Alicia Ramos prefería no hablar del debate interesado sobre el sujeto del feminismo, que últimamente parece inundarlo todo, pero… al final se ha animado a hacerlo
Fuente (editada): Pikara (online magazine) | Alicia Ramos | 05/02/2020
Nos habíamos reunido en el Teatro del Barrio para apoyar a Pamela Palenciano ante la última (ojalá) andanada de ataques de la ultraderecha a su persona. Yo estaba allí porque me habían pedido que fuera a cantar unas canciones y fui porque siempre digo que sí a todo, es una manía que tengo. Y también porque me apetecía, la que impulsaba todo aquello era una amiga mía con la que además quería hablar porque había sufrido algunos reveses laborales y quería saber cómo estaba. Y también por Pam, claro, porque es amiga y porque tenemos importantísimas amigas en común. En fin, que estaba allí. Sentada en un lateral del escenario con las compañeras de Sororidades y de Mujeres Libres. Los teatros tienen su algo de altares, de templos, no sé, no creo en esas vainas, pero no necesito creer en tonterías para disfrutar de ellas y me gusta pensar que a lo mejor los teatros, al ser espacios en los que tantas y tan dispares emociones se dan cita, van viendo revestidas sus paredes de algún tipo de tensión dramática y de comedia que los convierten en lugares especiales. Bueno, en realidad no creo una palabra de todo esto, pero ayuda a situarse en lo que viene siendo un teatro desde un punto de vista estrictamente literario. El acto comenzaba con una pequeña entrevista que le hacía la compañera dramaturga Ruth Sánchez González, menudita, a una enorme y fortalecida Pam ante un mesita con un poto de atrezzo. Se apagaron todas las luces de la sala y solo quedó aquel foco cenital sobre la pareja. Y esto ya no tiene que ver con magias ni energías, la luz cenital, a quien se sitúa fuera de su ámbito iluminado, le favorece una sensación de estar soñando, de estar fuera del espacio y del tiempo, que te cagas. Y entonces, como respuesta a alguna de las lúcidas preguntas de Ruth, Pamela contó que había sufrido el rechazo de compañeras feministas por declararse transinclusiva, “a mí tu monólogo me salvó la vida, pero eso de que apoyes a los trans me decepciona mucho viniendo de ti”. Me sentí señaladísima. Quizás fuera la única mujer trans en aquella sala repleta, quizás no, pero me sentí la única sobre la faz de la tierra. Luego hubo al menos dos declaraciones más de entusiasmo transinclusivo en las voces de otras dos compañeras, el teatro se venía abajo en aplausos y yo no podía parar de sentirme regular.
Ya la noche anterior me había puesto por fin manos a la obra para escribir un articulito en el que expresara mi opinión acerca de este debate interesado sobre el sujeto del feminismo. Hasta ahora había intentado evitarlo por todos los medios. También porque pensaba que era una batalla que se ganaría sola, viendo la naturalidad con la que las enormes legiones de jóvenes compañeras feministas lidiaban con la diversidad. Cuando veía a amigas transfeministas dedicándole tiempo, folios y rabia a este debate pensaba que muy bien, pero que el enemigo es el patriarcado y no otras compañeras feministas que tenían todo el derecho del mundo a vivir equivocadas hasta que dejaran de vivir, que por edad no podía faltar mucho tampoco. Pero en este mundo de memos, memas y, sobre todo, memes, se pasa muy rápido de la pega al señalamiento, de ahí a la estigmatización, luego a la condena para llegar finalmente al anatema. A mí me importa muy poco que la gente piense lo que le parezca sobre mí mientras eso no se traduzca en agresiones directas, al fin y al cabo yo también tengo mis propias ideas sobre cada cual. Pero a una adolescente canaria de finales del siglo XV podía importarle muy poco que la gente de Castilla considerara que ella no tenía alma, a ella plim, el problema llega cuando a raíz de esa creencia un grupo de castellanes se desplaza hasta su isla, hasta su valle, la secuestra y la vende como esclava en un mercado de Sevilla o Valencia, ahí sí que empieza a importar lo que piensen de una.
Pero luego salieron a escena dos compañeras de Mujeres Libres, probablemente a leer un comunicado, y creo que pusieron el dedo en la llaga cuando expusieron su teoría: la manifestación del 8 de marzo era un evento importante aunque el desborde de las últimas ediciones lo han convertido en una fuerza que no se puede ignorar. Al frente de todo esto hay un asamblea compuesta por personas y colectivos sin obediencia orgánica o institucional alguna, no pertenecen a partidos, sindicatos, institutos ni fundaciones a las que se pueda mangonear a golpe de circular interna. La asamblea del 8 de marzo señala el capitalismo con el dedo y relaciona la opresión machista con otras derivadas de la clase, la etnia y otras expresiones de la diversidad humana de las que producen urticaria a Daniel Bernabé. Y encima lo llaman interseccionalidad y tienen el atrevimiento de traerse a Angela Davis que es negra, lesbiana y probablemente terrorista, ¿qué son si no las panteras negras?
Las siempre audaces mujeres libres especulaban con la idea de que el no tan pequeño grupo de mujeres que impulsaron y mantuvieron la convocatoria del 8 de marzo durante años, vinculadas orgánicamente, estas sí, y por tanto susceptibles de obediencia a circulares internas, han desembarcado masivamente en las asambleas preparatorias del 8M, ya desde el año pasado, tratando de reventarlas, planteando debates deliberadamente concebidos para ahondar en las fracturas que pudieran existir entre diferentes corrientes del feminismo y crearlas donde no las hubiera. La intención sería debilitar a la asamblea para arrogarse la legitimidad que no tienen de crear una nueva para controlar esa convocatoria y, a través de ella, el movimiento.
Las compañeras anarcofeministas iban aún más lejos y, no sé si en serio o en broma, apuntaban que esta vieja guardia aún no se había atrevido a convocar su propia mani porque ya la ultraderecha había propuesto hacer lo mismo y tres como que ya son muchas.
Hay una parte de sufrimiento en todo esto que yo me estoy ahorrando porque ya me caí en la marmita de pequeña. Creo estoy curada de espanto por haber tenido una madre rabiosamente terf. Recuerdo que, a pesar de que yo con mi madre tenía una relación intensísima, sobre todo a nivel intelectual, y que le contaba todo lo que me iba pasando, se tomó mi tránsito como una sorpresa.
—Y…, ¿qué mujer concreta es tu modelo de mujer?
—Mmm… ¿Alicia Ramos vale?
—No, hija, no, no me has entendido, da igual.
Entre la primera y la segunda vez que me hizo esa pregunta surrealista —porque sí, sí que me lo preguntó dos veces, la tía— pasó el tiempo suficiente para que yo pensara que a lo mejor esperaba que le respondiera “tú, mamá, ¿quién si no?” Pero no tuve reflejos la segunda vez, y volví a responderle
—Alicia Ramos.
Ahora, con la perspectiva de los acontecimientos posteriores y con el aprendizaje que dan los años por mucho que una se resista, entiendo que era una pregunta terfísima hasta la náusea que derivaba de la convicción de que mi identidad solo podía construirse desde la imitación porque para ella era de todo menos genuina, legítima o real.
Por eso los discursos transexcluyentes me dan igual y no creo que sea posible un debate en esos términos, porque un debate es el intercambio de argumentos entre dos o más personas que se reconocen mutuamente, debates con alguien a quien reconoces, y el rollito terf va precisamente de no reconocernos.
Madrid resistió heroicamente durante casi tres años a la marea de horror que acabaría anegando Europa. Gentes de extracción humilde mal pertrechadas, y peor alimentadas, resistieron con el fusil en la mano en la Casa de Campo o en Ciudad Universitaria el avance del fascismo en una batalla desigual que constituye para mí un hito de gloria de la clase obrera mundial. Todo esto en una ciudad sitiada y bombardeada selectivamente por las aviaciones alemana e italiana. Todavía cuando estes héroes antifascistas volvían a sus casas para dormir unas horas tenían que luchar además en el frente interno, quienes cuestionaban que resistir es vencer o criticaban la política de ascensos de las milicias republicanas… Todo esto acabó con el coronel Casado abriendo las puertas de Madrid a una violentísima represión de la que sus herederes todavía se avergüenzan e intentan ocultarla quebrando memoriales y relativizando crímenes. La unidad en la lucha antifascista, como la unidad en la lucha contra el patriarcado, no son sagradas ni incuestionables, pero sí que hay que abordarlas con un sentido estratégico y cuando la parte enemiga está a las puertas igual no es el mejor momento para señalar, estigmatizar o anatematizar a quienes se están jugando la vida en la primera línea del frente. Vamos, digo yo.