En nuestra familia, dudar de si va a ser cis o trans, de género binario o no, no es una tontería. Tiene un padre trans y una madre cis. Un hermano cis y un hermano trans. Estamos al cincuenta/cincuenta.
Fuente (editada): Píkara magazine | Bel Olid | 28/10/2020
Pasamos mucho tiempo preparando el momento. La decisión de que sí, de que queríamos. Les dos, juntes. Pensar en las cosas prácticas, cosas que mucha gente no se plantea, como de dónde vamos a sacar esperma, cómo lo vamos a meter en su útero, qué derechos legales voy a tener yo sobre la criatura. Nos informamos, hicimos el papeleo, conseguimos el esperma. Y tras dos largos años de ir preparando el proceso ahí está, latiendo con fuerza. Vamos a tener un hijo.
Pero bueno, un momento. ¿Cómo que vamos a tener un hijo? ¿Un hijo? ¿Una hija? ¿Une hije? Vale, va a nacer una persona que criaremos con todo el amor del mundo. Sí, una persona está bien. Una persona es alguien que tiene agencia, que puede decidir sobre su vida. Que puede decir cuál es su sexo, no hace falta imponerle nada. Una persona crece y habla y siente y juega, y le puedes preguntar qué ropa se quiere poner, y si prefiere ser guapa o guapo, porque seguro que será guapo o guapa. Bueno, a ver, seguro no. A lo mejor es guape. En casa no somos mucho del binarismo, a lo mejor esta personita que va a llegar va un paso más allá que nosotres y es guape. Nunca se sabe.
Y es exactamente eso. No sabemos. No solo no sabemos cómo será, es mucho más grave: no tenemos ni idea de cómo lo vamos a hacer para que pueda ser lo que sea libremente. Al principio parece fácil: no vamos a imponerle un sexo. Por supuesto tendrá sus genitales, sus cromosomas y sus cosas, pero no le vamos a asignar sexo al nacer. No vamos a contarle a la gente qué tiene entre las piernas, porque nos parece de mal gusto hablar de los genitales de les bebés, pero sobre todo porque no queremos que le caiga encima, como una losa, el peso del género. No queremos que se espere que sea bailarina cuando da patadas en el vientre de su padre, o que sea futbolista. Queremos que se reconozca que sí, que tiene piernas fuertes y que podrá usarlas como le apetezca.
Hay estudios, muchos, que explican cómo el hecho de nombrar el sexo de una personita cambia la forma en la que la gente interactúa con ella. Une bebé vestide de rosa es bonite, pequeñe, delicade. Le misme bebé vestide de azul es fuerte, grande, espabilade. Entonces, ¿qué hacemos? ¿Le vestimos de naranja? Sí, pero también de rosa. Y de azul. La intención no es robarle la experiencia del género, sino darle todas las experiencias del género. Que pueda experimentar con todas las expresiones, con cómo le hacen sentir, cómo reacciona el mundo. Mientras no pueda decirnos qué prefiere, queremos que experimente al máximo, para poder saber en algún momento lo que prefiere de verdad, más allá de lo que se espera que le guste según un género impuesto.
Puede parecer una tontería, porque la mayoría de personas son cis y, si no lo fuera, creemos que siempre se está a tiempo de rectificar (el cisexismo nos hace creer que rectificar desde lo trans es mucho más terrible). Pero en nuestra familia dudar de si va a ser cis o trans, de género binario o no, no es una tontería. Tiene un padre trans y una madre cis. Un hermano cis y un hermano trans. Estamos al cincuenta/cincuenta. Y ni las personas trans ni las cis estamos taaan seguras de nuestro sexo. Vivimos en él porque nos es más fácil, no porque sintamos una identificación limpia y tajante con él. En el caso de esta nueva persona que nos va cambiar la vida, no nos atrevemos a hacer apuestas.
Estamos leyendo mucho sobre otras familias que ya han hecho ese camino de no imponer el sexo a sus criaturas. La mayoría de testimonios que nos llegan son de Estados Unidos, Canadá y Reino Unido. Allí, por lo menos, la lengua sin desinencias de género ayuda. Lo que daría ahora mismo por hablar euskera en vez de catalán. Dicen que, una vez pasada la primera extrañeza del entorno, la cosa más o menos va. Algunas personas, al crecer, han contado que son niños o niñas. Otras siguen en la no binariedad. Algunas han sufrido violencia en el colegio. Otras, no.
Tenemos muchas dudas. ¿Vamos a poder hablarle de forma coherente con la desinencia -e (en catalán, -i), o se nos va a hacer rarísimo? ¿Les abueles, que le cambiarán los pañales y sabrán cuáles son sus genitales, respetarán nuestra decisión de no imponerle género y no revelar sus genitales, o les contarán a todas sus amistades que tienen, sin duda, una nieta, un nieto? ¿Y en el cole? ¿Qué pasará cuando le maestre diga que los niños tienen pene y las niñas tienen vulva? ¿Sentirá que le hemos estafado una certeza, con lo escasas que van las certezas en la vida? ¿Tendremos que llevar el activismo al colegio para que respeten todas las identidades?
De momento, solo tenemos una cosa clara: vamos a tener une hije. Más adelante, elle dirá.