínimo reconocimiento legal ─que actualmente ni tan siquiera nos permite recurrir a la Ley Integral contra la Violencia de Género, en el caso de las mujeres. ¿Saben ustedes lo que significa tener que pasar por tutelaje psicológico para evaluar si somos quienes somos? ¿De qué clase de supuestos creen que parten esta Psicología? ¿Cómo creen que nos evalúan? ¿Realmente le cabe a alguien en la cabeza que estas personas tienen idea de lo que vive, de lo que es, alguien trans? ¿Saben lo que supone para nosotras que une profesional, que debería apoyarnos y darnos herramientas para transicionar de forma menos traumática, trate en realidad de encajarnos en unos esquemas sexistas?
Nos hablan mucho de sexo. El «sexo biológico» es el tema favorito de mucha gente. «El sexo biológico es real». Me gustaría preguntar a la lectora o el lector que no sea trans: ¿ha tenido que enseñarle los genitales a alguien en su vida adulta para convencerle de que es del sexo que es? ¿Ha tenido que pasar por un tratamiento hormonal que le causaba un rechazo indescriptible sólo porque le dijeron que era lo que había? No tengan las agallas de hablarme de «sexo biológico» cuando la violencia médica sobre los cuerpos y las vidas trans es total y absoluta. No tengan la indecencia de hablarme del «sexo biológico» cuando nos van a obligar a pasar por un tratamiento, nos guste o no, para su propia comodidad. No tengan el descaro de hablar de «sexo biológico» cuando recibimos más información sobre biología de compañeras de nuestra propia comunidad de la que vamos a recibir nunca de profesionales de Endocrinología. Nuestro sexo es real, y lo modificamos si nos ayuda y acompaña. Nuestros cuerpos son nuestros.
Y si no, ¿a quién se supone que pertenecen las vidas trans? No es una pregunta gratuita, es una pregunta política: ¿quiénes deciden sobre nuestra existencia? ¿Quiénes se permiten el lujo de teorizar sobre ella sin tener la más mínima idea de lo que somos, lo que decimos, lo que exigimos? Estas personas, ¿han conocido a alguien trans alguna vez? ¿Han hablado con alguien trans, han leído a alguien trans? ¿Han tenido una discusión en la que no nos reduzcan a toda la comunidad a nuestros genitales o nuestros supuestos cromosomas sexuales?
Déjenme contarles brevemente cuál es la situación.
La mayor parte de las personas trans padecen depresión y/o ansiedad crónica. Hay quienes se suicidan, por el acoso escolar, por la imposibilidad de encontrar un sitio en el que poder estar bien siendo quienes son, porque se nos niega nuestro propio espacio de vida y, con ello, nuestra simple y llana vida, nuestra existencia. Las hay que son asesinadas por hombres, especialmente quienes están en las situaciones más vulnerables socialmente, como son las trabajadoras sexuales, migrantes, racializadas o discapacitadas. Las hay que vivimos de forma precaria, como podemos, como sabemos, como nos queda. Algunas, muy pocas, llegan a mayores; en muchas ocasiones, salen del armario al ver que la situación no es la que era en los tiempos franquistas. Pregúntennos cuántas tenemos trabajo, y qué clase de trabajo es.
Nadar constantemente a contracorriente es agotador. Es simplemente desolador estar en la situación de ver cómo se nos ataca por el simple hecho de existir. Esto es lo que me parece perverso: nos atacan porque pueden. Porque tienen el poder de la situación. Nosotras nos defendemos porque existimos, porque estamos aquí y no podemos aguantarlo más. Y esto es lo que duele, lo que preocupa: nosotras tratamos de sobrevivir, arañar unos derechos básicos, y otres, en cambio, atacan nuestros derechos porque pueden. Que usan sus privilegios y sus poderes institucionales para sangrarnos, para quitarnos de en medio, como si no fuéramos más que un chiste. Y que nosotras somos pocas y todavía no tenemos ni derecho a vivir nuestra vida, porque vivimos en términos ajenos, que no nos corresponden.
Quiero concluir estas líneas con una idea muy simple y real: la transfobia mata. Todos los bulos, las imágenes falsas e inventadas, los prejuicios que hacen de nosotras un estereotipo tránsfobo…, contribuyen a construir un entorno con prejuicios sexistas que dificulta nuestras vidas en todos los sentidos. Cuando descubrí que era trans pasé varios meses pensando si era mejor no salir del armario, por miedo a toda la violencia que supondría. Lo cierto es que no he podido vivir nada mejor que la simple experiencia de ser yo misma, sin represiones interiores que limitaran mi vida a la de una mentira existencial. Por eso espero poder construir lo mismo para les demás.