«La condición trans es una realidad material que ha existido siempre, que necesita atención, que tiene una genealogía inmensa y que solo puede negarse desde una perspectiva supremacista, blanca y colonialista»
Fuente (editada): AGENTE PROVOCADOR | Alana Portero (aka «La Gata de Cheshire») | Noviembre 28, 2019
En algún momento coincidente con mi preadolescencia se comercializó en España una publicación llamada Noticias del mundo. Una especie de periódico de 12 o 15 páginas con noticias aparentemente secretas que destapaban peligrosas conspiraciones, eventos sobrenaturales o curiosidades biológicas desconocidas. Así podías encontrarte en portada la cara del mismísimo Satán en una nube negra sobre un pozo petrolífero en el Irak bombardeado de 1991, una virgen llorando tocino en el perfil de un jamón, la segunda cabeza de tu presentadore favorite descubierta en un fallo del croma o a Michael Jackson volando por las praderas de Neverland al caer la tarde. Poco duró semejante gasto inútil de papel. Supongo que sería una publicación satírica, pero no era imposible ver a adolescentes y/o abueles fascinades a la par que asustades por aquellas exclusivas aterradoras. Se las creían.
A menudo, la taberna del feminismo transmisógino y sus aliades del columnismo torrezno, ilustran los peligros de lo queer, lo trans y otras desviaciones del esencialismo carcundo, con publicaciones de extrema derecha, blogs plagados de comic sans y papers escritos por amigas en puestazos académicos o políticos. No sé cuántas veces he visto pasar la foto del mismo «pederasta con los labios pintados» en diferentes noticias de supuestas agresiones de mujeres trans en baños públicos. Cada vez con un nombre diferente, contando hechos que difieren completamente de una noticia a otra y con desenlaces también dispares.
Parece colar. Todos los remilgos sobre fuentes, todo el discurso de no dar crédito alguno a le enemigue polítique, parece diluirse en el código deontológico de ese sector de la izquierda ávido de sillones, cargos, influencia y poder.
Leía ayer, día contra la violencia de género, un artículo de teoría ficción escrito por Paula Fraga sobre la amenaza que la teoría queer supone para el feminismo™. Una agradecería rigor en textos que pretenden adentrarse en vericuetos teóricos, algunas citas, ciertas cabalgaduras teóricas que te lleven al lugar al que quieres ir con un poco de estilo, no sé, algo más que una barahúnda de terrores anales y odios personales revestida de salvavidas feminista en tiempos de oscuridad transexualista. La elección de ese día y no otro para publicarlo, también escama, o bien estás pasando por encima de las protagonistas del día, las mujeres maltratadas, y ensuciando un día de especial visibilidad; o estás relacionando una cosa con la otra, lo cual sería una jugada propia de la Iglesia de Westboro.
Pasa mucho. Todas recordamos con vergüenza ajena y un poco de pena aquel artículo de Lidia Falcón, en el mismo periódico, en el que se refería a las mujeres trans como señores con grandes bigotes que dicen llevar el alma de una niña pequeña dentro. Excusatio non petita, pero dios sabe que el age playing no es lo mío, puesta a ser un señor de grandes bigotes elijo otros territorios sexuales en los que trotar como una yegua después de ingerir un par de terrones.
La condición trans es una realidad material que ha existido siempre, que necesita atención, que tiene una genealogía inmensa y que solo puede negarse desde una perspectiva supremacista, blanca y colonialista. Animo a quien quiera a leer, por ejemplo, Negra por los cuatro costados, un ensayo de C. Riley Norton publicado en castellano por Txalaparta. Una aproximación a la identidad trans negra desde la historia de la esclavitud, las ciencias sociales y los estudios trans. Si la empatía te tira de la sisa para entender una realidad tan honda, antigua, triste y hermosa como la nuestra, quizá necesites la frialdad del ensayo para verlo claro. Sirva esta referencia como ejemplo.
La condición trans no es una opinión, no es una corriente teórica, no es discutible y solo es peligrosa para las personas trans debido a estas falsas dicotomías y debates envenenados. Ningún apoyo teórico serio puede sostener lo contrario, tampoco ninguna realidad material. Las personas trans somos vidas en marcha, como la de cualquiera que esté leyendo este texto. Vidas que necesitan desarrollarse en igualdad de oportunidades y a las que se debe respeto, disculpas y reparación legal.
El doble salto mortal del odio llega cuando este pretende justificarse relacionando una realidad material humana con un corpus de estudios de género como son las teorías queer (en plural, por el amor de dios). Pareciera que las personas trans hubiéramos brotado de los labios de Teresa de Lauretis en 1990 y nos hubiéramos diseminado por el mundo para extender nuestro estilo de vida diabólico. O que todas estamos perfectamente de acuerdo con lo que algunas de esas teorías dicen de nosotras. O que no hay crítica desde los estudios trans a lo queer. O que las hemos leído siquiera.
Las teorías queer son aproximaciones multidisciplinares a la cuestión del género, de la sexualidad y de la identidad. Las hay marxistas, postestructuralistas, psicoanalíticas, deconstructivas, ficcionales, desde la psicología social, desde la antropología, desde la lingüística, desde la filosofía y desde la ciencia. Pretender pasar la rapadora por encima de Judith Butler, Paul Preciado, Jack Halberstam, Monique Wittig, Gloria Anzaldúa, Donna Haraway, Cordelia Fine, Didier Eribon o Paco Vidarte, y afirmar que son paladines de la misma causa, solo puede hacerse desde un desconocimiento palmario de lo que está diciendo.
Las teorías queer son fácilmente atacables porque son indefinibles. Desde ese punto de partida nacen las simplificaciones absurdas, como de publicación sensacionalista, que afirman sin sonrojarse que la teoría queer, así, a lo bestia, en singular, defiende que las personas elegimos nuestro género a voluntad o que el estamento médico afín arrea hormonazos a tode niñe con pluma que pasa por sus consultas.
Tras muchos años leyendo feminismos, teorías queer y ensayos LGTB, el único trazo gordo para definir qué pretenden decirnos las teorías queer que podría atreverme a usar a modo de definición, sería algo parecido a esto: el género es una fenomenología humana compleja que no puede explicarse desde el esencialismo y nos queda mucho tiempo y mucho pensamiento para entenderlo en toda su complejidad. Ni más, ni menos.
En el magnífico Los cuerpos que importan en Judith Butler, de Silvia López, editado por la editorial Dos Bigotes dentro de la colección Las Imprescindibles, la autora menciona a menudo un concepto muy sencillo pero muy importante que recorre la obra de Butler: la «vida vivible», el respirar como ser humano en un entorno de seguridad, relaciones sanas y ciertas garantías materiales. Qué daño pueden hacer tales conceptos al sujeto del feminismo, qué oscuridad se esconde tras mi propia demanda vital, tras mi derecho a reclamar una vida que merezca la pena ser vivida como la mujer que soy. En qué difiere mi lucha por la igualdad de la de cualquier compañera feminista, venga de donde venga, qué peligro represento, qué conceptos debilito que no deban ser demolidos hasta la última piedra.
No puedo hablar por las teóricas queer, ni por las feministas, ni siquiera por las mujeres trans, pero puedo asegurar que nuestra existencia, nuestros cuerpos trans son contrapolítica hecha carne, puro desafío al statu quo, hace falta ser muy reaccionarie y muy ignorante para sostener lo contrario.
No hay noticias falsas, papers, invenciones o prejuicios que eviten que estemos aquí mañana cuando amanezca, y al día siguiente, y al otro. Acostumbraos a ello.