Fuente (editada): TODAS | Rafael Díaz Torres | 21/03/2021
Como profesor universitario, no estoy exento de equivocarme. Errar es parte del proceso de aprendizaje. Lo importante es reconocer en qué instancias actué mal y estar en disposición de enmendar aquello que comuniqué incorrectamente. Hacerlo no solo nos engrandece como docentes, sino como personas.
A pesar del reconocimiento a la posibilidad de equivocarme, hay un aspecto que me provoca bastante tensión. Me refiero a la posibilidad de equivocarme utilizando los pronombres incorrectos o no llamar a estudiantes por su nombre de elección. Hablo, sobre todo, de las comunicaciones con estudiantes de experiencia trans, binaries y no binaries.
Como hombre cis heterosexual nunca podré entender plenamente las experiencias ni violencias por las cuales han pasado mis estudiantes que forman parte de las comunidades LGBTIQA+. Sin embargo, sí puedo ser empático y luchar para que mis acciones no reproduzcan aquellas instancias que por décadas han provocado dolor y rechazo.
Un acto tan sencillo como preguntarles a les estudiantes, a principios de semestre, sobre el pronombre correcto, ya sea ella, elle o él, puede hacer la diferencia en sus vidas y sentar la pauta para promover un clima de inclusión en el aula académica (o en la sala virtual).
Admito que con la distancia que promueven los cursos en línea durante la actual pandemia, el riesgo a equivocarse es mayor. Como docentes, recibimos una lista con los nombres de las personas matriculadas. Pueden transcurrir semanas sin que logremos ver los rostros de estas personas a través de las plataformas virtuales. En algunas ocasiones, desconocemos que el nombre de la lista oficial ya no corresponde al nombre actual de algunes estudiantes.
Durante este semestre, me sucedió que la primera semana de clases llamé a dos personas con el nombre que aparecía en la lista oficial de la universidad. Este mismo nombre también se proyectaba en la pantalla de la plataforma Google Meet, la cual usa como referencia al correo electrónico institucional. De manera amable, me corrigieron y solicitaron que les llamara por su nombre de elección. Me disculpé y, a partir de ese momento, les identifico correctamente. No hay nada que debatir ni negociar. Yo estaba mal y elles están bien. Como profesor, enmiendo el error y abrazo la posibilidad de continuar aprendiendo.
En todo curso universitario, siempre hay una relación de poder entre quien ejerce la docencia y sus estudiantes. Esta relación de poder desigual siempre estará presente, aun cuando traten de “democratizar” el curso y las estrategias de comunicación empleadas en este. Sin embargo, y a pesar de esta realidad, sí podemos trabajar para que nuestros cursos sean espacios seguros y de inclusión. El aprendizaje nunca debe ser unidireccional. Les profesores tenemos mucho que aprender. Apostemos por una universidad en donde las vidas trans, binarias y no binarias, importan.