La autodeterminación de la identidad sexual es un privilegio: un privilegio de las personas cis, por eso mismo surge el derecho, para acabar con la discriminación que sufren las personas trans.
Fuente (editada): EL SALTO | Julen Penilla, Lucía Barbudo y Laura Martínez | 25 FEB 2021
Escribimos este artículo motivades por el estupor que nos causó leer las diatribas de las radfem trans-excluyentes murcianas en este artículo escrito a propósito de la ley trans. Pero no sólo. Desde que las reivindicaciones de la comunidad trans se están traduciendo poco a poco en cambios jurídicos y conquista de derechos, las tránsfobas de la izquierda (de la segunda ola feminista allá por los 60 —ha llovido desde entonces, amigas, y no os habéis enterado—) están tan rabiosas como las personas tránsfobas de la derecha (que nunca fueron feministas ni entienden nada sobre feminismos). Tanto disparate merece contestación o, por lo menos, interrogantes. Así pues, venimos a hacer muchas preguntas.
Observamos un fuerte empecinamiento en establecer una correlación entre la cuestión identitaria y la genitalidad. Para el movimiento Radfem Trans-Excluyente, eres lo que tienes entre las piernas. Punto. Y su razón de ser, políticamente hablando, nace, crece y se desarrolla ahí, justo en el simbólico triangulito, siendo así que el feminismo (devenido zona VIP) es sólo cosa de «biochicas» privilegiadas. A la mierda las enseñanzas de la escritora feminista afroestadounidense Bell Hooks.
Efectivamente, la autodeterminación de la identidad sexual es un privilegio: un privilegio de las personas cis, por eso mismo surge el derecho, para acabar con la discriminación que sufren las personas trans. Una persona cis no tiene que nombrarse de ninguna manera puesto que el reconocimiento social y el del Estado ya la nombran, mientras que una persona trans sí tiene que hacerlo. Aparte de nosotras mismas como personas racionales e individuales, ¿quién más puede decir lo que somos?
El sistema médico-sanitario y el aparataje psiquiátrico se basan en estudios, leyes y en sus propias creencias amparadas en el marco moral/religioso del momento histórico, pero la constante revisión impulsada por las luchas de los movimientos sociales han conseguido sacar de los manuales de la patologización a orientaciones sexuales no-hegemónicas, ¿por qué insistir en pedir certificados médicos para la libre determinación de la identidad sexual de las personas trans? ¿No hemos aprendido nada? ¿Por qué debe el Estado o cualquier institución tutelar a las personas trans en su recorrido hacia su identidad? Una persona trans que quiera transitar debe someterse a todo un proceso médico que necesita de autorización y aprobación por parte de las instituciones pertinentes. El diagnóstico se ha convenido en llamar “disforia de género”. Preguntamos: una mujer cis que quiera un aumento de pecho, ¿tiene euforia de género? En ambos casos existe un malestar con el cuerpo, pero sólo en el primero de ellos se patologiza y sólo es en éste donde las radfem trans-excluyentes levantan una ceja.
Si nos paramos a pensarlo, una mujer cis puede sufrir transfobia. Las mujeres cis leídas como masculinas, por ejemplo, mujeres con más vello del habitual en la cara o con mandíbulas marcadas, mujeres cis musculadas, mujeres cis, en definitiva, cuya expresión de género está fuera de la heteronormatividad femenina, son víctimas de esa misma transfobia que las TERF («biomujeres» que en nombre de un falso feminismo quieren excluir a las mujeres trans de las luchas feministas, por sus siglas en inglés Trans Exclusionary Radical Feminist) apuntalan una y otra vez cuando utilizan sus posiciones de poder y sus altavoces mediáticos.
Las que escriben esto: “Queremos niños y niñas libres que experimenten, libres de estereotipos. Que un niño se ponga una falda si quiere sin necesidad de que sea objeto de estudio para ver si detrás hay una niña”, son las mismas que llaman ‘macho’ a la bollera que co-escribe este artículo por su masculinidad femenina. Por unas cosas o por otras, las personas que habitamos la disidencia nos vemos en la constante necesidad de explicarle al feminismo «biovulvoso» lo que somos.
Otra cosa que también nos preguntamos es por qué ese ninguneo sistemático a los hombres trans en todo el discurso TERF. Leemos constantemente sobre la amenaza que supondrían las mujeres trans en los baños, en los vestuarios, ¿será porque algunos hombres trans tienen «biovulva»? Si una mujer trans es un hombre con peluca, ¿un hombre trans es una mujer que vive en permanente carnaval? En las lógicas del pene=agresor, las radfem trans-excluyentes murcianas que escribieron aquel artículo, ¿serán bolleras misándricas? Entendemos entonces, caminando por sus lógicas neuronales, que la amenaza no sólo estriba en la autodeterminación de la identidad sexual de las mujeres trans, sino en todo el régimen cisheterosexual al completo, ya que el macho cishetero también es potencial agresor que, no lo olvidemos, puede esperarnos pacientemente a que salgamos del baño. ¿Dónde acaba el coto de caza? Llegamos así a la conclusión de que la propuesta del movimiento Radfem Trans-Excluyente es un apartheid por genitales dicotómicos (pene/vulva) al estilo racista-colonial que hubo con la población blanca/negra.
Con todo lo andado, conseguido y evolucionado por parte de los feminismos, nos resulta muy inquietante y perturbador que haya un sector que en el nombre del feminismo nos proponga retroceder a las lógicas de la segregación sexual: las mismas lógicas que siguen los colegios de tradición católica (colegios de sólo chicas y colegios de sólo chicos), las mismas lógicas de nuestra querida Ana Botella con sus peras y sus manzanas, las mismas lógicas del autobús naranja: las lógicas de la derecha más conservadora. Sólo hay otro grupo que esté tan preocupado por el sexo-género como las radfem trans-excluyentes, y son los machos que llevan (desde la entrada de Vox en la liga de campeones) repitiendo como un mantra aquello de que las feministas traemos la ideología de género. Y ahí lo dejamos para quien quiera darle una vueltecica.
En los espacios públicos de convivencia de penes, vulvas y otras genitalidades, por ejemplo la calle, preguntamos: ¿cuántas mujeres trans (hombres para las TERF) han violado o agredido a mujeres cis? ¿Y cuántos hombres trans (mujeres para las TERF) han sido agredidos por hombres cis? Atendiendo a las estadísticas de violaciones, agresiones, etc, el cismacho agresor parece leer a los sujetos hombre/mujer trans con mucha más claridad que el movimiento feminista radical trans-excluyente. Se nos ocurre también preguntar cuánto va a tardar este movimiento en vetar a los hombres cis y a las mujeres trans el acceso a las playas nudistas, o quizás, en un ejercicio más acorde con el nivel de agresividad y violencia que demuestran, cuándo van a proponer una castración química para todas las personas portadoras de penes. En esta misma línea de preocupación por la presencia mayoritaria de penes, a lo mejor el problema de la paridad, planteado NO desde el sexo-género, sino desde los genitales, se solucionaría aumentando la presencia y participación de los hombres trans.
Pero volvamos a la cuestión de la violencia, ¿un hombre trans, con vulva pero con DNI de nombre masculino, según las lógicas TERF, podría ser leído como víctima de violencia de género? ¿O se consideraría como víctima de violencia de género una mujer trans, con pene pero con DNI de nombre femenino? Lo que venimos observando es mucho interés en poner la violencia de la mujer cis por encima de cualquier otra violencia o, lo que es peor, mucho intento por invisibilizar o ningunear otras violencias no derivadas de la vulva pero sí de considerar a otros colectivos (el colectivo trans) como subalternos o subordinados al régimen cisheteromachopatriarcal. Quizás, nos planteamos también, sean muchos los chiringuitos que se sostienen debajo del paraguas de la «biológica vulva». Quizás, ese sea el borrado que más les preocupa después de todo: el borrado de sus chiringuitos. Los feminismos traen en última instancia la disolución de las jerarquías, de todas, y la destrucción del poder. El feminismo del poder no es feminismo, eso es un contrasentido y un chiste. No reconocemos ningún feminismo que lleve por bandera la exclusión, ni que se base en teorías biologicistas ya desmontadas para elaborar un discurso pretendidamente político feminista.
Debemos liberarnos nosotres mismes de pensamientos y comportamientos opresores para poder pensar, hablar, discutir y legislar con propiedad; si somos hipócritas para oprimir a otras mujeres en nombre del feminismo, nunca saldremos de las narrativas patriarcales.
Al igual que los sinsentidos e incoherencias de las feministas blancas quedaron visibilizados y contestados por los movimientos feministas negros, las reloaded sandeces de las feministas de la entrepierna actuales bien podrían contestarse desde la comunidad trans citando aquel zasca épico que soltó Sojourner Truth hace, agárrense, ciento setenta años: «¿Acaso no soy yo una mujer?».