Necesitamos un plan riguroso que instale y sistematice los contenidos de la educación sexoafectiva adaptados a cada etapa educativa y los vincule a todas las asignaturas de una forma realista, concreta y creativa
Fuente (editada): CTXT | Soraya Calvo Gonzalez / Clara Martínez Hernández | 19 JUN 2023
Pese a las recomendaciones internacionales y a las diferentes leyes del ordenamiento jurídico que instan al desarrollo de la educación sexual, observamos un bloqueo institucional y político para su aplicación práctica en los centros educativos del Estado español. Aun siendo reconocida como elemento clave en la promoción de relaciones positivas, conscientes e igualitarias, la educación sexual se encuentra en una suerte de laberinto sempiterno hace más de treinta años. Desde la Red por una Educación Sexual y Comunitaria, tratamos de ofrecer algunas claves para encontrar una salida que nos conduzca a una educación sexual integral garantizada desde la escuela pública.
¿Una asignatura específica o contenidos transversales?
El eterno debate entre incorporar una asignatura específica o impulsar la educación sexual a través de los currículos escolares se saldó en los años noventa (en el marco de la conocida LOGSE), con la apuesta por una transversalización que, a día de hoy, sigue sin ser suficiente para su incorporación plena. Siguiendo esta línea, en 2020, la última reforma educativa –LOMLOE– ha introducido tímidamente contenidos relacionados con la educación sexual en los nuevos currículos educativos.
Ya en la LOE (aprobada en 2006) –dentro de los objetivos generales de cada etapa educativa obligatoria–, se hablaba de la necesidad de trabajar en el aula los derechos sexuales y reproductivos, las capacidades afectivas o la igualdad de género. En aquel momento, los contenidos de la educación sexual se organizaron en torno a la asignatura obligatoria de Educación para la Ciudadanía, que generó un movimiento reaccionario que llamó a la “objeción de conciencia” contra la asignatura, por parte de colectivos ultraconservadores, aludiendo a la “libertad educativa de los padres a elegir sobre la educación de sus hijos”. Finalmente, esta asignatura desapareció en 2013 con la aprobación de la LOMCE ya que, en palabras del ministro Wert, se buscaba un sistema educativo libre “de cuestiones controvertidas”.
Esta asignatura no llegó a cumplir sus objetivos debido, entre otras cosas, a la escasa formación específica que se ofreció al profesorado encargado de impartir la materia. A nadie se les escapa que la apuesta actual de la LOMLOE por transversalización, sin una formación inicial y continua de los equipos docentes, tampoco cumplirá sus objetivos.
La extrema derecha, esas extrañas criaturas
En el momento presente, con la coeducación y la educación sexual enunciadas en los currículos de la LOMLOE, afortunadamente dejan de tener sentido estrategias como la del veto parental –impulsado por Vox–. La sexualidad, la igualdad y la diversidad parecen asentarse como contenidos de la escuela pública, dejando por fin de ser objeto de discusión y debate. O al menos, eso deseamos, una referencia clara y explícita en las políticas educativas, para no tener que volver a encontrarnos en el laberinto con esas extrañas criaturas que, conectadas con la derecha global y el fascismo, no cesan de verter discursos tergiversados en los medios de comunicación y de emprender requerimientos judiciales que ponen en jaque la débil educación sexual que se imparte en los centros educativos.
Algunos ejemplos recientes de la estrategia de acoso y derribo de la extrema derecha son la denuncia de Abogados Cristianos a un instituto de Málaga y la Junta de Andalucía con acusaciones como la de “promover el aborto” y “traficar con órganos de abortados” en talleres de educación sexual. Otro caso es el de la solicitud de medidas cautelarísimas ante el Tribunal Superior de Justicia de Cataluña, para obligar a la Generalitat a cancelar el programa educativo CoEduca’T, que según esta misma asociación, “enseña a masturbarse a niños de tres años”. En ambos casos, los tribunales han desestimado las causas. Sin embargo, el impacto mediático de los requerimientos, en los ejemplos citados y en muchos otros, busca desprestigiar y desacreditar a la educación sexual con el claro objetivo de rascar votos despertando el miedo y el odio. Siendo ese el objetivo, sospechamos que nos volveremos a cruzar con esas criaturas antes de encontrar la salida del laberinto.
Transversalización sí, pero con contenido formalizado, explícito y evaluado
El proceso de composición del currículo de las asignaturas se ha realizado con un estrecho margen de tiempo para las comunidades autónomas. Esto ha conllevado una referencia nominal de la educación sexual, sin profundidad en el desarrollo de sus contenidos, ni mimo a la hora de adaptar sus contenidos a los diferentes cursos escolares.
En la mayoría de los currículos de las administraciones autonómicas, la educación sexual se ha incorporado como parte de la educación para la salud y dentro de materias como Medio Natural o Biología y Geología. De forma general, podemos afirmar que la educación sexual no se ha incluido en el resto de las asignaturas (a excepción de la asignatura Valores Cívicos y Éticos). Esto resume el gran problema de la transversalidad como estrategia pedagógica: si se plantea la inclusión de un contenido de forma general, sin especificar claramente cuáles son los espacios formales en los que debe desarrollarse y las estrategias de revisión de su implantación, la abstracción se convierte en rasgo dominante. Si no es formalizado, explícito y evaluado quedará relegado a un segundo plano. Pese a los avances, todo apunta a que otra vez nos encontramos dando vueltas en el laberinto.
Llegadas a este punto, no nos vendría mal un mapa. En este sentido, sería conveniente un plan riguroso que instale y sistematice los contenidos de la educación sexual adaptados a cada etapa educativa y los vincule a todas las asignaturas de una forma realista, concreta, creativa. Sin un plan que establezca en qué forma se llevará a cabo el trabajo específico de sus contenidos, es previsible que la educación sexual quede otra vez diluida, de manera que solo aquellos centros con un interés propio sean los que efectivamente la pongan en marcha. Esto presenta un grave problema para la equidad educativa: el acceso a contenidos avalados y rigurosos sobre educación sexual dependerá del centro de escolarización.
Educación sexual sí, pero feminista y comunitaria
Estos son solo algunos de los callejones del laberinto y es que no se trata únicamente de que la educación sexual se incluya de forma transversal en las asignaturas, también es importante el paradigma desde el que se configura.
La promoción de salud sexual carga con un pasado muy influenciado por el enfoque biomédico. Consecuencia de esa influencia, muchas intervenciones en educación sexual suelen seguir un esquema clásico: aparatos reproductores, respuesta sexual, infecciones de transmisión sexual y métodos anticonceptivos. Pese a tener un claro sesgo heterocentrado y binario, se presentan desde un supuesto orden natural de las cosas, reduciendo la sexualidad a un mero proceso biológico y mecánico. Estas intervenciones desatienden elementos fundamentales como el placer y la comunicación y obvian que las personas se encuentran en posiciones sociales diferentes a la hora de negociar prácticas más seguras. Más allá de la profilaxis, es el miedo (a los embarazos no planificados y a las infecciones), la principal estrategia que se ofrece de forma velada para el cuidado de su salud sexual. En este tipo de intervenciones ¿quién por su socialización de género se llevará el miedo a casa?, ¿qué sexualidades se quedan fuera?, ¿se abordarán aspectos como la afectividad, el concepto de una misma, las emociones y los modelos culturales y estereotipados de las relaciones y de la belleza?
Frente al enfoque biomédico, que homogeneiza los cuerpos y simplifica las sexualidades, apostamos por otros modelos ya trabajados por referentes como Raquel Hurtado, responsable del Área de Intervención Social de la Federación de Planificación Familiar Estatal, que plantean que “la educación sexual facilita herramientas para tomar decisiones autónomas que permitan no sólo prevenir riesgos sino también disfrutar de una vivencia de la sexualidad más satisfactoria. Para ello, se basa en procesos más reflexivos, críticos y menos normativos que los utilizados en la educación para la salud”. Sin embargo, el Ministerio de Educación ha optado por un enfoque más limitado, desarrollando con el Ministerio de Sanidad los contenidos curriculares de la educación sexual. Siendo así, no es casualidad que la sexualidad haya quedado confinada en la asignatura de biología.
Para ayudar a la educación sexual a salir de su laberinto, sería deseable una brújula que oriente el proceso de acompañamiento educativo hacia aprendizajes significativos y transformadores. Quizás así, podríamos dejar de hacer “la marcha atrás”, y es que, si las personas jóvenes o adultas, no usan condón, no es por falta de información, todas lo sabemos. Es por motivos mucho más complejos, que requieren de un acompañamiento educativo más amplio y profundo que la prescripción del preservativo. Sabemos, también, que el bienestar en la sexualidad va mucho más allá de los métodos de protección, de las prácticas sexuales y de la genitalidad y sabemos, además, que todas las personas tenemos derecho a la información y a la educación sexual, no solo las heterosexuales.
Pero si nos centrásemos exclusivamente en los riesgos, en la Red por una Educación Sexual Feminista y Comunitaria, estamos convencidas de que el principal factor de riesgo para la salud de las personas es el patriarcado y los virus más peligrosos son las infecciones de transmisión social como el clasismo, el machismo, el racismo, la LGTBIfobia, la serofobia, el capacitismo, la gordofobia, etc.
Si hablamos de sexualidades, de educación sexual, de salud sexual, tenemos que hablar de desigualdades sociales ya que, ni los procesos de salud, ni la sexualidad, ni eso que llaman el ejercicio de los derechos sexuales, se desarrollan nunca independientemente de los contextos sociales. En muchas ocasiones, la primera causa que dificulta el bienestar de una persona en relación con su sexualidad está directamente relacionada con la desigualdad social. Por ejemplo, la exclusión del ámbito sexual y afectivo de las personas con diversidad funcional proviene del capacitismo, el primer problema de la comunidad gitana de mujeres cislesbianas es el derivado de la discriminación cultural y étnica, así como, para las personas socializadas como mujeres las desigualdades de género han dificultado y mucho nuestras sexualidades.
Si la mayor parte de los problemas que afectan a las personas son colectivos, deben tener respuestas colectivas. Necesitamos entonces, una brújula que marque una dirección comunitaria y transformadora; una educación sexual que atienda a las desigualdades estructurales y ayude a generar entornos sociales más justos, en los que las personas podamos disfrutar de sexualidades más seguras, más igualitarias y más placenteras.
Una educación sexual transformadora para salir del laberinto
Finalmente, para atravesar el bloqueo institucional y político, aún nos faltaría saldar el gran obstáculo de la formación del profesorado. En última instancia, es en los equipos docentes en quienes recae la responsabilidad de desarrollar la educación sexual. Sin embargo, en su formación inicial no se incluye la educación sexual. La consecuencia inmediata es que muchos claustros sufren graves carencias para desarrollarla, ya que en sus titulaciones de acceso a la función docente, no le han proporcionado unos mínimos al respecto.
Si la coeducación y la educación sexual son pilares fundamentales de la LOMLOE, ¿no deberían todas las administraciones del territorio estar ofreciendo cursos de educación sexual masivos para el profesorado? ¿Podría a largo plazo, convertirse la formación de profesionales en una palanca de cambio para desarrollar la educación sexual? En este caso dónde habría que situar el foco a corto o medio plazo es claro. En primer lugar, habría que incluir la educación sexual en los planes docentes de los Grados en Maestra/o (Infantil y Primaria) y en el Máster de Formación del Profesorado de Secundaria. Después, articular proyectos autonómicos de formación continua del profesorado en activo, orientado a la capacitación básica en la materia.
Somos conscientes de que no podemos quedarnos únicamente en las cuestiones técnicas y obviar que la formación del profesorado solo podría ser palanca de cambio con un aumento sustancial de la inversión en educación y una mejora de las condiciones laborales. Sin ello, es prácticamente imposible encontrar la salida del laberinto.
Hablamos del interés superior de les menores, de garantizar derechos y de construir un futuro más igualitario e inclusivo. ¿Y si dejamos de recorrer los mismos caminos de siempre y nos centramos en cómo construir, paso a paso, a largo plazo, una escuela pública en la que se imparta educación sexual? Como con otras cuestiones importantes, a la educación sexual sólo la sacará de su laberinto sempiterno la reivindicación social. Es por eso por lo que, más de una treintena de entidades nos hemos organizado en una Red estatal, lanzando el manifiesto “Por una educación sexual para todes” con el que esperamos generar un debate de opinión pública, que sitúe la educación sexual como una necesidad social de primer orden y como una herramienta de transformación social. Y es que la educación sexual es una herramienta muy potente de transformación social. Por muchos motivos, pero entre otros, porque sabemos que la sexualidad, va más allá de nuestras vivencias individuales de placer y de intimidad, es un elemento de organización social que jerarquiza cuerpos y los deseos. La educación sexual nos permite subvertir esas dinámicas de poder y caminar hacia la justicia erótica, es decir, como nos propone val flores, hacia la construcción de entornos sociales en los que la violencia, el estigma o la discriminación no tengan cabida y sean el placer, el consentimiento, la satisfacción y el deleite los principios rectores de la sexualidad.