Fuente (editada): EL SALTO | Marcos Ventura | 11 JUN 2020
Nuevamente tenemos que repetir que las mujeres son mujeres, sean cis o trans, y que los hombres son hombres, sean cis o trans. Y que ser cis o ser trans, binarie o no binarie, implica consecuencias enormes en cuanto al papel que ocupas en el mundo y al derecho que tienes a vivir una vida digna de ser vivida. Nuevamente tenemos que discutir sobre nuestra existencia y nuestra dignidad. Si tenemos que seguir haciéndolo, lo haremos, porque las personas trans si a algo no estamos dispuestas es a claudicar en la lucha por nuestros derechos humanos básicos.
Se trata de derechos humanos básicos no sólo porque el artículo 14 de la Constitución Española prohíba cualquier discriminación en función de condiciones personales o sociales, ni porque el artículo 10.1 reconozca la dignidad humana y el libre desarrollo de la personalidad como fundamento del orden político y la paz social, sino porque el 10.2 establece que los derechos fundamentales se interpretan conforme a los Derechos Humanos, y en el principio 3 de los Principios de Yogyakarta vemos recogido el derecho a la autodeterminación sexual como un derecho humano.
Y esto tiene una fundamentación muy clara, y es que mi fuero interno es mío y nadie más puede acceder a él. Nadie puede cisheterodesignar quién soy desde fuera. Y desde que la OMS despatologizó las identidades trans en 2018, la humillación de tener que pasar por un centro médico para que me digan que soy quien efectivamente sé que soy carece de todo fundamento. Eso, ni más ni menos, es la autodeterminación sexual, que se nos reconozca la dignidad humana de acceder a los derechos que la Ley 3/2007 nos reconoce —sí, hace 13 años que las mujeres trans pueden cambiar legalmente su sexo registral, sin que ello haya afectado en lo absoluto a los derechos de las mujeres cis— sin la humillación de que un equipo médico tenga que certificarnos una enfermedad que no es tal.
Sobre las críticas a la teoría queer, absolutamente minoritaria en el activismo trans por otra parte, hemos de decir que quien está usando teorías acientíficas para defender sus postulados son quienes niegan hechos como que las personas trans hemos existido siempre; que tenemos registros fiables de experiencias trans desde al menos el siglo XIX en occidente; que el reconocimiento de nuestra identidad es tan clave para nuestra dignidad que de ello depende nuestra salud —lo que la comunidad médica, desde un paradigma patologizante, acepta desde principios del siglo XX—; que llevamos luchando por nuestros derechos desde al menos los años 60; que las mujeres trans sufren el mismo machismo que las mujeres cis —porque nadie levanta la falda de nadie para asegurarse antes de discriminar—; que las mujeres trans están en el movimiento feminista como mínimo desde entonces y que las realidades trans no son ninguna enfermedad —como, repetimos, reconoció la OMS en 2018—. Estos son los hechos. Quien dice que las personas trans somos una teoría que nació en los 90 es quien está faltando al análisis riguroso de la realidad.
Una de las proclamas más habituales que escuchamos estos días es que ser mujer no es una identidad. Pero claro que las mujeres cis creen que ser mujer no es una identidad. ¿No se creyó acaso durante más de un milenio en la teoría aristotélica que solo existía un único sexo, el masculino, y que el sexo femenino era una versión incompleta de este? ¿Por qué hablamos de personas de color, si no es por el hecho de que las blancas pensamos que no tenemos color ninguno? ¿Acaso usar minusvalía en lugar de diversidad funcional no es una prueba de que entendemos a la otredad como fallida y a nosotres mismes como normales?
Está claro que hay ciertos conocimientos que solo pueden partir de la experiencia. Sin la crítica antirracista seguiríamos teniendo el mismo concepto de raza que desarrolló la Antropología blanca del siglo XIX. Sin la crítica feminista, seguiríamos instaladas en un orden simbólico falocéntrico. Y sin la visibilidad de las personas LGB nunca habríamos teorizado la orientación sexual por el simple hecho de que alguien cuya identidad se construye en base a la hegemonía que el sistema califica como normal, nunca va a cuestionar su propia normalidad. Es por esto que, sin escuchar las voces de las personas trans, nunca se va a entender la realidad de la identidad sexual, la realidad de lo que supone ser hombre, mujer o persona no binaria, ni se va a entender los privilegios que supone ser una persona cis en una sociedad cisexista.
La historia del feminismo puede entenderse como la historia de la ampliación de su sujeto político. ¿Qué es acaso la tercera ola feminista sino la impugnación de una concepción única y unitaria de un sujeto mujer universal? Del prototipo de mujer blanca, cis, hetero, burguesa y con estudios, han surgido las luchas por reflejar la diversidad inherente a las mujeres (que no “la mujer”) desde el famoso grito de Sojourner Truth “¿Acaso yo no soy una mujer?”, pasando por el boicot de las mujeres lesbianas en el segundo congreso de la Organización Nacional de Mujeres, se han ido abriendo paso las obreras, las negras, las latinas, las lesbianas… Y ahora, les toca defender su lugar a las mujeres trans, a las que, aunque llevan medio siglo en la lucha feminista, ahora se las intenta excluir. No lo conseguirán, porque si algo tiene claro el feminismo es que o es para todas o no es feminismo. Sigo siendo incapaz de entender cómo incluir a todas las mujeres en el movimiento feminista supone la destrucción de la categoría mujer.
Con respecto al borrado de las mujeres es una preocupación legítima, pero no vendrá por la vía del reconocimiento de la dignidad de las personas trans. Es un hecho fáctico y comprobable que hay hombres, que se saben hombres, que son socialmente y legalmente reconocidos como hombres, y que tienen capacidad de gestar, del mismo modo que existen personas no binarias que tienen esa capacidad. Por lo tanto, es necesario hablar de mujeres y otras personas con capacidad de gestar, porque si no, estamos borrando, sí, pero a la parte más vulnerable de la ecuación. Y al igual que usar el lenguaje inclusivo que incluye a todas las personas (todes = todas, todes y todos) no es ni la desaparición de la lengua castellana que vaticinaba la RAE, ni es una opresión hacia los hombres, como defiende el machismo recalcitrante, tampoco hablar de mujeres y otras personas que menstrúan supone el borrado de nadie, al contrario, supone visibilizar la realidad que existe en el mundo.
Sobre la teoría de que dar derechos al 1% más vulnerable de la población vaya a eliminar los derechos de más del 50%, creo que la comparación con el argumento de las denuncias falsas para atacar la Ley de Violencia de Género es tan obvio que ni lo voy a desarrollar. Para quien quiera informarse más que busque el concepto de ‘fraude de ley’ y vea cómo, igual que el derecho al matrimonio no se va a eliminar para evitar los matrimonios de conveniencia, ni la Ley de Violencia de Género se va a eliminar para evitar posibles denuncias falsas, tampoco las personas trans podemos quedarnos sin derechos para evitar posibles abusos fácilmente combatibles. Llevamos 13 años con derecho a cambiar de sexo registral, lo único que pedimos es tener que dejar de pasar por un informe médico porque no estamos enfermas.
Queridas lectoras, la clave está en dejar de teorizar tanto y empezar a empatizar más. Entended que las personas trans tienen ocho veces más probabilidades de cometer intentos de suicidio que las personas cis. Entended que la población trans tiene cerca de un 80% de paro. Entended que, para una persona, no hay nada más vinculado a su dignidad humana que el reconocimiento de su identidad. Cuando entendamos que hablamos de vidas humanas vulnerabilizadas por un sistema cisexista que nos quiere muertas, entenderemos, como ha entendido desde hace décadas el feminismo de base, que este debate no existe y las mujeres trans son mujeres, con sus especificidades, pero mujeres como todas las demás.