Autora: Saida García Casuso
Hace apenas 48 horas empezábamos a recibir en nuestros teléfonos los primeros mensajes. Había sucedido de nuevo. Esta vez eres una chica. Esta vez tienes diecisiete años. Esta vez vivías en Móstoles (Madrid). Esta vez, una vez más, un nuevo dolor desgarrador.
No teníamos más datos, pero fueron llegando. Escasos al mismo tiempo que excesivos. Todos dolorosamente cercanos.
Pero, esta vez, no era la primera vez y por esa cuestión de la memoria emocional, y de la impotencia, nos pusimos a trabajar con el único objetivo de llegar hasta tu familia (aún no lo hemos conseguido). De ofrecer nuestro hombro, nuestro abrazo y nuestro dolor, al servicio del suyo propio. De poner a su servicio nuestra experiencia (esa que no deberíamos tener y que nos duele siempre, cada día, con cada pequeña o gran batalla perdida), porque nada más hay que podamos hacer ahora.
Anoche conocimos tu nombre.
THALÍA
Thalía. Thalía. Thalía… Thalía, con diecisiete años y ya no te vamos a poder conocer. Y no vas a poder estudiar lo que te gustaba, o no estudiar, no lo sabemos, no ha habido tiempo para que nos lo cuentes. ¿Con qué soñabas? ¿Querías viajar? ¿Te gustaba la música? ¿Dibujar? No lo sabemos y nos parte el alma.
Thalía. Que sin tener una sola imagen tuya en nuestras memorias vas a acompañarnos cada vez que veamos a nuestras hijas, hijos e hijes, felices (o no tanto). Cuando les acompañemos en sus buenos (o no tanto) momentos. Cuando se acerque una nueva familia a nuestra asociación y venga convencida de acompañar (o no) a su hije… Nos vas a acompañar desde las tripas, que es donde se guardan los dolores y la impotencia, y la pérdida.
Porque sin conocerte, Thalía, te hemos perdido para siempre.